jueves, 29 de septiembre de 2016

LOS EJÉRCITOS NAPOLEÓNICOS EN ALCANTARILLA



José Antonio Caride de Liñán

La transmisión oral, es, ha sido, y posiblemente
será, la primera y más universal forma que ha tenido
el género humano, a lo largo de la historia, de transmitir
una cultura, unas creencias, o unos hechos históricos.

Rafael Cantero Muñoz

           
Es tendencia muy extendida entre los historiadores que se proclaman progresistas el encasillar como guerras civiles todas aquellas que puedan suponer un afianzamiento de la identidad nacional. Tal presentan la Reconquista (una lucha entre españoles cristianos y españoles mahometanos) o la guerra de la Independencia como la de los españoles afrancesados, cultos y progresistas (y por supuesto republicanos) contra los españoles analfabetos, retrógrados y violentos, partidarios del Rey Felón. La historia que sigue, obtenida en gran parte por transmisión oral, no corrobora esa teoría.


Situación de España, Murcia y su entorno al inicio del siglo XIX

La situación económica, social y política de España no podía ser más caótica.
Desde que se firmara el tratado de Fontaineblau entre Napoleón y España, representada por Godoy, los ejércitos franceses iban aumentando su presencia en nuestra patria con la excusa de preparar desde ella la conquista de Portugal. Pero lo cierto es que pasaban los años y un cada vez más importante número de fuerzas de la “Grande Armèe” seguía ocupando puestos clave y doblaba ya en número (y no digamos en pertrechos y armamento) al ejército español, no cesando la entrada de nuevas unidades. Nuestra tropa se encontraba repartida; y aun cuando algunos historiadores la suponen compuesta de 100.000 hombres, parte estaba en América intentando reprimir los intentos secesionistas1 mientras un gran contingente, probablemente el mejor preparado y armado, al mando del cual estaba el Marqués de La Romana, andaba sin rumbo ni misión concreta deambulando desde Italia hasta Dinamarca a la espera de que se les encomendara alguna de esas misiones2.
La inmensa mayoría de las ciudades españolas se encontraban indefensas con una escasísima guarnición mal armada y poco entrenada. Así estaba Murcia en aquellos días: medio arrasada parte de la provincia por la rotura del pantano de Puentes3 y diezmada por las más crueles epidemias4. Alcantarilla, también inerme, rondaba los 4.000 habitantes que estaban preocupados por las noticias que venían desde Madrid.
La enemistad manifiesta entre Carlos IV y su hijo Fernando que reinaría como VII había dividido a sus partidarios en dos bloques irreconciliables. Los partidarios del rey Carlos, capitaneados por el Príncipe de la Paz, se oponían tajantemente a su dimisión y paso de la corona a su hijo y sucesor, mientras que los partidarios de éste, convencidos de que “El Deseado” sería un gran rey, terminaron por promover el motín de Aranjuez tras el que se produjo, entre asaltos, incendios y algarada, la dimisión regia y el fin del gobierno de Godoy y su apresamiento.
Entre tanto alboroto e incertidumbre, Napoleón reclamó la presencia de padre e hijo. En realidad, cuando los hizo llamar estaba hecho un mar de dudas sobre el camino a seguir. Por un lado sabía que Carlos estaba dispuesto a traicionarle y por otro lado Fernando no escondía su odio a los franceses. Cuando se encontró ante la familia real española, que estuvo a punto de llegar a las manos en su presencia, decidió (como todos los dictadores) resolver los problemas que no le incumbían, dándonos un buen rey, que además le fuera fiel. Estaba convencido que los españoles debían estar tan hartos de su familia real que verían con muy buenos ojos un rey con el respaldo del hombre fuerte de Europa. ¡No conocía a los españoles!
Para Bayona había salido la comitiva real con sus últimos miembros, con gran pesar del pueblo de Madrid que gritaba: ¡Que se los llevan! ¡Que se los llevan!, aunque no pudieron impedir el viaje. De todos es sabido el resultado: padre e hijo abdicaron de sus derechos a favor de José Bonaparte, hermano del Gran Corso.
Adelantándose a las decisiones de Napoleón, Murat5 ocupó Madrid y los madrileños lo consideraron un insulto6. En la mayoría de las ciudades el pueblo se alzó siguiendo el ejemplo de la capital del reino; y en Murcia encabezaron el levantamiento los alumnos del ilustre Colegio de San Fulgencio, que puestos a las órdenes del coronel D. Pedro González de Llamas, no tardaron en abandonar la ciudad marchando a La Mancha y Valencia con ansias de encontrarse con los gabachos7. La ciudad y su entorno volvieron a quedarse abandonados a su suerte. En la provincia, sólo Cartagena contaba con posible defensa, además de disponer de la flota allí amarrada y a la que se trasladaron pólvora, ganados y hombres.
Como en todas las capitales, en Murcia se creó una Junta Suprema, una de cuyas primeras decisiones fue nombrar Capitana General a Nuestra Señora de la Fuensanta, patrona de la ciudad, imponiéndole el fajín y otorgándole el bastón de mando que aún hoy exhibe en determinadas y especiales ocasiones.
Rápidamente se entendió que las Juntas Supremas Provinciales precisaban de una Central, siendo Murcia la primera en proponerlo mediante una carta circular enviada a todas ellas. La intención era que coordinara al conjunto, estableciendo un reglamento que definiera las atribuciones que debían tener: observación y defensa; recaudación de contribuciones y donativos; alistamiento de tropas; dotación de vestuario, armamento, caballos y avituallamiento; avivar el espíritu patrio y mantener el orden público. Como se ve, el ejercicio propio de un gobierno que había quedado huérfano en ausencia del Soberano y con rechazo hacia el rey francés.
Para el puesto de Presidente de esa Junta Central Suprema se propuso a D. José Moñino, Conde de Floridablanca, que lo era a la sazón de la de Murcia, a donde vino desde su destierro en Pamplona para dirigir la Junta Provincial desde el mismo momento de su creación. Aceptado el cargo en la Junta Central, el anciano político marchó a Madrid primero y posteriormente a Sevilla para ejercer este último servicio a la patria, teniendo como secretario de la Junta a D. Martín de Garay. En la ciudad de La Giralda encontró la muerte el ilustre murciano pocas semanas después.


Las tropas napoleónicas en Los Raigueros por primera vez

La Guerra de la Independencia no fue una guerra tal y como ahora la entendemos con zonas ocupadas y frentes más o menos permanentes hasta que avances o retrocesos los hacen modificar. En realidad, los regimientos franceses, permanentemente hostigados por los guerrilleros, se movían de un lugar a otro movidos por su deseo de encontrar a tropas enemigas, para aprovisionarse o simplemente para dar rienda suelta a la soldadesca (con la colaboración de la oficialidad) en la rapiña y abusos a la población civil.
Aprovechando que la zona de Murcia estaba totalmente desprotegida, los franceses decidieron desplazarse a ella para aprovisionarse.
El 23 de abril de 1809, cuando la guerra llevaba un año de lucha, el general Sebastiani8, procedente de Baza y Lorca, decide llegar a Murcia para conseguir avituallamiento y fondos que le permitieran continuar la campaña.


El grueso de la tropa no entró en la capital sino que acampó en la zona que llamaban “Los Raigueros” en Alcantarilla. Ocupaba esta zona un amplio espacio que podría limitarse por el sur con el camino de Mula, en parte hoy calle Ramón y Cajal9, antes Mula; por el oeste con el citado camino de Mula y las estribaciones del hoy llamado Cabezo Verde; por el este el Río Segura; y por el norte casi hasta la población de Javalí Nuevo. Hay que tener en cuenta que allí no se asentó un regimiento, sino “un gran regimiento” según testimonio de D. Juan Álvarez10 que en gran parte estoy transcribiendo.
Un regimiento tiene más de 1.000 hombres11, que a 15 o 20 hombres necesitan entre 50 y 60 tiendas de campaña, que más servicios y logística, artillería, caballería e ingenieros, ocupan algo más de 10 hectáreas, por lo que en este caso la ocupación podía estar cerca de las 15 o 20 hectáreas; una superficie incluso mayor que la ocupada por la población.
Evidentemente, la oficialidad se instalaría en las mejores casas de Alcantarilla e incluso en el ayuntamiento y Casa de la Inquisición. El lugar elegido reunía al fin todas las condiciones para ser un buen sitio para vivaquear: era un lugar bastante llano, aledaño a la huerta y con abundante agua proveniente del cercano Río Segura y de las acequias. Además, muy bien comunicado12. Por esa razón fue elegido dos veces por los franceses e incluso una por el general Freire como asiento para las tropas cuando estuvo en Murcia en el año 1811.


De ese campamento salió un destacamento para la capital a exigir pertrechos y suministros. Salieron a recibirles, con la mayor cortesía, algunos representantes del municipio, los que no la habían abandonado y que por supuesto debían de ser los más proclives a entenderse con ellos por simple afinidad política, recibiendo de los franceses la promesa de respetar vidas y haciendas, así como mantener el culto y proteger todos sus objetos, siempre que, evidentemente, se accediera a todas sus pretensiones.
La promesa se respetó durante unos minutos porque inmediatamente comenzaron los desmanes. Por poner sólo un ejemplo, cinco oficiales entraron en la Casa de Misericordia, exigiendo la entrega de 100 onzas de oro. Después de largo regateo se conformaron con 10 onzas y 20 arrobas de plata. Como propina cogieron a la más bonita de las jóvenes asiladas y se la llevaron a Sebastiani para su “desfogue” de aquella noche. Eso sí, a la mañana siguiente fue devuelta a su casa de acogida.
En esta ocasión los franceses sólo permanecieron en Murcia tres días, pues el día 26 volvieron a Granada. Los saqueos, las violaciones, los expolios, los incendios…, ocuparon la mayor parte del tiempo de aquellos energúmenos. Con todo lo robado cubrieron las primitivas exigencias, porque además, los almacenes, pósitos y hasta los pequeños comercios fueron vaciados de sus mercancías. Los animales de corral y los ganados fueron objeto de una “especial atención”.
En agosto, después de deshacer algunas partidas de guerrilleros en Andalucía, Sebastiani subió a Toledo participando en la batalla de Almonacid en la que obtuvo un resonado triunfo sobre las tropas españolas. Como militar era brillante, pero implacable con el enemigo.
Con toda seguridad, también Alcantarilla sufriría la furia de los franceses además de sacar  rédito de su estancia, ya que estaba considerada como villa rica. Es muy probable que fuese en esta “visita” cuando destruyeron todos los archivos de la Inquisición cuyo aniquilamiento era objetivo prioritario del gobierno de José I13.


Segunda estancia de los franceses en nuestra villa

La segunda llegada de las tropas francesas fue el 25 de enero de 1812. En esos días, el general Suchet hace capitular a Blake conquistando Valencia, y llegan hasta Murcia tropas francesas, mandadas por el general Jean de Dieu Soult (nombrado Comandante en jefe el 17 de enero de 1808), procedentes de Andalucía y hostigadas por fuerzas inglesas mandadas por Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington.
Era el general Soult un buen estratega, pero tal intrigante que hasta a José I14 le creó problemas desde su cargo de jefe supremo de las fuerzas francesas en España. Hasta tal punto que Napoleón llegó a separarlo del puesto enviándolo a luchar a la zona del Rhin. De todas formas, del fracaso de las fuerzas francesas en España, su falta de efectividad y sus innumerables bajas, no se podía responsabilizar a Soult, así que el Emperador le restituyó de nuevo a su puesto, en el que siguió hasta el fracaso final de la empresa.
Ante la presencia inmediata de las tropas francesas los miembros de la Junta Suprema Provincial salieron precavidamente para Alicante donde se asentaron de una manera provisional. De nuevo la ciudad estaba indefensa. En mayo de 1808 habían pedido un préstamo para rearmarse sin ser atendidos por la Junta Suprema Nacional. Su “espantada” fue aprovechada por el francés que, en su proclama, invitó a los murcianos a unirse a su causa, en la que se verían protegidos siempre como amigos, en contraposición con la cobarde actitud de las autoridades españolas. Eso sí, siempre que contribuyeran a la causa con una fuerte suma y abundante suministro. Un impuesto que podríamos llamar, en términos actuales, “revolucionario”, y para cuyo pago se daba un plazo máximo de 24 horas.
La tropa, como venía siendo costumbre, había acampado en Alcantarilla, hasta donde las exigencias que se habían tenido en Murcia se extendieron igualmente: alimentos para sí y el ganado sin olvidar una cantidad en metálico acorde con la riqueza de la villa15.
Como Alcantarilla era un pequeño pueblo al que tenían perfectamente dominado, pues lo habían registrado casa por casa, suponían que se plegarían con facilidad a sus exigencias. Lo que pasó fue que los alcantarilleros, escarmentados de la anterior estancia de las tropas napoleónicas habían tomado sus precauciones en cuanto se supo que los franceses se acercaban desde Andalucía.
Todo cuanto de valor consideraron en peligro fue llevado a la zona del Acueducto de los Arcos del Reguerón, que estaba detrás del actual polígono industrial y que era una zona cenagosa que para ser atravesada precisaba de conocer los únicos caminos accesibles. Allí llevaron grano, ganado, animales de corral y cuanto consideraron un riesgo, posiblemente incluso alguna imagen, ornamentos de iglesia y piezas sagradas.
No se conformaron los invasores y recurrieron a los frailes Mínimos que tenían un hermoso convento con iglesia y una gran extensión regada que ha sido llamada hasta hace poco como “Huerto de los Frailes”16. Con toda seguridad les robarían cuanto pudieran y además los tomaron como intermediarios, quizá como rehenes, para conseguir cuanto querían de la población. Llamaron los frailes a los hacendados y personas relevantes para exponerles la situación. Sin embargo, tenían noticias de que las fuerzas anglo-españolas, con las que tenían contacto, venían desde Andalucía, así que confiaron en dar largas a su exigencia a la espera de acontecimientos favorables.
Los franceses respondieron imponiendo la Ley Marcial y el Toque de Queda, manteniendo el pueblo fuertemente vigilado para descubrir donde pudiera haber alimentos escondidos y vigilar los movimientos sospechosos. Miembros del ejército, en parejas, patrullaban permanentemente las calles del pueblo, que entonces no eran muchas, con orden expresa de irrumpir en las casas sospechosas de tener alimentos, animales o cualquier cosa que pudiera serles de interés17.
Como no podía ser menos, en estos asaltos a las viviendas de Alcantarilla, si había alguna chiquilla (o, porqué no, señora) de buen ver, era sacada como rehén y puede suponerse lo que hacían con ellas.
  


           Enfrente de la Posada del Sol, que nosotros conocimos como Posada del Tío Viruta, había un caserón que hacía esquina y era aledaño de la Posada del Águila. En ese caserón hubo una botica a finales del siglo XIX. A finales de los años sesenta se instaló allí el Banco Exterior de España. Pues bien, en ese caserón se reunían los más significativos miembros de la sociedad local a estudiar la situación y decidir las medidas a tomar.
Por su parte los franceses no estaban inactivos y decidieron, como una medida que moviera al pueblo a ceder a sus demandas, el quemar los archivos municipales, los libros capitulares y todos los documentos, en el caso de que no recibieran lo exigido.
El ayuntamiento había sido ocupado como Cuartel General de las fuerzas francesas, por lo que la Corporación con su alcalde a la cabeza, se trasladó a un edificio de la Calle Mayor situado junto a la actual farmacia de Menárguez, en el que permaneció el ayuntamiento largo tiempo a causa de los destrozos que los franceses llevaron a cabo en el edificio municipal. Este edificio acabó posteriormente siendo propiedad de José Garrido (al que conocíamos como Pepe el Sastre) y en sus bajos estuvo la Caja de Ahorros Provincial, luego Cajamurcia, ya con una nueva construcción.
Los franceses vieron que en el edificio que ocupaban existía una ingente cantidad de documentos que, lógicamente, no había podido ser trasladada al otro edificio por los alcantarilleros dado su volumen y su precipitada salida. Pronto comprendieron los franceses que ahí estaba toda la historia del pueblo y que eso era algo que debía de ser muy estimado por sus habitantes. Resulta evidente que cuando decidieron emplear el archivo municipal como pieza de extorsión era porque éste contenía gran cantidad de documentos y que estos eran de indudable interés. Entendieron que la sola amenaza de la destrucción de ese archivo sumiría en tal dolor a la localidad que –así lo creyeron–, para evitar su destrucción accederían a todo lo que se les había exigido.
Necesitaban escenificar la amenaza, y así procedieron a amontonar toda la documentación. En 30 carretones18 son llevados y apilados los legajos y demás documentos desde el ayuntamiento hasta la puerta de la Iglesia de San Pedro. Mientras tanto, los Jueces Protectores con súplicas y promesas hacen ímprobos esfuerzos para salvar lo que puede llamarse el alma del pueblo. Pedir ayuda a Murcia era una pérdida de tiempo ya que estaba sumida en parecidos problemas.
Una vez amontonados los documentos, se colocó a su lado una lámpara como testimonio de voluntad y se pasó calle por calle un pregón que fue leído a caballo y en el que se avisaba de la inminente quema, en el caso de que no entregaran los víveres exigidos.
Los alcantarilleros, en un esfuerzo supremo, trajeron algunos alimentos de los alrededores, pero a los “gabachos” no debió de parecer suficiente, de modo que prendieron fuego a la pira19.
Al volcar la lámpara, las llamas se extendieron con celeridad haciendo pasto inmediato del papel y el cuero. Un olor acre y amargo como la angustia de los alcantarilleros se extendió por todo el pueblo y mientras, un negro humo subió hasta los cielos en aquel frío día de enero de 1812.
A muchas leguas a la redonda se contemplaba con estupor y espanto.
Ese día se perdió la memoria de Alcantarilla, mientras, sus habitantes lloraban con lágrimas muy amargas. Pero las pavesas impregnadas de historia, de penas, de alegrías, de decisiones acertadas y erróneas, de la memoria de tantos y tantos hechos, al caer sobre las casas, los huertos y las propias cabezas de los alcantarilleros removieron sus entrañas llenándoles de odio y sed de venganza.
Simultáneamente con estos acontecimientos, en Murcia las cosas no se resolvían al gusto de los franceses. El general de La Carrera entra en la ciudad inesperadamente procedente de Elche. Las tropas francesas que había en la capital no eran muchas (el grueso estaba acampado en Alcantarilla) pero sí muy preparadas y recibieron a las tropas españolas cargando sobre ellas. No conocían éstas las calles de Murcia, de modo que en la intrincada zona del centro20 no les fue difícil a los franceses dividirlos hasta dejar solo al general que, rodeado de enemigos, resistió matando hasta ser alcanzado de un disparo. Murió heroicamente en la Calle de San Nicolás, donde una placa rememora el hecho. Cuando sus oficiales le advertían del gran riesgo de la maniobra que pretendía les gritó: “si la acción es temeraria moriremos temerariamente”. Así sucedió, y tras matar con su espada a varios franceses, se negó a rendirse, muriendo al grito de ¡Viva Fernando VII!
De todas formas el signo de la guerra estaba en 1812 cambiando y llegan noticias de que tropas anglo-españolas se aproximaban. Es por ello que se da la orden de levantar el campamento y volver hacia Andalucía. Después de todo, las principales plazas de la provincia habían sido salvaje y fructíferamente saqueadas: Águilas, Lorca, Caravaca, Cehegín, Jumilla, Yecla, Mula, Alhama, el Valle de Ricote y por supuesto Alcantarilla. Los franceses se retiran con un buen botín… pero no todo fueron éxitos. Las bajas no fueron pocas y además fueron muchos los desaparecidos.


La venganza alcantarillera

Cuando en tiempos de Isabel II se construye la gran red de los ferrocarriles en España, al hacer la línea Madrid-Cartagena, para atender al personal que tendía el tramo próximo a Alcantarilla, se adquirió el compromiso de proveer a los cerca de 2.000 obreros que ahí trabajaban, entre otras cosa, de agua. En nuestro pueblo rara era la casa que no tenía pozo o aljibe, pero era tanta la cantidad de agua que se precisaba que, a pesar de su abundancia, algunos de estos quedaron secos.
Entre los varios que quedaron exhaustos encontramos el de la fábrica de aceite que fue del padre de D. José Jara García21. Al acabarse el agua, en el fondo, empezaron a aparecer botones, correajes, hebillas y jirones de uniforme que pronto se identificaron como franceses. Aunque en el año 1823 estuvieron en España los ejércitos del Conde de Angulema (los llamados cien mil hijos de San Luis), pronto se aclaró el enigma del verdadero origen de lo que aparecía. Al fin, alguno de los más ancianos, supervivientes de los que vivieron en su juventud la invasión francesa, se decidieron a contar lo sucedido. Después de todo había pasado demasiado tiempo para poder exigir responsabilidades.
La reunión de la noche en la que se tomaron las terribles decisiones no sería olvidada fácilmente por sus protagonistas. Teniendo en cuenta la oscuridad de la noche de enero, la segura falta de iluminación y el conocimiento del terreno, no debió ser difícil deslizarse por las calles y llegar al caserón de la Calle Mayor. La reunión nocturna de las fuerzas vivas llegadas con sigilo en la oscuridad de la noche no debió ser muy pacífica. Las voces de los que de siempre proponían una actuación prudente para no exacerbar los ánimos de los ocupantes, si las hubieron, no debieron  ser oídas con demasiado entusiasmo22. Había que decidir una actuación contundente… ¡y así se hizo! Debían tomar la justicia por sus manos vengando todos los desmanes que las tropas de ocupación estaban perpetrando. No era sólo la destrucción del archivo, era una respuesta al saqueo, a los atropellos y a los salvajes y repugnantes actos de violencia entre los que sobresalían las violaciones de las jóvenes, doncellas y casadas23.
Había que eliminar a cuantos franceses se pudiera, juramentándose en que se actuaría de una manera individual, manteniendo en riguroso secreto quién y cómo actuaba. Así se cumplió al pie de la letra, pues hubieron de pasar más de diez lustros para que se reconstruyeran los hechos. Cuando la mayoría de los protagonistas habían desaparecido.
Las noticias que se conocían por los arrieros y quizá por palomas mensajeras (en Alcantarilla desde antiguo hubo gran afición a la colombicultura) eran esperanzadoras: La Grande Armèe, que con 200.000 hombres había venido al mando del mismísimo Napoleón a reforzar las tropas que ya había en España, ya no contaban las batallas por victorias. Las tropas anglolusoespañolas  conseguían desalojar a las francesas de puestos clave y les producían cuantiosas pérdidas.
El acuerdo de aquella noche de finales de enero de 1812 fue contundente: había que deshacerse de cuantos más franceses mejor. No era sólo venganza. Alcantarilla quería contribuir a la derrota del francés.
Teniendo en cuenta el poco tiempo que permanecieron en Alcantarilla es imposible que pudieran eliminar a demasiados, pues sólo dispusieron de dos o tres días… quizá uno desde que se tomó la determinación. De todas formas lo que es seguro es que alguno fue alcanzado por la ira de los habitantes del pueblo que actuaron con suma crueldad.
Aquella misma noche, sin una preparación especial, provistos de algún arma, de valor y decisión, varios alcantarilleros salieron de sus casas sin comentar nada con sus familiares.
Conocedores de los vericuetos y aprovechando la oscuridad, consiguieron alcanzar a alguna de las parejas de franceses que patrullaban. Con rapidez y contundencia les atacaron con armas blancas (seguramente facas) para no alarmar con ruidos delatores. Tendrían que actuar de una manera muy certera. Siguiendo lo decidido, una vez muertos, se les decapitaba para evitar su identificación. Es de suponer que taparían los charcos de sangre con tierra (las calles no estaban empedradas) y así hacer creer que la desaparición era debida a la deserción24.
La Iglesia de San Pedro25 tenía un cementerio anejo como todas las parroquias26. Este cementerio llamado el Rosario por entonces, se usaba para dar sepultura a los pobres de solemnidad. Había losas que pesaban de 25 a 30 kilos. La iglesia tenía unos corredores subterráneos llenos de vericuetos en los que se almacenaron algunas de esas losas provenientes de los enterramientos que por falta de espacio se exhumaban para dar sepultura a los últimos fallecidos.
Estas losas, o fracciones de ellas, se aprovecharon para atarlas a los franceses sacrificados antes de arrojarlos a algunos pozos.
Los cadáveres decapitados y atados a las pesadas losas cayeron golpeando las paredes del pozo elegido, arrojándose a continuación cal viva. La razón era doble, por un lado para ayudar a la rápida descomposición de los cuerpos, pero también, para inutilizarlos para su uso como agua potable. Uno de esos pozos fue el de la fábrica de jabones antes citada en la calle de La Cuesta que se surtía de agua de la cequeta.
Fue tal el sigilo con el que se hicieron las muertes que ni los familiares de los intervinientes llegaron a conocer detalles aunque pudieran sospechar algo. Pasado el tiempo, es posible que los pozos o aljibes volvieran a usarse o quizá sólo cuando la demanda fue extrema (como el caso de los obreros de la construcción del ferrocarril). El caso es que ese fue el motivo de descubrir este hecho histórico.
De esta cruel forma, los alcantarilleros eliminaron a algunos pocos franceses colaborando de una manera anónima en la guerra y vengando los desmanes de los que habían sido objeto.
Estos desconocidos se sumaron, sin que conozcamos sus nombres, al general González Llamas, al alcantarillero José Jara García, al médico general Palarea, a los 6.554 voluntarios murcianos que defendieron Zaragoza, a los miembros de la Cruzada Murciana de sacerdotes, a los componentes del Regimiento de Voluntarios Honrados y tantos murcianos que inscribieron con sus hechos gloriosos páginas imborrables de la historia de nuestra patria durante la Guerra de la Independencia.


Post scriptum

Este trabajo es sólo una trascripción. A cuatro personas se debe realmente: a Fulgencio Saura Mira y Salvador Frutos Hidalgo que tanto saben de Alcantarilla; a Juan Álvarez que guardaba en su corazón y transmitía cuanto conocía de nuestra historia; y a Ángel Luis Riquelme Manzanera que me ha aportado su amplio e intenso banco de datos personal y la versión de lo que a él le contó Juanito el Barbero. A ellos todos los méritos. A mí los de amanuense.

Este es un artículo aumentado del que en su día fue publicado en la revista “Cangilón”.



1 En los primeros treinta años del siglo XIX las antiguas colonias ya no se conformaban con ser consideradas provincias de ultramar sino que aspiraban a la independencia total que fueron consiguiendo ininterrumpidamente. Desde 1811 a 1830 fueron independizándose la mayoría de los territorios: Panamá, Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Méjico, Nicaragua, Perú, Bolivia, República Dominicana, Uruguay y Venezuela; haciéndose independientes con más o menos dificultad, a veces tras sangrientas batallas.

2 El importante cuerpo de ejército puesto bajo las órdenes del Marqués de la Romana fue, tras engaño y presión, obligado a jurar obediencia a José I, lo que hicieron bajo la condición de que en España se hubiese aceptado su reinado. Después de la encerrona que les tendió el rey de Dinamarca, fueron obligados a luchar con las fuerzas napoleónicas en la campaña de Rusia. Tras la batalla de Borodino, con victoria francesa, el grupo de ejército español se pasó con armas y bagaje a los rusos con los que lucharon valientemente hasta su disolución y vuelta a España de los supervivientes.

3 Después de acaloradas controversias en relación de la idoneidad del lugar escogido para construir el pantano, quedó al fin terminada la obra, pero los peores augurios se cumplieron al reventar la presa llevándose por delante más de 40.000 árboles arrancados de cuajo, anegar 900 fanegas de tierra, destruir 1.800 casas, y lo que es peor, segar 608 vidas, si no fueron algunas más como se sospechó. Entre los numerosos muertos estaba el mismísimo constructor del pantano que acudió en su coche de caballos a inspeccionar la catástrofe y aterrado y desesperado se lanzó con él a las embravecidas aguas.

4 Al endémico tifus, al paludismo y demás enfermedades corrientes por entonces en Murcia hubo de añadírsele, en pocos años, dos graves epidemias de fiebre amarilla, enfermedad vírica que producía graves hemorragias y no pocas veces la muerte; una epidemia de peste; y el terrible fantasma del hambre.

5 El hijo del posadero, cuñado de Napoleón, triunfador en Egipto y Gran Mariscal de Francia, esperaba ser nombrado rey de España y quería hacer méritos.

6 El asesinato de algunos franceses fue respondido de una manera implacable, cruel e indiscriminada por Murat, lo que enfureció a Napoleón, pero se aprovechó, culpando a la familia real de los desmanes, lo que ellos mismos admitían, responsabilizando a la parte contraria (padre a hijo, hijo a padre).

7 González Llamas entró victorioso en Madrid el 5 de septiembre.

8 El antiguo seminarista había tenido un gran protagonismo en la batalla de Marengo aunque al final de sus días coqueteó con Napoleón y los borbones.

9 La calle llamada de Mula era en realidad el camino que llevaba a ese pueblo cuando no existía la estación del ferrocarril que ahora la tapona. Con el camino de Granada se bifurcaba en lo que se llamó el Fielato por haberse ubicado allí una de esas oficinas impositivas de tránsito (la oficina central estaba en un estanco sito en la Calle Mayor). A la entrada del pueblo había un ensanche con un pozo público cuya agua se utilizaba beber y abrevar caballerías. El pozo ha quedado incluido dentro de los límites de Industrias Hero.

10 Era Juanito el Barbero una persona de gran sensibilidad como la mayoría de los aficionados a la música. Empezó tocando la trompeta, pero pasando por diversos instrumentos de viento terminó con instrumentos de teclado llegando a un alto grado de perfección. Gran amante de Alcantarilla, a pesar de no haber nacido en ella, tenía una insaciable curiosidad por su historia. Parece que cuando terminaba su jornada en la barbería (tenía una en su propia casa de la Calle del Val) cuidaba a una señora, la viuda de D. Santos, que llegó a una longeva edad y en cuya casa conoció los detalles que narro y que esa señora había conocido de su abuelo y éste del suyo como historias trasmitidas de protagonistas de los hechos. Mi conocimiento no es directo sino a través de mi amigo Ángel Riquelme al que Juan visitaba con frecuencia y contaba con detalle la gran aventura de los franceses en Alcantarilla.

11 Cuando un par de años después se reorganizó el ejército español, se crearon cuatro Cuerpos de Ejército que fueron el de Cataluña, con el General Copos y 16.000 hombres; el de Murcia, con el General Elío y 20.000 hombres; el de Andalucía, mandado por el Duque de Parma y el de reserva de Cádiz, bajo el mando del General O´Donell. Con gran disgusto del generalato se nombró Jefe Supremo a Arthur Wellesley que discutía con Castaños la más conveniente composición de los regimientos: 8 compañías de 150 hombres o 12 de 100. De cualquier forma, 1.200 hombres.

12 De Alcantarilla salían diversos caminos. El que a través de Lorca y Baza llegaba hasta Granada, llamado Camino Real de Andalucía. El Camino de Cartagena arrancaba de la que llamamos calle de ese nombre. El que a través de Mula llegaba a Caravaca y Moratalla originó la actual Calle de Ramón y Cajal. El que llegaba a La Mancha pasando por Alguazas, Molina y Cieza. Los que llegaban a Murcia a través de la huerta (por La Ñora o por Ninduermas) y por ella a Alicante y levante. Otro camino comunicaba con Andalucía alta (Puebla de Don Fadrique) además de otros de menor recorrido: Camino de las Gamuzas, Camino de La Voz Negra, Camino de La Barca, Cuesta del Río, Camino de Los Puentes, Camino del Malecón y por supuesto el viejo Camino de Los Romanos. Era pues Alcantarilla un importante nudo de comunicaciones imprescindible para poder tomar una rápida determinación estratégica.

13 Algunas de las medidas políticas y administrativas que tomaron los franceses, como podría ser la misma eliminación de la Inquisición, merecieron la aprobación de una importante parte de la población, no sólo de los llamados “afrancesados”. Pero cuando Wellington desembarcó en La Coruña en julio de 1808 dijo que “no existía en el país un partido francés ni hombre que se atreviera a mostrarse como amigo de los franceses”. El propio José I se quejaba a su hermano: “Nadie me quiere, por mucho que lo intente; nadie reconoce mi esfuerzo ni lo mucho que hacemos por ellos”. Y la verdad es que en comparación con Fernando VII hay que reconocer que era una verdadera maravilla… aunque francés. Pero los abusos, los crímenes y los robos, los desprestigiaban ante el pueblo, partidario o no de su política y filosofía.

14 Cuando Napoleón abandonó España por la declaración de guerra de Austria dejó de nuevo al mando de la Grande Armèe (200.000 hombres) a Soult.

15 En el año 1848, más de treinta y cinco años después, según la Inspección y la Junta Pericial, la riqueza de Alcantarilla se estimaba en 295.000 reales de vellón. Cantidad bastante considerable para la época y la zona.

16 El Huerto ocupaba una gran extensión, desde lo que ahora es el Desvío hasta la estación del ferrocarril, quedando dentro de sus límites el lugar de enterramiento de los alcantarilleros a partir de 1812, ya que el que había adjunto a la iglesia de la Parroquia de San Pedro había que desenterrar para hacer hueco.

17 Soult era especialista en apropiarse de obras de arte y de una manera especial, pintura. Si en Alcantarilla hubiese existido alguna habría estado en evidente peligro. Es sabido que cuando se retiró a Francia se llevó consigo pinturas de Velázquez, Zurbarán y otros importantes artistas. Algunos de esos cuadros volverían a España por gestión de Francisco Franco ante su amigo el General Petain, a la sazón Presidente de la República Francesa no ocupada (¿?) con capital en Vichí.

18 Es imposible calcular el número de documentos. Según la tradición, se trataba de carretones grandes y por lo tanto puede estimarse en un total de entre 7 y 8 metros cúbicos. Miles, muchas decenas de miles de documentos fueron destruidos.

19 Los franceses parecen ser proclives a estos desmanes. A mediados del siglo XX, puede decirse que ayer, la empresa Peñarroya, dueña de las minas de El Centenillo en Jaén, cerró la empresa, y antes de irse amontonaron en la plaza toda la documentación (que arrancaba de mediados del siglo XVII), planos, actas de inspecciones y consejos de administración, fotografías, planes de laboreo… y lo quemaron todo no antes de volar las bocas de los pozos y galerías, algunas de las cuales se empezaron a construir en la época romana.

20 La zona de la Platería y Plaza de San Nicolás y San Bartolomé fueron testigos de la gesta del heroico militar.

21 La apasionante historia de este ilustre alcantarillero (antepasado de Jara Carrillo) ha sido estudiada con intensidad por mi amigo D. Ángel Riquelme. Vendió Jara, que tenía a la sazón 30 años, cuanto poseía para financiar un grupo guerrillero que se puso a disposición de Fernando VII cuando este se reintegró al trono. Tuvo una vida llena de vicisitudes a los que le llevó su rectitud de carácter y que merece capítulo aparte. Invito a leer el trabajo de nuestro amigo. Y en lo que respecta al solar de la fábrica, pasó con el tiempo a fábrica de jabones de Pagán, después refinería de aceite de Juan Antonio López Martínez y al final fábrica de conservas de Miguel Cascales.

22 En la primera fase de la ocupación francesa, y aún antes, algunos españoles, y desde luego también murcianos, en sus reuniones y tertulias comentaban con admiración los logros que gracias a la Revolución Francesa llegaban a algunas naciones. Las logias masónicas encabezaban estos movimientos. Para llegar al logro de esas cotas de libertad y cultura todos los medios parecían lícitos; incluso la ocupación por el ejército francés.

23 Nueve meses después algunas mujeres de Alcantarilla parieron hijos de franceses como demostración de la afrenta sufrida por el pueblo.

24 A partir de la mitad de la guerra no eran infrecuentes las deserciones. De una manera especial de los españoles que luchaban en el ejército francés, enrolados a la fuerza para evitar ser pasados por las armas después de haber caído prisioneros; se les daba a elegir, o la muerte o luchar con los enemigos. Estaban deseando desertar aunque siempre fueron tratados como traidores: “josefinos”.

25 La iglesia tenía poco más de cien años de antigüedad en esos momentos y ya se le habían presentado problemas de estructura en las bóvedas. Los enterramientos ocupaban tanto las criptas como el suelo colindante por la parte sur.

26 Precisamente una de las correctas disposiciones que José I dictó fue, por higiene, la de sacar los cementerios de las iglesias y llevarlos a las afueras de los pueblos.