Durante más de cien años ha existido
en Murcia una recalcitrante discusión sobre el grado de implicación y de las consecuencias
que tuvo, o pudo tener, la ocupación romana con respecto a establecimientos de
poblaciones, y sobre todo con respecto al aprovechamiento para regadíos de las
aguas de los ríos Segura y Guadalentín. Y posiblemente esta situación se haya
producido ante la evidente ausencia de restos arqueológicos de entidad correspondientes
a época romana en la vega del Segura, así como el hecho de que la propia
capital, Murcia, fuese fundada por orden de persona conocida y en una fecha
concreta, muy posterior a esa época de romanización.
Parece estar fuera de toda duda que
en el valle no existió ningún asentamiento romano de entidad fuera de los
posibles puestos o campamentos militares y de dos enclaves perimetrales que sí
parece que alcanzaron un cierto grado de ocupación romana de alguna
importancia, sin que posiblemente podamos llegar a hablar de verdaderas
ciudades. Estas zonas son las de Algezares-La Alberca y la de Espinardo-Cabezo
de Torres-Monteagudo, por las que además discurrían sendas calzadas que unían
Elche con Lorca, Mazarrón y Begastri.
Ahora bien, no parece creíble que
Roma, que tantas y costosas obras de infraestructuras realizó, y a veces para
lograr objetivos de escasa importancia, dejara pasar por alto el
aprovechamiento de las aguas de un río como el Segura, que si bien presentaba un
valle central de almarjales, con una topografía complicada por las avenidas
dentro de su lecho, sí tenía en cambio unas amplias costeras norte y sur de
tierras fértiles, de suaves pendientes, y perfectamente aptas para su
utilización como suelo de producción agrícola de la que tan necesitada estaba
la poblada y cercana zona de Cartagena-Mazarrón.
A la detección de centuriaciones en
las citadas zonas de Cabezo de Torres y Algezares hay que añadir las detectadas
en la zona de Alcantarilla, lo que necesariamente implica, junto a la lógica
más aplastante, que en estas zonas, aparte de las pequeñas agrupaciones urbanas
ya mencionadas, tuvieron que existir las clásicas villas romanas ligadas a
explotaciones agrícolas.
A pesar de ser tan conocida, no está
de más el reproducir, una vez más, la descripción que en el siglo XVIII realiza
el canónigo Juan Lozano Santa sobre la zona de Alcantarilla:
“La
Buznegra contigua a la citada Alcantarilla, hoy reducida a señorío de cuarenta
casas y una granja, posesión de la acendrada Casa de Rocamora, ofrece monedas
romanas, barros de Sagunto y otras antigüedades con abundancia. Entre las
monedas descubiertas en la Buznegra sólo han llegado algunas a mi mano, y son
romanas, tanto del bajo como del alto imperio.
He
visto además fragmentos de pared bien antiguos y dispersos. Su plaza tiene
cuajado el suelo de barro saguntino; las reliquias y pedazos de ese barro son
finos hasta lo último. Después de una lluvia el suelo brilla con la
reverberación de tantos espejuelos, según informa el Vicario. Traje conmigo
algunos de estos casquillos delicadamente bruñidos. Por el ocaso de esta aldea,
como por el de la villa de Alcantarilla, población de cinco mil habitantes,
corre la calzada romana con total rectitud y bien conservada. La sencillez de
aquellos buenos labradores dice que por este camino se iba a Roma en lo
antiguo. Este es el Camino Romano que parte de Cartagena para Archena, busca
las inmediaciones de Caudete y Alpera corriendo a Setabi, o San Felipe, que
parece su término. Vanamente se buscaría en el itinerario de Antonino.
La
Alcantarilla, casi unida a la Buznegra, nos ha rendido iguales testimonios. Es
lugar nuevo, según el nombre, como también Buznegra. Pero aún que sus
denominaciones sean arábigas, los vestigios del suelo deciden por lo romano.
En
efecto, desde Alcantarilla o Cantariella hasta el Puente de las Ovejas sobre el
Segura, que hace su norte, y de quien dista sobre un cuarto de legua, todo es
población romana. Los colladitos de su intermedio, plantío de olivos y vides,
señalan la ciudad arruinada que yace bajo estas prominencias, las cuales se ven
salpicadas de tejos, ladrillos y cascos de vasijas, no obstante de ser labrado
frecuentemente el terreno. Barro saguntino esparcido y derramado se halla aquí,
de cuya especie traje conmigo algunos cascos.
En
el mismo intermedio, no lejos del Javalí, cedió la tierra a la reja de un
arado, hace como dos años, ante una hermosa y bien conservada ánfora romana. Es
angosta y de cinco palmos de longitud, sobre tres dedos, y con su punta larga
por remate”.
Los “colladitos” de los que habla
Lozano no eran otra cosa que las estribaciones del Cabezo Verde y del Cabezo
del Ángel, desde el actual Javalí Nuevo hasta la hoy Plaza de San Francisco en
Alcantarilla, y que desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX
fueron sistemáticamente allanados para plantaciones agrícolas; y en los cuales,
efectivamente, se encontraban ladrillos, cerámica, monedas, vasijas, ruedas de
molinos y numerosa mampostería hasta hace pocos años. Todavía hoy en día es
posible encontrar por toda esta zona pequeños restos de cerámica romana en las
parcelas de cultivo a pesar de haber sido tantas veces labradas y allanadas.
Por lo tanto, está fuera de duda que
esta zona de Alcantarilla tuvo una ocupación romana de carácter agrícola basada
en dos factores o lugares: el amplio valle del Guadalentín, del cual se
pudieron captar aguas mediante boqueras; y el más caudaloso Río Segura que no
permitía este tipo de captación de aguas dada su menor pendiente y el
estrangulamiento topográfico a la entrada del valle (actual zona del azud).
Se tuvo que presentar entonces el
problema de cómo abastecer de agua a las tierras fértiles de las dos costeras
del valle, y ello solamente era posible mediante una captación de las aguas del
Segura a una cota suficiente para que permitiera llegar a las aguas a ambas
zonas del valle mediante la aplicación de la pendiente aproximada y
característica del 2‰ utilizada por los ingenieros romanos.
Y sobre esta cuestión nos aparece la
descripción del egipcio al-Himyari, que en el siglo XV, siguiendo a geógrafos
árabes más antiguos como al-Udri del siglo XI y a al-Edrisi, dice:
“En la parte derecha (del río) construyeron los antiguos un canal que sale
del río en las proximidades de Qantarat Askaba (Alcantarilla) con un primer tramo excavado en la montaña
con una longitud de una milla (1.437 metros) y ese canal es el que riega la parte sur de Murcia. En la parte
izquierda se construyó otro canal bajo la montaña de una longitud de unas dos
millas (2.874 metros) con el que se
riega la parte norte de Murcia”.
Al-Himyari dice además que “todos los regadíos abastecidos desde el río
de Murcia se derivan de estos dos canales, exceptuando los que se benefician de
agua elevada mediante ruedas hidráulicas o de tracción animal. Entre el lugar
de estas dos perforaciones y Murcia hay 6 millas”. Si medimos en línea
recta la distancia señalada por al-Himyari nos arroja la cifra de 8 km al
centro de Murcia, es decir, 5´6 millas. Naturalmente al-Himyari habla en
presente ya que sus escritos son copia, como ya se ha dicho, de autores muy
anteriores.
Los primeros años tras la invasión
árabe no fueron precisamente de normalidad entre los invasores, más bien todo
lo contrario, y los enfrentamientos sin cuartel (tal y como actualmente ocurre
en Arabia) entre mudaríes, instalados en la costera norte y yemeníes,
instalados en la costera sur, desde luego no propiciaban el mejor escenario
para poder embarcarse en obras de infraestructuras de regadío ni de cualquier
otro tipo; simplemente siguieron utilizando todo lo ya existente y que había
sido construido por los romanos casi mil años antes, hasta que Abderramán II y
su hijo Muhammad o Mohamed I lograron imponer una etapa de normalidad que
supuso la creación, no sólo de la ciudad de Murcia, sino de acequias y nuevas
tierras regables a partir de la segunda mitad del siglo IX para continuar
durante todo el siglo X, por lo que tanto anteriormente como posteriormente a
esa etapa, los árabes seguirían sirviéndose, en las citadas zonas de Monteagudo
al norte, Algezares (¿Ello?) al sur, y Alcantarilla en el trayecto, de los ya
centenarios canales descritos por sus propios geógrafos como “construidos por los antiguos”.
Todo esto es algo que desde siempre
ha sido de sobra conocido por historiadores e investigadores, por lo que no se
comprende el que alguno de ellos no intentase localizar las entradas de estos
túneles y conformarse con copiar una y otra vez, con mayor o menor acierto, lo
ya publicado por otros con anterioridad. Hay que tener en cuenta que la
constatación de la existencia de esos túneles (al menos el de la margen derecha,
que es el que nos interesa) acabaría de una vez con la centenaria y vana
discusión sobre el origen romano o árabe de la huerta de Murcia.
La boca del túnel existente en el
azud se encuentra en el punto exacto en el que la curvatura del cauce del río
favorece la entrada de agua en el mismo de forma tangencial, que sería ayudada
por la presencia de una presa que sirviera para estabilizar el nivel con
independencia de las subidas y bajadas de las aguas.
Foto Google Maps con la ubicación del túnel en forma
tangencial al curso del río
Boca del túnel con paredes revestidas de mortero de cal
(CascalesLópez 12/1998)
Parece que ningún historiador
conocía la entrada de ese túnel, pero muchos la conocíamos desde pequeños, y si
solamente nos pudimos adentrar por él unas decenas de metros era porque el
conducto se hallaba obstruido a causa de aluviones de un ramblizo que discurría
sobre él y que con el tiempo había llegado a provocar una oquedad por la que se
introducían los arrastres. Una vez se intentó quitar el obstáculo, pero
enfocando con las linternas por la parte superior, se apreciaba que la cantidad
de escombros sobrepasaban las posibilidades de 'trabajo' de que se disponía.
Solamente se desenterró el esqueleto de un gran perro.
Plano publicado en el libro “Topografía y evolución
urbana de
Alcantarilla” en el año 2000
Por lo tanto, hace veinte años que
por primera vez se hizo público el hecho de que uno de los canales (el que
afecta a Alcantarilla), descrito por los geógrafos árabes desde el siglo XI,
podía pasar por el lugar en el que en la actualidad se encuentra el acueducto
medieval sobre la Rambla de Las Zorreras conocido como Los Arcos, y que ese
canal habría podido dar regadío a la zona de Alcantarilla comprendida por
debajo de su nivel topográfico (e incluso en niveles superiores mediante el uso
de artes hidráulicas), debiendo corresponder ese canal con el trazado de la hoy
conocida como acequia de El Turbedal.
[Llegados
a este punto, con mucho pesar del que esto suscribe, pero ante la necesidad de
desmentir y desenmascarar a quienes publican falsedades en esas llamadas “redes
sociales”autodenominándose
“historiadores”, y que precisamente hace poco tiempo, a pesar de conocer sobradamente todo lo anteriormente publicado
sobre el túnel del azud, y diciendo que siguen esos 'indicios', resulta que ahora 'han descubierto' el túnel al que
ellos llaman 'La Alquibla' (cuando en
realidad esa acequia se hizo mil años después), manifestando, entre otras
lindezas, que 'tras varios intentos y con
la ayuda del arqueólogo (eso 'viste' mucho) Juan Antonio Rodríguez localizamos(podían haberme preguntado dónde estaba, digo yo) el nacimiento de esta longeva acequia de prácticamente hace 1.000 años (esa
'acequia' resulta que tiene 2.000 años). Fue
un auténtico placer redescubrir y
ver esta 'lumbrera vieja' (¿qué?). Fue
un gran descubrimiento para nuestra historia'.
Tanta
idiotez, ignorancia y cursilería no serían merecedoras de la más mínima
atención si no fuese por el daño que se hace a personas de buena fe, e incluso
por los apoyos que les llegan a otorgar entidades públicas y privadas. Y lo que
aquí se relata es sólo un simple ejemplo de su trayectoria.
Y para
terminar, necesariamente, y con sumo desagrado, porque no es de esa clase el
que esto suscribe, pero los hechos a veces te obligan, se reproducen a
continuación unas pocas frases contenidas en una larga carta que un gran historiador
medievalista de Murcia tuvo la deferencia de enviar al que esto suscribe tras
la publicación del libro “Topografía y
evolución…” en el año 2000: “Un
trabajo espléndido, extenso y denso (…) un estudio en profundidad que bien
puede clasificarse de decisivo (…) cartografía, planos y fotografías ayudan
mucho al mejor conocimiento de cuanto expone con precisión y seguridad”.
Don Juan Torres Fontes a Pedro L. Cascales López. 23-11-2001]
Don Juan Torres Fontes, que tanto se
interesaba por Alcantarilla y que tanto ayudó al amigo Salvador Frutos Hidalgo
en la redacción de su libro “El Señorío
de Alcantarilla” en el año 1973, estudió una serie de documentos de finales
del siglo XIV en los que existen unas frases, que a primera vista pueden
resultar enigmáticas, como que “los
herederos de El Turbedal sólo riegan cuando éste viene crecido”, o “esta acequia solamente lleva agua cuando el
río viene crecido”, y estos hechos se fueron repitiendo de manera
esporádica hasta los inicios del siglo XVI.
Es decir, había un heredamiento que
solamente regaba de El Turbedal cuando este llevaba agua. Cuando a éste “le
entraba el agua”. En caso contrario no podía regarse. Entonces, si ese canal no
gozaba de un curso de agua constante, ¿para qué hacerlo? La respuesta no puede
ser otra que la presa o azud, que en su día construyeron los romanos, ya estaba
casi o totalmente destruida, por lo que para que el agua pudiese alcanzar la
cota de entrada al túnel dependía únicamente de que el Segura subiese su nivel,
es decir, que existiesen avenidas importantes.
Toma de las aguas del túnel y situación de la hipotética
presa o azud romana
Porque todos sabemos que El Turbedal
“nace” unos metros antes de la actual noria, por lo que esa acequia depende de
la acequia Mayor de La Alquibla y su caudal no tenía motivos para venir o dejar
de venir crecido, y menos depender del caudal del río. Ahora bien, ¿y si eso no
era antes así?, ¿y si durante un tiempo ambas acequias fueron independientes?
Esa hipótesis explicaría los datos contenidos en la documentación encontrada
por Torres Fontes; y algo más importante, que la descripción de al-Himyari
sobre los túneles del azud nos llevaría directamente a considerar que la
acequia de El Turbedal era el canal o acequia a cielo abierto que era la
continuación del túnel que partía desde el río y que llevaba sus aguas hasta la
zona de Algezares-La Alberca pasando antes por el espacio de la actual Alcantarilla.
Esta acequia de El Turbedal tiene además un trazado rectilíneo que no coincide
con los sinuosos trazados de las acequias árabes, coincidiendo además sus
medidas con las del túnel del azud.
En el año 1994, con motivo de las
obras de entubamiento de la acequia Mayor, se realizaron unos estudios
arqueológicos de urgencia en el acueducto sobre la Rambla de Las Zorreras a
cargo del profesor D. Manuel López Campuzano que concluyeron con certificar el
origen medieval de las estructuras estudiadas. Esto es algo sobre lo que desde
luego no puede existir duda alguna. Ahora bien, este estudio no pudo ser todo lo
exhaustivo que hubiese sido deseable, y así, el profesor D. Antonio González
Blanco detectó bajo la obra medieval restos de estructuras de otro acueducto
más antiguo que no pudo ser excavado ni estudiado.
Además, la propia obra medieval
presenta incógnitas sobre las que no incidimos ahora porque ya fueron
publicadas en 2016 y a ello nos remitimos, en cuanto a que todo parece indicar
que ese acueducto medieval contenía dos canales: uno para la Alquibla y otro,
en cota superior, para otro canal cuyas dimensiones coinciden exactamente con
las del túnel del azud, siendo ambos cauces unidos en una época indeterminada.
Sección del acueducto según datos del profesor López
Campuzano.
Se aprecia la existencia de dos acueductos diferentes
para diferentes
acequias así como un tercero, posiblemente para desviar
las aguas
en caso de roturas. Se aprecia igualmente que debería
haber existido
un muro de separación entre ambas acequias que tuvo que
ser derruido.
La sección del llamado acueducto de El Turbedal coincide
con la sección
del túnel de el azud
Fotografía de la Alquibla sobre el acueducto de Los
Arcos.
A la izquierda aparece una plataforma a mayor altura que
la solera
de la acequia y que además no tiene continuidad una vez
sobrepasado el acueducto (CascalesLópez 8/1968)
Seguían pues apareciendo sólidos
indicios que confirmaban lo dicho por los geógrafos árabes, y en el año 2001,
un año después de publicar el supuesto trazado del túnel, se iban a iniciar
unas obras en la que fue fábrica de conservas de Gambín, en Javalí Nuevo,
término de Alcantarilla, por lo que este autor le advirtió a su promotor y
amigo José Javier Gambín Murcia que se observase en la cimentación de la obra
si aparecía algo anormal, ya que según los cálculos realizados, el túnel del
azud debía pasar por esa zona y a una profundidad que oscilaría entre los 6 y
los 8 metros.
Pues bien, “milagrosamente”, porque
así hay que considerarlo, uno de los estrechos sondeos geotécnicos realizados
en el solar el día 25-4-2001 detectó “una oquedad” entre los 5´70 y los 7´25
metros, es decir, de 1´55 metros de altura. La misma altura que tiene el túnel
del azud.
Hojas del estudio geotécnico en los terrenos de la
antigua fábrica
de conservas de Gambín
Teníamos la entrada en el azud,
teníamos los indicios aportados por el profesor González Blanco en el
acueducto, y ahora teníamos también un punto exacto, coincidente en planta y en
sección, en el que estaba probado que existía una “oquedad”. Y uniendo la base
de esa oquedad con la base o solera del túnel del azud nos daba una pendiente
del 2´4‰, y si continuábamos esa pendiente hasta el acueducto nos conducía
exactamente a la solera de mayor altura de ese acueducto. Y esa pendiente
estaba dentro del margen habitual utilizado por los técnicos romanos.
Sección del trazado general del túnel
El demostrar de forma definitiva la
existencia de ese túnel y canal romano pasaba por localizar, entre el punto del
sondeo geotécnico y el acueducto, una serie de puntos en que se detectara bien
el túnel o bien restos de un canal.
De localizar esos puntos, y efectuar
la oportuna excavación, quedaría probada la existencia de ese canal construido
por los romanos que abastecería de agua a la zona de Algezares-La Alberca y
desde luego a la zona de Alcantarilla, siendo además esta zona de Alcantarilla
la que tuvo que recibir las aguas en primer lugar, dado que el canal de la
margen izquierda era más largo y más lento de construir, tanto por la longitud
del túnel como por la necesidad de salvar con acueductos las diferentes ramblas
y ramblizos de la costera norte, por lo que podría afirmarse que en
Alcantarilla, con riego de un canal llamado hoy Turbedal, nació la Huerta de
Murcia, y ello unos 1000 años antes de que los árabes iniciaran su propia red
de acequias.
Ahora bien, los terrenos sobre los
cuales había que intentar buscar indicios sobre el paso del canal eran suelos
de minifundio en plena producción de agrios y generalmente cercados, por lo que
no era posible el realizar ningún tipo de búsqueda.
Pero pasaron los años, y los que
eran cuidados huertos pasaron a ser tierras abandonadas cubiertas de maleza,
por lo que ya parecía posible el intentar localizar algún indicio del paso del
túnel y/o el canal. Para ello se había unido con una línea recta el punto del
sondeo geotécnico con el acueducto de Los Arcos, y se recurrió a un sistema
rápido, sin costes y no agresivo para ninguna propiedad como es la radiestesia.
Así, el día 7-4-2019 el experto radiestesista y amigo Ramón Castejón Sánchez,
al que en ningún momento se le dijo qué se buscaba, detectó una serie de
anomalías a lo largo de la línea que se le indicó que siguiera, aunque esas
anomalías no coincidían todas ellas exactamente con la línea recta que unía la
oquedad detectada en el sondeo geotécnico con el acueducto, llegando a existir
una variación máxima de 12 metros en una de ellas.
En cada detección invertía el
sentido de la búsqueda y así se encontraba con que la anomalía que detectaba
tenía aproximadamente 1,50 metros de anchura en cada punto analizado, señalando
además la profundidad a que se encontraba, coincidiendo esa profundidad con la
calculada previamente en una sección realizada en la que se consideraba que el
canal discurría de forma recta, algo que él ignoraba.
El radiestesista o zahorí Ramón Castejón Sánchez marcando
los
puntos en los que detectó anomalías en el subsuelo
Con estos datos fue posible trazar
sobre plano el presumible canal romano, que presenta una suave curva antes de
encarar la zona del acueducto de Los Arcos, así como una sección de ese trazado
que permite conocer en cada punto la profundidad a la que supuestamente debe
encontrarse, y también conocer los tramos correspondientes de canal a cielo
abierto y de túnel.
Trazado del canal
Sección del trazado del canal
Existían datos más que suficientes
para poder considerar que nos encontrábamos ante el canal romano descrito por
los árabes, pero hacía falta una prueba final que era el obtener datos, en
cualquiera de los puntos detectados, de que por ahí había discurrido un canal
de agua.
Ello habría sido posible realizando
una simple cata del suelo en la zona de canal abierto a fin de no afectar de
ninguna manera a la estructura del posible túnel, pero las gestiones personales
realizadas en Patrimonio fueron absolutamente inútiles y descorazonadoras. No
interesaba el tema.
Pero ese tema sí que resultaba de
una gran importancia, no solamente para Alcantarilla, sino también para la
historia de la huerta de Murcia, porque probaría su origen romano, por lo que
se recurrió al Ayuntamiento de Alcantarilla, en la persona de su alcalde
Joaquín Buendía Gómez, a fin de poder efectuar una cata del terreno fuera de la
zona en que pudiese existir túnel a fin de no dañar posibles estructuras y en
un lugar en el que durante centenares de años ya había sido allanado y
cultivado por los propietarios de las tierras. Se consideraba que a pesar de
esos allanamientos y cultivos, si había existido por la zona el paso de una
acequia o canal, los estratos del suelo lo delatarían. Y cualquier cata que se
hiciese de ninguna manera podía afectar a yacimiento arqueológico alguno,
porque entre otros motivos, no estaba probada su existencia.
Trazado del túnel, del canal y el lugar de la cata
Si en esa cata se encontraba algún
tipo de estrato que probara ese supuesto, ya existiría base para ponerlo en
conocimiento de Patrimonio a los efectos que fuesen oportunos, mientras que si
no se encontraba rastro alguno, el asunto tendría que ser archivado a esperar
tiempos mejores. Pero aún así, se tenía la plena convicción de que el canal
romano pasaba por ahí, y que Alcantarilla había sido el inicio de la huerta de
Murcia.
El apoyo de la alcaldía fue total, y
tanto las concejalías de Cultura como la de Patrimonio, así como las gestiones
del jefe del Servicio de Obras con el propietario de los terrenos, que no
fueron fáciles, permitió que el día 26-11-2019 una retroexcavadora pudiese
buscar en el punto señalado, en el que, a un máximo de profundidad de 2.50
metros, deberían hallarse restos sedimentarios de un paso de aguas.
El alcalde Joaquín Buendía Gómez con Pedro L. Cascales
López
preparando la marcación del punto para iniciar la
exploración
(Foto: A. Franco. Ayuntamiento de Alcantarilla)
Tras avanzar unos metros de margen
sobre la marca realizada en el suelo, en donde deberían aparecer los rastros
sedimentarios, la pala, que hasta ese momento solamente había extraído arcillas,
comenzó a “arañar” un suelo arenoso de granulometría gruesa y blanquecina, mezclado
con pequeños cantos rodados propios de un cauce fluvial, que abarcaba sobre
metro y medio de anchura por unos 5-10 centímetros de altura según las zonas, y
todo ello exactamente a la profundidad de 2,50 metros prevista. Claramente nos
encontrábamos ante la solera de un paso de aguas que desde luego solamente
podía proceder del Río Segura. Pero no solamente aparecían estos sedimentos, sino
que entre el metro y los dos metros y medio de profundidad aparecían abundantes
restos de mortero de cal con cantos rodados similares a los existentes en la
boca del túnel del azud, a la vez que la capa de arcillas existente sobre esa
capa de arena presentaba una compactación menor que la de los laterales y una
mayor disgregación en terrones una vez sacada a la superficie, lo que probaba
su menor cohesión y grado de humedad.
Momento en que la pala detecta un suelo de arena gruesa y
blanquecina
mezclada con pequeños cantos rodados (Foto: A. Franco.
Ayuntamiento de Alcantarilla)
Sección de la zanja con indicación de la anchura del
canal,
los dos tipos de arcillas y la arena extraída junto a
pequeños cantos rodados (CascalesLópez)
Estrato de sedimento de arena gruesa blanquecina con
cantos rodados
con una anchura media de 1,50 metros y una altura de 5-10
cm. (CascalesLópez)
Restos de mortero de cal y cantos rodados aparecidos en
la cata
realizada (CascalesLópez)
A todos los indicios y pruebas
aportados a lo largo de este escrito se aporta ahora el que se considera
definitivo, y es que en el punto que se había marcado y a la profundidad que
también se había calculado, ha aparecido un claro sedimento de arena de río y
cantos rodados que solamente pueden proceder de un curso de agua fluvial, es
incompatible con el tipo de sedimentos que le rodean, y su anchura, de 1.50
metros, coincide con la anchura del túnel existente en el azud, por lo que no
es aventurado el asegurar que los geógrafos árabes no mentían y que los romanos
construyeron un túnel que desembocaba en una canal, actual acequia de El Turbedal, que llevaba el agua hasta
Algezares regando primero las tierras de Alcantarilla, la primera huerta de
Murcia.
Es
de desear que Patrimonio proceda a desenterrar el túnel, que pueda
cartografiarse, y que de esa forma quede definitivamente probado todo lo que en
este escrito se ha expuesto. No es un simple hallazgo, es algo fundamental para
la historia de Murcia.
“Era la última superviviente
de una especie y ha sido asesinada por una banda de delincuentes sin
escrúpulos” (publicado por los medios informativos ante la
extinción de una especie protegida)
En
memoria y reconocimiento de todos los que lucharon y trabajaron, dedicando
desinteresadamente mucho de su tiempo y su dinero, para que el Museo de la
Huerta tuviese una aceña; y un recuerdo especial para el maestro aceñero
Cayetano González Vicente y su familia.
1 - Acuarela del pintor Andrés Navarro basada en una
fotografía correspondiente
a la aceña que existía junto al Puente de Don Pedro, en
el cruce de la carretera de
Puebla de Soto con la de La Ñora, y cuyos restos se
adjuntan fotográficamente más adelante.
Pertenece a la colección de 46 cuadros encargados por
Pedro L. Cascales López
a Andrés Navarro y actualmente depositados en el Archivo
Histórico Municipal. Año 1983.
Fotografía original de Fotocolor no localizable en la
actualidad
Índice
1. Apunte
breve sobre la historia de la aceña
2. Funcionamiento
de una aceña
3. Aceñas
de alcantarilla
4. El
fin de las aceñas
5. Solicitud
para hacer una aceña
6. La
construcción
7. La
Inauguración
8. El
estado actual
9. ¿Cómo
ha sido posible?
10. Anexo
1. Arte o aceña metálica
11. Anexo
2. Aceñas del campo con arcaduces
1.APUNTE
BREVE SOBRE LA HISTORIA DE LA ACEÑA
No
es objeto de estas escasas líneas profundizar sobre el origen de las aceñas; ya
lo han hecho y publicado a lo largo del tiempo quienes podían y estaban
preparados para hacerlo; pero sí hay que incidir que a nivel de Murcia existe
un trabajo monográfico realizado en el año 1981 por María Elena Montaner Salas
titulado “Norias, aceñas, artes y ceñiles
en las vegas murcianas del Segura y Campo de Cartagena” que resulta muy
ilustrativo, completo, y con una abundante bibliografía, no solamente sobre las
aceñas, sino también, como su título indica, sobre otras artes de riego.
Parece
oportuno apuntar que ha sido habitual en Murcia el hacer protagonistas a los
árabes de cualquier cosa cuyo origen se desconocía, desde un pedazo de tiesto
hasta cualquier resto de obra; y esto mismo parece que ocurre con la aceña,
cuyo origen árabe siempre ha estado en boca de todos, cuando esto es algo que
no está de ninguna manera probado, más bien lo contrario; todos los datos
existentes aportan que la aceña es de origen mesopotámico, muy anterior al nacimiento
del Islam, y fuera de las zonas de influencia árabes, y su gran difusión por la
huerta de Murcia fue más bien en época cristiana tardía que en el período
musulmán, aunque muy posiblemente, sí que pudiera haber ocurrido, que la
primera aceña de las instaladas en la huerta lo fuese a causa de la llegada de
los árabes, y sería de arcaduces de barro o de cuero, no de cangilones de
madera.
Quién
pueda aclarar la duda que lo haga, pero por lo pronto esto no nos afecta para
tratar sobre nuestro tema particular, que es la aceña de la Huerta de Murcia –y
en concreto la que se construyó para el Museo de la Huerta–, aunque sí hay que
hacer una salvedad: el modelo de aceña usado en esta huerta, a base de cajones
de madera, sí es característico de Murcia, ya que el fundamento original de la
aceña, como se ha dicho, era a base de recipientes o cangilones de barro o
pellejos de cuero llamados arcaduces.
También
hay que tener en cuenta que dentro de España el concepto de aceña tiene
diferentes acepciones, considerándose en algunos lugares como cualquier obra o
contención de cauce ligado a una noria. En Murcia es aceña aquella maquina
hidráulica de sangre o de tiro; “ceña”, en el lenguaje popular.
De
todos los autores murcianos que han tratado el tema de las aceñas, quizás sea
Pedro Díaz Cassou, por su estrecha vinculación a la huerta de Murcia, el que
mejor conocía los detalles singulares de estas máquinas hidráulicas de la
huerta, y así, en su publicación “Ordenanzas
y costumbres de la Huerta de Murcia” de 1889, en el Capítulo Décimoquinto, “De las ceñas”, describe perfectamente
lo que significa la aceña para la huerta y para el huertano. Dice así:
“La misma clase de máquina
que en tiempo de Herodoto, elevaba el agua del Eufrates á los maravillosos
jardines babilónicos, es la que, después de 2.500 años, usan algunos huertanos
de Murcia para regar sus hortalizas. Todos conocen 'el arte', la ceña ó noria
que llevaron los árabes á donde quiera se establecieron, y que con leves
modificaciones sigue siendo la misma en Oriente que en el M. de Francia y en
España. Sencilla, como es en agricultura todo lo verdaderamente útil, fácil de
componer sobre el terreno por el agricultor mismo ó por modestos artífices
rurales, y sobre todo barata, en balde será que el mecánico denuncie la pérdida
de fuerza que resulta de que eleve el agua á mayor altura que la de la
superficie regable, lo tosco de los engranajes que aumenta los rozamientos, el
gran número de aquellos, y su fácil desgaste; en vano será también que la
ciencia demuestre la pérdida de dos terceras partes del esfuerzo que se emplea
en tan primitivo aparato, la 'noria árabe' será como el 'arado de Noé', una de
las máquinas agrícolas que más duren todavía, como es hoy de las que más han
durado. Ceña, 'çeniya' entre los árabes es rueda hidráulica, cualquiera que sea
su objeto; entre los berberiscos, la significación se concreta á rueda para
regar juntamente con el pozo á que se aplica; y dentro de esta acepción
limitada, todavía se comprende la de 'ceña' propiamente dicha, ó sea rueda que
lleva los arcaduces en sí misma, consistentes en cajones de madera que forman
su circunferencia, y la de 'noria' en la que los arcaduces de cuero, barro ó
hierro son sostenidos y elevados por una cuerda sin fin, que mueve la rueda del
agua. Las ceñas ordinarias de la huerta de Murcia son las de 14 palmos, y
cuestan unas 300 pesetas; las norias de 30 palmos, que son las ordinarias,
valen unas 1.000: me refiero á los artes de madera fabricados en el país mismo,
y no comprendo el gasto de perforación del pozo, ni la obra consiguiente”.
Las
Ordenanzas de la Huerta del año 1849 fueron las primeras que trataron de poner
orden en el funcionamiento e instalación de aceñas. Transcribimos a
continuación el contenido de los artículos 155 al 159 del Capítulo 15 “De las ceñas”.
“Art. 155. En los cauces de
aguas vivas, interin no se realice nuevo reparto y distribucion de las aguas,
continuarán las ceñas que tengan la autorizacion competente de este
Ayuntamiento, y las demas que aun cuando no aparezca su concesion se hallen
establecidas sin interrupcion por mas de veinte años, y no hayan sido
contrariadas formalmente por los heredamientos respectivos.
Art. 156. En el término de
dos meses despues de la publicacion de estas Ordenanzas se presentarán al
Ayuntamiento los titulos o justificaciones de que habla el artículo anterior
para su toma de razon.
Art. 157. Las ceñas que no
lleven mas de veinte años en la forma referida, y las que no se hubieren
presentado en el término de dos meses para su toma de razon, serán destruidas
desde luego por sus dueños, ó de oficio en su caso á costa de los mismos y con
la multa de quinientos rs.
Art. 158. Las ceñas que
hayan de subsistir y continuar por la toma de razon, han de cumplir sin escusa,
ni tergiversacion ninguna las reglas siguientes: 1.ª El portillo del cauce por
donde toman el agua se ha de construir de piedra o ladrillo y solera de piedra.
2.ª En cada uno de estos portillos se ha de colocar bien ajustado un tablacho
con candado. 3.ª Solamente podrán utilizarse del artefacto en las horas de
riego que correspondan al dueño de la ceña por el número de tahullas que
tuviere con riego de aquel cauce.
Art. 159. Cualquiera que
dejare de observar alguna de las reglas anteriormente señaladas pagará la multa
de cinco á quince duros por la primera y segunda vez, y si reincidiese la
tercera, será denunciada la ceña como dañosa y perjudicial para el heredamiento
en que está situada, quedando suspendido su uso desde aquel acto”.
Las
aceñas de la huerta de Murcia estaban repartidas espacialmente en su mayor
número en las acequias del Turbedal y la Daba hasta El Palmar (casi la mitad de
la totalidad de las existentes), Era Alta, Los Garres, Beniaján, Santomera,
Llano de Brujas, Monteagudo, Los Dolores y La Arboleja. Es decir, casi todas
ubicadas en los primitivos límites de la huerta, en donde no existía el riego a
portillo debido a las diferencias de nivel del terreno, y que por lo tanto era
necesaria la elevación de las aguas. Y por ello, tanto Alcantarilla como las pedanías
colindantes de Nonduermas y Era Alta en su parte de poniente, acapararon el
mayor número de aceñas.
2.FUNCIONAMIENTO
DE UNA ACEÑA
La aceña es una máquina hidráulica
con un sencillo y a la vez delicado funcionamiento; y el que se produjese una
rotura o un funcionamiento defectuoso en ella era mucho más fácil que lo
contrario, pudiendo significar graves problemas si seperdía la tanda de riego, de ahí la
importancia de la existencia de maestros ceñeros que siempre estaban
disponibles para acudir a solucionar problemas, porque la tanda de riego era
sagrada, y sujeta, muchas veces, a duros enfrentamientos personales.
Básicamente, la aceña consta de dos
partes principales: la “contrarrueda” y la “rueda del agua”, también llamada
noria, aunque menos utilizado este nombre en la huerta de Murcia.
Estas dos ruedas se encuentran
colocadas, una en sentido horizontal: la “contrarrueda”; y otra en sentido
vertical: la “rueda del agua”. Y ambas están ligadas por un engranaje de pequeños
maderos llamados “puntos”. Al conjunto de todos ellos se le llama “puntería”.
El movimiento horizontal de la “contrarrueda”,
accionado por una caballería, imprime a su vez un movimiento rotatorio vertical
a la “rueda del agua” que, compuesta de “cangilones” o “cajones”, eleva el
agua. La altura de elevación depende del diámetro de la “rueda del agua”, lo
normal está sobre el metro cincuenta o los dos metros. El giro de la aceña
puede ser en un sentido o en otro, depende de cómo vayan colocadas las “boquillas”.
La aceña del Museo giraba en el sentido de las agujas del reloj, es decir,
visto desde arriba, hacia la derecha.
2 - Esquema básico del funcionamiento de una aceña
3 - Dibujo de alzado de una aceña con una rueda de agua
de 12
cajones y 6 cruces según investigaciones propias y datos
suministrados
por Antonio Martínez Carrillo “El Pelera” en el año 1977
4 - Sección de la aceña y de la rueda del agua
5 - Planta de la aceña
6 - Detalle de los cajones y del anclaje de las cruces al
mástil
En lugares con mayores pendientes,
como ocurre en Alcantarilla, en el límite con Javalí Nuevo, era normal el
instalar aceña y contraceña, es decir, una primera aceña elevaba el agua y la
enviaba a otra aceña situada más arriba; y en algunos casos, como aquí, llegaba
a existir un tercera aceña que elevaba el agua de las dos anteriores, por lo
que en total, se podía llegar a elevar el agua unos seis metros.
Otra zona de Alcantarilla que era
regada gracias a las contraceñas era el entorno hacia poniente del Camino de la
Voz Negra, tomando el agua de la cequeta.
Así, toda la huerta situada entre
los límites de Javalí Nuevo, acequia de Barreras, ferrocarril y Rambla de las
Zorreras, pasó a ser de secano a regadío gracias a las contraceñas. Hoy las
tierras están abandonadas.
7 - Sistema de elevación de agua combinado entre la aceña
y la contraceña
8 - Plano catastral del año 1923 con la ubicación del
ejemplo más característico
del riego con contraceña: las aceñas del Cura, junto a
Javalí Nuevo
9 - Aceña del Cura, junto al límite municipal con Javalí
Nuevo, y su sistema de
primera contraceña o la de “enmedio”, y su segunda contraceña
o tercera aceña.
Al final, la combinación de las tres aceñas elevaba el
agua unos seis metros,
y podía regarse, gracias a ello, una gran extensión de
tierras. Foto aérea de Julio
Ruiz de Alda en el año 1929
10 - Área regable, desde Javalí Nuevo hasta el Convento,
y desde el ferrocarril
hasta el Camino Viejo del Javalí o de Los Arcos, gracias
a las aceñas y
contraceñas. Foto aérea del día 1-8-1946 realizada por el
Ejército Norteamericano
3.ACEÑAS
DE ALCANTARILLA
Proporcionalmente, en Alcantarilla
existieron más aceñas que en el resto de la huerta como consecuencia de que
aquí, como cabecera de esa huerta, existían unos desniveles de terreno mayores
que en el resto de la vega. Cuando en el año 1451 el Cabildo pide instalar una
noria porque el riego se hace trabajosamente con “algaydonales”, no nombra las
aceñas, ya que en realidad perseguía lo que ha sido habitual desde que Alfonso
X repartiera la huerta: extender más y más los regadíos, incluso invadiendo los
sotos o lechos del río y trayendo con ello las devastadoras inundaciones,
tanto las producidas por el Segura como las del Guadalentín; pero anteriormente
las aceñas ya existían, y hay suficientes pruebas documentales de ello.
Además, en Alcantarilla, ocurría
algo singular que tuvo una incidencia directa en que a lo largo de los siglos
XVI al XVIII se incrementara el número de aceñas: El Río Guadalentín
desembocaba en el Segura junto a la primitiva población de Alcantarilla, pero
desde una fecha incierta, casi con toda seguridad, tras la reconquista
cristiana, se comenzaron a hacer diferentes obras de trenques y malecones para
desviar el curso de ese río hacia levante, ocupando las tierras de su antiguo cauce
para darles un uso agrícola (Puede verse http://www.plcascales.com/topografia-y-evolucion-urbana-de-alcantarilla/, páginas 32 a 37 y plano de
la página 70). La inmediata consecuencia de ello fue que el Guadalentín, ante el
hecho de encontrarse con su cauce obstruido, inundaba las tierras de regadío situadas
entre las acequias del Turbedal y la Daba, haciendo subir el nivel del suelo
lentamente por el arrastre de sedimentos. Así, tierras que desde un principio
se habían estado regando por rafa o portillo, llegó un momento en que ese tipo
de riego ya no era posible, por lo que la solicitud para la construcción de
aceñas en esa zona se incrementó notablemente.
11 - Plano convencional en el que se señalan los
sucesivos desvíos de que fue objeto el cauce
del Río Guadalentín, desde su primitiva afluencia junto a
la aldea de Alcantarilla hasta el
siglo XVIII en que se construyó el canal del Reguerón
Al final, en los inicios del siglo
XX existían en Alcantarilla unas 43 aceñas, distribuidas por acequias de la
siguiente manera: acequia de Barreras, 12; acequia del Turbedal, 10; acequia de
la Daba, 10 y cequeta de la noria o acequia de Alcantarilla, 11. De estas 43
aceñas, 9 eran contraceñas, es decir, aceñas que recibían el agua elevada desde
otra aceña, para a su vez enviarla a otra o bien, utilizarla ya directamente para
el riego.
Todas tenían sus nombres: Cura,
Ladrillar, Frailes, Romero, Rincón, Noros, Aullones, Placeta, Pacunes, Félix el
Gorrillo, Maximiano Soto, Fábrica, Florentino, Llorens, Martín, Huerto,
Pelliceres, Perico del Cabezo, Jardín, Maquinista, Romano, Pujantes, Abaranero,
Cascales, Malecón, Vázquez, Nanos, Herrero, Riquelme, Román, Pata, etc.
A todo esto tenemos que añadir, ya
bien entrado el siglo, la aparición de “el arte” o pequeñas aceñas metálicas, que
estaban ubicadas en el Cabezo del Agua Salada, junto al Molino de La
Providencia, y junto al Camino de la Voz Negra, sin que pueda darse con
exactitud su número y situación –debieron de ser como máximo cuatro–, con la
excepción del arte instalado en el citado Cabezo del Agua Salada que sí se
conoce su emplazamiento exacto y además existe documentación gráfica de ello.
Del catastro de rústica del año
1923, en unos momentos de máxima expansión del riego con aceñas, podemos
obtener los siguientes datos (en hectáreas-áreas-centiáreas):
Hortalizas
con riego a portillo 11-65-01
Hortalizas
y moreral con riego a portillo 05-40-59
Naranjos
con riego a portillo 03-89-32
Higueras
con riego a portillo 03-55-18
Frutales
con riego a portillo 04-71-11
29-21-21
Hortalizas
con riego de 1ª aceña 58-92-96
Hortalizas
y moreral con riego de 1ª aceña 16-31-64
Naranjos
con riego de 1ª aceña 10-39-32
Higueras
con riego de 1ª aceña 11-21-36
Frutales
con riego de 1ª aceña 15-27-66
112-12-94
Hortalizas
con riego de 2ª aceña 01-40-79
Naranjos
con riego de 2ª aceña 03-77-01
Higueras
con riego de 2ª aceña 02-28-45
Frutales
con riego de 2ª aceña 04-57-87
12-04-12
Hortalizas
con riego de 3ª aceña 00-83-86
Naranjos
con riego de 3ª aceña 00-43-98
Higueras
con riego de 3ª aceña 00-25-44
Frutales
con riego de 3ª aceña 00-67-45
02-20-73
Hortalizas
con riego de rueda 17-77-88
Hortalizas
y moreral con riego de rueda 08-40-48
Naranjos
con riego de rueda 01-54-20
Higueras
con riego de rueda 05-87-70
Frutales
con riego de rueda 09-25-39
42-85-65
Hortalizas
con riego de agua comprada 04-56-44
Hortalizas
y moreral riego agua comprada 00-08-40
Naranjos
con riego de agua comprada 00-74-23
Higueras
con riego de agua comprada 00-40-75
Frutales
con riego de agua comprada 08-07-74
Olivos
con riego de agua comprada 00-26-50
14-14-06
Es
decir, que mientras el riego a portillo, con agua procedente de brazales o
acequias, incluyendo la noria, por el sistema tradicional de riego a
portillo era de 862.092 m2, el riego con aceñas era de 1.263.779 m2.
Los números son suficientemente elocuentes para probar la importancia que este
sencillo y modesto artilugio tuvo para la economía y la vida de los habitantes
de Alcantarilla.
12 – Distribución de aceñas dentro del término municipal
de Alcantarilla
4.EL
FIN DE LAS ACEÑAS
La llegada de los motores de gasoil
supuso a mediados de los años 50 una paulatina desaparición de las aceñas. Y
para hacernos una somera idea de lo que las aceñas significaban, basta con
saber que la inmensa mayoría de los habitantes de Alcantarilla a finales del
siglo XIX vivían de los productos de la huerta; y el surgimiento de las
industrias de la madera y posteriormente las de la conserva, no significó el que
las tierras se abandonasen. El que siempre había sido huertano, él y sus hijos,
compaginaron el trabajo en las nuevas industrias con el mantenimiento de sus
parcelas de huerta, tanto para vender sus productos, como para el abastecimiento
de toda la familia.
13 – Fotograma de la película “Jardines de Murcia” de 1935.
Puede
apreciarse la “tosquedad” y la tantas veces reparada
aceña. Filmoteca Regional
14 – Juan Cánovas Orcajada “posa” junto a lo que ya en
esos momentos,
19-2-1967, comenzaba a considerarse como algo muy próximo
a desaparecer.
Aceña de la Daba, frente al Museo de la Huerta. Parece la
misma aceña
de la imagen anterior
14a - Realizada la publicación, María Ballesta, hija de Francisco Ballesta
"El Veneno", hace llegar esta fotografía de su padre y buen amigo del
que esto suscribe, al Archivo Histórico Municipal de Alcantarilla - 7-10-2019
La
huerta ha desaparecido ahora, de cuarenta años para acá, y ello se ha debido a
diversos factores de tipo social, económico y de modos de vida, que se han
presentado imparables y sin retorno. Han sido estas nuevas generaciones las que,
arrastradas y obligadas por esos nuevos factores, han tenido que renunciar al
cultivo de sus fraccionadas parcelas de huerta tal y como venían haciendo sus
antepasados desde centenares de años atrás. Es la marcha de la vida y contra
eso no se puede hacer nada. Estamos ante un cambio de los tiempos y de las
formas de vida.
15 – Pedro de Sampedro, “Perico el del Cabezo”, posa en
un montaje fotográfico
para una tarjeta postal ante una aceña que ya hacía años
que había dejado de
funcionar. Era la situada frente al Museo de la Huerta.
Sin embargo, el autor de la
fotografía dice que la aceña estaba “en el Museo de la
Huerta”, lo que prueba, una vez más,
la importancia de la aceña para el Museo. Parece la misma
aceña de las imágenes anteriores
16 – Últimos restos de una de las últimas aceñas. Contrarrueda.
A la derecha,
la carretera de “la pólvora”. Enero 1974. Cascales López.
Esta aceña es
la representada en la figura nº 1 según fotografía no
localizable y que también
apareció en el diario Línea.
Ver figuras nº 25 y 26
17 – Las cruces y el árbol
18 – El árbol con la escopladura para el tiro
19 – Base del árbol con el borrón
20 – Punto de la contrarrueda sujeto con el tarugo
21 – Esta misma aceña fue objeto de un dibujo de Manuel
Muñoz Barberán. A la
Izquierda se aprecia el edificio todavía existente.
Reproducido por J. J. Franco
Manzano en su libro “Memoria histórica de Puebla de Soto”
5.SOLICITUD
PARA HACER UNA ACEÑA
Era
intención de Diego Riquelme, de Mariano Ballester, de Saura Mira, y de muchas
de las personas que tanto contribuyeron desinteresadamente a la construcción
del Museo, el que en este existiese una aceña, porque no puede concebirse la
huerta de Murcia sin la decisiva aportación de las aceñas, y no puede
concebirse un Museo de la Huerta sin una aceña.
Con
la aceña era posible elevar el nivel de las aguas de las acequias para poder
regar tierras que de otra manera habrían quedado sin agua. Aproximadamente la
cuarta parte de la huerta nunca habría existido de no haberse utilizado las
aceñas para el regadío.
Se
hicieron diversas gestiones, se pensó en restaurar la aceña que estaba frente
al Museo, desvío por medio. No era factible, sobre todo por su ubicación. Se
pensó entonces encargar una nueva para integrarla dentro del recinto del Museo.
Pero los siempre presentes problemas económicos, aunque más que eso, el
latiguillo de dejarlo todo para mañana, dio lugar a que este proyecto, que
tenía que haberse llevado a cabo a principios de la década de los años setenta,
nunca se llevase a efecto, porque España se adentró en unos años de
incertidumbre política que no dejaba espacio para que un ayuntamiento se
pusiese a pensar en las aceñas.
En
la población de Alcantarilla, en donde todavía residían centenares de personas
que habían trabajado en la huerta y que habían podido regar gracias a las
aceñas –así como todos sus ascendientes– existía un palpable cariño y añoranza
de esas 'bastas' pero eficientes máquinas hidráulicas, y eran muchos los que se
preguntaban el porqué en el Museo no existía una. No se entendía.
Recuerdo
las conversaciones con muchos de ellos que contaban mil anécdotas de su vida en
la huerta y su relación con la aceña.
Antonio
Martínez Carrillo “El Pelera” llegó a describirme perfectamente las
características de la máquina, lo que junto a la toma de datos en los escasos
restos todavía existentes, permitió hacer unos planos de cómo era y cómo estaba
formada una aceña; en este caso, una aceña de 12 cajones y 18 palmos que
elevaba el agua unos 2,60 metros. Una aceña de tamaño más grande de lo habitual.
22 – Plano de la planta de una aceña hecho por el perito agrícola
Juan López García sobre papel vegetal en los años veinte
23 – Plano de una aceña realizado en el año 1978
Hasta
Juan Martínez Serre “el Rada o el Cohete”, cuando trasladó su exitoso bar de
“Los Cohetes Blancos” desde las calles Moreno y Moncada a la calle Mayor
esquina a la calle Palmera, aceptó sin dudar el ponerle a su nuevo bar el
nombre de “La Ceña”, encargándole al pintor Ángel Martínez un gran cuadro de
casi tres metros de longitud para colocarlo en el bar, y decorando toda la
vajilla del establecimiento con un pequeño dibujo que le realicé de una ceña.
24 – Cuadro realizado por el pintor alcantarillero Ángel
Martínez para el Bar “La Ceña”
por encargo de su propietario Juan Martínez Serre “El
Rada” en el año 1978.
Fotografía cedida por el actual propietario del cuadro
25-26 – Vajilla para el bar “La Ceña” encargada por Juan
Martínez Serre “El Rada”
27 – Juan Martínez Serre “El Rada”, o “El Cohete”, o el
de “Los Cohetes Blancos”
(por el Real Madrid), que puso el nombre de “La Ceña” a
su
nuevo bar en la Calle Mayor esquina a la Calle de La
Palmera
Por
fin los tiempos políticos se serenaron y parecía que había llegado el momento
de retomar el ya viejo asunto de construir una aceña en el Museo de la Huerta,
por lo que el día 15-10-1979 (seis meses justos después de entrar una nueva
Corporación) el que esto suscribe presentó una solicitud al ayuntamiento
pidiendo que se buscase a un maestro ceñero y que se construyese una, aunque
antes ya había convencido al entonces alcalde Francisco Zapata Conesa de que
era necesario hacerla. No me costó mucho, la verdad. Ya llevaba bastante tiempo
con el tema e incluso se había localizado en Javalí Nuevo al único maestro
ceñero que podía y estaba dispuesto a hacerla. Que no fue fácil.
La
Comisión Municipal Permanente lo aprobó en sesión del día 18-10-1979 y se me
notificó dicho acuerdo con fecha 29-10-1979.
28 – Solicitud para la construcción de una aceña realizada
por
Pedro L. Cascales López el día 15-10-1979
29 – Certificado del acuerdo municipal para construir una
aceña de
fecha 18-10-1979
30 – Notificación del acuerdo adoptado. 29-10-1979
Vídeo
nº 1.
Por aquellos días se hizo un vídeo (de muy mala calidad comparado con lo que
hay ahora; nadie sabía entonces lo que era un vídeo; y éste, entre grabadora y
cámara podía llegar a pesar unos 5 o 6 kilos) en el que se recorrieron algunos
de aquellos lugares en los que habían existido aceñas y ya solamente teníamos
casetas con motores. Aparecen las acequias con su plenitud de caudales,
flanqueadas por una vegetación que recuerda selvas tropicales; grandes olmos y
enormes higueras, rumores de aguas, espesos cañaverales, y una huerta que ya
empezaba a desaparecer. Dura 20m 30s (vídeos Cascales López).
31 – Vídeo nº 1 – 20m 30s
6.LA
CONSTRUCCIÓN
Aunque
el fundamento mecánico de la aceña es el mismo en todos los lugares del mundo en
los que este artefacto ha sido usado, su construcción presenta variaciones
tanto en cuanto a los criterios con los que se afrontan los problemas técnicos
como en cuanto a la calidad y perfección con la que se desarrolla el trabajo.
También dentro de la Península Ibérica existen variaciones entre modelos de
aceñas, siendo la diferencia más apreciable la existente entre la aceña de
cangilones y la aceña de arcaduces, que veremos más adelante.
Nosotros
nos vamos a ceñir a la aceña de la huerta de Murcia, sin duda la más trabajada,
robusta y estética de todas. Y mientras que las demás suelen presentar
acentuadas similitudes entre ellas, la aceña de la huerta de Murcia difiere de
todas ellas, se trata de un diseño sobre el cual puede decirse que es absolutamente
exclusivo de esta zona.
Y
esta es la aceña que el maestro Cayetano hizo para el Museo de la Huerta,
realizada en un tamaño que podemos considerar como habitual, ya que el diámetro
de la contrarrueda es de 10 palmos, que son equivalentes a 2,08976 metros
(medidos a centros de la puntería), siendo este diámetro de la contrarrueda
siempre constante en todas las aceñas. La realizada por Cayetano tiene un
diámetro medio de 2,04 metros de contrarrueda. Sin embargo, el diámetro de la
rueda del agua varía en cada aceña según profundidad, en este caso del Museo,
la rueda tiene un diámetro de 12 palmos (2,50 metros).
El
día 19-10-1979, hace 40 años, en compañía del corresponsal del diario “Línea”, el recordado amigo Fernando
Navarro, se le hizo al maestro Cayetano una entrevista que salió publicada el
siguiente día 27 del mismo mes. Este es un extracto de aquella conversación:
“Yo nací y siempre he vivido
en el Javalí Nuevo. Mi padre era maestro ceñero, lo mismo que mi abuelo, mi
bisabuelo y mi tatarabuelo, hasta donde yo sé. Comencé a trabajar sobre los 8
años ayudándole a mi padre en las ceñas. El trabajo era abundante, no faltaba;
recuerdo, nada más acabar la guerra, que cobrábamos 6.000 pesetas por una rueda
del agua, que era la parte de la ceña que más se estropeaba, ya que ceñas
enteras prácticamente no se hacían, lo que hacíamos mayormente era reparar las
que estaban funcionando. Sí le hicimos a los 'Pata' una entera y recuerdo que
le cobramos 20.000 pesetas, y esta fue la última que hicimos, era una que
estaba frente al Museo de la Huerta y con ella regaba Perico 'el del Cabezo'.
Mi padre y mi abuelo
hicieron muchas ceñas, y no solamente aquí en la huerta, sino también en
Molina, la Ribera y Las Torres, en donde había muchas. De hecho, estando mi
padre haciendo una ceña en Las Torres fue cuando conoció a mi madre y se
casaron.
Yo he trabajado con mi
padre; a mi abuelo lo he conocido pero no he trabajado con él, aunque lo he
visto trabajar. Mi abuelo dicen que era de una cabeza 'feliz', se bebía dos
vasiquios de vino, y como no comía, se chispaba enseguida; y cuanto más chispao
estaba, mejor le salían las ceñas. Eso lo cuentan; que yo no lo he visto.
Y mi padre en ceñero era lo
mejor que había. Pero ellos sólo hacían ceñas, en cambio yo hago de todo: riego
la huerta, hago cocinas, hago puertas y hago ventanas. Yo me dedicaría sólo a
hacer ceñas si pudiera ser, es un trabajo más duro pero más 'basto', cunde más.
En ceñas mi abuelo era mejor
que mi padre, y mi padre mejor que yo, era un maestro; y yo, aunque esté feo
que lo diga, me gusta trabajar, no puedo estar quieto.
En el Javalí, como ceñeros
estábamos Hilario Torres, que ahora trabaja de cartero, y nosotros.
Recuerdo también que en
tiempos nos dijeron desde el Museo que había que hacer una aceña, pero de
aquello no se volvió a hablar más.
Cuando se acababa un
trabajo, estaba el 'encargado' que era el que le cobraba a todos los regantes
su parte correspondiente, 'el reparto', y él nos pagaba a nosotros. Solamente
una vez hubo uno que nos pagó de su bolsillo una aceña entera, fue Jesús 'el
Picazo', y luego él fue cobrando a los regantes. Esta era una ceña que estaba
en la Daba. El 'encargado' que cobraba a los regantes no pagaba su parte ya que
se le compensaba por las molestias.
Las aceñas se siguieron
utilizando muchos años después de que hubieran motores, porque los regantes de
abajo se oponían a la instalación de estos porque sacaban mucha más agua que
una ceña, había poco control, y sobre todo, que lo que hacían era crear
'tierras nuevas' de regadío en perjuicio de las que ya existían, dejando la
acequia en seco. Tampoco se dejaban instalar ceñas nuevas. Solamente se podían
reparar las antiguas. El tío José Herrero tenía un agujero pequeño desde la
acequia para regar un bancal de perejil o no sé qué, y tenía allí instalado un
arte, pero ese agujero se fue haciendo cada vez más grande con el paso del agua
y llegó un momento que quiso quitar el arte y poner una ceña, pero no lo
dejaron; entonces, por 'buenas componendas' y 'dando los pasos' que hubo que
dar, lo autorizaron y nosotros le hicimos la aceña.
Ahora los motores quitan más
agua al Turbial que la aceña, lo que pasa es que el Turbial, no sé por qué,
lleva más agua ahora que antes. Los hacendados se movieron mucho para conseguir
poner motores, porque las ceñas eran un problema porque necesitabas tener
bestias preparadas cada vez que te tocaba el turno de sacar agua. Cada regante
tenía que tener bestias o entenderse entre ellos.
Los motores sacan
aproximadamente 'una ceña de agua' porque eso viene impuesto, pero es difícil
de controlar. Sin embargo la ceña no falla, incluso saca menos, porque la
bestia puede pararse, estar cansada, ir despacio…, y sin embargo el motor no
para. Hoy en día, en donde había una ceña ahora hay un motor.
Estaba la aceña del Cura, de
Román, la de Enmedio o 2ª, la 3ª, la de los Llanos… muchas. Estaba la aceña y
luego la contraceña, una o dos, y así se subía el agua por tres veces en
altura.
En fin, las piezas de la
aceña se hacían en el taller: las albitanas, las boquillas, el mástil, la
maestra, que se llamaba así porque amaestraba las cruces, las cruces… muchas.
Escoplear a mano es lo que
más cuesta, tanto el mástil, como el árbol, así como la contrarrueda y la rueda
del agua
Para que engrane perfectamente
una rueda con la otra hay que calentarse un poco la cabeza a la hora de
repartir la puntería.
A las tres menos dos me
venía el 'Mangancha', ese de Alcantarilla, y me decía:
—Maestro que se ha ido un
punto de la ceña, y ahí nos íbamos en la siesta del día a poner el punto a la
ceña.
La contrarrueda engrana con
la rueda del agua, y todo esto lo que tiene de basto lo tiene de difícil. Si
por un pelo hacemos el engrane espeso, el engrane no entra, entra a 'repretón';
y si por un pelo lo hacemos más claro, la rueda golpea, va golpeando; tiene que
estar justo. Además, si entra a 'repretón' despide a la rueda del agua, le
empuja hacia afuera y hasta la puede mover.
Una vez hicimos una aceña
que iba 'repretada'; y fuimos mi padre y yo, y estaban allí los huertanos
viendo la aceña funcionar y decían:
—Maestro, parece que le
cuesta trabajo tomar el engrane bien. Y mi padre se estaba riendo, y dice:
—No asustarse. Y me dice a
mí, que era el mayor de los tres hermanos:
—Nene coge la azuela y ve
quitándole a la salida del punto poco a poco; enseguida la ceña iba más suave, y
al poco funcionaba bien. El problema de las ceñas son los puntos de la rueda
del agua.
Otro día me dicen que la
ceña de movía de un lado para otro, y digo:
—El borrón de la derecha
está roto; y llegamos y eso era, el borrón estaba roto, estaba movido. Desde
lejos lo había oído.
Para hacer un ceña puede
costar un mes de trabajo sin parar. Unas 200 horas trabajando una persona sola.
La madera del álamo es mejor
que esté seca y las tabicas también, que son lo que queda por encima y por
debajo del cangilón. La puntería cuanto más seca mejor, al igual que las
tabicas. Estas piezas son las que más secas tienen que estar: puntería y
tabicas.
Aceñas hay de todos los
tamaños, la más grande que hemos hecho nosotrosha sido de 30 palmos (6,26 metros) la rueda del agua.
Siempre se ha dicho que una
ceña de agua son 25 litros por segundo, que viene a ser lo que saca un motor.
Ahora bien, según la velocidad que lleven las bestias se saca más o menos agua.
Siempre hay tres cajones sacando agua a la canal: el que empieza, el que está
en todo su golpe tirando agua y el que está terminando. Cuanto más pequeña sea
la ceña admiten más cabida de agua los cangilones, porque pesan menos, cuesta
menos trabajo el moverla; y cuanto más honda esté el agua, menos cabida tienen
que tener los cajones porque existe más peso. Tanto a la golilla como a los
borrones se les debe echar un poco de sebo.
Los puntos los sacamos con
el compás cuando ya está el anillo hecho, se hace una raya y tiene que coincidir
con la última medida. La ceña lleva un número de puntos arreglado a lo grande
que es, cuanto más grande, más puntos lleva. Todo esto para la rueda del agua,
porque la contrarrueda es siempre igual: 20 puntos.
Si el clareo de la
contrarrueda tiene por ejemplo 30 cm, a la rueda del agua hay que darle otros
30 cm de clareo. Recuerdo que me decía mi padre que las ceñas de 12 palmos para
abajo puede ir la puntería igual, pero de aquí para arriba, ya hay que darle
medio centímetro más de clareo a la rueda que a la contrarrueda”.
32 – Hoja del periódico “Línea” del día 27 de octubre de 1979 con la entrevista al
maestro ceñero Cayetano González Vicente realizada por el
corresponsal de
ese periódico en Alcantarilla Fernando Navarro
33 – Titular del periódico
Por diversas circunstancias
burocráticas, sobre cómo encasillar el gasto dentro de los presupuestos (a lo
que se sumaron ciertos momentos políticos delicados), el inicio de los trabajos
se retrasó algún tiempo, por lo que a Cayetano se le pidieron dos presupuestos
para la construcción de la aceña; al final, la cifra total supuso unos 1.500 €
de hoy, y como el trabajo era de unas 200 horas, puede calcularse que la hora
de trabajo costaba unos 7,5 €, o sea, unas 1.250 pesetas de entonces. Pero
hay que tener en cuenta algo muy importante: el material y la serrería fue por
cuenta de Cayetano. Ese fue el coste de la aceña y estos los presupuestos
que entregó el maestro Cayetano González Vicente.
34-35 – Presupuestos que entregó el maestro Cayetano al
ayuntamiento
Se inició la construcción de
la aceña en el pequeño taller de Cayetano, en la Calle del Puente nº 55 de
Javalí Nuevo. En este taller no existía ningún tipo de maquinaria para el
trabajo de la madera; y todo, con la sola excepción del serrado de tablones, que
se llevó a cabo en una serrería, lo hizo Cayetano trabajosamente a mano en su
pequeño taller sin ninguna ayuda de maquinaria eléctrica.
Antes de iniciar los trabajos
Cayetano me entregó una pequeña hoja en la que había dibujado y rotulado la
mayoría de las piezas que componían la aceña. Tienen el tremendo valor de
tratarse, casi con toda seguridad, de los últimos dibujos realizados por un
maestro ceñero en la huerta de Murcia de cara a la construcción de una aceña.
36-37 – Dibujos de las partes de una aceña realizados por
Cayetano González
antes de iniciarse su construcción
En las siguientes hojas se expone
como era la construcción de una aceña según la llevó a cabo Cayetano González
38-57 – Desarrollo de la construcción de una aceña tal
y como la hizo el maestro Cayetano
Durante la construcción de la aceña
en su taller, una sobrina de Cayetano, Loli Díaz González, le realizó 14
fotografías que se tomaron con vídeo pero de las que no se sacaron copias en
aquel momento. Ahora, gracias a la hermana de Cayetano, Dolores, y a su marido
José, ha sido posible recuperar 8 de aquellas fotografías que reproducimos a
color, mientras que las del vídeo, con una lógica peor calidad, se reproducen
en blanco y negro.
58 – La contrarrueda ya está montada y Cayetano repasa
los puntos
59 – Haciendo la escopladura del árbol con el escoplo
60 – Profundizando la escopladura del árbol para el tiro
con la barrena.
A la derecha se aprecia la golilla
61 – Repasando los tercios de la rueda del agua en el
banco
62 – Presentando la contrarrueda sobre el anillo de la
rueda
del agua
63 – Una vez unidos los tercios de la rueda del agua,
Cayetano
comienza a marcar los puntos de la noria
64 – Con la barrena y el escoplo haciendo los agujeros
para los
puntos de la rueda del agua
65 – La misma labor anterior. En la foto Ana María, mujer
de Cayetano
66 – Presentando los puntos de la rueda del agua cada uno
en su lugar
67 – Colocando los puntos de la rueda
68 – Mismo anterior
69 – Presentando la rueda del agua con las cruces,
puntos, atajos
y cocotes ya colocados
70 – Ajustando las piezas de las boquillas
71 – Mismo anterior y calculando las piezas de las
albitanas
72 – Croquis de fecha 19-7-1982 para buscar el sitio en
el que ubicar
la aceña dentro del Museo de la Huerta
Fotos realizadas en septiembre-octubre de 1982 sobre la
construcción de la
aceña. Se indican en ellas las diferentes piezas que
componen la máquina
hidráulica. Fotos: Cascales López
73-78 – Construcción y colocación de la aceña
Vídeo nº 2. Cayetano cuenta
como el día 27-9-1982 trajeron todas las piezas de la aceña desde su casa y
comenzaron los trabajos para montarla. Dura 1m 28s.
89 – Vídeo nº 2 – 1m 28s
Vídeo nº 3. Ana María, mujer
de Cayetano, cuenta como le ayuda a su marido en el montaje de la aceña, en
concreto, con las boquillas. Dura 4m 0s.
90 – Vídeo nº 3 – 4m 0s
Vídeo nº 4. Está poniendo
tabicas y en un día ha terminado unos siete cajones. Dura 1m 20s.
91 – Vídeo nº 4 – 1m 20s
Vídeo nº 5. La rueda del agua
está casi terminada. Cayetano sigue colocando tabicas y haciendo alguna
boquilla. Dura 5m 53s.
92 – Vídeo nº 5 – 5m 53s
Vídeo nº 6. 1-10-1982.
Fulgencio Saura Mira, a la sazón Director del Museo, mantiene (muy en su
estilo) una conversación con Cayetano y con su mujer Ana María. Dura 10m 42s.
93 – Vídeo nº 6 – 10m 42s
Vídeo nº 7. 5-10-1982.
Cayetano explica cómo ha traído el tronco de álamo para el tiro ayudado por
Ignacio. La rueda del agua ya está terminada, se coloca la vigueta, el banco,
las cruces y la contrarrueda. Se dispone a centrar las ruedas conlas cuñas y se acaban los postes una vez que
se ha puesto la vigueta. Dura 3m 38s.
94 – Vídeo nº 7 – 3m 38s
95 - La aceña terminada. Marzo 1983. Cascales López
96 - Junto a la aceña el pintor Andrés Navarro, Ignacio, conserje, guarda y
alma del Museo, y Pedro Cascales López
7.LA INAUGURACIÓN
El
día 11-10-1983 se señaló para la inauguración de la aceña, y desde primeras
horas de la tarde se encontraron en el Museo Felipe Sáez Zapata, ordenanza
municipal e hijo del maestro de obras Diego Sáez “el Moruza”, que trajo consigo
al “Sordo el Gato” y su burra, y a Paco “el Pirila” y su mula, que eran las
caballerías que se iban a enganchar a la aceña para ponerla en funcionamiento.
Vídeo
nº 8.
Felipe “el Moruza”, con los citados el “Sordo el Gato”, Paco “el Pirila” e
Ignacio (encargado, cuidador y alma del museo) hacen las pruebas con las
caballerías y hablan “para la cámara”. Llega Fulgencio Saura Mira y Salvador
Aroca. Llega también José Lechugo con su hijo y hacen fotografías. Todavía no
está llegando la gente. Dura 10m 58s.
97 – Vídeo nº 8 – 10m58s
Aquel
día de celebración, en el que tantas personas acudieron a ver funcionar una
aceña, también vino, como ya se ha dicho, el amigo José Lechugo acompañado de
su hijo Pedro, yerno y nieto respectivamente del recordado “Abellán el
fotógrafo”, para hacer unas fotografías del acontecimiento tal y como se ha
visto en el vídeo anterior.
Hoy,
tantos años después, y teniendo en cuenta que nada se volvió a saber de
aquellas fotografías, se ha intentado sacar unas copias digitalizadas de las
mismas para poder aportarlas a este trabajo.
Empresa
inútil, la nieta de Abellán, doña Juana Lechugo Abellán, tras localizar los
negativos, sobre los que previamente se le había aportado el día en que se
hicieron dichas fotografías, y sin ni siquiera llegar a hablar de coste,
ásperamente ha declinado el hacer el “enorme” trabajo que significaba escanear
unas 20 fotografías porque le suponía mucha “molestia” y porque quería saber
además “para qué eran esas fotografías”. Por lo visto esta señora ignora, entre
otras muchas cosas, visto lo visto, que nadie le preguntó a su padre y a su
hermano en aquel día de la inauguración de la aceña “para qué y para quiénestaban haciendo fotografías”. Que se podía haber
hecho.
Resulta
por lo tanto desconcertante y dudosamente profesional la decisión de esta
señora, una señora tan ligada al sector público y al que tanto debe y sigue
debiendoen todos los aspectos como mujer de un
exalcalde y ahora alto cargo de no sé qué,llamado
Lázaro Mellado; y debería pensar que en aquel día del año 1983, el
ayuntamiento, con dinero público, había hecho un algo; bastantes personas
trabajaron en ese algo, algunas sin cobrar absolutamente nada; su padre y su
hermano acudieron a ese algo cuando ya estaba todo terminado; acudieron
solamente a hacer fotos, unas fotos en un recinto municipal y sobre algo en lo
que ellos no habían trabajado. Nadie les prohibió la entrada ni hacer las
fotografías. Para nadie fue una “molestia”, ni mucho menos, que el amigo José
Lechugo y su hijo estuvieran allí, y desde luego nadie les preguntó que “para
qué querían las fotos”. Sin embargo, ella, que todo se lo ha encontrado hecho,
sí que lo hace ahora. Y con mucha 'autoridad'. Vivir para ver.
Por
esa razón no es posible aportarlas aquí. No pasa nada, está el vídeo de aquel
acontecimiento, pero necesariamente hay que hacer constar la causa de no poderse
aportar esas fotografías. Se ha hecho todo lo posible.
Y
desde luego decir que si por don José Lechugo hubiese sido, esas fotos sí se
habrían publicado.
98 – José Lechugo, yerno de Abellán, acompañado de su
hijo
Pedro haciendo unas fotografías de la aceña sacando agua
(del vídeo anterior)
Vídeo nº 9. Llega Antonio “el
Manco” exordenanza municipal, siempre muy ligado al museo y a su fundador Diego
Riquelme y habla con Fulgencio Saura Mira, y como siempre, cada uno de una
cosa. El “Matemático” Férez también acude y se sienta en un banco a consultar
sus números. Dura 5m 10s .
99 – Vídeo nº 9 – 5m10s
Vídeo nº 10. Habla Cayetano y
su mujer Ana María y dan unas vueltas a la aceña. Dura 1m 5s.
100 – Vídeo nº 10 – 1m5s
Vídeo nº 11. Ya se va
llenando de gente el recinto. Están Juan López, Santos Herrero, Salvador Aroca,
Felipe “el Moruza” que tira un cohete, habla Dolores, la hermana de Cayetano, llega
Pepe Guillamón, Antonio Herrero, Fulgencio Sánchez Riquelme, Paco “Eleuterio”,
Antonio Guillamón, Zamora, y muchos más. Dura 3m 11s.
101 – Vídeo nº 11 – 3m11s
Vídeo nº 12. El Grupo de
Coros y Danzas hace una actuación. Ya es casi de noche. Dura 1m 15s.
102 – Vídeo nº 12 – 1m15s
Vídeo nº 13. En la casa de
Cayetano, cuando todo ha terminado, nos acompaña Salvador Aroca. Dura 4m 14s.
103 – Vídeo nº 13 – 4m14s
8.EL ESTADO
ACTUAL
Bastaba con haber dado un sencillo y
barato protector a la madera. Bastaba con una o dos veces por semana darle
media vuelta a la aceña para que la rueda del agua estuviese mojada. Bastaba
con que el pozo tuviese siempre más o menos un metro de agua. ¡Arduo y complejo
cometido!
Y ya pidiendo mucho –aunque no hay
que olvidar que para eso se hizo–, que dos o tres veces al año, o en cualquier
celebración, se pusiese en funcionamiento la aceña con una caballería. Las imágenes
de la aceña sacando agua, por ser cosas ya desconocidas e ignoradas, aunque sí
muy nombradas y recordadas por algunos, habrían sido motivo de curiosidad y
atracción para muchos visitantes. Hubiese sido algo muy especial. Posiblemente
de lo mejor del Museo.
Pero no. ¿A la aceña? ¡Que le vayan
dando! ¡Le ponemos unas piedras de “adorno” y ya está!, es de suponer que
dijeron los responsables de este desastre que ahora está a la vista de todos. Y
así, en lugar de ver el espectáculo único de una aceña sacando agua, nos
encontramos con el vergonzoso espectáculo de un amasijo de restos de maderas teóricamente
solo aptas para el basurero o el fuego, aunque desde luego parece que es
intención racional y fundada de la actual dirección del Museo el desmontar los
pocos restos existentes y mantenerlos debidamente para poder conservarlos como
muestra, aunque sólo pueda ser parcialmente, de cómo es en detalle la
construcción de una aceña, porque no hay que olvidar que este artefacto fue
realizado por un maestro aceñero, y fue la última que se construyó en Murcia. Y
ya no existe ningún profesional que pueda volver a repetir este hecho. Hace ya
tiempo que todos fallecieron.
Las siguientes imágenes se tomaron
el pasado día 25 de julio de 2019. Sobra cualquier comentario. ¿Qué se puede
decir?
104-116 – Fotografías actuales de la situación de la
aceña.
25-7-2019. Cascales López
9.¿CÓMO
HA SIDO POSIBLE?
Este
hecho ante el que nos encontramos sobre la destrucción de la aceña es de una
gravedad incontestable y que no admite la más mínima justificación ni excusa.
La aceña no ha muerto, se la ha dejado morir a conciencia de lo que se estaba
haciendo.
Resulta
que tenemos un museo dedicado a “la Huerta de Murcia”, y en esa huerta
de Murcia, uno de sus elementos más interesantes y característicos, si no el
que más, y factor clave en la propia creación
de esa huerta, fue la aceña.
Y
resulta que esas máquinas hidráulicas ya habían desaparecido por completo
en la década de los años setenta al ser sustituidas por motores. De los
centenares de aceñas que había en la huerta no quedaba ni una, y solamente
podían encontrarse en los alrededores de sus antiguas ubicaciones algunos
restos de maderas carcomidas.
¿Y
quién decía algo? ¿A quién le preocupaba el tema?
¿A
quién le iba a preocupar? Lo importante era –y es– salir en el Bando de la
Huerta desfilando, haciendo eso que tanto gusta: desfilar, pavonearse, sea por
el motivo que sea y utilizando el nombre de lo que sea; en este caso el de la “huerta”,
mientras que esa huerta agonizaba ¿Cuántos de esos que desfilaban por la tarde
habían destruido parte de la huerta por la mañana?
Pero
en Alcantarilla, desde el año 1968, existía un Museo de la Huerta, no hay que
olvidarlo, conseguido gracias al empeño de una persona excepcional: Diego Riquelme Rodríguez. Y se supone
que un museo es el lugar indicado para salvaguardar todo aquello que tiene
indudable interés, en este caso etnológico; o bien conservar una muestra de
algo que está en riesgo de desaparecer para siempre. Esto es algo tan evidente
que hasta esos que desfilan pueden llegar a entenderlo.
Pues
bien, basándose en ese simple principio, en el año 1979, como ya se ha dicho,
el entonces alcalde Francisco Zapata
Conesa, a instancias de Pedro L. Cascales
López, da la orden de que se buscase a un maestro aceñero y que se
construyese una aceña para
instalarla en el Museo de la Huerta. Así de simple. Así actuaba entonces un alcalde
al que nunca le faltaba el sentido común y el buen hacer por su pueblo (después
de él vinieron los que vinieron). Las aceñas habían desaparecido y se consideró
que había que hacer lo necesario para que no se perdieran; que al menos
existiese una, y su emplazamiento ideal no podía ser otro que un museo dedicado
a la huerta, y ese es el que había en Alcantarilla; y además, esta aceña sería
realizada por un profesional con todo rigor y podría ser utilizada de forma
periódica ofreciendo unas imágenes que ya no era posible ver en toda la huerta
de Murcia.
Hasta
aquí todo parece más que razonable; y ya hemos visto anteriormente como se
llevó a cabo su construcción y su inauguración. Poco más hay que decir.
¿Entonces,
qué ha pasado para que la aceña se encuentre en estos momentos totalmente
destruida?
¿Por
qué la aceña no ha tenido el más mínimo mantenimiento?
¿Por
qué se ha gastado mucho dinero en el Museo y ni siquiera unas migajas han
llegado para mantener la aceña?
¿Por
qué no se ha colocado una pequeña placa con el nombre del maestro aceñero
Cayetano González Vicente y la fecha de la construcción de la aceña?
¿Quién
ha sido la 'lumbrera' que ha colocado a los postes de la aceña unos
revestimientos de lajas de piedra totalmente impropios y tan absolutamente
alejados del rigor histórico, que además darían lugar a que el tiro topara con
el poste en caso de funcionamiento?
¿Pero
de quién ha sido la idea de colocar un macetero junto a uno de los postes? ¿Ha
sido idea del mismo que ha colocado las piedras? ¿Pero esto es un museo o es el
chalé hortera de un nuevo rico?
¿Qué
tienen que decir a eso los sucesivos responsables municipales, artífices de
profundos pozos sin fondo de dinero público gastado en nombre de la chistosa y vacía
“cultura progre” en todos estos últimos años?
¿Dónde
estaban esos “mandamases” del Museo, aparte de pavonearse por Murcia, entre el
cachondeo general, y publicar generalmente banalidades, chorradas y disparates?
¿Dónde
estaban los líderes de esa pomposa “Asociación
de 'amigos' del Museo de la Huerta”, que visto lo visto da hasta risa oír
ese nombre?
Muy
sencillo. Todo es sencillísimo. La aceña no había sido
idea ni había sido promovida por ese alcalde llamado Pedro Manuel Toledo Valero, ni por Diego Luis Pacetti López (siento muchísimo que no pueda ya leer
esto) ni por Ángel Luis Riquelme Manzanera.
Personajes todos ellos doctos e ínclitos donde los haya. ¡Qué duda cabe! Pero
bastante tenían con estar inmersos en cuitas muchísimo más importantes y
sabrosas. ¿Qué se pudre la aceña? Pues vale. ¿Qué más da? ¿Para qué querían ellos la aceña?
¿Evidencias?
Muchas, pero simplemente, como ejemplo documentado, es el libro editado en el
año 2018 con motivo de los 50 años de la fundación del Museo por esa tan
nombrada, famosa y apreciada, “Asociación de amigos”, prologado por Saura Mira, –¡ay Fulgencio!–, y escrito
por Riquelme Manzanera, compuesto de
80 páginas, que a unos 47 renglones por página, nos hacen unos 3.700 renglones,
que podemos dejarlos en 3.000 si más o menos descontamos ilustraciones; es
decir, unas 40.000 palabras, en las que tienen justa y sabia cabida: Schiller,
Kant, Dilthey, Lévy-Strauss, Tylor, Frazer, Malinowski, Georg Cantor, Bertrand
Rusell, Ernts Zermelo, Adolf Fraenkel, Gottbol Frege, Tolomeo, Sóter,
Arquímedes, Hiparco, Publio Elio Adriano, Friedrich Immanuel Niethammer,
Christian Von Ehrenfels, Diódoro de Siculo, Estrabón, Plinio el Viejo,
Heródoto, Adam Dimnet Dam, Carlos Dimnet Gonzálvez, Jacobo Hinsberger, Robert
Aitken, Charles Auguste Racinet, Michael Doezis, Policleto, Fidias, Fox, Mallet
y Thalen, Dobereiner, Bischof, Clarke y Niggli, Friedrich Mohs, Herón de
Alejandría, Isaac Newton, Leonardo Da Vinci, Aimé Argand, Bertrand G. Cárcel,
Van Helmont, John Clayton, Jean Pierre Mincklers, Wilian Murdok, Duque de
Windsor, Otto Von Guerike, Francis Hawsbee, Wilian Robert Grove, Frederick de
Moleyns, Thomas Edison, Irving Langmuir, Jean Picard, Johann Bernoulli,
Heonrich Geissler, John T. Way, McFarlan Moore, Georges Claude, Orfeo, Apolo,
Dionisos, Terpsícore, Erato, Euterpe, Pitágoras, Aristóteles, Plauto, Terencio,
Séneca el Viejo, William G. Thoms, Robert Redfield, Hipócratres, Paracelso,
Homero, Teofrasto, Dioscórides, Galeno, Maimónides, Vitrubio, Julio César, … y otros
muchos, vamos, la Wikipedia en pleno, todos ellos, unos y otros, indudables
padres de la huerta de Murcia y desde luego del Museo de la Huerta, ¡qué duda
cabe!, por lo que merecen un gran homenaje por parte de los que saben de esto,
es decir, los que lo han escrito.
Y
ante todo esto, el que suscribe, que apenas sabe trazar una O con un canuto,
con un complejo de inferioridad de narices ante tanta sapiencia que nunca podía
imaginar que pudiese existir, solo pensaba entender algo en cristiano; y habida
cuenta de encontrarnos ante un Museo de la Huerta, y ser la aceña algo tan
importantísimo en el nacimiento de esa huerta, tuvo que ponerse humildemente a
buscar y buscar hoja a hoja, tragando buenamente tanta y tanta cultura y
sabiduría, para mí inteligible, intentando encontrar el lugar en que se hablaba
de la aceña y de un cristiano que sí que
hizo algo de verdad para el Museo: un honrado hombre llamado Cayetano González Vicente. Porque
si se hablaba con tanta profusión de todo eso que se hablaba, y que los
ceporros apenas entendíamos, era lógico esperar que de la aceña se hablara la “reostia”. Pero ni “pa dios”; nada, que no lo encontraba, y como ya el dolor de la
sesera aumentaba por momentos, un alma caritativa me dijo que de la aceña sí que
se hablaba, que mirara en la página 71 entre las líneas ocho y nueve. ¡Que si
es que acaso yo estaba ciego!
¡Y
por fin, ahí estaba la aceña! Ahí el señor Riquelme
Manzanera había escrito: “Donde se ha incorporado la 'Aceña' o noria
de sangre, introducida en España a partir del siglo VIII por los sirios que se
asentaron en esta huerta”.
27
palabras. No está mal para empezar, al menos más vale algo que
nada, más valen 27 palabras de 40.000, que 0 palabras de 40.000.
Viniendo de quien viene es toda una deferencia y un honor, y así hay que
considerarlo.
Busqué
entonces al menos alguna foto, ya que había 24 ilustraciones, pero no, no había
ninguna. Fotos de caras sí que había, eso sí; y al final me apareció un anuncio
de ElPozo, y otro anuncio con el nombre de una señora que mortifica mi escasa
sapiencia hasta el día de hoy porque su significado ignoro y lo que me han contado
sencillamente me parece de un cachondeo irreproducible.
—Por
algo sería todo esto (lo de ElPozo), “que pareces tonto”, me dijo un malicioso
al que yo ni siquiera presté oídos a las cosas que me dijo, las cuales olvido porque
su contenido me hicieron alucinar.
Yo,
sencillamente, que nunca he participado ni participaré en todo eso de los escenarios,
de la “afoto”, de la “mealla” y el “deploma”, cosas que me la traen al pairo,
no sé de qué va la cosa y por lo tanto no entendía, ni entiendo nada de nada,
ni tengo el más mínimo interés en entender. Ya hay quienes “entienden”.
Pero todo esto sí nos indica
que una cosa es evidente y segura: si la aceña la hubiesen promovido “ellos”,la aceña sería en estos momentos un icono
de la huerta en todo el “mundo mundial”; y en el YouTube ese, o en otras cosas
parecidas, habría cientos, que digo, miles y miles de vídeos de la aceña
sacando agua mientras que junto a ella posarían selectos y espléndidos personajes.
Y
además, cada vez que colocaran ese escenario, ese estrado, en donde tantos
diplomas y medallas se dan unos a otros entre interminables aplausos de la masa
útil, manejable y dotada de una increíble ingenuidad, el fondo de todo ese
escenario sería la aceña sacando agua; y la vista de esa bucólica imagen
todavía empujaría más a los “personajes” homenajeados a ser espléndidos a la
hora de cerrar unos sustanciosos contratos, otorgar favores, y a la vez dar unas
pobres donaciones. Se podría hablar de muchas cosas, y muy sustanciosas, pero ahora
estamos con el asunto de la aceña.
Y
resulta que, no sé en dónde lo he oído decir, que para 'reparar' la aceña, quieren
ponerse a vender ¡botijos!; eso, más folklore, más salir en la tele; hace poco
unos botijos y ahora otros. Nos ha llegado la “plaga del botijo”. ¿Y dicen
reparar? ¿Pero reparar qué? ¿Es que queda algo?
Pero
vamos a ver, señores “botijeros”, ¿quién sabe ahora construir una aceña?, ¿quién
es capaz de hacer todo ese trabajo a mano y que funcione?, ¿quién sabe pa qué lao va, y pande tié, que tirar la “burra”?, ¿y arrearla qué?, ¿y las piezas?,
¿quién sabe construir y montar una aceña para que al cuarto de vuelta no se
deshaga como un castillo de cartas?, ¿quién sabe calcularla y engranarla?,
¿quién sabe cómo hay que mantenerla?; y sobre todo, lo más importante: ¿quién
sabe cuántos botijos hay que vender?; por lo tanto, ¿por qué no vender tinajas,
que puede ser más productivo y fáciles de contar? No hay duda, estamos arrastrados
e inmersos dentro de esta España del chiste y la incompetencia, manejados por
esa bandada de indoctos que únicamente aspiran a “ser alguien” cueste lo que
cueste. A conseguir la “meallica” que diría aquél. A “figurar”. A salir en la
“afoto” y en esa cosa llamada “redes sociales”. ¡Qué nivel!
¡Y
me decía aquella ingenua gente de izquierdas allá por los 70 que lo que faltaba
en España era cultura; y que cuando hubiese cultura todo cambiaría! (por
cierto, que eso ya lo decía Ramón y Cajal mucho antes, no sé si le copiaron,
imagino que sí, es lo lógico, seguro).
Pues
vale, ya dicen que hay cultura, aunque debe estar muy, pero que muy escondida.
No se ve por ningún sitio. Basta ver lo que está pasando en España desde hace
ya demasiados años. A todos los niveles reina la más vergonzante ignorancia. A
lo máximo que llegan algunos cursis de acémila, que se las dan de no sé qué, es
a plagiar, a 'pastichear' o a escribir chorradas en el “fabeboc” “ese”, o en el
“tuiter” también “ese”. Dios los cría.
Y siguiendo esa línea, si un llamado “Museo
de la Huerta” llega a ser capaz de despreciar,
dejar perder,y arruinar una aceña,
hecha exprofeso por un maestro aceñero, como
elemento único e irrepetible, resulta ineludible el que se sepa el
porqué la aceña no importaba mientras que se repartían cargos, prebendas,
diplomas y medallas, “elogiando”, hipócritamente, a la huerta y sus costumbres.
Es una cuestión de justicia. En este Museo han ocurrido muchas cosas que no
tenían que haber ocurrido. Todo se sabe y se silencia. Y sobre esa llamada
“Asociación de amigos” cabe
preguntarse: ¿Amigos? ¿De qué? ¿De quién? De la aceña no, desde luego.
Afortunadamente, parece que este ciclo de manifiesta
incompetencia, desde que murió el inolvidable Mariano Ballester, está cambiando de signo; y con la actual dirección
del Museo de la Huerta parece –digo parece– que puede albergarse una cierta
esperanza de que las cosas pueden cambiar y que esa negra etapa, poco a poco,
vaya pasando al olvido. Veremos. Por lo pronto se está haciendo un inventario
de las cosas que hay en el Museo. Pero… ¿dónde está el inventario que ya se
hizo en su momento? Dicen que no está. ¿Y cómo eso es posible? ¿Por qué? ¿Quién
lo tiene? ¿Quién lo ha hecho desaparecer? ¿Quién podía tener interés en que ese
inventario desapareciese? ¿Cómo es posible que el documento más importante de
un Museo desaparezca?
Con la aceña no se sabe lo qué ocurrirá, hay
motivos más que sobrados para no tener esperanza alguna de que el Museo de la
Huerta vuelva a contar en sus instalaciones con una aceña funcionando. Conseguir
ver otra vez como los cangilones vierten el agua mientras que la caballería da
vueltas. Quedan los vídeos al menos.
Decía el maestro Cayetano, tataranieto,
bisnieto, nieto e hijo, de maestros aceñeros que “la aceña del Museo era para él como un hijo”. Era la última que se
hacía en la huerta después de haber estado haciéndose durante más de mil años;
y él era el último que sabía hacerlas. Mejor que no haya llegado a ver lo que
ha ocurrido.
10.ANEXO
1. EL ARTE O ACEÑA METÁLICA
La
abundancia de aceñas de madera de uno o de otro tipo era muy extensa en toda
España, por lo que dos o tres empresas en Madrid, Zaragoza y Barcelona
decidieron a principios del siglo XX presentar en el mercado un tipo de aceña
compacta, de fundición, a base de unos simples engranajes que movían una
pequeña noria de cangilones metálicos que era conocida como “el arte”.
Pero
este tipo de aceña, a pesar de su pequeño tamaño, su facilidad de instalación,
y de su precio, no podía competir con las aceñas de madera. No estaba pensada
para eso, ya que tenía en su contra un importante factor: el caudal que sacaba
era muy inferior al de la aceña, y necesitaba, al igual que ella, el acople de
una caballería. Y esa caballería necesitaba el mismo tiempo en dar una vuelta.
No obstante su uso estuvo muy extendido en amplias zonas de la península que
contaban con pozos de poca profundidad, niveles freáticos muy superficiales o
captaciones de muy poco caudal.
En
Alcantarilla se instalaron, como ya se ha dicho anteriormente, un máximo de
tres o cuatro de estos artes; uno en el Cabezo del Agua Salada, otro cerca de
Puebla de Soto, y según parece, un par de ellos cercanos a la Voz Negra, que
captaban sus escasos caudales de la cequeta de la noria.
117 – Fotograma de la película “Jardines de Murcia”
(1935). Arte situado
en el Cabezo del Agua Salada. Filmoteca Regional
118 – Juan Cánovas Orcajada de nuevo “posa” en el arte
del Cabezo del Agua Salada. 21-4-1968
119 – José Morenilla “el Artesano” junto al arte de Los
Felices.
Javalí Viejo. Marzo 1979. Fotos: Cascales López
120-123 – Detalles del arte de Los Felices
124 – Junto a la noria de Los Felices, María Elena
Montaner toma
notas para su libro. Junto a ella José Morenilla
11.ANEXO
2. ACEÑAS DEL CAMPO CON ARCADUCES
Se cita aquí este modelo, a
pesar de no haber existido en Alcantarilla, tanto por su interés como aceña,
como por su cercanía a Alcantarilla, ya que eran empleadas ampliamente en todo
el Valle del Guadalentín.
Para más información sobre
este tipo de aceña de arcaduces cito el trabajo “Alhama de Murcia. Topografía, evolución urbana y construcciones
populares”, pág. 222 a 231, en http://www.plcascales.com/alhama-de-murcia-topografia-evolucion-urbana-y-construcciones-populares/así como el referido trabajo
de María Elena Montaner,limitándonos aquí a presentar
gráficamente ese tipo de aceña, así como las diferencias existentes con las
aceñas de la Huerta de Murcia. Se acompañan fotografías de ese tipo de aceñas,
que no se encontraban ya en el término de Alhama ni Librilla en esas fechas
(año 2000), pero que sí se podían encontrar en el año 1979 en el Campo de
Cartagena, cuando junto a Mariano Ballester hacíamos recorridos en busca de
objetos para el Mueso de la Huerta. De esas fechas y esos recorridos son las fotografías
que ahora se aportan.
Este tipo de aceña era
necesario cuando el agua no era procedente de acequias a poca profundidad, sino
que se encontraba en pozos con una cierta hondura, por lo que no era posible el
emplear la llamada “rueda del agua” que se usaba en la huerta. Las diferencias
básicas de esta aceña con respecto a la de la huerta son: 1. Postes más altos,
2. Contrarrueda de un solo aro (en Murcia), 3. Mástil a nivel del suelo, 4. “Rueda
del agua” o “noria”, sin cajones, sólo con puntería, y más pequeña que la de la
huerta, y 5. Cangilones a base de vasijas de barro llamadas arcaduces que,
sujetos a maromas, subían el agua gracias a la rotación de esa rueda sobre la
que pasaban las maromas.
125 – Dibujo comparativo
entre las aceñas de la huerta y las del
Campo. Cascales López
126 – Aceña de arcaduces del
Campo de Cartagena y del Valle
del Guadalentín
127-143 – Fotografías de
varias aceñas del Campo de Cartagena.
15-9-1979 Cascales López
144 – Arcaduces de aceña del
Campo de Cartagena. Museo de