Pedro L. Cascales López
Hacía cuatro años que el general
Francisco Franco había fallecido y llegó el esperado momento de celebrar
elecciones municipales, volver a que cada ciudadano pudiese depositar su voto
en una urna sin presiones, en secreto, y con garantías en el escrutinio, algo
que no había ocurrido nunca en España, y especialmente desde el 12 de abril de
1931, ya que las elecciones municipales convocadas para el 12 de abril de 1936
fueron suspendidas nueve días antes de su celebración por Alcalá Zamora.
Es decir, hacía 48 años que los
habitantes de la población, hombres y mujeres, no elegían a sus alcaldes y
concejales de forma directa, ya que durante el gobierno de Franco los alcaldes
eran designados por el Gobernador Civil y los concejales eran elegidos por
medio de una especie de votaciones entre los llamados tercio familiar (cabezas
de familia), tercio sindical (sindicatos) y tercio de entidades o gubernativo
(lista aportada por el Gobernador Civil); y anteriormente, o las mujeres no
votaban o el voto estaba cautivo por poderes locales. Sin embargo, en esa época
franquista el ayuntamiento no tenía ni un duro ni casi funcionarios, era una
situación muy diferente a la actual, por lo que la mayoría de los concejales
ejercían el cargo por simple ego o por un sincero deseo de hacer algo por la
población. Ello no quiere decir el que sobre todo, en los momentos de la
transición, no surgiesen problemas. Recuerdo que tuve algunos desencuentros, no
buscados, con el alcalde Fulgencio Pérez Artero al publicar en la prensa unos
artículos sobre evidentes y flagrantes irregularidades urbanísticas. Daba la
sensación que ya había llegado el “sálvese el que pueda” y no puede decirse que
en materia urbanística se actuase todo lo correcto que hubiese sido deseable.
Se cometieron descarados abusos.
Sin embargo, salvo estos y otros
temas puntuales, la llegada de la convocatoria de estas primeras elecciones
tras tan largo espacio de tiempo fue sorprendentemente tranquila y festiva en
la población. Las diferencias políticas no significaron enfrentamientos de
ningún tipo, y tanto por parte del Partido Socialista como por parte del
partido de Adolfo Suárez, UCD, así como por parte del Partido Comunista, se
llevaron a cabo dentro del máximo respeto e incluso cooperación. Los poderes
fácticos de todo signo de la prensa comprada y las puertas giratorias todavía
no habían hecho su aparición.
Existía subyacente en todos los
partidos algo que ahora es imposible de imaginar: existía un deseo de trabajar
para la población, de aplicar cada uno sus ideales y su forma de acometer los
problemas, pero sin descalificaciones ni búsqueda de intereses partidistas y
menos personales.
Esa forma de comportarse, ese
respeto mutuo, esa cooperación sin mirar siglas, esa cierta altura de miras en
la búsqueda del bien general, todo ello suena a chino y es imposible de
imaginar hoy en día, ya lo sé, considero que tenía su origen en algo muy
sencillo: nadie buscaba el cargo público para enriquecerse o robar (ahora lo
llaman corrupción), el tener un cargo público era algo secundario y muy
pasajero en sus vidas y en todos existía una sincera vocación de servicio
público aunque en algunos momentos no se actuase de una manera adecuadamente
escrupulosa, tanto por la parte política como por la parte funcionarial, a lo
que pudo contribuir sin duda la situación de desconcierto urbanístico-legal que
se venía arrastrando ya demasiados años, con un Plan General aprobado que era
una auténtica chapuza.
Yo que viví de forma muy cercana
aquellos años, encontraba sin embargo la misma amistad en unos y otros, sin
diferencias de colores; y los problemas sobre los que hablábamos eran
estrictamente sobre aquellas cuestiones que habían de solucionarse para los
vecinos de Alcantarilla. Nunca escuché de una parte ni de otra la más mínima
frase descalificadora hacia ningún concejal ni hacia ninguna formación
política.
Como perteneciente al equipo
redactor del nuevo Plan Municipal General de Ordenación (que todavía está
vigente, algo insólito) era mi criterio, y sobre todo del alcalde, que había
que hablar y escuchar a todo el mundo y solucionar sus problemas, dentro,
lógicamente, de lo que la ley nos permitiese, y así se hizo en múltiples
reuniones, y así resultó un Plan que si no pudo ser el más adecuado, casi lo
fue; y a la historia y a los hechos me remito.
Y sobre este tema viví una anécdota
que si ya en aquel momento me resultó graciosa, todavía me la resulta más hoy,
cuando algunos de los protagonistas desgraciadamente ya no están aquí y ello te
lleva más aún a su recuerdo. Cada día quedamos menos.
Un día mi amigo Pedro Carrillo de
UCD me dijo que fuese a su despacho en las naves de Cabezo Verde a explicarle
algunas dudas sobre urbanismo. Era ya de noche, los empleados se habían ido y
estábamos él y yo solos. No recuerdo los temas que tratamos pero sí recuerdo
que tras mis explicaciones se quedo absolutamente tranquilo de que nadie iba a
expropiar tierras ni empresas, y que cada metro cuadrado de la población
tendría su aprovechamiento urbanístico o comercial con la única limitación que
nos imponía la Ley del Suelo de 1976. Que eso era así, y así se iba a hacer,
que estuviese absolutamente tranquilo y que no hiciese caso de rumores y más
rumores de esos que los indocumentados suelen propagar con mejor o peor
intención.
Pero a los dos o tres días, riéndose
como siempre hacía, me dijo que lo que yo no sabía es que tras una puerta de su
despacho estaban escuchando Rafael Lorenzo Jover y Juan Domingo Tormos, que
formaban el “Equipo A” del
ayuntamiento y llevaban loco al bueno del alcalde Fulgencio Pérez Artero. Y
cuando me dijo esto ya no se reía sólo Pedro Carrillo, entonces también me reía
yo.
Hay que tener en cuenta que en
aquellos años el concepto que se tenía en la calle del partido socialista
dejaba en mantillas a todo lo que hoy en día se dice del partido Podemos, y
nadie en su sano juicio pensaba que podían llegar a gobernar España.
Este era el ambiente que se
respiraba. Ya sé que hoy eso es impensable, pero entonces era así. Hoy las
reuniones de noche –y de día– en los despachos son únicamente para pasar sobres
o maletines a cambio de favores y a costa de los intereses públicos.
El 19 de abril de 1979, tras las
elecciones, se convocó la sesión para la constitución del ayuntamiento que
había resultado de las últimas elecciones municipales en las cuales el Partido
Socialista Obrero Español PSOE había sacado 11 concejales, Unión de Centro
Democrático UCD había sacado 9 y el Partido Comunista PC había sacado solamente
1 a pesar de unas expectativas muy favorables –entonces no existían las
célebres encuestas–. Había un gran ambiente y el Salón de Sesiones municipal se
quedó pequeño para poder albergar tanto público. En aquellos años no existían
televisiones locales ni cámaras de vídeo portátiles de ningún tipo y solamente
era posible utilizar una cámara para película de Super8 a la que había que ir
cambiándole las películas de forma sucesiva, por lo que había momentos en que
no podías grabar y menos si surgía cualquier problema o la película se atascaba.
No sé quién tuvo la idea, supongo que sería yo, de intentar grabar el acto a
pesar de los problemas técnicos que existían sobre la calidad del material,
iluminación, sonido, etc., pero el caso es que nos lanzamos y pedí ayuda al
amigo Pepe “El Cabo”, el ordenanza municipal, para que mantuviese despejado un
pequeño espacio para poder colocar el trípode con la cámara; y así, con todos
esos problemas de falta de equipo, de agobio humano y de inexperiencia, se rodó
esta pequeña muestra de unos 12 minutos a la que solamente el paso del tiempo
le ha concedido un cierto valor.
Francisco Zapata, a pesar de tener
mayoría absoluta, incluyó en la Comisión Permanente, hoy Comisión de Gobierno,
a tres de los concejales de UCD. Todo un ejemplo político. Zapata consideraba
que casi la mitad de los votantes no le habían votado a él, y éticamente también
consideraba imprescindible que esos vecinos estuviesen representados en los
órganos de gobierno. De la misma manera, toda aquella propuesta que llegaba de
la oposición municipal se estudiaba con interés y generalmente se aprobaba.
Todo esto parece un cuento de Jauja dada la actual casta política, pero esto
fue lo que ocurrió y conviene que se conozca y conviene que no se olvide. No
gobernaba el PSOE, gobernaba todo el pueblo.
Recuerdo la noche en que entramos
por primera vez al despacho de la alcaldía, la víspera de la constitución del
ayuntamiento, Íbamos Francisco Zapata, Alfonso Guirao, Santos Herrero y yo, y
veníamos de Murcia; y al intentar yo abrir un armario del despacho para ver lo
que había, Zapata me dijo que no lo hiciera no nos fuesen a decir algo. Yo me
quedé perplejo y le dije: –¡Pero coño, si el alcalde eres tú…! Esto refleja
muchas cosas, y no precisamente negativas.
Durante muchos días bajaba a la
alcaldía con su guardapolvos de la ferretería(*) hasta que ya llegó un momento
que le dijimos que hiciera el puñetero favor de dejárselo en su casa, pero él
decía que lo llevaba porque tenía que ir y venir para atender a la vez al
ayuntamiento y su comercio –entonces no podías vivir de la política, Zapata
cobraba 6.000 pesetas (36 euros) y las entregaba a servicios sociales–. La
puerta de su despacho siempre estaba abierta. Nadie pedía cita. Nadie se iba
sin ser escuchado y nadie se quedaba sin ver solucionado su problema sin
excusas ni dilaciones siempre que eso fuera posible.
Esta es la pequeña película de aquel
día ya histórico. Dura unos 12 minutos, y muchas de las personas que aparecen en
la grabación ya no están aquí.
(*)
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