José Riquelme Marín
Juan Cánovas Orcajada
Del 26 de abril al 16 de mayo del año 2017 se llevó a cabo
una exposición en el Centro Cultural Infanta Elena basada en los ANTIGUOS OFICIOS EN ALCANTARILLA. Esta
exposición comprendía una primera parte de la totalidad de un trabajo realizado
sobre un aspecto tan importante para todos los habitantes de esta población
como es el de los antiguos oficios artesanales que tanto contribuyeron en la
vida los alcantarilleros.
Se reproduce a continuación el contenido de aquella
exposición.
Cartel de la exposición
ANTIGUOS OFICIOS
EN ALCANTARILLA
Parte I
ÍNDICE
Afilador Lañador
y paragüero
Aguador Lechero
Alpargatero Leñador-leñero
Aperador Limpiabotas
Arriero Operadora
de telefonía
Barbero Pregonero
Botijero Recovero
Busano
de la sea Repartidor
de hielo
Carbonero Retratista
minutero
Colchonero Romanero
Comadrona Sastre
Constructor
de carros Tabernero
Constructor
de chimeneas Talabartero
Costurera Tejedor artesano
Droguero Tonelero
Encajera-Bolillera Torraero
Herrero Yerbero
Hilador
de esparto Yesero
Hilero Zapatero
Horchatero El
aguilando
Labrador
PRESENTACIÓN DE LA EXPOSICIÓN
Me gustaría
ser capaz de explicar las dos finalidades que nos han motivado para llevar a
cabo esta exposición, y todo el trabajo realizado hasta poder presentársela en
esta tarde.
Nuestra
generación, a la de Pepe y mía me refiero, por su edad ha llegado a conocer el
auge y declive de cada uno de los antiguos oficios que presentamos hoy. El
siglo XX, en su segunda mitad, fue vertiginoso para nuestro país. El
descubrimiento de los termoplásticos fue la verdadera revolución industrial,
unida primero a la tecnológica, después a la electrónica, y por último a la
informática.
Grandes
avances para la humanidad, pero que cambiaron totalmente los usos y costumbres
de nuestro paisanaje, hurtando al mismo tiempo cientos de miles de puestos de
trabajo artesanales.
Sólo pondré
aquí un botón de muestra ilustrativo: Atrás quedó aquella época en la que
nuestras madres iban a la plaza de abastos diariamente a realizar la compra
llevando la capaza. La bolsa de plástico, más cómoda, vino a desplazar aquel
familiar utensilio de transporte.
Hemos
creído, como testigos privilegiados que han observado desde niños la
transformación de nuestro pueblo, y de los oficios y gentes que lo conforman,
que nuestro pasado tan reciente pero desconocido por las nuevas generaciones,
debía ser mostrado con esas dos finalidades que decía al principio: generar
inquietudes en nuestros nietos y recuerdo nostálgico en los abuelos.
Como
paradigma de antiguos oficios perdidos, que no olvidados, yo recuerdo con
especial añoranza dos de ellos: el afilador y el lañador.
El afilador
solía pasar con relativa frecuencia, empujando su carro en el que estaba
instalado todo lo necesario para realizar su trabajo. Se instalaba en un cruce
de calles, y asentando el carro, le montaba la correa de transmisión a la rueda
de amolar, sacaba un fleje curvo, a modo de alfanje, y poniendo en marcha su
máquina acercaba el fleje a la piedra dándole diversas curvaturas que producían
un sonido penetrante y muy particular, bien conocido por las amas de casa que
acudían llevando para afilar las navajas y cuchillos de la casa. Al afilar las
navajas, saltaban chispas de las piedras que giraban, creando un mundo mágico
entre la chiquillería que rodeaba al artesano. Los últimos afiladores trocaron
el fleje por un “chiflo” de plástico que emitía idénticas notas.
El lañador,
estañador y paragüero, también aparecía regularmente. Reparaba utensilios de
barro o arcilla, tales como cántaros, lebrillos, orzas, que se utilizaban en la
mayoría de los hogares de la época, y que cuando se les hacía una pequeña raja,
en vez de tirarlos y comprar otros nuevos, se dejaban para reparar cuando
pasara el lañador. Éste, utilizando una especie de berbiquí provisto de una
pequeña broca, realizaba agujeros a ambos lados de la fisura, y luego le
colocaba unas lañas metálicas (de ahí su nombre de lañador). Luego, con un
martillo muy pequeño, iba cerrando los dos extremos de la laña, le aplicaba una
masilla, y aunque parezca mentira, por allí no volvía a salir líquido alguno.
No era cosa rara su trabajo, pues seguro que no había ni una sola casa en el
pueblo que no tuviera un cacharro con una, dos o más lañas.
Este
artesano también arreglaba las ollas y utensilios de porcelana cuando se les
hacía un agujero. Lijaba un poco alrededor del mismo, y luego utilizando un
aparato de hierro con mango, en una especie de hornilla que llevaban con carbón
encendido, lo ponían al rojo vivo y tomando una barra de estaño lo aplicaban al
aparato y dicho metal se derretía rápidamente, y cayendo sobre el agujero del
utensilio quedaba tapado.
Lo que nunca
llegue a comprender, ni hoy tampoco, es que si el estaño aplicado a aquellas
reparaciones se derretía al arrimarle a dicho metal un hierro al rojo vivo,
porqué luego cuando una olla se acercaba a la lumbre, aquellas gotas de estaño
no se derretían con el calor de la hoguera. Si alguien sabe el misterio, me
gustaría que me lo explicara.
Y ahora, les
invito, en compañía de Pepe, a conocer la exposición que hemos preparado con
esta primera parte de Antiguos Oficios en Alcantarilla, que no están todos los
que son, pero sí son todos los que están.
ANTIGUOS
OFICIOS EN ALCANTARILLA
Medio
siglo atrás, tal vez alguna década más, vociferaba por todas las calles del
pueblo un hombre de bastante edad, provisto de un artefacto manual, en cuya
parte central iba colocado otro artefacto en forma de “pirindola”, que a través
de una cuerda la hacía rotar permitiendo agujerear cuerpos blandos como el
barro o la madera. Gritaba una y otra vez, “el lañaooorr”… y ”el paragüerooo”…,
hasta que las amas de casa sacaban a la calle el cántaro, el lebrillo, la orza,
el botijo o el puchero que por circunstancias se habían “rajado” con motivo de
algún golpe inesperado. Luego, perforaba con su aparato el objeto averiado
haciéndole dos orificios, y sobre ellos ponía una laña que después embadurnaba
con una especie de amasijo que disimulaba bastante la operación. Y algo
parecido sucedía con los paraguas. Las varillas del paraguas, antes y ahora, se
estropean con el uso, y el “paragüero” era el único mecánico especialista capaz
del remedio, y había que esperar a que pasara un día aquel hombre para que
arreglara el paraguas, porque no había otro de repuesto.
Pero
los tiempos cambian, y ahora ni flautas ni voces por las calles, ni cántaros,
ni lebrillos, ni orzas, ni botijos, ni pucheros, ni “lañaor”, ni “paragüero”.
Se avería el paraguas, se compra otro. No hay botijos ni se compra hielo en
barra para la nevera, porque la gente tiene frigoríficos que refrescan antes y
mejor el agua de beber. No hay cántaros porque la gente tiene agua corriente en
su propia casa y no tiene que buscar al “aguaor”. No hay lebrillos porque la
gente no mata cerdos en casa como antiguamente. No hay orzas porque la gente
ahora no cura aceitunas, pues las compra ya preparadas. No hay pucheros porque
la gente prefiere hacer las comidas en la olla exprés. Se perdió (y con
alegría) el cobrador de Arbítrios en el Fielato, aunque luego viniera otro más
necesitado de dinero. Se ha perdido un oficio y una profesión en cada pueblo,
útil y provechosa, honesta, y sobre todo sencilla, y con ella otras muchas,
como la del “lechero”, que servía la leche con la cabra a la puerta de la casa,
y la de “recovero”, que compraba pollos, conejos y huevos que exportaba a las
capitales de provincia en grandes cantidades, la de “talabartero”, de los que
hubo aquí dos o tres que yo recuerde, la de las “costureras, modistas o
sastresas” (que tantas y tan magníficas hubo en nuestra villa), porque ahora se
compran los trajes a medida. Con ellas se fue el oficio de “hilero” o
“quincallero”, que vendía por las casas carretes de hilo y botones para zurcir
nuestras ropas deshiladas, y les acompañó en el viaje el tío Fulgencio, maestro
“tejeor” de la plazoleta en la calle Moreno, que dejó de fabricar las retaleras
que tanto bien hacían en las camas debajo de los colchones. Se perdió el
“alpargatero”, puesto que ahora todos llevamos
zapatos, también el “arriero”, “carrero o “carretero” (constructor de
carros), porque ya nadie necesita ese medio de transporte, lo cual dio motivo
para que desaparecieran también los “aperaores” y las “herrerías”, de las que
debió haber tantas y tan buenas. Se fue igualmente el oficio de “pregonero”,
Diego Riquelme, con su trompetilla dando por las esquinas los bandos del
Ayuntamiento: ”Se hace saber, que por orden del Sr. Alcalde”…, como igualmente
se perdió la profesión de “leñaor”, que con sus cargas de rajas de pino de las
serrerías, o ramas en lo alto de la burra o carro, vendía haces por las calles
cuando no teníamos butano ni gas en las viviendas. Se fueron los “yerberos” que
vendían la alfalfa por las tardes, transportada por su carro. Se fueron
también: el “barbero” sangraor, que se encargaba además de rasurarte la barba
de ponerte las sanguijuelas que chupaban la sangre, y en el mismo viaje se fue
el “curandero”, aunque todavía quedan algunos especímenes por ahí. Se perdió el
oficio de “romanero”, con la jubilación del último de los hermanos Baños.
Desaparecieron los constructores de chimeneas …
¡Cuántas
cosas, oficios y buenas personas y mejores profesionales se nos han ido!
Hagamos lo posible y lo imposible para que su memoria perdure, y que las nuevas
generaciones se sientan orgullosas de ellos. Seguramente, muchos de los
componentes de esta nueva savia que contempla esta muestra de oficios
olvidados, son descendientes de aquellos magníficos y abnegados profesionales.
Mirad,
cuando vuestros abuelos y abuelas eran tan jóvenes como vosotros, el mundo en
el que vivían era muy distinto al actual. Tenéis que hacer un ejercicio mental,
y pensar que ellos en su infancia no conocieron, porque no existía, el teléfono
móvil, ni la televisión, ni el ordenador, ni los videojuegos, ni el aire
acondicionado.
Vamos
a mostraros una parte de ese mundo en el que se movían día a día. Cómo se
fabricaban y elaboraban artículos, alimentos o medios de transporte, que eran
cotidianos en aquel tiempo. Oficios que el progreso ha relegado al olvido.
AFILADOR
El
afilador o amolador ofrecía sus servicios por las calles y plazas afilando
tijeras, cuchillos y otros instrumentos de corte.
Antiguamente,
veíamos por nuestras calles a los afiladores que venían con sus artilugios
montados en una bicicleta, para afilar las navajas y cuchillos de la casa, Al
afilar las navajas, saltaban chispas de las piedras que giraban al mover los
pedales de la bici. Ya es raro encontrarlos por estas calles de los pueblos.
Ya es historia la imagen del artesano recorriendo las calles del
pueblo o la ciudad anunciando su paso con el "pito del afilador" o
"chiflo" (una pequeña flauta de Pan hecha de cañas y luego de
plástico) con su breve melodía haciendo sonar las notas de su escala tonal, de
graves a agudas y viceversa, como una escalerilla musical. En el pasado, los
afiladores solían ser también reparadores de paraguas.
En
su origen, el medio de trabajo del afilador era la rueda de piedra o
"tarazana", primero acarreada a espaldas del propio afilador, y más
tarde rodando. A lo largo del siglo XX la vieja "tarazana" fue
sustituida por equipo más moderno, transportado primero en bicicleta y luego en
motocicleta, furgoneta, etc.
En
Alcantarilla hemos tenido algunos afiladores, tales como Juan Martínez Férez, afilador, paragüero, lañador…
AGUADORES
Se
llamaba aguador o aguatero a la persona que vendía o distribuía agua entre la
población. Para llevar el agua potable a las casas, los aguadores lo hacían en
borriquillos con angarillas, donde colocaban cántaros de barro cocido, y con
ellos llenos subían a las habitaciones y llenaban las tinajas o cacharros que
para ese menester tenían destinado los vecinos. Los aguaderos cobraban a diez
céntimos el cántaro, llegando a cobrar hasta veinticinco céntimos de peseta (o
sea, un real).
Regulados
por el correspondiente concejo de la ciudad, su trabajo, además de la venta
ambulante de agua fresca, consistía en transportarla en barriles o grandes
cántaros hasta los aljibes, cisternas, tinajas o cántaras de las viviendas que
no disponían de pozo o fuente particular. Desaparecieron de modo definitivo a
mitad del siglo XX, con la instalación de la red de agua corriente en los
pueblos y ciudades.
La
variada documentación distingue tres tipos
de aguadores que podrían llamarse 'profesionales':
Los
"Chirriones", que transportaban el agua en una o varias cubas, sobre
carros tirados por mulas o asnos.
Los
tradicionales "cantareros de azacán", con uno o más burros sobre los
que se cargaban de cuatro a seis cántaros de agua.
Los
que llevaban el cántaro al hombro y podían subir con él hasta los domicilios de
vecinos, corralas, etc.
A
estos habría que añadir los vendedores ambulantes, muchos de ellos chiquillos o
mozas de cántaro, que iban por la ciudad voceando su mercancía, "¡agua
fresca!", con una pequeña cesta y uno o más vasos o jarrillos. Estos
últimos eran muy populares en las procesiones religiosas o actos públicos
diversos. Más tarde se introdujo la costumbre de servir el agua acompañada de
unas gotas de anís, limón, azucarillos, canela y otros sabores atractivos.
En
Alcantarilla hasta hace unos pocos años había una familia que llevaba una cuba
de acero inoxidable y vendía “Agua del Taibilla” por las calles, cuando la del
grifo no se podía beber por el mal sabor que tenía.
ALPARGATERO
El
artesano alpargatero utilizó siempre las manos y un banco de madera para
trabajar, unas tijeras, lezna y aguja para coser las suelas urdidas de yute
seleccionado; cosía finalmente la tela que luego envolvería los pies por encima
del empeine.
La
alpargata de esparto es elemental, mínima y simple en su concepción y es
también elemento ideal para desarrollar sobre ella, el espíritu creativo de
todo aquel alpargatero que además de oficio tenga alma de artista.
Antiguamente,
el calzado que más utilizaban los vecinos eran las abarcas o albarcas, que
estaban hechas con piel de cordero, aunque después también se hicieron con goma
de los neumáticos de coche. Y a finales del siglo XIX, principios del XX los vecinos más pudientes comenzaron a usar
los zapatos de corte bajo y en invierno utilizaban borceguíes. Pero lo habitual
era que los domingos y días festivos tanto los hombres como las mujeres usaran
alpargatas.
Había
varias clases de alpargatas, aunque fundamentalmente eran de dos tipos: las
llamadas "normales", con una simple cuerda y otras más complejas que
se llevaban con el traje huertano y tenían una serie de cuerdas de algodón de
color negro, que se encaramaban por la pierna para que quedaran bien atadas y
se llamaban "alpargatas a lo miñón" o "miñoneras". Además
de estas denominaciones, encontramos también las de "alpargatas abiertas y
"cerradas" y "blancas y negras".
En
el año 1885 un par de abarcas costaba 4 reales; en 1894 unas alpargatas
forradas de invierno valían 2,20; en 1901 unas alpargatas catalanas finas
costaron 2,20 pesetas; en el año 1909 un par de alpargatas de mujer costaban 1
peseta.
Se
fabricaban alpargatas en casa y trabajaban la suela de cáñamo con las cuerdas
que habían preparado y trenzado, y luego la familia hacía todo el proceso
restante, cosiendo a la suela la tela recia con hilo fino, también de cáñamo.
En
Alcantarilla había alpargateros, entre ellos se encontraba Rosario Aulló
García, “la Regulara” soltera, Rosario “la Alpargatera”. Cosía los alpargates
de cinta con el célebre “cerco”, “bigotera” y “talonera”. Cosía con Perico “el
Cojo” en la calle de la Cuesta y con “el Rojo Canino” (padre de Paco, Joaquín y
Antonio). Una de las empleadas era Pilar “la Chumillas” mujer de Luis Cascales,
“el Pasicas”. Todavía existen tiendas de zapatería de sus descendientes…
APERADOR
El
aperador fabricaba aperos de labranza tales como el yugo, horcate, timones y
otros. También se encargaba de cuidar de la hacienda del campo y de todas las
cosas pertenecientes a la labranza, además de reparar las ruedas de carros y
carretas.
En ca el aperaor se hace y
arrepara el carro (el carrico atartanao), y se arreparan también los distintos
aperos de labranza. El maestro aperador es, pues, carpintero y herrero, y
mecánico de martillo. Estos artesanos se dedicaron a la producción de carros y
carretas, y especialmente a sus complejas ruedas; oficio que también viene en
llamarse aladrero, donde igualmente se fabricaban otros elementos de madera y
hierro para las antiguas faenas del campo, esto es: garabatos (araos),
horcates, trillos, etc..
El
de carretero, (Aperadores) era un oficio
que el Diccionario lo define como "Constructor de carros y carretas".
Este trabajaba la madera, y para fabricar un carro, necesitaba la estrecha colaboración
del herrero, pues precisaba de él todos los elementos metálicos que el carro
llevaba, como eran las llantas de las ruedas y el resto de herrajes para hacer
más sólida su construcción. Cuando era necesario poner las llantas a las
ruedas, se unían ambos, carretero y herrero, y con la ayuda de sus oficiales
(porque era una operación trabajosa y arriesgada), hacían una canal circular de
ladrillos llena de carbón encendido para calentar la llanta hasta que se ponía
casi incandescente y así se conseguía su dilatación para acoplarla más
fácilmente en la rueda. Una vez colocada la llanta, para conseguir su rápido
enfriamiento, se le echaba agua en abundancia, así no se quemaba la madera y la
unión quedaba sólida, y se terminaba la operación colocando los pasadores entre
hierro y madera. De esta manera concluía la fabricación del carro.
En
nuestro pueblo, a principios del siglo pasado, los hermanos Lorente Yufera
(Alonso y Tomás), tuvieron talleres de aperaduría en las calles de Los Pasos y
Procesiones respectivamente, y hasta mediado del siglo pasado, aún existían
abiertos otros talleres. Entre ellos podemos citar el de Pepe “el Gato”, en la
esquina de la calle de La Cruz. La última fotografía está tomada en la puerta
del mismo, con su oficial Alonso manejando un arado para tiro de semovientes.
ARRIERO
El
arriero se encargaba del transporte de todo tipo de materiales, empleando para
ello un gran número de burros y mulas, también conocido como “recua”, entre
ocho y diez y hasta una docena de estos. Los caminos sin asfaltar y de montaña
hacían necesarios estos profesionales del transporte, que también utilizaban
carros en carreteras, cuando los vehículos a motor no eran tan comunes entre la
población. Transportaban el grano y la paja. Cuando se utilizaba una carreta,
era tirada por una yunta de bueyes unidos por el ubio, o una collera de mulos.
El
de arriero era un oficio bastante considerado, por lo necesario en una época
donde el medio fundamental de carga eran los animales (caballos, mulos y
burros) con los que se cargaban y acarreaban las diferentes mercancías de unos
pueblos a otros.
El
oficio de arriero estaba muy mal pagado y por unas pesetas o reales andaban por
esos caminos entre montes y campiñas sufriendo las inclemencias del tiempo
(frio, lluvia, calores, vientos, etc.) transportando mercancías difíciles de
manejar como corcho, madera, carbón, piedras o granos. Cuando fueron
apareciendo los primeros motocarros, furgonetas y camiones ellos se vieron
desplazados y poco a poco abandonaron a la fuerza su actividad de toda una
vida.
El
aparejo de las bestias se adecuaba a la mercancía que iban a transportar y se
solían tener dos jarmas, una bien rellena para cargar vigas de madera o piedras
que se colocaban sobre unas pedreras hechas de tablas sobre las que asentaba
perfectamente la carga. Cuando se transportaba harina, semillas, pieles de
aceite u otros similares, la jarma y los ropones estaban más vacíos y de esta
forma la carga se ajustaba más al cuerpo del animal.
El
arriero no tenía seguridad social ni protección de ningún tipo pues aún sobre
1965 no eran considerados como obreros agrícolas ni tampoco encuadrados en la
Rama General. Muy mal pagados y sus trabajos eran ajustados antes de la
realización a veces con pérdidas significativas por los malos cálculos
efectuados. Los arrieros era gente muy sufrida, con manos encallecidas,
cinturas protegidas por anchas fajas y piel curtida por las inclemencias del
tiempo y el mal comer casi siempre en ruta junto a los animales.
Los
animales requerían un cuidado especial para evitarles la “mataduras”, “los
huérfagos” y sobre todo había que tenerlos herrados para evitar que se les
estropeasen los cascos y quedaran inútiles.
Cuando
los arrieros caían enfermos o se hacían mayores, se encontraban desamparados
pasando muchísimas necesidades y teniendo que recurrir a asilos y beneficencias
si no tenían hijos que les alimentasen.
Fue
una profesión muy dura y poco gratificante sobre todo para aquellos que
porteaban carbón, hielo de las sierras, corcho, piedras, mercancías molestas y
peligrosas antes no cualificadas como tales.
En
Alcantarilla yo recuerdo al Tío Contreras, que vivía en la calle Los Carros, y
al Tío Jeromo, que vivía en la calle Rosario.
BARBERO
Muchos
son los que creen que los antiguos barberos eran únicamente peluqueros que
también se encargaban de arreglar la barba a los hombres. Pero si nos
remontamos siglos atrás, cuando los dentistas no existían, los barberos también
eran los encargados de ocuparse de la dentadura de sus clientes, e incluso
hacían las labores de médicos de la época, tales como vendar úlceras o hacer
sangrías.
Con
la aparición de médicos y dentistas especializados, los barberos se vieron
relegados a la barba y pelo de los hombres, y con el paso de los años y
aparición de las peluquerías unisex, el nombre cayó en desuso, llamándose
únicamente peluqueros.
Aunque
tenían su peluquería, otros utilizaban un carromato y recorrían los pueblos
sacando muelas y otros menesteres de su oficio, aparte de cortar el pelo y
afeitar a los hombres.
BOTIJERO
Esta
persona tenía por oficio hacer o vender botijos. Aunque se les denominaban
botijeros, en realidad la mercancía no solo se limitaba a botijos, sino que
transportaban toda clase de utensilios realizados con barro. Llevaban cacharros
para las cocinas, como platos, cucharones, orzas para las aceitunas,
candelabros para velas, y si no traían lo que necesitabas te tomaban el
encargo.
Otro
oficio nómada que llegue conocer fue el botijero, acudía a las calles de las
ciudades con su burro cargado con una enorme bala de paja dentro de una red, y
entre la paja escondidos sus tesoros cerámicos de los cuales el rey era el
botijo, el botijo blanco que previa limpieza con agua con anís para quitar el
sabor a barro, servía para mantener fresca el agua en alguna sombra de
cualquier rincón de la geografía española.
Hay
que tener en cuenta que no había maquinas dispensadoras de latas de refrescos o
de botellas de agua, porque tampoco existían las latas de refrescos ni las
botellas de agua mineral.
Había
que tener también “oficio” para beber en botijo y no terminar con el cuello y
el pecho mojados, pero una destreza que se adquiría similar a la necesaria para
beber en la bota de cuero o en el porrón de vidrio el vino que vendían los
bodegueros, tenderos que lo único que tenían en sus tiendas era las tinajas en
las que almacenaban el vino que se compraba a granel en aquella época.
En
la Calle Raso, de Alcantarilla, Juan “el Lebrillero”, y en la calle de la Cruz,
Juan “el de los tiestos” vendían botijos, tinajas (algunas en uso que hacen muy
buen agua), orzas, lebrillos y otros objetos de barro…
“EL BUSANO DE LA SEA”
La
avivación de la simiente de los gusanos de la seda coincidía con la aparición
de las hojas de las moreras, hacia mediados de marzo, que eran su alimento. La
cría tradicional proseguía durante el mes de abril. El 90 por ciento de la seda
de España se producía en Murcia. La peña huertana “La Seda” mantiene la
tradición de bendecir la simiente del gusano de la seda.
El
cultivo de la morera se realizaba en los
linderos de los bancales, aprovechando de este modo la mayor humedad de los
brazales y acequias. La morera era considerada como un cultivo secundario. En
la crianza del gusano de seda colaboraba toda la familia. Las mujeres, algunas
de las cuales avivaban en su seno la simiente, hacían la limpia de los lechos
de los gusanos, y los cabeza de familia ahogaban los capullos y se encargaban
de comprar la semilla y vender los capullos. Todos arrimaban el hombro, sobre
todo cuando la crianza llegaba a su final y la demanda por parte de los gusanos
de hoja fresca crecía de manera exponencial.
En
el pueblo de Alcantarilla muchos vecinos la tenían como actividad complementaria,
y cuando llegaba la época, toda la familia se dedicaba a su cultivo. Hacían una
gran estantería con zarzos de cañas, y como postes ponían los palos de los
girasoles o de las piteras. Cogían grandes cantidades de hoja de morera, ya que
había que alimentarlos continuamente y el consumo de hoja aumentaba según
crecían los gusanos. Cuando habían alcanzado su talla, colocaban unas matas de
“boja” en los laterales de los pisos y los gusanos según maduraban trepaban y
empezaban a segregar la seda que los envolvía
formando el “capillo”.
El
desembojo:
“Ya han subido los gusanos por entre
las ramas de las bojas colocadas sobre los zarzos de cañas en que tuvieron su
cuna y crecimiento los sedosos animales y ya estaban hilando su propia cárcel
en la que quedaban prisioneros para convertirse en palomas blancas, si antes no
se las sometía al calor de los ahogaderos.
Ahora
se procede al desembojo, que es lo más solemne y delicado de todo el proceso.
Aquel año el gusano no tuvo ninguna enfermedad y la cosecha fue óptima.
En la casa del tío Pencho ya estaban
las bojas cuajadas de capillos en la mejor sala de la casa. Llegaron los mozos
y las mozas y comenzó la operación de quitar de entre las ramas los capillos
que parecían racimos pródigos de gruesos dátiles de seda sonrosada.
Las amplias espuertas colocadas en el
centro se iban llenando del precioso capillo y luego se vaciaban en un montón
formado en una de las porchadas del patio…” (del libro “Verso
y prosa”, de Pedro Jara Carrillo).
Actualmente
el cultivo del gusano de la seda está en manos de los escolares.
LOS
ANTIGUOS CARBONEROS
El
término carbonero se refiere a la persona que fabrica carbón en una carbonera a
partir de leña. La carbonera se forma de modo artesanal, colocando los propios
troncos de leña en forma de cono, y cubriéndolos de una capa de tierra de unos
20 centímetros de grosos, formando los hornos, donde después de un periodo de
tiempo lo apagan. Es de donde sale el carbón vegetal que se utiliza en las
cocinas y en barbacoas.
La
utilización de carbón vegetal, tanto para usos domésticos como industriales, se
pierde en la noche de los tiempos. Es tan antiguo como el mismo hombre. Aparece
siempre en todas las excavaciones arqueológicas.
Actualmente,
ha quedado relegado a algunos restaurantes-asadores y a las barbacoas
dominicales, cuyo carbón, a falta de carbonerías, solemos adquirir en
ferreterías o grandes superficies.
Ya
desde la Edad Media, se tiene noticia de que las personas dedicadas a esta
profesión marchaban a las montañas de la comarca para «hacer carbón». Eran
tiempos en que las cercanas sierras se encontraban pobladas de encinas, pinos y
grandes matorrales, bosques de los cuales sólo quedan, actualmente, pequeños
reductos en esos montes. Los antiguos carboneros se dirigían, en determinados
días, a los citados lugares y buscaban un claro que se despejaba cuidadosamente
de pequeños arbustos y hierbas y construían con piedras un pequeño muro
circular. Se talaban los árboles, se descortezaban y se cortaban las ramas.
Mientras los carpinteros se llevaban los árboles limpios, las ramas,
desprovistas de hojas, eran troceadas y se apilaban en forma cónica sobre el
claro, dejando una pequeña chimenea en su parte central. Todo se iba tapando
con hojas y ramas finas que, antes, se habían apartado y luego se cubría de
tierra haciendo orificios a los lados para activar el fuego que, conforme iba
subiendo, se tapaban. Esto era una carbonera, un curioso túmulo que solía
alcanzar dos o tres metros de altura.
La
vida del carbonero de monte era muy dura. Debía estar vigilando constantemente
la combustión, observando el color del humo y tapando los agujeros. Una
tormenta podía echarlo todo a perder. Si todo marchaba bien, la operación solía
durar tres o cuatro días. A falta de alguna cueva o abrigo natural, el
carbonero tenía que fabricarse una pequeña choza donde pasar las frías noches y
allí, en la soledad del monte, lejos de su familia, comía su frugal comida.
Cuando el carbonero creía que el carbón estaba en su punto, se ahogaba la
carbonera, se sacaba el carbón y se extendía durante otros dos o tres días para
que se enfriase. Finalizada esta última operación, se cargaba a lomos de
caballerías y, por estrechos senderos preparados para ello, se llevaba hasta
los caminos, donde esperaban los carros para cargar y traer el carbón al
pueblo.
COLCHONERO
El
colchonero era un profesional que viajaba de pueblo en pueblo aireando,
rellenando y ahuecando los colchones de lana. Antiguamente, los colchones
constaban de una funda rellena de materiales orgánicos como paja, lana, hojas,
etc., que eran nido de pequeños insectos (ácaros, pulgas, chinches), por lo que
había que ventilarlos y airearlos periódicamente.
Colchonero
y vareador era pues un hombre que recorría las casas, previo encargo, para
elaborar y rehacer colchones de lana de oveja. Aunque el proceso parece
sencillo, llevaba su tiempo, tres o cuatro horas, dependiendo del tamaño del
colchón; primero era necesario preparar la lana sacándola de su envoltorio del
colchón. Para ello, la lana era levantada y golpeada con dos bastones de
castaño o boj, produciendo un sonido muy característico. La lana apelmazada en
el vientre de los colchones, dormida y apretada en el letargo del largo invierno,
había que espabilarla, desentumecerla y esponjarla a base de varetazos, con el
fin de hacer saltar la suciedad y que quedase bien blanda. Luego se extendía en
el suelo una tela, sobre la cual se extendía la lana hasta la mitad formando un
prisma y mirando que quedase bien repartida por toda la superficie para que no
quedasen bultos. Entonces se procedía a cubrir la lana con la otra mitad de la
tela y se empezaba a coser la estructura formando un saco con hilo y aguja
bastantes gruesos, para que con el peso de una persona encima no se rompiera el
colchón. Una vez la estructura estaba acabada, se atravesaba el colchón con una
beta o cordón por diferentes puntos, para evitar que la lana pudiera moverse o
desplomarse en el interior. Para el acabado final, se procedía a coser las
esquinas y a coser un cordón por todas las aristas del prisma, relleno de un
poco de lana del interior, para mantener la forma de toda la estructura.
COMADRONA
Comadrona
es la persona que tiene por oficio asistir a la mujer en el parto;
antiguamente, este oficio era ejercido solo por mujeres basándose en la
experiencia tradicional, ya que el parto sucedía en el domicilio familiar.
Actualmente requiere titulación específica.
−¿Qué es una comadrona?
(La escena transcurre en la escuela hace unos pocos años. Al inicio del curso
el maestro toma los datos de los alumnos).
−Tú, ¿cómo te llamas?
−Juan López García, para
servir a Dios y a usted.
−Bien, ¿Dónde naciste?
−En la Arrixaca.
−¡En la Arrixaca! ¿Eso qué
es? (El maestro es nuevo en la región)
−Un hospital.
−No, hombre no. Tú
nacerías en un pueblo, en una casa…
Esta
escena sería imposible unos años antes. Todos nacíamos en nuestra casa, a
nuestras madres las asistían unas mujeres que hace mucho tiempo se les llamaba
“parteras” (ayudaban en los partos), y luego por comadronas tituladas, que
reconocían a la futura madre y determinaban cuando nacería el bebé. Ayudaban a
la madre en el parto y le aconsejaban como tenía que actuar. Cuando nacía el
bebé cortaban el cordón umbilical. Luego bañaba y vestía al bebé. La comadrona
visitaba la casa todos los días para poner limpio y vestir al bebé,
aprovechando para ver cómo iba la tripa, cuando la “daba”, esto es, cuando se
secaba y caía. A partir de ese momento, la comadrona lo dejaba ya al cargo de
la madre y familia, pero acudiendo siempre que se presentara un problema. Ella
aconsejaba a la madre sobre el método de alimentación que debía seguir con su
bebé (lactancia o biberón).
En
el pueblo tuvimos muy buenas comadronas, de las que todos guardamos un grato
recuerdo. Sus brazos fueron los primeros que nos acunaron a muchos de
nosotros... ¡Gracias!
Comadronas en
Alcantarilla:
-Doña Teresa Marcos
Guirao, comadrona oficial del Ayuntamiento por oposición en 1925.
-Doña Teresa Navarro
Marcos, hija de la anterior, dependía de la Diputación Provincial. Comadrona
titular del Hospital Provincial, antes llamado de San Juan, ubicado junto al
antiguo Instituto de enseñanza media “Alfonso X el Sabio” (Ahora Licenciado
Cascales).
-Doña Josefina Cartagena
Navarro. Seguridad Social.
-Doña Mercedes Guillamón.
Seguridad Social.
-Doña Carmita Cascales
Sandoval. Seguridad Social.
CONSTRUCTOR
DE CARROS
El
de Carretero era un oficio que el Diccionario lo define como "Constructor
de carros y carretas". Este trabajaba la madera, y para fabricar un carro,
necesitaba la estrecha colaboración del herrero, pues precisaba de él todos los
elementos metálicos que el carro llevaba, como eran las llantas de las ruedas y
el resto de herrajes para hacer más sólida su construcción.
Hoy
hablamos de un oficio artesanal que es verdadero arte por cuanto supone actos
de creación donde el artista deposita toda la inventiva y la desarrolla en
libertad. Se trata del oficio de carretero, una profesión desaparecida con la
llegada de la mecanización.
TÉCNICA
Y PROCESO: Toda la tarea de principio a fin es realizada por ellos mismos:
desde aserrar los troncos, pasando por remates de todo tipo, así como por las
tareas de fragua necesarias para transformar hierro. "Un buen carretero
debe dominar también las artes de la fragua”. La técnica está basada en la habilidad
y el conocimiento de los materiales. En cuanto a las maderas empleadas eran:
encina, álamo negro, fresno y pino.
LAS
RUEDAS: Elementos principales de cualquier vehículo, en este caso son quienes
ponen a prueba la habilidad y calidad de un carretero. Están compuestas por un
gran número de piezas cuyo encaje ha de ser perfecto. Radios: por lo común
llevan 16 ó 18 radios.
ESTRUCTURA
SUPERIOR: La parte superior de un carro la componen los Tapiales y una serie de
complementos de quita y pon según las tareas a realizar. Tienen una altura de
65 centímetros. Su estructura la forman los Varizos, en madera, de tres por
tres pulgadas de grosor. Barrotes y Barrotillos, éstos de hierro y con tuercas,
van incrustados en la misma madera.
HERRAMIENTAS:
Maderas, las manos y un puñado de elementales y rudimentarias herramientas van
formando poco a poco las piezas que la mente ordenará convenientemente En el
taller empleaban otras herramientas menores como son las sierras de mano,
escoplos, formones, barrenas, limas, escofinas, azuelas, cepillo de vuelta,
otro de vuelta dentado, la garlopa, martillos, machotas, la rodela, gubias,
barrilete, etc.
CLASES
DE CARROS: CARRETA, la que es tirada por yuntas de bueyes y vacas. CARRO DE
MULAS, (carro de varas) en el que el animal va sujeto con todos sus arreos a
dos varas.
CONSTRUCTOR DE CHIMENEAS
Los
constructores de chimeneas eran albañiles altamente especializados, que unidos
en cuadrilla construían las chimeneas industriales con ladrillo y material
cerámico en su totalidad. Estas chimeneas estaban destinadas a dispersar el
humo a la atmósfera, así como a mejorar la combustión gracias al tiro producido
por la diferencia de densidades del aire caliente generado en el interior y el
aire frío del exterior.
Las
chimeneas constan de varias partes diferentes: Base o Pedestal, Caña, Fuste o
Tubo, y Coronación o Remate. Se utiliza como material básico el ladrillo
cocido, que es un buen aislante térmico. La altura y sección disminuye de la
base a la cúspide, consistiendo su función en provocar una depresión o tiro
entre la entrada y la salida para establecer una corriente de aire,
contribuyendo este tiro a la combustión. Su construcción obedece a la
utilización del vapor en la fábrica.
Este
sistema constructivo se basaba en un verdadero arte, realizándose con andamiajes de madera por su
interior, pero ejecutando su cara vista, casi siempre en sección decreciente
con la dificultad añadida del rejuntado sin visión directa. Una polea interna
permitía subir el material, mientras los obreros iban colocando ladrillos desde
dentro de la estructura, utilizando una especie de garras incrustadas en forma
de “U” que se embutían en la pared; cada 35 centímetros iba una. Sirven como
escaleras y apoyo de tableros, que constituyen las plataformas sobre la que los
operarios trabajan y a su vez el punto de cuelgue de la polea que permite el
transporte del materias en altura. La chimenea se divide verticalmente en
tramos de dimensión entre 4 y 5 metros en función de la altura. Una chimenea de
25-30 metros se puede construir entre 30-50 días.
El
proceso constructivo se desarrolla con un mínimo de cuatro operarios: dos al
pie de la chimenea preparando mortero y ladrillos e izándolos con una polea,
otro que se encarga de apilar y suministrar el material en altura, unos dos
metros por debajo de los dos últimos, que son los que levantan la obra.
En
Alcantarilla, había más de 20 de esas majestuosas chimeneas, “Catedrales de la
Industria”, que en su día con otras tantas desaparecidas en el tiempo, aportaron
el florecimiento industrial a nuestra localidad. Aquí recuerdo las del Silla,
Cobarro, Esencia, Pagán, Cascales, Hero, Jesús Galindo, Caride, etc.
Citamos
como maestros constructores, además de la familia Pacheco, maestra de todos los
que vinieron después; José Riquelme Almagro “el Rambla”, José Porras, Perico
“El Corrihuela”, Diego Lisón, Diego Sáez Guirao “El Moruza”, José “El Mohino”,
“El Pata”, Pedro Hernández “El Peseta”…
José Riquelme Almagro y Ángel Pacheco Pacheco
COSTURERAS
En
los pueblos y ciudades, las modistas montaban un taller en su domicilio, donde
admitían a jóvenes aprendizas, que al mismo tiempo que aprendían le ayudaban a
sacar adelante el trabajo que le encargaban. En las casas de campo que tenían
máquina de coser, buscaban una modista para que pasara en la finca unos días,
cosían la ropa entre las mujeres de la casa, y la modista hacía lo más difícil.
Cosían camisas, pantalones, delantales, blusas, vestidos… y también remendaban
las sábanas y ropas de vestir.
Era
muy habitual encontrar en la mayoría de casas a mujeres que dedicaban su tiempo
a la tarea de coser, y buena prueba de ello son las máquinas de coser que con
el tiempo nuestras personas mayores adquirieron. Aquí hacemos referencia al
cosido a mano.
En
la escuela franquista, una de las enseñanzas que se impartía a las mujeres,
(recordemos que la educación estaba diferenciada por sexos), era las tareas del
hogar, y en ellas se encontraba la de coser.
Se
montaban talleres de costura en casa de las modistas, a donde iban a aprender
las niñas al salir de la escuela. Y los padres que podían les compraban una
máquina de pie para coser y bordar de las marcas Sigma o Alfa. A mí me gustaba
ver la puesta en marcha de la máquina. Colocar la aguja y enhebrar el hilo del
carrete hasta la aguja, con todo un recorrido por un montón de enganches,
alambres y discos de presión, hasta pasar por el ojo de la aguja en medio del
prensatelas, y dar luego las primeras vueltas al volante para que la aguja
sacase el otro hilo de la "canilla".
En
estos talleres se diseñaban, cortaban y confeccionaban todo tipo de prendas:
vestidos, camisas, chaquetas, pantalones,... pero en las casas lo que más se
hacía era remendar y reformar. Se aprovechaban los vestidos al máximo, haciendo
cambios de modelo con añadidos. También se arreglaba ropa de unas personas para
otras, a veces después de teñir las telas con cartuchos de "Tintes
Iberia", hirviendo las telas con el polvo de color en una olla grande,
dándole vueltas con un palo, dejando luego un tiempo a remojo y sacándolas
después a secar. Los calcetines se zurcían, y se les daba la vuelta a los
cuellos y puños de las camisas.
En
Alcantarilla era famosa Isabelita la Jiménez, que tenía el taller en su
domicilio de la calle de los Carros, por donde pasaron infinidad de jóvenes del
pueblo que aprendieron a tomar medidas, cortar, embastar, hacer pruebas, coser…
DROGUERO
La
droguería era la tienda donde podíamos comprar cualquier preparado químico que
sirviera para la limpieza, cuando no existían los supermercados donde todo nos
lo venden envasado. El droguero era la persona de confianza a la que preguntar
por la solución a nuestro problema. “A la gente le parece mentira, pero antes tú llegabas con el frasco de perfume
vacío de tu casa y en la droguería te lo rellenábamos. No era como es
ahora, los productos los
preparábamos en la tienda y el droguero sabía de química” (palabras de
un viejo droguero).
En
la Edad Media, bajo la denominación de especias, se entendían todas las drogas
suministradas por la naturaleza, como materiales tintóreos, perfumes y
productos industriales, tanto de origen mineral como vegetal o animal.
Esta
antigua profesión en nuestra ciudad ha estado representada por personas con
toda una vida dedicada al oficio, y sus tiendas
estaban surtidas de todas las mercancías relacionadas con la droga (de
droguería), cuya lista sería interminable.
Gerardo
y Santiago eran capaces de preparar fórmulas complicadas y sabias, utilizando
esencias, tinturas, aceites secantes, colas, resinas, cosméticos, y preparados
biológicos especializados para el hogar o la industria, tales como el bórax,
asfalto o betún de Judea, blanco de España, agua de rosas, tornasol, el índigo
de Bagdad, colofonia, alcanfor, trementina, cochinilla o kermes (aglutinante
natural) y cola de conejo, entre otros muchos. Incluso conglomerados de ceras,
goma laca o acetonas a granel.
Santiago
tras el mostrador de su comercio
Igualmente,
eran expertos en surtido de perfumes, esencias o fragancias, combinados y
mezclados en probeta de forma armoniosa, con precisión genuina. Entendidos en
todo tipo de mixturas, tanto de pinturas al aceite de linaza como otras
mezclas…
En
Alcantarilla hubo varias droguerías: la del Minuto, la de Pedro Pastor; la
de Gerardo, Gerardo López Pérez, natural
de Javalí Nuevo, luego continuada por su
hijo Gerardo hasta su cierre en 1986; la de Santiago, Santiago Pérez Ortuño que
cerró en 1988; a partir de los 70 María Vicente Hurtado abrió una droguería
perfumería, frente a la Iglesia de San Pedro.
Gerardo
despachando una de sus fórmulas
Recuerdo
en mi niñez, acudir con mis amigos a la droguería para proveernos de clorato
potásico y azufre, con los que elaborábamos nuestras ruidosas “bombas” y
“petardos” verbeneros.
ENCAJERA/BOLILLERA
Una
bolillera es la persona que se encarga de trabajar el tejido ornamental y
transparente que se hace a mano y se adorna con bordados. El encaje,
propiamente dicho, se diferencia del bordado sobre malla o sobre cualquier tela
muy transparente, en que no exige un tejido previo, como lo requiere el
bordado.
Una
encajera, es la persona que se encarga de trabajar el tejido ornamental y
transparente que se hace a mano y se adorna con bordados.
Se
llama encaje porque en sus orígenes, se solía realizar entre los bordes de dos
tiras paralelas de lienzo, como si fuera una labor encajada entre ellas, y se
denominaba asimismo randa, del alemán rand (borde u orilla) porque suele
bordear a otra pieza
El
origen histórico del encaje se fija por lo general a mediados del siglo XVI y
se supone que nació en Venecia.
En
España ya se ejercitaban las labores de encaje de aguja, y al bolillo, medio
siglo antes en varias poblaciones de España, y con seguridad procedían de los
conventos de monjas.
El
encaje de bolillos es quizá la técnica de labores más delicada de realizar.
Requiere de bastante atención por parte de la encajera, ya que la más mínima
distracción supone un error que no se conocerá hasta avanzar en el encaje, y
volver atrás significa haber trabajado para nada. Además, hay que añadir el
peligro que supone deshacer el encaje, puesto que el hilo, que ha sido torcido
decenas de veces no se puede volver a utilizar.
En
Alcantarilla hay una gran tradición bolillera, que subsiste gracias al trabajo
que un magnífico grupo de amas de casa realizan semanalmente en el Centro
Social de Personas Mayores de la calle San Fernando, tal y como se aprecia en
las fotografías inferiores.
HERRERO
El
herrero es una persona que tiene por oficio labrar el hierro. Generalmente, el
metal es calentado hasta que se vuelve incandescente, al “rojo vivo”, para
después darle la forma en el yunque, para hacer útiles de labranza u otros
aperos. Algunas manufacturas de los herreros son elementos de hierro forjado,
rejas, muebles, esculturas, herramientas, artículos decorativos, etc.
El herrero era aquella persona que mediante su forja, yunque
y martillos elaboraba objetos de metal, comúnmente acero e hierro, de necesidad
para toda la sociedad. Entre esos objetos se encontraban no sólo herramientas,
campanas, armas y artículos de cocina, sino que en muchas ocasiones también
realizaban artículos decorativos muebles e incluso esculturas.
Con la llegada de la revolución industrial, el herrero pasó
de estar en todos los pueblos a estar únicamente en determinadas poblaciones.
El Herrero, que se dedicaba a trabajar el hierro que recibía sin labrar, en su
taller denominado Fragua, hacía con él toda clase de trabajos, como eran los
aros que servían de llantas para las ruedas de los carros; hacer todos los
aperos de labranza como las rejas para los arados y calzarlas cuando se
gastaban; hacer arados de los llamados romanos y calzarlos, cuando se gastaba
el dental donde encajaba la reja; y todas las herramientas y utensilios propios
para los trabajos agrícolas.
Era un oficio que también asumía las funciones propias de
cerrajero, viéndose comprometido a hacer cerraduras, llaves, bisagras y
pequeños herrajes en los que predominaba el trabajo de ajustado con la lima.
Para hacer bien su trabajo se tenía que rodear de elementos y
herramientas adecuadas típicas del oficio, indispensable para realizar su
trabajo. En una fragua se podía encontrar: Un fogón en el que se caldeaba el
metal que se hacía forjar, y en el cual se activa la llama del carbón de piedra
mediante un fuelle que emitía una corriente horizontal de aire. El yunque que
era de hierro forjado con la cara superior plana de forma rectangular terminado
en dos expansiones una cónica y otra prismática en forma piramidal,
encontrándose ambas dentro del mismo plano de la tabla. Los martillos de
diversos tamaños. Las tenazas también de varios tamaños. Un tornillo o más, de
construcción robusta fijado a un banco de madera. La pileta del agua para
enfriar las herramientas y las piezas trabajadas. Y un sin fin de utensilios
que no es el caso enumerar aquí.
HILADO
DEL ESPARTO
El
hilador era un hombre de una edad media, curtido por los vientos y los soles,
con los pantalones paticortos y 'remendaos'. Calzaba alpargatas, con suela de
cáñamo y se cubría con un sombrero de ala ancha.
Artesanos
que se iniciaban en el duro mundo del trabajo con apenas 6 ó 7 años, dejando de
lado los números y las letras, y en cierta manera hasta la propia infancia.
Era
una existencia dura la del hilador, protagonista incansable de agotadoras
jornadas que se iniciaban al alba y a las que le seguía la sola recompensa del
descanso y la paga semanal, que tenía lugar los sábados.
El esparto comenzó a utilizarse en una primitiva
industria en cordeles, aparejos de naves, capazos, espuertas, útiles agrarios y
materiales de cambio.
Los fenicios y especialmente los púnicos lo
comercializaron por todo el Mediterráneo.
Al principio se trabajaba tal y como se recogía del
campo, y se trenzaba para hacer cestos, capazas, seras, etc., que después
servían para la recolección de frutos y verduras o para el transporte de otras
materias.
El proceso de transformación del esparto comienza en el
monte, arrancando las matas de esparto o atochas. Los esparteros
se ayudan de palillos para llevar a cabo la recolección, para después realizar
la llamada 'tendía' en el monte, es decir, el esparto arrancado se extiende en
el suelo del monte para que se seque.
El siguiente paso responde al nombre de 'cocío': el
esparto se sumerge en balsas de agua para que la fibra se ablande, y al cabo de
treinta o cuarenta días, se tiende para su secado.
Después comienza el 'picao', por el que el esparto se somete
a un aplastamiento en los mazos para desprender la parte leñosa de la fibra.
Esta tarea ha sido tradicionalmente elaborada por las mujeres, denominadas
'picaoras'.
A continuación, comienza el 'rastrillao', un proceso por
el que se peinan las fibras de esparto en rastrillos de púas de acero que
separan los haces de fibra de sus hojas, despojándolos de sus partes leñosas.
Y por último, el 'hilao', que consiste en una rueda de
madera movida por un “menaor” que hacía girar unas carruchas donde se enganchaban las fibras de
esparto. Sobre ellas, los “hilaores” iban añadiendo más fibra rastrillada
formando hilos de un cabo que luego se corchaban con la gavia, componiendo la diferente cordelería.
Esta cordelería sirve para fabricar objetos como las esparteñas que nos
calzamos en la ofrenda de flores a nuestra Patrona en el mes de Mayo.
En Alcantarilla tuvimos tres grandes empresas dedicadas a
la industria del esparto: Antonio Pujalte Herrera, en la Avenida Martínez
Campos, más tarde denominada Hilaturas Pujalte; Angel Galindo Núñez, también en
Martínez Campos, y la de Hijos de Eduardo Pagán Ruiz, en la Carretera de Murcia
a la salida del pueblo, donde ahora se encuentra la estación de servicio que
orgullosa muestra la enhiesta chimenea de la desaparecida factoría.
Mi madre fue “picadora” de ésta última, hasta años
después de haber nacido yo, tal y como nos muestra el carnet de revisiones
médicas.
HILERO
– QUINCALLERO
La
principal actividad del hilero, también conocido como trapero, o ropavejero, estaba
relacionada con la compra de trapos viejos, suelas de alpargata usadas, lana,
etc. Con su burro o carretón cargado de pucheros, platos de porcelana, botijos,
cazuelas de barro, muñecos de arcilla, canicas… intentaban vender o cambiar
estos por cualquier cosa vieja.
Era
una persona, hombre o mujer, aunque abundaban los primeros, que recorría las
calles con un carretón que empujaba con las manos; a las varas iba atada una
soga, que se colocaba detrás del cuello con la que se ayudaba a soportar el
peso, y sujetaba el carretón cuando soltaba las manos. Sobre el carretón
llevaba la mercancía, que consistía en piezas para el ajuar casero como platos,
fuentes, vasos y tazas, o juguetes para los críos, como bolas de barro o de
cristal, tiras de mixtos de trueno, molinicos de papel, pelotas de trapo con
forro de gutapercha, flautas de caña y figuritas de barro, que son las piezas
que aquí vamos a describir.
En
Alcantarilla, los últimos hileros que conocimos fueron Vicente López Degrá y
una mujer llamada Dolores, cuyos apellidos desconocemos. Se paraban en esquinas
estratégicas para hacerse ver y oír por el mayor número de personas posibles y
gritaban: “Niñicos, niñicas, por trapos y alpargates”. Su actividad comercial
consistía en cambiar su mercancía por trapos y alpargates rotos (calzado más
usual en aquellos años), que posteriormente vendían a una fábrica de Puebla de
Soto, cuyo dueño se llamaba Diego. Allí transformaban los trapos en borra para
los colchones, y el cáñamo de los alpargates en estopa.
Las
figuras de barro, de pequeño tamaño, estaban hechas con arcilla por dos
procedimientos: con moldes y a mano; las primeras resultaban huecas y las
segundas macizas. Una vez secadas al sol y pintadas las de mejor calidad, se
introducían a un horno donde se sometían a una cocción a elevada temperatura,
con lo que adquirían una gran consistencia. Posteriormente, en contados casos,
se les añadía algún aditamento: coronas, abanicos, espejos, etc.
LOS HORCHATEROS
Horchatero
era la persona que se encargaba de elaborar y comercializar en carritos de
venta ambulante, horchata, una bebida refrescante, preparada con agua, azúcar,
almendra y chufas. También hacía granizados a base de limón o café, y mantecado
helado que recibía el popular nombre de “chambi”.
En
aquellos tiempos en los cuales no teníamos “nevera” y el agua más fresca que
podías beber era en una buena cántara o botijo o dejar que saliera por el grifo fresca… No teníamos
aire acondicionado y las siestas del verano eran eternas. Todos esperábamos, lo
mejor que podíamos, que refrescara; salíamos a la calle a tomar el fresco, las
mujeres barrían y rociaban las calles de tierra, se empezaba a refrescar el
ambiente. ¡Qué gusto daba pasear!
Entonces
los horchateros, con sus típicos puestos de helado, hacían acto de presencia a
principio del verano, con sus relucientes recipientes llenos del rico producto
helado con diferentes sabores para el disfrute de niños y mayores (¡al rico
chambi, horchata, limón y mantecao!), y mantenían su fresca temperatura con
trozos de hielo que se vendía en barras.
−¡Qué
gozo! Mamá, cómprame un “chambi”. −No nene, que hoy no tengo “perras”. Otro día
había más suerte y podías disfrutar del rico manjar helado.
Algunas
veces te daban una peseta de paga o regalo y te ibas corriendo al puesto del “Gordo”
(Juan) y le pedías “uno” de peseta con cuatro pastas. ¡Cómo lo saboreabas!
Lamiéndolo por todos los lados para que no se derritiera…
En
fin, que os voy a contar que vosotros no sepáis…
Chocolatada en la base áerea, Julio Romero, dos militares,
Juan Romero, y otro militar
Julio Romero junto a su carro del "chambi"
Luis "El Colón" y Julio Romero en su puesto junto al paso a nivel
LABRADOR
La
agricultura era su medio de vida, también contaba con algunas cabezas de
ganado, y de la climatología dependía que su esfuerzo se viera recompensado por
el sudor de su frente. Sudor y sacrificio, trabajo duro y continuado en el que
desgastaba su empeño y dedicación para obtener la recompensa deseada. El oficio
de labrador no tenía ni principio ni fin. Al igual que la jornada; la temporada
no dejaba apenas hueco para el descanso, sin intermedio o asueto que tomarse
porque siempre había algo de qué ocuparse. Ni siquiera el lapsus invernal daba
tregua a poder olvidarse del campo; si no era el cultivo, era la recolección.
Era la persona entendida en todas las labores por
las que debía de pasar el proceso de los cultivos. El campesino hacía honor a
su condición y se pasaba la vida en él, de sol a sol y lo que le colgara, sobre
todo en tiempo de verano La agricultura era su medio de vida, también contaba
con algunas cabezas de ganado, y de la climatología dependía que su esfuerzo se
viera recompensado por el sudor de su frente. El oficio de labrador no tenía ni
principio ni fin. El apero casi inseparable del labrador era el arado, que
muchas veces fabricaba con sus propias manos, y del que dependía como el campo
de la lluvia. La rudeza de los aperos hizo que el método y las técnicas
utilizadas fueran muy rudimentarios y ello condicionó que el proceso fuera muy
lento y poco productivo, motivo por el que el labrador del pueblo permanecía
inmerso en el campo para producir no mucho más de lo estrictamente necesario
para poder subsistir.
Dispuesta
la tierra para ser labrada se realizaban las labores de arado, se procedía a
sembrar el primer cereal, trigo o cebada temprana, allá a mediados de
noviembre. El labrador trabajaba con maestría, una mano en la esteva del arado
y un ojo puesto en la reja y el otro en un punto fijo del final de la tierra.
Acto seguido vendría el resto de la siembra de grano, centeno, avena y cebada
tardía, allá por marzo, que cerraba el ciclo de siembra de cereal. Esta faena
podía llevar un mes largo de sembradura, hasta las vísperas navideñas.
La
siembra se hacía a boleo. El agricultor acondicionaba un saco, costal o alforja
con el grano, y se lo preparaba de tal modo que pudiera llevarlo colgando al
hombro en uno de los costados y con una boca holgada por donde pudiera meter y
sacar la mano. La mano izquierda mantenía abierta la boca y con la derecha iba
cogiendo el grano, y con paso decidido lo arrojaba con precisión para que todo
lo arado quedase cubierto.
A
partir del día de San Pedro (29 de junio), el calendario laboral daba un
acelerón al ya de por si movimiento campesino. Era como el pistoletazo de
salida para iniciar la siega y recolección del cereal. Un proceso que duraba,
por lo general, 40 ó 50 días de frenética faena en el campo, que sumados a
otros 20 o más de trilla suponía dos meses y medio de trabajo continuo para una
buena temporada; la botija, los sombreros y, por supuesto, la hornada de pan
reciente para que no faltase durante un tiempo sin tener que estorbarse.
Había
que buscar segadores y acarreadores, o como se les denominaba comúnmente,
“agosteros”. Todos ellos durante la temporada que duraba la siega para unos, y
siega y trilla para otros. Segar era duro. El fuerte calor canicular hacía que
el cansancio hiciera mella y había que parar un ratito para reponer fuerzas, un
piscolabis a media mañana o a media tarde calmaba el desgaste. Se almorzaba, se
comía y se merendaba, y de vez en cuando se paraba a echar un trago. Al
mediodía, después de la comida, se hacía la siesta.
LAÑADOR Y PARAGÜERO
El
lañador era aquel hombre que paseaba por las calles y que reparaba toda clase
de vasijas de barro, con un berbiquí y lañas planas de alambre acerado como
único herramental.
Con
un aparato soldador manual que calentaba con brasas, reparaba cacharros
metálicos, ponía parches o “pegotes”, remiendos en definitiva, en baldes,
calderos y todo tipo de utensilios. También era el encargado de reparar los
paraguas.
El
oficio de lañador se trataba de que, sobre todo los utensilios de barro o
arcilla, tales como cántaros, lebrillos, orzas y otros semejantes, que se
utilizaban en la mayoría de los hogares de la época, cuando se les hacía una
pequeña raja, en vez de tirarlos y comprar otros nuevos, se tenían guardados y
cuando llegaba un lañador se les entregaba, y este señor, utilizando una
especia de berbiquí provisto de una broca de finísimo taladro, solía realizarle
unos cuantos agujeros a ambas partes de la superficie dañada y luego le
colocaba unas “lañas” o grapas metálicas (de ahí el nombre de lañador), que si,
como en los lebrillos y orzas solía suceder, se podía cerrar por dentro del
utensilio a reparar, luego con martillo muy pequeño y dándole golpecitos muy
despacio, iba cerrando los dos extremos de la laña, y aunque parezca mentira
por allí no volvía a salirse líquido alguno. En los cántaros, pucheros y otros
que el lañador no podía meter la mano por dentro del cacharro con el martillo,
la laña se cerraba por la parte exterior, pero con iguales resultados en su
efectividad.
Estos
mismos individuos también solían arreglar las ollas, platos y utensilios de
porcelana a los cuales cuando se les hacía un agujero, al igual que solía
hacerse con los de barro, se tenían en espera de que llegara el lañador para
que lo arreglara, y lo hacía lijando un poco los alrededores del agujero, y
luego utilizando un aparato de hierro con mango, y que en una especie de
hornilla que llevaban con carbón encendido lo ponían al rojo vivo, tomando una
pequeña barrita de metal le aplicaban el aparato, y dicha aleación se licuaba
rápidamente, y cayendo sobre el agujero del utensilio quedaba totalmente
tapado, y con ello se evitaba el tener que comprar uno nuevo.
LOS
LECHEROS
El
lechero es un oficio antiguo. Quienes lo ejercían, por las mañanas tenían que
ordeñar a las vacas. También hay otro tipo de lecheros, que son los cabreros,
que ordeñaban a las cabras y luego la leche que obtenían la solían meter en
botellas de vidrio que después metían en cestas e iban a venderlas. También, en
lugar de meter la leche en botellas, la metían en una vasija de metal con forma
de bidón con asas a los costados, las cargaban en el medio de transporte que
tuvieran (carruajes, bicicletas, motocicletas, mulas, etc.) e iban a venderlas
de casa en casa.
Los
lecheros eran pues personas que, tras ordeñar a sus animales, transportaban la
leche en cacharros para su posterior venta en las lecherías, vaquerías o a
domicilio.
En
aquellos tiempos en los que no existían las centrales lecheras, la única manera
de tomar leche, aparte de la condensada “La Lechera”, era tener cerca un despacho de una vaquería o
servirte de los cabreros cuando regresaban al pueblo, después de dar de comer
al “averío” (ganado).
Por
la mañana se iba a la casa del vaquero con la botella o una lechera de aluminio
y comprabas la cantidad que te habían encargado, según el número de familiares.
Por
la tarde regresaban los cabreros con la manada e iban parando en las esquinas;
salían las mujeres con su cazo y, allí mismo,
el cabrero ordeñaba una cabra detrás de otra e iba sirviendo a las
parroquianas.
Yo
recuerdo algunos de los que tenían vacas y vendían la leche como: Mateo “el
Curita”, Antonio Pujante, Paco de Ginés, mi suegro Paco Menárguez… y otros.
Había
cabreros como “Perete”, junto a la iglesia de San Roque; ”Pepe el de las
cabras” en la calle de San Sebastián frente al olmo; “Pasos Largos”... y otros.
LEÑADOR
– LEÑERO
Era
la persona que cortaba leña y la vendía. También compraba las rajas sobrantes de
los recortes, de tantas serrerías como había, ya que todos los envases se
fabricaban con madera y por ese motivo se cortaban muchos troncos cada día. En
tiempos antiguos, la leña era el material más común para calentar y cocinar. La
recogida de leña y con ella este trabajo, ha disminuido en los tiempos
modernos, ya que para las barbacoas actuales se utiliza preferentemente el
carbón.
En
tiempos antiguos el leñador era una de las personas más populares, ya que la
leña era el material más común para calentar y cocinar: en efecto, la leña se
utilizaba (y utiliza aún) para quemarla en estufas, fogones, parrilleros, y
barbacoas, tanto en casas particulares como en establecimientos abiertos al
público, y también servía para las cocinas económicas y hornos de los
domicilios, e incluso durante los años de penuria económica, como combustible
en los coches de gasógeno. La recogida de leña y con ella el trabajo del
leñador artesanal ha disminuido en los tiempos modernos, ya que la leña
utilizada como combustible ha decaído en los entornos industriales, quedando
reducida a su uso en algunos domicilios a través de su quema en los hogares a
leña.
También
existía la figura del leñero que compraba la leña sobrante del recortado de
troncos, sobre todo en nuestra localidad, que tantas fábricas de madera llegó a
tener para la construcción de los envases que la fruta de las conserveras
precisaban.
El
leñero, con su carro aparejado, o bien a lomos de su borrico, transportaba los
atados de “rajas”, desde las serrerías hasta las más intrincadas sendas de la
huerta y por todas las calles de nuestro pueblo, para llevar combustible que
quemar en todos los fogones.
Después
aparecerían los hornillos de petróleo, con sus fogonazos… Pero eso ya es otra
historia.
LIMPIABOTAS
Un limpiabotas, lustrabotas, lustrador o bolero es
una persona que se encarga de limpiar y lustrar el calzado de eventuales
clientes utilizando betún para el calzado. Tradicionalmente lo ejercen personas
del género masculino. Aunque el rol es desaprobado en diversas latitudes del
mundo, constituye el medio de manutención de familias de condición precaria en
diversos países.
El
betún para calzado se conoció como producto comercial hasta principios del
siglo XX, pero durante el siglo XIX los limpiabotas ofrecían sus servicios por
las calles,
Es
un oficio duro y muy dado a la demagogia. El hecho de estar agachado ante el
cliente, limpiando sus zapatos, ha hecho que muchos lo consideren indigno. Como
si la dignidad de una persona tuviera algo que ver con la postura que adopta en
su trabajo.
LAS
OPERADORAS TELEFÓNICAS O TELEFONISTAS
Se
denominaba telefonista a la persona encargada de gestionar las
llamadas telefónicas en una compañía o centro de trabajo y más concretamente a la que manejaba una centralita telefónica.
Entre sus tareas se
encontraba la de recibir las llamadas entrantes tanto del exterior como del
interior, y dar paso a su destinatario mediante la inserción de clavijas en el
clavijero. La telefonista podía tomar, anotar y transmitir mensajes, comunicar
la disponibilidad o no del interlocutor y proporcionar otra información
relacionada.
En
Alcantarilla hace más de 50 años muy pocas familias disponían de teléfono en
casa. Sólo los más ricos o los que tenían algún negocio lo poseían, pero no
podían marcar directamente el número con el que querían hablar. Levantaban el teléfono
y una voz de señorita, muy amable, preguntaba con que número quería hablar. Se
decía el número. La señorita tenía delante como una consola llena de agujeros,
que se correspondían con los teléfonos de los abonados que había en el pueblo.
Una vez que sabía el número metía la clavija en el agujero del solicitado y se
establecía la comunicación entre los dos. Como eran tan pocos los teléfonos del
pueblo, algunos decían: Ponme con “fulano de tal…”
Si
querías hablar con otra ciudad había que poner una conferencia y esperar a que
hubiera línea. Si no tenías teléfono ibas a la central a pedir conferencia,
tomaban nota del número y te decían: tardará 30 minutos, una hora, según
estuvieran las líneas. Cuando no tenías teléfono, (la mayoría), y te llamaba un
familiar, llegaban a tu casa con un papel de aviso de conferencia desde…. Y la
hora probable. Te ibas a la central y cuando se establecía comunicación, te
mandaban a una cabina y ¡ale! a hablar (eso si no se cortaba la comunicación,
cosa que ocurría muchas veces).
Con
la llegada de las centrales automáticas desaparecieron las operadoras
telefónicas.
¿No
os parece mucho lío? ¡Con lo fácil que es hoy en día hablar con los amigos!
¡¡¡Cosas
del progreso!!!
PREGONERO
El pregonero era
antiguamente, en España y sus colonias, el oficial público que, con una corneta
o trompetilla y en voz alta, daba difusión a los pregones para hacer público y
notorio todo lo que se quería hacer saber a la población por parte de la
autoridad. En los Ayuntamientos rurales o de poblaciones pequeñas, aún se
conserva este empleado para dar a conocer aquellos acuerdos de carácter general
y urgente que interesan a todo el vecindario.
El
pregonero era otra de las profesiones más populares en los pueblos de España.
Llegaba con su corneta a las distintas poblaciones, y haciéndola sonar reunía a
todos los habitantes para comunicarles noticias importantes venidas de otras
ciudades, o acontecimientos extraordinarios dentro del pueblo. Su origen se
remonta a tiempos del Imperio Romano, y durante siglos fue el medio de
comunicación y publicidad más eficiente.
El
último “pregonero” de Alcantarilla fue Diego Riquelme Martínez, que con su
trompetilla y la placa en la solapa con su nombre, iba dando por las esquinas
los bandos del Ayuntamiento. ”Se
hace saber: Que por orden del Sr
Alcalde…”. Se paraba en las encrucijadas, hacía sonar su trompetilla y todo el
mundo salía de sus casas para escuchar el “bando”, el buen hombre seguía su
camino hacia otro enclave, y los vecinos hacían corro comentando las buenas o
malas nuevas…
Con
la llegada de la radio y la televisión, la utilidad del pregonero se vio
relegada a un segundo lugar, abocándolo a la desaparición a lo largo de la
segunda mitad del siglo XX.
Hoy
en día tenemos en Alcantarilla una empresa que hace de “pregonero”. Un coche
con altavoces recorre las calles del pueblo anunciando lo más variopinto o
comunicando el fallecimiento de algún vecino…
EL
RECOVERO
Ha desaparecido
aquel señor que en los días de mercado se situaba a la entrada del mercado, por
la cuesta del Mareo, para aguardar a las gentes que portaban en las aguaderas
de sus acémilas los huevos envueltos en paja, los pavos, conejos o gallinas,
para comprarles dicha mercancía. Los nuevos modos de vida han desterrado la
crianza de animales en corral como antaño, dejando esa tarea para las grandes
granjas. Echamos de
menos aquel recovero que en los días de mercado se situaba a la entrada del
mercado por la calle que llevaba a esa Cuesta de Mareo. Lo principal es comprar
bien para vender mejor. Y el campesino con su venta ya tenía el dinero para
hacer la compra de viandas necesarias para la semana. Era pues el sistema, un
medio de vender antes de comprar, pero no por el precio que esperaba sacar por
su venta el trabajado campesino o huertano, sino por el que marcaba el
recovero.
Al
entrar había que pagar un arbitrio al municipal encargado de ello. Y al salir
el recovero con su compra también estaba obligado a su pago. Con frecuencia
ocurría que los recoveros no pagaban lo que los vendedores entendían que valía
su mercancía y no se producía la venta. Si no habías vendido tenías que volver
a casa con las aguaderas llenas de los mismos huevos, pavipollos o conejos y
entonces ¿qué?… esperar nuevo mercado y nueva suerte.
Pero
el cobrador de arbitrios estaba allí para cobrar otra vez por todo animal que
saliera del mercado. ¡Un conflicto!
El
recovero recoge entonces las polleras llenas de pollos y gallinas, las jaulas
con los conejos, y las cajas o cestas que haya llenado con los huevos, y
marchará a colocarlos en su destino final.
De
los últimos recoveros conocidos estaban “los Pirracas” de Javalí Nuevo,
Bienvenido Pérez Nicolás, José Pérez Ruiz y su hijo Blas Pérez Nicolás.
REPARTIDOR
DE HIELO
El repartidor de
hielo, al principio en carro y en los últimos años de su existencia como tal en
motocarro, era algo imprescindible en nuestra región cuando llegaban los meses
de canícula. Los bloques, a pesar de ir protegidos con una gruesa capa de
aserrín y sacos de arpillera, iban dejando un rastro al derretirse por el
camino.
Era
corriente verlos por las calles de Alcantarilla suministrando hielo para las
neveras, la gente compraba media barra o incluso un cuarto. El hielo se
repartía en carro y motocarro e iba cubierto con esa capa de cascara de arroz y
sacos de arpillera. Hasta los años 60 el hielo era un artículo casi de lujo,
pues hasta que no se generalizó el uso de los frigoríficos en los hogares, sólo
se utilizaban las primeras neveras, bajitas, cuadradas, con cuatro patas y una
puerta pesada que se cerraba con una manija a presión. Lo único que se
conseguía era mantener el frío del hielo, porque ésta era la manera de
conservar los alimentos cuando llegaba la canícula. La fábrica del hielo estaba
en la carretera de Murcia, frente a Hero. Aún permanece en pie la fachada del
edificio, aunque muy deteriorada.
Fabricación de barras de hielo
Antigua fábrica de conservas de Esteva
transformada en fábrica de hielo
RETRATISTA
MINUTERO
El retratista
minutero surgió entre finales del siglo diecinueve y principios del veinte.
Nació como una alternativa a la fotografía de estudio, ya que ésta era cara. El
retratista minutero encontró su sitio en plazas, alamedas, paseos, y sobre todo
en pueblos apartados. Sirvió para retratar a personas que de otra manera no
hubiesen tenido testigo gráfico de su existencia. El retratista minutero era el
fotógrafo de los pobres y de la realidad del país.
Si
bien las primeras fotografías comenzaron a realizarse a partir de 1835 con el
descubrimiento del daguerrotipo, no fue sino hasta mediados del siglo XX cuando
las cámaras fotográficas se convirtieron en un objeto que, aunque costoso,
podía encontrarse en algunos hogares.
Hasta
entonces, inmortalizar un evento familiar, una reunión o un retrato eran
verdaderos acontecimientos que obligaban a acudir a un estudio fotográfico si
se trataba de una ciudad o, en el caso de los pueblos, esperar la visita del
único profesional que podía efectuar el milagro: el fotógrafo ambulante.
Cargando
con armatostes tan pesados y aparatosos como delicados en su manejo, los
fotógrafos ambulantes recorrían pueblos y pequeñas ciudades ofreciendo sus
servicios de forma casual o premeditada. Cuando cada fotografía era una parte
importante del patrimonio familiar, parte de los preparativos de una boda en
una remota aldea era el concertar la visita del fotógrafo ambulante para que
dejara constancia de esa fecha inolvidable. De igual modo, podía requerirse sus
servicios para una reunión familiar, un bautizo, una comunión o una defunción.
El
fotógrafo ambulante dejaba así con su trabajo un testimonio valioso que se
atesoraba durante décadas e incluso formaba parte del legado que heredaban sus
hijos o nietos. Esa polvorienta caja con viejos retratos… Así nacieron esas
fotografías que conservamos hoy con sus manchas de humedad y su entrañable
deterioro. La única foto de nuestra abuela, el único retrato que tuvo en su infancia
nuestra madre, la única imagen, y solamente ésa, en la que nuestro abuelo
parece sonreír feliz y sin rastro de preocupaciones, seguramente por lo
especial que se le antojó ese mágico momento.
Los
fotógrafos ambulantes existieron una vez, dedicaron sus vidas a inmortalizar
las nuestras y crearon con su abnegada labor uno de los mayores tesoros que un
ser humano puede guardar: recuerdos.
ROMANERO
Romanero era la
persona que construía artilugios que servían para pesar cosas, ligeras o
pesadas. La balanza denominada Romana, se le llamó así prácticamente desde su
descubrimiento, aunque los romanos también la llamaron “campana” debido a su
lugar de origen. Su uso estuvo muy extendido en la huerta, donde pesaban con
ella productos agrícolas, patatas, así como animales, gallinas, conejos o
gorrinos.
Era
el herrero que, entre otros artilugios, fabricaba romanas. ¿Cómo se hacían?
La
cabeza se realizaba de un trozo de llanta (de las usadas en las ruedas de los
carros) calentándola al fuego y golpeándola en el yunque hasta darle una forma
primitiva.
El
secreto de la romana está en la ubicación de los ejes, si no estaban
perfectamente colocados la romana nunca definiría el peso correcto, pudiendo
llegar a no encontrar el equilibrio. En ese caso la llamaban "romana
loca”.
Los
ejes o cuchillas se fabricaban de tres pletinas, dos de hierro en el exterior y
una de acero en el centro, que pegadas a calda formaban un solo cuerpo, con el
fin de que no llegaran a desgastarse con el tiempo y produjeran errores en las
pesadas.
Para
fabricar las alcobas, se forjaba una pletina de hierro. En caliente y con la
ayuda de una broca, se traspuntaban los extremos para hacer los ojos. Se
doblaba por el centro y se sujetaba en la boca del torno para que quedara plana
la base. Una vez plana la base, se calentaba y se metía en un troquel donde se
le daba la forma final. Los ojos se reforzaban con unos casquillos de acero
templado. Esto posibilitaba que la romana apreciara la mínima variación de
peso.
Para
los calamones, en la fragua se calentaba la punta de la varilla de hierro, se
introducía en el recalcador, con rapidez y habilidad se golpeaba para que
recalcara y no torciera, hasta conseguir dejar la cabeza cónica. Se sacaba del
recalcador y se calentaba, se metía en un troquel y era golpeado con rapidez
hasta que la varilla quedaba moldeada con la figura del mismo.
Los
ganchos se fabricaban en hierro dulce, dándoles la forma en el yunque. Se
colocaban en sus ejes, y la romana quedaba terminada a falta de marcar la
barra.
Con
pesas contrastadas, se cargaba la romana con el peso máximo que iba a poder
realizar, y el equilibrio se conseguía con un pilón. Una vez medido el alcance,
se cortaba la barra y se remachaba el final de la misma. Cada romana tenía su
pilón fabricado expresamente para ella.
La
romana se cargaba siempre con cantidades pares, según el alcance de la misma.
Una vez cargada se desplazaba el pilón hasta conseguir que la barra quedara
horizontal, con el fiel en el centro de la caja, y se marcaba una hendidura en
el vértice de la barra. El marcaje se continuaba disminuyendo el peso en
cantidades pares (ejemplo: si el alcance era de 200 kg, el siguiente
equilibrado sería de 180 kg, a continuación 160 kg, 140 kg, 120kg, etc.).
Fabricantes
de romanas en Alcantarilla, recuerdo al Sr. Burruezo, que tenía el taller en la
Calle Moreno (plaza), y al amigo Baños, que comenzó en la Calle San Antonio y
últimamente lo tenía por la zona del polideportivo.
SASTRE
El sastre es la
persona que crea prendas de vestir, principalmente masculinas, de forma
artesanal, partiendo de unas medidas previas, diseñando exclusivamente de
acuerdo con las preferencias de cada cliente.
Un
sastre es la persona que ejerce el oficio de la sastrería, un arte que consiste
en la creación de prendas de vestir principalmente masculinas (traje, pantalón,
chaleco) de forma artesanal y a medida, o no, diseñando exclusivamente de
acuerdo con las medidas y preferencias de cada cliente, sin hacer un uso
estandarizado de numeración preexistente. Es un oficio que ha estado presente
desde hace muchísimos años.
Los
maestros asesoraban a los clientes, que eran quienes decidían teniendo en
cuenta el precio, sobre la tela y el diseño más convenientes en cada caso.
Asimismo, la labor de cortar a la medida y forma necesarias, cada uno de los
trozos de tela que dan lugar a las distintas partes de la prenda, es una de las
operaciones principales del oficio de sastre.
Este
oficio es muy antiguo, normalmente desempeñado por hombres, siendo que a las
mujeres se las conoce como costureras o modistas.
El
oficio de sastre entró en clara y progresiva decadencia con el desarrollo de la
Revolución Industrial, fenómeno que permitió la aparición de la producción
masiva de textiles y de indumentaria. Así, las diferentes poblaciones pudieron
tener acceso a ropas y vestimentas hechas de acuerdo a ciertos patrones básicos
de tallas, medidas y formas sin requerir entonces que un sastre se encargara de
hacer las prendas a medida individual de la persona.
En
Alcantarilla tuvimos magníficos sastres, que crearon escuela. Señalamos a modo
de ejemplo, sin poder nombrar a todos, a Pepe Garrido, en la Calle Mayor;
Octaviano Garrido y Enrique Garrido en la calle de los Sastres; José Garrido en
la calle de los Pasos; José Tudela Tudela, (maestro Bautista) en la calle
Mayor, y Luces Almagro Barceló, sastresa, esposa del anterior. Se conocieron
cuando trabajaban en casa de Octaviano Garrido, allí se hicieron novios y se
casaron, estableciéndose por su cuenta posteriormente.
TABERNERO
La taberna: Su nombre deriva del vocablo
latino taberna (plural: tabernae) que designa un tipo de local comercial
abierto a la calle de cualquier ciudad de la antigua Roma. Instalada en el bajo
de una manzana, la taberna solía disponer de un solo espacio abovedado, y
variaba según el tipo de actividad comercial para la que estuviera pensada, se
podían consumir comidas calientes y bebidas dentro.
Precursoras de las modernas cafeterías, el
antecedente más cercano en cuanto a las características, también llamadas
Thermopolium o taberna vinaria, debido a que servían en ellas vino caliente. “Habemus
pullum, piscem, pernam, panrm” (Tenemos pollo, pescado, carne, pan), reza el
menú de una de estas tabernas).
TABERNA DE ANTONIO “EL GUINDILLA”
Antonio
“el Guindilla”, que poseía la taberna en la calle los Garcías, decía
constantemente que el vino lo llevaba dentro, aun “estando en el claustro
materno”, buena frase para apurar su idiosincrasia, su casta rotunda en tales
aditamentos, donde el ser humano hace uno de sus oficios más amables, cual es
dar de beber al sediento. Porque Antonio Ballesta Manzano, hombre vestido en
todo momento con su clásica blusa gris, como la que llevaban los hombres de
nuestra huerta, conocía las razones y sin razones de quienes son peritos en su
taberna, degustadores de sus tapas y se esconden en las sillas de anea, para
meterse en esas barricadas de toneles enormes, tanto que la mirada se pierde en
su contemplación.
De
casta le viene, su padre era el carabinero Pedro Ballesta Teruel, y también lo
era su abuelo y tatarabuelo.
TABERNA DE LA MANUELA
Se
encontraba en la entrañable placeta del Olmo, en el Ranero; placeta recoleta y
cuadrada en una encrucijada de calles, San Sebastián y Rosario.
Era
doña Manuela una señorona pequeñaja y con unos ojillos que mostraban una
ternura inenarrable. Siempre al pie del cañón, aguantando y haciendo esa
pequeña obra de misericordia de dar de beber al sediento. A todas horas en su
fogón, enredada en hacer la tapa, en calentar los michirones, aderezados con
tal gracia que daban ganas de chuparse los dedos, se sopaba o bebía el caldo
riquísimo. Unas tapas de atún de “ijá” con unas habicas tiernas. Unos pajaritos
fritos que eran una delicia, y así al infinito…
La
taberna se llena al mediodía, la gente se sienta en las mesas redondas. La gente pide los chatos de vino,
los clásicos chatos del tonel cuatro, mientras saborean las recias rechigüelas.
Por la tarde, los más jóvenes bajan al sótano.
Desde
principios del siglo XX hay constancia de la pequeña taberna, ubicada en el
mismo lugar de placeta y olmo añoso, perteneciendo en 1921 a D. Pedro Martínez
Saavedra, luego a su hijo Tomás Martínez Mercader y posteriormente a doña
Manuela, que toma sus riendas en 1936; quien por su simpatía, que la hacía
natural y sencilla, cobra lustre y forja esa especie de sabor ritual para
quienes acuden a su establecimiento, en cuyo interior abunda el clásico
mostrador, donde se aprecian los añosos toneles y se aprestan y arrinconan las
tapas precisas y sacadas de la mano de doña Manuela, que sosegadamente y de buena
mañana comienza a disponer (Del libro de Saura Mira “Por las tabernas de
Alcantarilla”).
TABERNA DE LA NENA, LA DEL RINCÓN
En la
calle de los Pasos se encontraba la taberna de la Nena, la del “Rincón”, otra
de las de más solera del pueblo, donde gustaban meterse los clásicos bebedores
de vino, del que se decía que era el mejor de todas las tabernas de
Alcantarilla.
La taberna
databa de muchos años, de cuando estaba el jardín del tío Florero.
Josefa Martínez Mercader, de gran simpatía, fue
educada por su padre Pedro Martínez para el oficio. Su hermano Tomás, de la
quinta del “21”, fue marido de doña Manuela. ¡Vaya dos señoras! Y dos
magnificas tabernas por ellas regentadas.
La
taberna estaba repleta de cosas y objetos y de barriles de madera de olmo. Se
respiraba sabor a vino ablandado, desde la entrada de cada tonel, al que acudía
doña Josefa de vez en cuando a llenar el vaso o hinchar la botella.
Al fondo había un ancho patio, destinado a las
caballerías que traían los carros cargados con el rico mosto de Jumilla. Las
tardes veraniegas era un solaz relajarse al fresco de aquel patio, degustando
un vaso de buen vino.
Recordamos
algunos buenos hombres, entrados en años, en aquellos entonces, como Manolo
Rodríguez, alias “El Prior”, a Francisco Vivancos, alias “Dr. Vivancos; Joaquín Martínez, “Chumillas”; el Tío
“Golilla”…
TABERNA DE PEPE “EL GUINDILLA”
La
taberna de Pepe “El Guindilla” estaba situada en la calle Mayor y durante toda
su existencia se mantuvo igual. Era una taberna recoleta, espaciosa, donde de
las paredes colgaban objetos y cuadros.
Los
barriles quedan recortándose en el pasillo estrecho, donde con la “caña”, la
dueña, se cobra del recio tonel la cantidad de vino que se echa sobre el vaso
pedido por alguien con la sempiterna canción: “Pepa, échame una caña de vino…”
Eran
muy ricas las tapas, recuerdo esos trozos de lengua pinchados en un palillo, la
ensalada murciana en una rebanada de pan, el “viso” untado de (adobado)
pimiento molido y ajo, las patatas con ajo, los michirones. Ese conejo que nos
hacia al ajo cabañil…
Cada
tarde llegaban los grupos de amigos; Jesús Riquelme, el tío Pepe “el Lirón”, el
tío “Colorín” huertano de casta, Andrés “el Majo”, Perico “Valladolid”,
Francisco Alarcón, Salvador “el Fijo”…
Para
traer el vino de Jumilla en los carros con sus barriles y cuarterolas, se dice
que las mejores reatas de mulas las tenía Pepe “el Guindilla”, formadas por
cuatro mulas y un burro delantero.
TABERNA DE PERICO “EL GUINDILLA”
Perico
“el Guindilla”, que no es otro que Pedro Ballesta Manzano, conocía su profesión
en la paciente espera de su trabajo, que no es más que el ir muy de madrugada a
la plaza a comprar esas cosas necesarias y suculentas con las que su mujer
prepara las ricas tapas.
Perico “El Guindilla” de pie junto al
carro
cargado de vino de vuelta de Jumilla
Pedro “El Guindilla” hijo tras el
mostrador de la taberna
Con
sus ojos menudos, este hombre mira de soslayo, intuyendo la forma de ser,
dentro de la compostura de poner el chato de vino o de llevar al cliente el
rancio licor de la vieja botella que conserva como oro en paño.
Resalta
en su taberna el acopio de botellas de coñac, siendo vigías de gustos sabrosos,
porque se apiñan con sus gestos silenciosos oportunos y dan que hablar al
visitante que se presta a indicar cuál es la más vetusta que, Perico, de
inmediato le indicará con ese amor que él tiene a las botellas de sus recuerdos
entrañables.
TALABARTERO
Este artesano trabaja o hace objetos de
cuero, como maletas, bolsos, correas. También se dedica a la fabricación y
arreglo de sillas de montar de caballería, albardas y aparejos de asnos y
mulos. Es un arte que en nuestra región ya no se desarrolla como antaño, pero
en Andalucía aún tiene pujanza.
El
talabartero y guarnicionero realizaba su labor trabajando el cuero y fabricando
o arreglando guarniciones para caballería: monturas, albardas o cualquier tipo
de aparejo para asnos y mulos. Las monturas son las sillas de los caballos; la
albarda era la parte principal del aparejo o arreo de los animales de carga.
Solían
usar otros materiales además del cuero como la lona, lanas gordas denominadas
estambre con las que se elaboran las guarniciones o dibujos sobre las monturas
o aparejos, e hilos de colores. La guarnicionería o talabartería es el arte de
trabajar diversos artículos de cuero.
Antiguamente
fue un trabajo con gran demanda, ya que todo
el transporte se hacía a través de animales, en reatas o tirando de
carros y carretas, y era necesario sujetar al carro o uncir los jumentos para
que pudieran tirar de él. Todo el
proceso se conseguía con una serie de correas y atalajes cuya fabricación y
mantenimiento correspondía al talabartero.
Matías
Lorente Lorente, heredó el oficio de su padre Jesús Lorente Menárguez. Marchó
al Servicio Militar, y cumpliéndolo estalló la Guerra Civil española, durante
la cual, en el frente de Sigüenza, se le dio por desaparecido en combate. En el
año 1941 apareció en Alcantarilla, después de hacer el trayecto a pie desde
Guadalajara hasta aquí. A partir de ese momento se hizo cargo del negocio hasta
el año de su muerte en 1972. Trabajaba fabricando atalajes para los animales,
hasta que por los años 60, desaparecidos los carros, con la llegada de los
camiones se dedicaba al arreglo de las lonas de éstos.
TEJEDOR
ARTESANO
Eran los creadores del tejido para los
vestidos, la casa… Artesanos que usaban sus manos y pies en el telar, siguiendo
la cadencia de un ritmo: pedal-lanzadera-batán. Era una agradable sorpresa ver
surgir el tejido con sus formas, motivos y colores siempre sorprendentes…
El telar es una máquina para tejer, construida con madera o metal, en la que se colocan unos hilos paralelos, denominados
urdimbres, que deben sujetarse a ambos lados para tensarlos (función que suelen
cumplir las pesas) y mediante un mecanismo, estos hilos son elevados
individualmente o en grupos, formando una abertura denominada calada, a través
de la cual pasa la trama.
La
Jarapa (conocida popularmente como “Retalera”), es un tejido grueso de diversa
composición, usado para confeccionar alfombras, mantas, colchas o cortinas, muy
común en la cuenca del Mediterráneo, en especial en las regiones de Andalucía y
Murcia. En su origen, las jarapas eran alfombras de colores vivos que se hacían
en telares artesanos familiares a partir de restos de lana o trapos viejos
(retales y harapos).
En el proceso de elaboración se aprovechan los restos de
tejido desechado para hacer las "tiras", con las que se preparan los
ovillos para posteriormente realizar los "churros" (especie de madeja
especial que se introduce en la lanzadera del telar para que la tira se vaya
tejiendo). Una vez que los churros están en las lanzaderas y seleccionada la
fibra, se calcula la longitud de la urdimbre (conjunto de hilos tensados a
distancias regulares) y se ordena con el urdidor (marco con clavijas donde se
enrolla el hilo) y el casillar. El telar se prepara colocando la urdimbre,
pasándola por el peine y sujetándola en los enjulios (rodillos giratorios que
sueltan la urdimbre y recogen el tejido hecho). Una vez puesta la urdimbre, se
empieza a tejer abriendo la calada para pasar la lanzadera, siguiendo un
esquema del tejido. Para conseguir una trama uniforme, se aprieta la trama con
los peines. Después de terminar se saca del telar, se cortan las jarapas, de
unas se cosen los lados y otras se acaban con nudos, quedando listas para su
utilización.
Usada en tiempos pasados como protector de los colchones
para evitar los roces de los muelles de los viejos somieres, la jarapa ha
pasado a ser una pieza ornamental con cierto valor etnológico.
En nuestro pueblo fueron varias las familias que se
dedicaron a este menester. Recordamos al tío Fulgencio el tejedor, en la calle
Moreno. Otra de ellas fue la formada por José Ferrer Moreno y su esposa Ana
María Asensio Molina, que en la calle Santa María de la Cabeza (Campoamor)
tejían “retaleras” para el público. En la fotografía podemos ver a su hijo
Pedro manejando el telar. Esta familia era conocida como “los Botones”, y su
industria estuvo funcionando desde mediados de los años cincuenta hasta finales
de los setenta del pasado siglo, momento en que donaron el telar al Museo de la
Huerta, donde se puede contemplar.
TONELERO
Aunque el tonelero recibe su nombre de los
toneles, también construían barriles, barricas, cubos, cubas, tinas,
mantequeras, fudres, y demás artículos parecidos. Su fabricación era artesanal,
con la madera como principal materia prima, con recipientes de forma abombada,
ensamblados con aros metálicos y con extremos planos.
Aunque
recibe su nombre de los toneles, los toneleros también confeccionan barriles,
barricas, cubos, cubas, tinas, mantequeras, tubos, fudres, y demás recipientes
parecidos.
Principalmente
se dedicaban a la fabricación artesanal de recipientes de madera de forma
abombada, en general más largos que anchos, ensamblados con aros metálicos y
con extremos planos. Se necesitaba madera de castaño italiana o catalana y el
hierro venía de Bilbao. Se labraba la madera en el labrante y se le daba la
hechura correspondiente, treinta y ocho duelas por bocoy o barril de gran
tamaño. El aro que va ubicado en la mitad del bocoy se denominaba panza. Se
armaba duela a duela con fuego en el centro para darle forma, siendo el proceso
manual y muy laborioso. Una vez formado se le echaban los 8 aros de hierro
hasta que se acoplaba la madera a los hierros. Cuando estaba lleno se le
colocaba el fondo con un aro a martillazos. Las herramientas que se utilizaban
las llamábamos: martillo, azuela, chazo, garafete y cuchillo.
En
Alcantarilla hemos tenido más de una empresa tonelera, y para muestra vamos a
citar la establecida en la antigua avenida Calvo Sotelo (calle Mayor en
Campoamor), frente a la desaparecida mansión de Pérez Almagro.
Las
industrias conserveras de nuestro pueblo producían pulpas y almíbares de
frutas, que precisaban de un proceso de maceración en barriles de madera. El
director de Hero en la primera mitad del siglo XX, Don Guillermo, no dudó en
trasladar a nuestra villa desde Alhama de Almería, lugar donde residía, al
artesano Joaquín Cantón Tortosa, con la finalidad de que le construyese la
tonelería que precisaba su industria. A tal fin abrió el establecimiento antes
mencionado, y que dedicaría a la construcción de toda clase de envases para
vino, pulpa, aceitunas, alcaparras, minerales, salazones, zumo de limón y
trabales para sardinas. Agradecemos a su nieto Joaquín las fotografías y datos
aportados.
También
la conservera B. Antonio Cobarro Tornero, S.L. elaboraba esos productos que de
igual modo debían procesarse. Adquirieron las instalaciones de los antiguos
Parques y Talleres de Automóviles del Ejército, en el Camino de los Romanos, y
en su extenso patio aparcaban los cientos de barriles llenos de pulpa, tal y
como se observa en la fotografía de Usero.
Don Guillermo, el director de Hero
TORRAERO
Se
dedicaba al tostado de frutos secos para su venta y consumo, tales como torraos
(garbanzos), avellanas, cacahuetes, maíz, pipas. Todos los productos se vendían
y se venden por las fiestas de los pueblos en un puesto ambulante, que llamamos
de “cascaruja”. Actualmente estos puestos venden una gran variedad de productos
comestibles.
Martínez Martínez aprendió el oficio de
“torraero” como empleado de Miguel “el
Pepino” (padre). Para el proceso empleaban una gran caldera de cobre, capazos,
garbillos (con los que destriaban los garbanzos y sacos de cáñamo. También
utilizaban, como medida una caja de carne de membrillo con capacidad de dos
quilos. Los garbanzos utilizados procedían de Guadix, Almería o Málaga.
Primeramente
calentaban la caldera con leña de pino y otras; previamente habían colocado en
la caldera agua con sal para la cocción del garbanzo. Ponían unos 25
quilogramos en un capazo de esparto que se metía en la caldera. Luego, después
de escocidos se sacaban en su propio capazo. Había que sacar el garbanzo cuando
el corazón estaba aún duro.
A
continuación se colocaban barriles de madera (toneles), que se forraban con
sacos de pita colocados en su interior, para dejar reposar los garbanzos entre
dos y tres horas. Se dejaba un hueco en la boca del saco para que el garbanzo
pudiera respirar y saliera el calor, mientras terminaban de cocerse.
Había
un poyete dentro del horno donde se ponía una “sera” y encima de ella el
garbillo. El garbanzo se ponía en el perol grande con yeso y ceniza garbillados
para eliminar lo basto y las granzas. Se hervía el garbanzo con el yeso y la
ceniza, utilizando leña de olivo o almendro para que se esponjaran mejor.
Cuando terminaban de crujir los garbanzos se sacaban y se ponían encima del
garbillo para que la ceniza y el yeso quedaran en la “sera” y los garbanzos en
el garbillo para garbillarlos. De aquí iban a capazos y luego a sacos que se
quedaban abiertos para que se aireasen. Se giraban los garbanzos con un mocho
de escoba para mezclarlos con el yeso y que no se quemasen. Si se pasaban se
llamaban “Torraos pasaos” que eran los mejores e iban destinados a las
tabernas.
Del
agua utilizada en la cocción se
reservaba parte, unos 50 litros (tres garrafas de arroba) para
posteriores cocciones.
Después
de esta interesante información, el amigo Pepe Martínez “el Torraero”, delante
de dos chatos de vino y un plato de “torraos”, me fue enumerando las distintas
clases y calidades de los que había en el plato. ¡Gracias, Pepe!
LOS YERBEROS
El yerbero se dedicaba a segar la alfalfa
en la huerta, hacerla manojos, y con un carro tirado por un asno o mula pasaba
por las calles del pueblo, y a su llamada salía la gente y compraba su producto
para los animales de corral, conejos, ovejas, cabras y algún lechón.
De izquierda a derecha: Salud Aroca, María Guillamón Barqueros (Mamaría) e
Isabel Martínez Sampedro
Uno
de los oficios perdidos era la venta de alfalfa por la calle. Se les llamaba
los yerberos. Se conocen por los yerberos de Alcantarilla a los componentes de
la familia Guzmán Guillamón.
Pepe
empezó con el negocio de la yerba sirviendo a la posada de El tío Viruta la
alfalfa que necesitaba para los animales que en ella descansaban. En el negocio
le ayudaban sus pequeños hijos Juan y Paco.
En
aquellos tiempos, años, 20, 30, 40 del pasado siglo, había varias posadas en
Alcantarilla (p. ej. la del tío Viruta,
la Parra…) donde la gente que pasaba por el pueblo descansaba o pasaba la
noche. El medio de transporte era el carro, la calesa, la tartana, la carreta,
etc. Todos de tracción animal. Además de que en cada casa se criaban animales
(gallinas, conejos, cerdos) es decir, había una gran demanda de hierba o yerba,
tanto fresca como seca, de verde (cebada o trigo verde, sin madurar).
Muerto
su padre, los hijos decidieron continuar con el negocio. Compraron una burra y
empezaron a servir a las posadas y a los tratantes de ganado. La burra fue
sustituida más tarde por mulas y caballos, llegando a comprar tres o cuatro
carros. La yerba se vendía por manojos a
las casas particulares y a granel a los grandes clientes (el precio llegó a variar desde 5 manojos una perra
chica (5 céntimos de peseta) hasta 3
pesetas.
Existía
también en ese momento gran cantidad de rebaños, tanto de cabras (Paco Pagán
“Pasos largos”, los de la Serena –Perico y Alfonso- , el Salío en San Roque)
como de ovejas. El negocio de la venta de yerba fue cada vez más próspero,
necesitando los hermanos Guzmán Guillamón contratar a varios obreros para que
les ayudasen. Era un oficio sacrificado. No tenían vacaciones y para ellos no
existían los días de fiesta, pues se trabajaba diariamente. Había que segar la
yerba con corvilla, en cuclillas, pues había que ir haciendo los clásicos
manojos.
La
yerba la compraban en la huerta, y lo hacían por tanto, y todos los hermanos
aportaban el producto de sus ventas a una caja común. Conforme se fueron
haciendo mayores eran otros los que se encargaban de segarla y transportarla
hasta sus casas, desde donde ellos la repartían casa a casa o la vendían
directamente. Cuando la madre, María (Mamaría) falleció, los hermanos se
separaron del negocio común y cada uno lo llevó individualmente.
El
negocio comenzó a declinar conforme Alcantarilla se iba modernizando.
No
solo los Guzmanes se dedicaron a este negocio. Hubo otras familias que también
trabajaron la alfalfa: Los de Antonio “el bullero”, Miguel Zurí y su cuñado Juan (“los Zuríes”),
Pascual “el chocolate”, el Rojo, Antonio
El Pava, etc. con la consiguiente y sana competencia.
Actualmente, de los 5
hermanos Guzmán Guillamón (Juan, Francisco −padre de Diego Guzmán Alburquerque−
Ginés, Pepe y Diego) que se dedicaron al negocio de la yerba, solo sobrevive el
menor, Diego, que va a cumplir 90 años (Resumen del texto aportado por el
citado Diego Guzmán Alburquerque, hijo de Paco).
Diego Guzmán Guillamón (el menor de los hermanos)
YESERO
El yesero que fabrica yeso lo extrae de una
cantera de aljez, para después procesarlo en un horno antes de ponerlo a la
venta. El yeso es un material de construcción imprescindible en todas las
obras.
Yesero
es el que fabrica, vende, o conduce el yeso al sitio donde se está haciendo
obra.
Pedro
Pérez Martínez, conocido como “El Tontino”, pertenece a una de las generaciones
más interesantes y longevas que existen en la Región de Murcia, dedicados a una
actividad hereditaria, cuyo oficio ha sido desarrollar una pequeña yesería
familiar, la de “Los Tontinos”.
La
cantera de aljez explotada por su familia desde tiempo inmemorial, se
encontraba en una zona cercana a la carretera de Mula, perteneciente a la
Pedanía de Javalí Nuevo.
En
aquel inmenso hoyo artificial reposan restos de hornos semienterrados.
La
actividad en la cantera y yesera la inició su bisabuelo, Manuel Pérez Egido, que
nació en la primera mitad del siglo XIX. Su abuelo se llamaba Antonio Pérez
Avilés. Fueron su padre Juan Pérez Pérez y su tío Paco quienes lo introdujeron
en el oficio.
El
apelativo de “Tontino” le viene de su bisabuelo, conseguido por éste a base de honradez, honestidad y
trabajo bien hecho. Se arreglaban caminos echándoles yeso a precio pactado, y
su bisabuelo echaba yeso en exceso, que no le pagaban, pero arreglaba los
caminos mejor que nadie. A partir de ahí, todos los caminos los arreglaba él;
así fue como algún potentado o señorito le dijo: “…no eches tanto yeso y no
seas “Tontino”, que al final vas a perder dinero”.
La
primera yesera estuvo en la carretera de Mula; luego su abuelo Antonio adquirió
unos terrenos en la calle Eras de Alcantarilla. Allí en los bajos de la casa
estaba la yesera y enfrente las cuadras de las caballerías de los carros que
traían la piedra quemada y repartían el yeso. Tenían tres carros, uno para cada
faena. Además contrataban los servicios de Salvador “El Selva”, un carro con
lanza central donde enganchaba dos bueyes coloraos murcianos. También a Jesús
“El Perdigón”; o el Tío Santiago “El Miajas” con cabestros o vacuno castrado.
Con caballerías hacía transportes “Perales” el abuelo y su trabajador Luis
Perales, que además de bajar la piedra, la trituraba y la repartía. Los
principales clientes eran los vecinos de Alcantarilla, pero también llevaban
yeso a la huerta y a zonas del campo.
Pedro El “Tontino” con su carro
ayudando en
las obras del derribo de la Iglesia de San Pedro
En
los años 80, las grandes empresas y los modernos y rápidos medios de transporte
abarataban costes y rebajaban los precios con los que no podían competir. A
partir de esto se reconvirtió el negocio; se hizo cargo de la empresa su hijo
Juan, que con mucho esfuerzo y sacrificio personal adquirió un terreno en la
carretera de Barqueros, y allí construyó una nueva nave donde se dedica a la
venta y reparto de materiales de construcción (Reseña del artículo “Proceso
evolutivo del aljez y su impronta en Murcia” de Ángel Luis Riquelme Manzanera,
publicada en la Revista Cangilón Nº 33 de diciembre de 2010)
A
nuestro amigo Pedro lo enterramos un 18 de Enero de 2017. Día que cayó una gran
nevada, 34 años después de la de 1983.
EL
ZAPATERO REMENDÓN, UN OFICIO QUE SE EXTINGUE
Se llama zapatero a la persona
cuyo oficio es la fabricación y reparación de calzado.
Entre sus ocupaciones figura la fabricación de plantillas para introducir en el
calzado tras haberlas delineado con una plantilla. También marca y crea
orificios en el cuero que
servirán tras remacharlos con aros metálicos para introducir los cordones de
los zapatos. Arregla y sustituye los tacones de zapatos y botas. Cose los
cueros abiertos. Abrillanta y pule los zapatos aplicándoles betún y
cepillándolos antes de entregarlos al cliente.
En la actualidad las máquinas han ido
sustituyendo a las herramientas empleadas para la confección del calzado, sin
embargo el zapatero remendón sigue empleando las viejas herramientas para
realizar sus composturas e incluso zapatos artesanos o para pies con
malformaciones o deformaciones.
También pone tapas y
suelas a los zapatos sustituyendo las viejas o cosiendo las nuevas sobre las
anteriores. También reparan pelotas de fútbol, carteras, cinturones, bolsos y
maletas, pero el fuerte siguen siendo los zapatos.
Actualmente,
la mayoría de los zapatero hacen llaves, cerraduras o venden calzado...
Utilizan herramientas tales como el montador, el marcador, picador, puntuador,
la costa, pata de cabra, bisagra, burro, brasero, cerote, cuchilla, manopla...
Todos los barrios tuvieron, y todavía quedan algunos, su taller de compostura
de calzado, el zapatero remendón, como se lo llamó popular y cariñosamente.
Si
bien el trabajo sufrió una caída respecto a otros tiempos, la media suela sigue
siendo la protagonista, le siguen de cerca los tacos de goma para hombres y las
tapitas para los tacos y taquitos del calzado femenino.
En
nuestro pueblo tenemos la suerte de contar todavía con tres establecimientos
que se dedican a ese menester, adaptados a las nuevas técnicas.
FELICITACIÓN
DEL AGUILANDO
Siendo yo muy crío, se pasaban por casa
algunos días antes de las fiestas de Navidad todos los que en algún momento del
año habían prestado algún servicio a mi familia, ¡y los que no también!
pidiendo ''el aguilando'' (algo tan sencillo como 1 peseta, o cincuenta
céntimos), a cambio nos hacían entrega de unas postales, a través de las cuales
nos deseaban unas felices navidades y un próspero año nuevo... ¡Son tan
antiguas! (principios de 1900 y muy de moda en los años 50 y 60), que es
impensable encontrarse hoy día al ''carpintero'', a la ''lechera'', al
''panadero'' con la tarjetita de Navidad; ¿y el ''farolero''? o ¿el
fontanero''?... ¡a mí personalmente me trae muy buenos y gratos recuerdos!
Aprendiza
Carretero
Cartero
Fundidor