Pedro L. Cascales López
En el anterior artículo (“Antiguos habitantes de Alcantarilla IV”) ya se apuntaba que el paraje denominado “La Torrica” merecía un apartado especial ya que reúne una serie de condiciones de carácter histórico que no tenemos en el resto del ámbito rural del término municipal de Alcantarilla, además de haber sido el único asentamiento de ese tipo de rural múltiple.
Con lo primero que nos encontramos es con el origen de su nombre. Nada aparece sobre este lugar en las Actas Municipales (sin perjuicio de que en un futuro alguien pueda localizar una cita ignorada, lo que sería muy de agradecer).
La tradición oral, como siempre, podría aportar algo, pero en algunos casos resulta poco creíble, en otros algo dudoso, y en otros sí que podemos encontrarnos con indicios que parecen encajar más con los datos históricos de los que disponemos.
La denominación de “Torrica” podría deberse a una contracción nominal de edificio-apellido (cosa que no parece probable), podría también deberse a una supuesta “riqueza” territorial de su inicial propietario (algo muy dudoso por el minifundio de siempre existente), o podría tratarse de que se ligaba a la existencia de una torre en la que existían ciertas “riquezas” en forma de metales preciosos y joyas, y por último podría deberse al recuerdo secular de que en ese lugar existió una torre de un carácter muy distinto al que se daba a las antiguas casas-torres que existían en la huerta de tipo residencial y agrícola, tres de ellas conocidas y localizadas dentro del término de Alcantarilla, dos en la parte de levante del término y otra cercana a Javalí Nuevo. No parece por lo tanto que este sea su origen; no constan restos, documentación, ni referencia alguna sobre ello, por lo que se intuye que esta “torrica” era algo especial, algo de menor envergadura que la clásica casa-torre que además se designaban por el nombre de su propietario, “la Torre de…”, pero que sin embargo debió significar mucho, hasta el punto de llegar a perdurar en el recuerdo de los habitantes de la población con ese único nombre mientras que las demás no lo fueron así.
Nos encontramos pues ante una incógnita que no podemos resolver, y esperamos que algún día algún investigador más afortunado pueda resolverlo. Por lo tanto, al no poder llegar a conclusiones tenemos que ceñirnos a tratar de encajar los datos ciertos de que se disponen y que nos llevan a aventurar una hipótesis en la que parecen encajar estos datos; pero certeza, lo que se dice certeza, no podemos tenerla.
En el siglo XVI, reinando Carlos I, Alcantarilla era propiedad de la Iglesia que tenía a su disposición una población morisca que aportaba unas importantes cantidades de dinero al obispado. Los desencuentros y hasta enfrentamientos con el concejo de Murcia eran continuos por cuestiones de impuestos, límites, ganados y hasta por la pura y simple delincuencia. Algunos moriscos y no moriscos robaban y delinquían en Murcia y se refugiaban en Alcantarilla bajo la protección del obispo. Nada podían hacer la justicia ni los alguaciles murcianos contra el poder eclesiástico y la amenaza de excomunión.
Este tema de los conflictos entre Alcantarilla y Murcia ha sido tratado profusamente con carácter general por varios historiadores y a ellos nos remitimos, pero dentro del relato de estos enfrentamientos y pleitos existe uno que sí que nos afecta directamente para el asunto que nos ocupa.
El amigo Fulgencio Saura Mira publicó en la revista “Mvrgetana” nº 30 de 1969 un artículo que tituló “En torno al derribo de la fortaleza de Alcantarilla” que transcribimos en aquellos aspectos que podrían interesarnos:
“Durante la época medieval nuestra villa formaba un recinto cerrado conforme al concepto de ciudad que dan las Partidas, entendiendo por tal 'todo aquel lugar que es cercado, de los muros con los arrabales y los edificios que se tienen con ellos'.
Tras esta explícita descripción, el también apreciado amigo Salvador Frutos Hidalgo en su libro “El Señorío de Alcantarilla” publicado en el año 1973, y también en su segunda edición del año 1999 “Historia de Alcantarilla”, incide en lo anteriormente citado por Saura Mira, relatando el contexto histórico en el que nos encontrábamos en aquellos años:
“De luchas y desorden, de naufragio de la autoridad, se aprovecharon los elementos más indeseables de la sociedad para volver al bandidaje y a los delitos, que tanto habían proliferado en otras épocas. Alcantarilla era un buen refugio para ellos, pues aquí no podían entrar los justicias de Murcia, que desde el siglo anterior había quedado perfectamente aclarado que sólo la Iglesia de Cartagena, como señor del lugar, tenía jurisdicción civil y criminal sobre la aldea. Las fechorías que cometían los alcantarilleros en término de Murcia no podían ser castigadas más que por el Cabildo, y ante él tenían que reclamar los alcaldes de Murcia. Esto llevaba consigo una pérdida de tiempo, con el consiguiente alargamiento de las causas, y que las autoridades eclesiásticas no tuvieran el mismo interés que las municipales en sancionar a unos delincuentes que, al fin y al cabo, eran vasallos suyos. Amparados en esta semi-impunidad, los alcantarilleros tuvieron la osadía de construir una torre para defenderse de los alguaciles y justicias murcianos cuando éstos se decidieran por ir a apresarlos a la propia Alcantarilla”.
En aquellos momentos (faltaban todavía
20 años para que la primitiva Alcantarilla fuese destruida por una riada) la
población se encontraba entonces junto al río y Camino Real de Murcia a
Andalucía.
Conocemos por lo tanto que la construcción de una torre fue una realidad, pero no tenemos su ubicación, por lo que no hay más remedio que recurrir a intentar introducirnos en el pensamiento de sus constructores: el uso que le iban a dar, sus comunicaciones, su situación ni cerca ni lejos de la población, su disponibilidad de agua, su alejamiento de la zona inundable del Guadalentín y la visibilidad del entorno para prevenir cualquier ataque.
Veamos cada caso.
1.- Está claro el uso para el que se edifica la torre: defensa ante los alguaciles y justicias que podían venir de Murcia y tener un lugar de refugio y acopio de los botines de sus robos.
2.- La torre debía encontrarse cercana a vías de comunicación, con un apropiado acceso y facilidad de paso de carromatos, quedando excluida el interior de la población tanto por discreción como por falta de lugar, como por la propia descripción contenida en el documento: “el lugar donde se faze”.
3.- Sin embargo, no debía estar muy alejada de la población, en donde residían sus familias y en un determinado momento podrían recibir ayuda contra los justicias o un rápido y anónimo refugio entre las casas del poblado, recordemos lo de su ubicación: a “puerta de dicho lugar”, pero a la vez también necesitaban una cierta seguridad de no ser observados en el manejo de sus botines ante las miradas indiscretas ya que evidentemente no todos los habitantes de la aldea aprobarían sus acciones. Hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría de los habitantes de Alcantarilla no eran delincuentes sino honrados agricultores y arrieros.
4.- La disponibilidad de agua para personas y animales era fundamental, y ello nos lleva a que debía encontrarse por debajo de la cota por la que discurría la cequeta con sus numerosos brazales.
5.- No podían haberla edificado en la zona que secularmente se conocía que podía verse inundada por las avenidas del Río Guadalentín.
6.- La visibilidad de todos los caminos circundantes era fundamental para detectar la presencia con una cierta antelación de los justicias murcianos. Lógicamente, por lo tanto, hay que excluir la zona sureste del término de Alcantarilla colindante con el de Murcia, ya que esa cercanía podía significar que si se producía una intervención rápida de la justicia de Murcia, ésta podría no ser detectada a tiempo.
Y desde luego, no es creíble que la casa, torre y campanario no fueran edificados con total ignorancia del obispado. Una construcción así, de unos 10 metros de altura, posiblemente hecha con tapial, no podía pasar desapercibida, sino que más bien pudo ser hasta alentada por la autoridad de Alcantarilla, es decir, la Iglesia, y de ahí el posible pretendido “camuflaje” de la casa como “ermita” y la torre como “campanario”, ya que ese tipo de construcciones defensivas estaban totalmente prohibidas. Es lo lógico.
En todo caso, la palabra “fortaleza” parece que le viene un poco grande a esa construcción, ya que por quien la hizo y para lo que la hizo, esta construcción debía tener una altura, como ya se ha dicho, de unos 10 metros (tres plantas), con una base de unos 7 a 8 metros de lado, y desde luego no debía contar con almenas (aunque la hayamos dibujado con ellas) y sí podría contar con algunas aspilleras o ventanucos por donde disparar (amenazar más bien). Y la casa anexa, supuesta y falsa ermita, sería una pequeña construcción de adobe comunicada interiormente con la torre y serviría en parte de cuadras. O sea, que la construcción debía de ser “una torrica”, aunque al concejo murciano le interesaba presentar ante el emperador Carlos I el edificio como una grande, sólida y fuerte construcción: o sea, una fortaleza.
Teniendo en cuenta estos factores, la única zona que reúne todos estos requisitos es la situada entre la cequeta y la acequia del Turbedal, y aquí nos encontramos precisamente con un lugar que de siempre ha sido conocido como “La Torrica”. ¿Coincidencia? ¿Error de interpretación? Todo es posible, pero los indicios están ahí.
Todo esto se conocía desde hace muchos años, pero se consideraba que no era suficiente para, al menos, lanzar la idea de que este nombre de La Torrica podía proceder de la torre construida a principios del siglo XVI y derribada por orden del emperador Carlos I.
Pero ha surgido algo: desde hace un cierto tiempo, en un edificio cercano comenzó a aparecer un socavón de aproximadamente un metro de diámetro que día a día ha ido a más, sin que pudiera darse explicación alguna sobre este hecho. Se han consultado todas las fotografías aéreas desde la primera de 1929 realizada por el gran Julio Ruiz de Alda; se ha preguntado a los vecinos sobre la existencia de cualquier pozo, hoyo de basuras, pozo ciego…, en vano, nadie absolutamente nadie podía dar explicación alguna y han negado el conocer nada especial en ese lugar, y hay que tener en cuenta que hasta hace pocos años todo este terreno era pura y simple huerta. Y somos muchos los que lo conocimos así. No había explicación.
Ante esta situación, y el peligro que podría suponer la existencia de ese socavón, que lentamente se va agrandando, se decidió acudir al amigo radiestesista (zahorí) Ramón Castejón Sánchez, cuya experiencia y sensibilidad cerebral le permite detectar alteraciones en el subsuelo incluso sin varillas ni otra ayuda, y hasta es capaz de hacer detecciones circulando dentro de un vehículo. Él fue quien con toda exactitud, punto y profundidad (2,20 m), nos dijo donde estaba la solera del túnel romano para canal de riego de hace 2.000 años. Puede verse:
2019 – Artículo nº 23. El túnel romano de Alcantarilla. 16 páginas. En:
Así, el día 12 de julio de 2023, Castejón detectó sobre el socavón una anomalía de un metro de anchura a siete metros de profundidad. Pero la sorpresa vino cuando al desplazarse hacia ambos lados de dicho socavón siguió detectando la misma oquedad o anomalía, adentrándose ya en las edificaciones colindantes por ambas partes.
Una vez en la calle seguimos el trazado desde la Calle Mula o Ramón y Cajal hasta La Torrica, manteniéndose la profundidad, unos 7 metros, y la anchura, 1 metro.
A partir de ese momento, y de acuerdo con lo que se estaba comprobando, existía una conexión entre La Torrica y la citada Calle Mula, y vino a la memoria el caso de la Torre de Alcantarilla. ¿Podíamos encontrarnos ante un túnel de escape desde esa torre al camino de Mula u otro lugar en caso de asedio? Y también recordamos ahora antiguos comentarios de que en una casa de La Torrica, al hacer unas obras, se habían encontrado muchas monedas y joyas, aunque ese asunto se llevó con un gran mutismo, y posiblemente fuera algún albañil en alguna taberna el que pudo hablar de más. Esto es algo que de pequeños oímos bastantes de nosotros que todavía vivimos. Pero pasó el tiempo y la cosa se fue olvidando, porque además, es de suponer que obviamente nadie iba a ir a preguntarle al propietario si eso era o no era cierto.
También nos ha venido a la memoria, y siendo esto algo recordado además con toda exactitud por la siempre residente en La Torrica doña Ana María Férez Peñalver, viuda de don Pedro López Menchón, con su hijo Jesús López Férez, que cuenta como a mediados de los años 50, el propietario de las tierras de la parte de poniente de la actual Calle Sevilla (por cierto, habría que revisar en las Actas el porqué se llama esa calle así, porque no parece que sea por la ciudad de Sevilla), Miguel Cascales Sánchez, propietario también de la fábrica de conservas situada en la Calle de La Cuesta, trajo de Alhama al zahorí Miguel González Montalbán para intentar localizar cualquier venero de aguas para usarlas en el baño de maría de los botes de conserva.
La búsqueda detectó la existencia de agua en un punto determinado del camino que hoy se corresponde con la esquina de las calles Sevilla y Mariano Ballester (puerta de la que luego sería casa de doña Paquita). Se hizo el correspondiente taladro y afluyó un caudal suficiente de agua, por lo que se construyó la oportuna caseta y se comenzó la extracción, pero a los pocos días el agua dejó de fluir, por lo que el pozo fue cegado y la caseta derribada.
El asunto se olvidó entonces, pero ahora, 60 años después, algo que no se entendió en aquellos momentos podría tener una explicación: El supuesto manantial detectado no era tal, sino que debería tratarse de agua acumulada por filtraciones a lo largo de los siglos en un túnel y ello podría explicar su rápido agotamiento.
Como anteriormente se ha expuesto, ¿nos encontramos ante un túnel construido para escape desde la torre-fortaleza en caso de asedio y que podría acercar a los fugitivos, tanto a varios caminos como al lugar protegido y sagrado como la ermita de San Roque? Un túnel que se encuentra detectado a una profundidad de entre 6/7 metros y con una anchura alrededor del metro. Un túnel que ahora, de nuevo, tras pasar el tiempo, se debe encontrar lleno de agua.
Y hasta aquí podemos llegar, solamente una excavación podría despejar la incógnita, pero la zona ya está casi totalmente edificada (sólo quedan libres un par de solares en La Torrica), y una excavación en la vía pública, plagada de servicios, es algo inviable, cuando además nos encontramos ante algo de un interés histórico relativo. En los dos solares que quedan sí podría hacerse una excavación a bajo coste y sin afectar a ningún servicio.
La Torrica presenta pues esta incógnita, acrecentada por su singular ocupación humana desde hace varios siglos, algo que no ha ocurrido en ningún otro lugar de Alcantarilla, por lo que merece una descripción específica de la zona, encontrándose señalada como un lugar que secularmente fue elegido para asentamiento por su excelente ubicación, su cercanía a la primitiva Alcantarilla y su leve elevación topográfica sobre el entorno.
Ya en 1868 en los libros parroquiales encontramos la denominación específica de “La Torrica” y la existencia de seis familias y siete edificaciones (el padrón de 1867 no diferencia La Torrica del resto del diseminado, pero casi todos los datos coinciden).
LA TORRICA (Libros de la Iglesia)
Francisco Martínez – 46 años
José Vivancos – 51
José Manzano – 68
Juan Menárguez – 67
Gertrudis
Cascales – 80, viuda
Casa
cerrada
Cayetano Chumillas – 38
El plano de delimitación y amojonamiento de 1898 realizado por el entonces Instituto Geográfico y Estadístico marca en La Torrica la casa de Antonio Martínez Albaladejo, y parece que existe un error, ya que debe tratarse de Antonio Martínez Martínez, hijo de Francisco y Josefa. Hay que hacer constar que este plano no refleja todas las edificaciones sino solamente la esquina de la más cercana, usada como punto topográfico de referencia.
En el año 1923 se realiza el catastro de rústica en el que solamente aparecen como construcciones las situadas en la parte izquierda del camino, ocupando parte de las parcelas nº 29, 30 y 31, así como se detecta un barracón en la nº 50
En el año 1929 el aviador del Plus Ultra, Julio Ruiz de Alda (asesinado en agosto del 36 en la Cárcel Modelo de Madrid), realiza un vuelo fotográfico de la cuenca del Segura (en placas de cristal, estando muchas de ellas perdidas o deterioradas). En esta fotografía ya aparecen edificadas las parcelas nº 32 y 34, así como se aprecia que el barracón de la nº 50 parece haberse aumentado de tamaño.
En el año 1958 el Instituto Geográfico y Catastral realiza un nuevo catastro de rústica que fue editado en 1960. En él nos encontramos que a las edificaciones anteriores se les han añadido otras en las parcelas nº 168 y 181 y se ha agrandado la construcción de la nº 180. También aparece (como ya hemos visto anteriormente en los cartones originales) el pozo realizado en la nº 167, de Miguel Cascales Sánchez, y que aparece señalado con una “c”, aunque el lindero de poniente es erróneo ya que su lindero era paralelo al camino (actual Calle Sevilla) tal y como prueban las fotografías aéreas. Errores normales de los antiguos catastros.
Se observa con respecto al anterior de 1923 que existe bastantes transmisiones de propiedades, y ya en éste nos aparece en la nº 175 Diego Sáez Guirao “El Moruza”, conocido y competente maestro de obras. En la nº 181 Jesús Férez Ponce, padre la anteriormente citada Ana María “Anita”. En la nº 179 Josefa Sandoval Lisón, la madre de Francisca Martínez Sandoval, que luego sería la maestra del barrio: “Doña Paquita”. La nº 176 ya es de la citada doña Paquita Martínez Sandoval que además compra a Miguel Cascales Sánchez una parcela contigua, senda y brazal por medio, y edifica su casa que todavía permanece en la esquina (aún no aparece en este catastro de 1958). La antigua parcela nº 32 del año 1923 también pasa a su propiedad fundando en ella su célebre escuela, mientras que en su parcela nº 176 existe hoy en día el célebre Bar La Ganga de José García y su mujer Carmen. La familia Menchón sigue manteniendo hasta hoy sus parcelas al final del barrio e incluso se han emparentado con vecinos de ellos.
A partir de aquí, ya solamente podemos
aportar una selección de fotografías, algunos datos y los últimos planos de la
zona, pudiéndose así observar en detalle cómo ha sido la evolución de la zona
en estos años.
Esta pequeña historia acaba por ahora, y casi seguro que no veremos su final, pero si se edifica en los solares que todavía existen, por la propia seguridad de la construcción, sería interesante el que se hiciera alguna cata para evitar cualquier cedimiento de la estructura. Es lo más sensato y barato, especialmente si se realizan aparcamientos subterráneos, algo que no se ha hecho hasta ahora en las edificaciones ejecutadas bajo las cuales se supone que discurre el túnel, por lo que el peligro ha sido menor, aunque como ya hemos visto, el suelo ya ha cedido en un punto y a nivel de la calle.
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