Pedro L. Cascales López
En el anterior artículo (“Antiguos habitantes de Alcantarilla IV”)
ya se apuntaba que el paraje denominado “La Torrica” merecía un apartado
especial ya que reúne una serie de condiciones de carácter histórico que no
tenemos en el resto del ámbito rural del término municipal de Alcantarilla,
además de haber sido el único asentamiento de ese tipo de rural múltiple.
Con lo primero que nos encontramos
es con el origen de su nombre. Nada aparece sobre este lugar en las Actas
Municipales (sin perjuicio de que en un futuro alguien pueda localizar una cita
ignorada, lo que sería muy de agradecer).
La tradición oral, como siempre,
podría aportar algo, pero en algunos casos resulta poco creíble, en otros algo
dudoso, y en otros sí que podemos encontrarnos con indicios que parecen encajar
más con los datos históricos de los que disponemos.
La denominación de “Torrica” podría
deberse a una contracción nominal de edificio-apellido (cosa que no parece
probable), podría también deberse a una supuesta “riqueza” territorial de su
inicial propietario (algo muy dudoso por el minifundio de siempre existente), o
podría tratarse de que se ligaba a la existencia de una torre en la que
existían ciertas “riquezas” en forma de metales preciosos y joyas, y por último
podría deberse al recuerdo secular de que en ese lugar existió una torre de un
carácter muy distinto al que se daba a las antiguas casas-torres que existían
en la huerta de tipo residencial y agrícola, tres de ellas conocidas y
localizadas dentro del término de Alcantarilla, dos en la parte de levante del
término y otra cercana a Javalí Nuevo. No parece por lo tanto que este sea su
origen; no constan restos, documentación, ni referencia alguna sobre ello, por
lo que se intuye que esta “torrica” era algo especial, algo de menor
envergadura que la clásica casa-torre que además se designaban por el nombre de
su propietario, “la Torre de…”, pero que sin embargo debió significar mucho,
hasta el punto de llegar a perdurar en el recuerdo de los habitantes de la
población con ese único nombre mientras que las demás no lo fueron así.
Nos encontramos pues ante una
incógnita que no podemos resolver, y esperamos que algún día algún investigador
más afortunado pueda resolverlo. Por lo tanto, al no poder llegar a
conclusiones tenemos que ceñirnos a tratar de encajar los datos ciertos de que
se disponen y que nos llevan a aventurar una hipótesis en la que parecen
encajar estos datos; pero certeza, lo que se dice certeza, no podemos tenerla.
En el siglo XVI, reinando Carlos I,
Alcantarilla era propiedad de la Iglesia que tenía a su disposición una
población morisca que aportaba unas importantes cantidades de dinero al
obispado. Los desencuentros y hasta enfrentamientos con el concejo de Murcia
eran continuos por cuestiones de impuestos, límites, ganados y hasta por la
pura y simple delincuencia. Algunos moriscos y no moriscos robaban y delinquían
en Murcia y se refugiaban en Alcantarilla bajo la protección del obispo. Nada
podían hacer la justicia ni los alguaciles murcianos contra el poder
eclesiástico y la amenaza de excomunión.
Este tema de los conflictos entre
Alcantarilla y Murcia ha sido tratado profusamente con carácter general por
varios historiadores y a ellos nos remitimos, pero dentro del relato de estos
enfrentamientos y pleitos existe uno que sí que nos afecta directamente para el
asunto que nos ocupa.
El amigo Fulgencio Saura Mira
publicó en la revista “Mvrgetana” nº
30 de 1969 un artículo que tituló “En torno al derribo de la fortaleza de
Alcantarilla” que transcribimos en aquellos aspectos que podrían
interesarnos:
“Durante
la época medieval nuestra villa formaba un recinto cerrado conforme al concepto
de ciudad que dan las Partidas, entendiendo por tal 'todo aquel lugar que es
cercado, de los muros con los arrabales y los edificios que se tienen con
ellos'.
(…)
Sin embargo con el desenvolvimiento histórico hemos de
hacer notar, que este lugar de Alcantarilla se convierte en refugio de
malhechores, en especial durante el siglo quince, y siguiente, los que no se
podían sacar por los Corregidores de tal sitio, por cuya causa se cometían
graves delitos. Tal circunstancia vino a complicarse más cuanto, a fin de
defenderse, aquellos intentaban hacer
una torre con ánimo de pertrecharse.
(…)
Por estas circunstancias, el emperador Carlos tuvo que
expedir una Real Carta el 4 de mayo de 1526, dirigida al Corregidor de la
ciudad de Murcia, a petición del regidor de la misma Alonso Pacheco de Arróniz,
quien le pone de manifiesto que 'a una legua de la ciudad de Murcia está un
lugar que se llama Alcantarilla' y que no podrán sacar los delincuentes de tal
lugar por encontrarse custodiados por una fortaleza,
lo que daba pie a cometer graves desavenencias. Por lo que ordena tanto al
Concejo Murciano como al Deán y Cabildo de la iglesia de dicha ciudad que
procedan al derribo de la misma en plazo determinado. Todo ello en los
siguientes términos:
'Don Carlos, por la gracia de Dios rey de Romanos, etc.
(…). A vos, el nuestro corregidor de la çiudad de Murçia e a vuestro alcalde en
el dicho ofiçio, salud e graçia. Sepades que Alonso Pacheco de Arroniz, vezino
e regidor desa dicha çiudad y en nombre della, nos fizo relación por su
petiçion, diciendo que a vna legua de la dicha çiudad de Murçia esta vn lugar
que llama el Alcantarilla, ques del Cavildo e yglesia de la dicha çiudad, e que
por ser como es juridiçion de la dicha yglesia, nuestros corregidores e
justiçias no se atreven a sacar los malhechores de dicho lugar, diz que hazen vna torre e campanario con vna cassa puerta del dicho lugar, muy fuerte para
thener mas lugar de defender los malhechores, para que no sean punidos ni
castigados. E nos suplico e pido por merçed vos mandasemos que sy algunos
delitos se fizieren feos en el dicho lugar, los pudiesedes sacar e castigar
conforme a justiçia, e que no consyntiesedes ni diesedes lugar quel dicho
hedifiçio se hiziese, o como la nuestra merçed fuese. (…). Porque vos mandamos,
que luego que con esta nuestra carta fueredes requerido, vays al dicho lugar de
Alcantarilla donde asy agora diz que se haze la dicha torre y campanario, e
tomeys con vos maestros e personas que sepan de dicha obra e veades los çimientos
e hedifiçios de la dicha torre e campanario, e sy tiene torres e troneras e
saeteras e almenas e sy es de cal y canto o de ladrillo o argamasa o de tapia,
e que anchura tiene la pared, y asy visto, sy hallaredes que lo que agora esta
fecho es hedifiçio fuerte e tal que segund la horden que agora lleva en el lugar donde se faze, en algund
tiempo se podría fortalecer, por manera que dello pueda venir perjuizio a la
dicha çiudad e su tierra, mandad de nuestra parte, que nos, por esta nuestra
carta mandamos, al dicho conçejo e al dicho dean e cavildo de la yglesia desa
dicha çiudad e a otra cualquier persona que hiziere y edificare la dicha torre
y campanario, que dentro de vn termino que por vos les fuere asignado e mandado
derrivar e demoler, derriven e demuelan todo lo que hallaredes que por ser
hedifiçio fuerte se deve derrivar e demoler de la dicha torre e campanario e sy
dentro del dicho termino que asy por vos le fuere asygnado no derrivaren e
demolieren lo que por vos le fuere mandado derrivar e demoler, pasado dicho
termino tomedes los maestros e personas que vos bien visto fuere e derrivades e
demolades, e hagades derrivar e demoler todo lo que vos hallaredes que de la
dicha torre se deve derrivar e demoler a costa del dicho cabildo, e le mandedes
y nos por la presente mandamos, que en ningund tiempo no labren ni hedefiquen
mas la dicha torre e campanario ni otro hedefiçio fuerte alguno syn nuestra
liçençia y especial mandado (…). Dada en la çiudad de Sevilla a quatro días del
mes de mayo, año del nasçimiento de nuestro salvador Jhesuchristo de mill e
quinientos e veynte e seys años”.
Tras esta explícita descripción, el
también apreciado amigo Salvador Frutos Hidalgo en su libro “El
Señorío de Alcantarilla” publicado en el año 1973, y también en su
segunda edición del año 1999 “Historia de Alcantarilla”, incide
en lo anteriormente citado por Saura Mira, relatando el contexto histórico en
el que nos encontrábamos en aquellos años:
“De luchas y desorden, de naufragio de la autoridad, se
aprovecharon los elementos más indeseables de la sociedad para volver al
bandidaje y a los delitos, que tanto habían proliferado en otras épocas.
Alcantarilla era un buen refugio para
ellos, pues aquí no podían entrar los justicias de Murcia, que desde el siglo
anterior había quedado perfectamente aclarado que sólo la Iglesia de Cartagena,
como señor del lugar, tenía jurisdicción civil y criminal sobre la aldea. Las
fechorías que cometían los alcantarilleros en término de Murcia no podían ser
castigadas más que por el Cabildo, y ante él tenían que reclamar los alcaldes
de Murcia. Esto llevaba consigo una pérdida de tiempo, con el consiguiente
alargamiento de las causas, y que las autoridades eclesiásticas no tuvieran el
mismo interés que las municipales en sancionar a unos delincuentes que, al fin
y al cabo, eran vasallos suyos. Amparados en esta semi-impunidad, los
alcantarilleros tuvieron la osadía de construir
una torre para defenderse de los alguaciles y justicias murcianos cuando
éstos se decidieran por ir a apresarlos a la propia Alcantarilla”.
En aquellos momentos (faltaban todavía
20 años para que la primitiva Alcantarilla fuese destruida por una riada) la
población se encontraba entonces junto al río y Camino Real de Murcia a
Andalucía.
Ubicación de la antigua Alcantarilla (P. Cascales L.)
Conocemos por lo tanto que la construcción
de una torre fue una realidad, pero no tenemos su ubicación, por lo que no hay
más remedio que recurrir a intentar introducirnos en el pensamiento de sus constructores:
el uso que le iban a dar, sus comunicaciones, su situación ni cerca ni lejos de
la población, su disponibilidad de agua, su alejamiento de la zona inundable
del Guadalentín y la visibilidad del entorno para prevenir cualquier ataque.
Veamos cada caso.
1.- Está claro el uso para el que se
edifica la torre: defensa ante los alguaciles y justicias que podían venir de
Murcia y tener un lugar de refugio y acopio de los botines de sus robos.
2.- La torre debía encontrarse
cercana a vías de comunicación, con un apropiado acceso y facilidad de paso de
carromatos, quedando excluida el interior de la población tanto por discreción
como por falta de lugar, como por la propia descripción contenida en el
documento: “el lugar donde se faze”.
3.- Sin embargo, no debía estar muy
alejada de la población, en donde residían sus familias y en un determinado
momento podrían recibir ayuda contra los justicias o un rápido y anónimo
refugio entre las casas del poblado, recordemos lo de su ubicación: a “puerta
de dicho lugar”, pero a la
vez también necesitaban una cierta seguridad de no ser observados en el manejo
de sus botines ante las miradas indiscretas ya que evidentemente no todos los
habitantes de la aldea aprobarían sus acciones. Hay que tener en cuenta que la
inmensa mayoría de los habitantes de Alcantarilla no eran delincuentes sino
honrados agricultores y arrieros.
4.- La disponibilidad de agua para personas y
animales era fundamental, y ello nos lleva a que debía encontrarse por debajo
de la cota por la que discurría la cequeta con sus numerosos brazales.
5.- No podían haberla edificado en
la zona que secularmente se conocía que podía verse inundada por las avenidas
del Río Guadalentín.
6.- La visibilidad de todos los
caminos circundantes era fundamental para detectar la presencia con una cierta
antelación de los justicias murcianos. Lógicamente, por lo tanto, hay que
excluir la zona sureste del término de Alcantarilla colindante con el de
Murcia, ya que esa cercanía podía significar que si se producía una
intervención rápida de la justicia de Murcia, ésta podría no ser detectada a
tiempo.
Y desde luego, no es creíble que la
casa, torre y campanario no fueran edificados con total ignorancia del
obispado. Una construcción así, de unos 10 metros de altura, posiblemente hecha
con tapial, no podía pasar desapercibida, sino que más bien pudo ser hasta
alentada por la autoridad de Alcantarilla, es decir, la Iglesia, y de ahí el
posible pretendido “camuflaje” de la casa como “ermita” y la torre como “campanario”,
ya que ese tipo de construcciones defensivas estaban totalmente prohibidas. Es
lo lógico.
En todo caso, la palabra “fortaleza”
parece que le viene un poco grande a esa construcción, ya que por quien la hizo
y para lo que la hizo, esta construcción debía tener una altura, como ya se ha
dicho, de unos 10 metros (tres plantas), con una base de unos 7 a 8 metros de
lado, y desde luego no debía contar con almenas (aunque la hayamos dibujado con
ellas) y sí podría contar con algunas aspilleras o ventanucos por donde
disparar (amenazar más bien). Y la casa anexa, supuesta y falsa ermita, sería
una pequeña construcción de adobe comunicada interiormente con la torre y
serviría en parte de cuadras. O sea, que la construcción debía de ser “una
torrica”, aunque al concejo murciano le interesaba presentar ante el emperador
Carlos I el edificio como una grande, sólida y fuerte construcción: o sea, una
fortaleza.

Reconstrucción supuesta de lo que pudo ser la llamada
“fortaleza de Alcantarilla”, con un barracón adosado con cubierta de sisca o
carrizo para poderle prender fuego en caso de necesidad (P. Cascales L.)
Teniendo en cuenta estos factores,
la única zona que reúne todos estos requisitos es la situada entre la cequeta y
la acequia del Turbedal, y aquí nos encontramos precisamente con un lugar que
de siempre ha sido conocido como “La Torrica”. ¿Coincidencia? ¿Error de
interpretación? Todo es posible, pero los indicios están ahí.
Entorno de la antigua Alcantarilla en el que se
representan todos los factores anteriormente tratados y que nos lleva a
delimitar una zona que cumple con todos los condicionantes y que se señala en
tono rojizo. Dentro de esta zona se encuentra el antiguo caserío denominado
como La Torrica (P. Cascales L.)
Todo esto se conocía desde hace
muchos años, pero se consideraba que no era suficiente para, al menos, lanzar
la idea de que este nombre de La Torrica podía proceder de la torre construida
a principios del siglo XVI y derribada por orden del emperador Carlos I.
Pero ha surgido algo: desde hace un
cierto tiempo, en un edificio cercano comenzó a aparecer un socavón de
aproximadamente un metro de diámetro que día a día ha ido a más, sin que
pudiera darse explicación alguna sobre este hecho. Se han consultado todas las
fotografías aéreas desde la primera de 1929 realizada por el gran Julio Ruiz de
Alda; se ha preguntado a los vecinos sobre la existencia de cualquier pozo,
hoyo de basuras, pozo ciego…, en vano, nadie absolutamente nadie podía dar
explicación alguna y han negado el conocer nada especial en ese lugar, y hay
que tener en cuenta que hasta hace pocos años todo este terreno era pura y
simple huerta. Y somos muchos los que lo conocimos así. No había explicación.
Socavón que paulatinamente se va agrandando (P. Cascales
L.)
Ante esta situación, y el peligro
que podría suponer la existencia de ese socavón, que lentamente se va
agrandando, se decidió acudir al amigo radiestesista (zahorí) Ramón Castejón
Sánchez, cuya experiencia y sensibilidad cerebral le permite detectar
alteraciones en el subsuelo incluso sin varillas ni otra ayuda, y hasta es
capaz de hacer detecciones circulando dentro de un vehículo. Él fue quien con
toda exactitud, punto y profundidad (2,20 m), nos dijo donde estaba la solera
del túnel romano para canal de riego de hace 2.000 años. Puede verse:
2019 – Artículo nº 23. El
túnel romano de Alcantarilla. 16 páginas. En:
Así,
el día 12 de julio de 2023, Castejón detectó sobre el socavón una anomalía de
un metro de anchura a siete metros de profundidad. Pero la sorpresa vino cuando
al desplazarse hacia ambos lados de dicho socavón siguió detectando la misma
oquedad o anomalía, adentrándose ya en las edificaciones colindantes por ambas
partes.
Una vez en la calle seguimos el
trazado desde la Calle Mula o Ramón y Cajal hasta La Torrica, manteniéndose la
profundidad, unos 7 metros, y la anchura, 1 metro.
A partir de ese momento, y de
acuerdo con lo que se estaba comprobando, existía una conexión entre La Torrica
y la citada Calle Mula, y vino a la memoria el caso de la Torre de
Alcantarilla. ¿Podíamos encontrarnos ante un túnel de escape desde esa torre al
camino de Mula u otro lugar en caso de asedio? Y también recordamos ahora antiguos
comentarios de que en una casa de La Torrica, al hacer unas obras, se habían
encontrado muchas monedas y joyas, aunque ese asunto se llevó con un gran
mutismo, y posiblemente fuera algún albañil en alguna taberna el que pudo hablar
de más. Esto es algo que de pequeños oímos bastantes de nosotros que todavía
vivimos. Pero pasó el tiempo y la cosa se fue olvidando, porque además, es de
suponer que obviamente nadie iba a ir a preguntarle al propietario si eso era o
no era cierto.
Trazado del túnel u oquedad detectada (contiene agua por
las filtraciones) entre la Calle Ramón y Cajal y La Torrica (Google Maps)
Algunos de los puntos detectados por Ramón Castejón
Sánchez (en amarillo) y explicándole el modo de detección al Jefe del Servicio
de Cultura del Ayuntamiento Juan Antonio Martínez López (P. Cascales)
También nos ha venido a la memoria,
y siendo esto algo recordado además con toda exactitud por la siempre residente
en La Torrica doña Ana María Férez Peñalver, viuda de don Pedro López Menchón, con
su hijo Jesús López Férez, que cuenta como a mediados de los años 50, el
propietario de las tierras de la parte de poniente de la actual Calle Sevilla (por
cierto, habría que revisar en las Actas el porqué se llama esa calle así,
porque no parece que sea por la ciudad de Sevilla), Miguel Cascales Sánchez,
propietario también de la fábrica de conservas situada en la Calle de La
Cuesta, trajo de Alhama al zahorí Miguel González Montalbán para intentar
localizar cualquier venero de aguas para usarlas en el baño de maría de los
botes de conserva.
La búsqueda detectó la existencia de
agua en un punto determinado del camino que hoy se corresponde con la esquina
de las calles Sevilla y Mariano Ballester (puerta de la que luego sería casa de
doña Paquita). Se hizo el correspondiente taladro y afluyó un caudal suficiente
de agua, por lo que se construyó la oportuna caseta y se comenzó la extracción,
pero a los pocos días el agua dejó de fluir, por lo que el pozo fue cegado y la
caseta derribada.
Lugar en el cual se hizo el pozo, en la esquina de la
Calle Sevilla con la del pintor Mariano Ballester (entonces todo era huerta y
la Calle Sevilla era un carril de 2 metros de anchura que solamente conducía a
La Torrica)
Reproducción del cartón original del catastro del año
1958, realizado por el Instituto Geográfico y Catastral, en donde aparece
grafiada la ubicación de la caseta del motor (Instituto Geográfico Nacional)
El asunto se olvidó entonces, pero
ahora, 60 años después, algo que no se entendió en aquellos momentos podría
tener una explicación: El supuesto manantial detectado no era tal, sino que
debería tratarse de agua acumulada por filtraciones a lo largo de los siglos en
un túnel y ello podría explicar su rápido agotamiento.
Como anteriormente se ha expuesto, ¿nos
encontramos ante un túnel construido para escape desde la torre-fortaleza en
caso de asedio y que podría acercar a los fugitivos, tanto a varios caminos
como al lugar protegido y sagrado como la ermita de San Roque? Un túnel que se
encuentra detectado a una profundidad de entre 6/7 metros y con una anchura alrededor
del metro. Un túnel que ahora, de nuevo, tras pasar el tiempo, se debe encontrar
lleno de agua.
Y hasta aquí podemos llegar,
solamente una excavación podría despejar la incógnita, pero la zona ya está
casi totalmente edificada (sólo quedan libres un par de solares en La Torrica),
y una excavación en la vía pública, plagada de servicios, es algo inviable,
cuando además nos encontramos ante algo de un interés histórico relativo. En
los dos solares que quedan sí podría hacerse una excavación a bajo coste y sin
afectar a ningún servicio.
Solares bajo los cuales discurre en diagonal el supuesto
túnel a unos 6/7 metros de profundidad
La Torrica presenta pues esta
incógnita, acrecentada por su singular ocupación humana desde hace varios
siglos, algo que no ha ocurrido en ningún otro lugar de Alcantarilla, por lo
que merece una descripción específica de la zona, encontrándose señalada como
un lugar que secularmente fue elegido para asentamiento por su excelente
ubicación, su cercanía a la primitiva Alcantarilla y su leve elevación topográfica
sobre el entorno.
Ya en 1868 en los libros
parroquiales encontramos la denominación específica de “La Torrica” y la
existencia de seis familias y siete edificaciones (el padrón de 1867 no
diferencia La Torrica del resto del diseminado, pero casi todos los datos
coinciden).
Hoja de los libros parroquiales con la relación de
habitantes
LA TORRICA (Libros de la
Iglesia)
Francisco
Martínez – 46 años
Josefa Martínez – 37, s.m.
Antonio – 7
María – 4
Francisco, hijastro – 16
José
Vivancos – 51
María Manzano – 46, s.m.
María Dolores – 19
María – 16
Josefa – 13
José
Manzano – 68
Catalina Tomás – 72, s.m.
Juan
Menárguez – 67
Pretola Idalgo – 66, s.m.
María Aurora – 31
Gertrudis
Cascales – 80, viuda
Casa
cerrada
Cayetano
Chumillas – 38
María Rodríguez – 32, s.m.
José – 1
El plano de delimitación y
amojonamiento de 1898 realizado por el entonces Instituto Geográfico y
Estadístico marca en La Torrica la casa de Antonio Martínez Albaladejo, y
parece que existe un error, ya que debe tratarse de Antonio Martínez Martínez,
hijo de Francisco y Josefa. Hay que hacer constar que este plano no refleja
todas las edificaciones sino solamente la esquina de la más cercana, usada como
punto topográfico de referencia.
Desarrollo de los itinerarios topográficos del plano de
1898 (Instituto Geográfico Nacional), y actualización (P. Cascales L.)
En el año 1923 se realiza el
catastro de rústica en el que solamente aparecen como construcciones las
situadas en la parte izquierda del camino, ocupando parte de las parcelas nº
29, 30 y 31, así como se detecta un barracón en la nº 50
Catastro de rústica del año 1923 realizado por el
Instituto Geográfico y Estadístico (Instituto Geográfico Nacional)
En el año 1929 el aviador del Plus
Ultra, Julio Ruiz de Alda (asesinado en agosto del 36 en la Cárcel Modelo de
Madrid), realiza un vuelo fotográfico de la cuenca del Segura (en placas de
cristal, estando muchas de ellas perdidas o deterioradas). En esta fotografía
ya aparecen edificadas las parcelas nº 32 y 34, así como se aprecia que el
barracón de la nº 50 parece haberse aumentado de tamaño.
Fotografía de Ruiz de Alda en 1929 (Instituto Geográfico
Nacional). Todo el entorno era huerta, y abajo a la derecha, por encima de las
naves de la antigua fábrica de conservas del notario don Manuel Hernández Muñoz
(antepasado, entre otros, de todos los “Magritas”) se aprecian los restos del
muro del que se supone el hospital creado por Lázaro de Usodemar y que contaba,
dicho muro, con numerosos huecos de ventanas tapiados (ver fotografía más
adelante del 16-12-1981 – 2ª)
En el año 1958 el Instituto
Geográfico y Catastral realiza un nuevo catastro de rústica que fue editado en
1960. En él nos encontramos que a las edificaciones anteriores se les han
añadido otras en las parcelas nº 168 y 181 y se ha agrandado la construcción de
la nº 180. También aparece (como ya hemos visto anteriormente en los cartones
originales) el pozo realizado en la nº 167, de Miguel Cascales Sánchez, y que
aparece señalado con una “c”, aunque el lindero de poniente es erróneo ya que
su lindero era paralelo al camino (actual Calle Sevilla) tal y como prueban las
fotografías aéreas. Errores normales de los antiguos catastros.
Se observa con respecto al anterior de
1923 que existe bastantes transmisiones de propiedades, y ya en éste nos
aparece en la nº 175 Diego Sáez Guirao “El Moruza”, conocido y competente
maestro de obras. En la nº 181 Jesús Férez Ponce, padre la anteriormente citada
Ana María “Anita”. En la nº 179 Josefa Sandoval Lisón, la madre de Francisca
Martínez Sandoval, que luego sería la maestra del barrio: “Doña Paquita”. La nº
176 ya es de la citada doña Paquita Martínez Sandoval que además compra a
Miguel Cascales Sánchez una parcela contigua, senda y brazal por medio, y
edifica su casa que todavía permanece en la esquina (aún no aparece en este
catastro de 1958). La antigua parcela nº 32 del año 1923 también pasa a su
propiedad fundando en ella su célebre escuela, mientras que en su parcela nº 176
existe hoy en día el célebre Bar La Ganga de José García y su mujer Carmen. La
familia Menchón sigue manteniendo hasta hoy sus parcelas al final del barrio e
incluso se han emparentado con vecinos de ellos.

Catastro de rústica del año 1958 realizado por el
Instituto Geográfico y Catastral (Instituto Geográfico Nacional)
A partir de aquí, ya solamente podemos
aportar una selección de fotografías, algunos datos y los últimos planos de la
zona, pudiéndose así observar en detalle cómo ha sido la evolución de la zona
en estos años.
6-12-1965. Doña Paquita ya tiene su casa frente a su
escuela; la Calle Sevilla se va completando con las ventas de Miguel Cascales,
y en primer término nos aparece la fábrica de conservas de Manuel Hernández con
su chimenea (detalle ampliado de una fotografía de mayor tamaño, P. Cascales L.)
26-11-1966. La Calle Sevilla se va colmatando y se
encuentra en construcción un edificio para viviendas, algo importante en esos
momentos. A la derecha se observan los restos del muro del supuesto hospital
(detalle ampliado, P. Cascales L.)
18-8-1968. En esta foto vertical pueden apreciarse los
edificios existentes (detalle ampliado, Paisajes Españoles)
Detalle del plano aereofotogramétrico de la zona a escala
1/2.000 (1 cm = 20 m) con vuelo de finales de 1972 y dibujo de principios de
1973 (Archivo Histórico Municipal, restaurado P. Cascales L.)
Catastro de urbana del Ministerio de Hacienda realizado
por el alcantarillero funcionario de ese Ministerio, Agustín Pineda Enríquez en
1973. Existe en La Torrica un total de 10 viviendas, apreciándose alturas,
patios, cuadras y porches (restaurado P. Cascales L.)
11-8-1973. Doña Paquita ya ha construido una pequeña
cochera en su huerto de limoneros colindante con su casa (detalle ampliado, P.
Cascales L.)
11-8-1973. En el camino que discurre hacia la acequia del
Turbedal, a la derecha, junto a un gran olmo se encuentra la aceña (todas las
aceñas tenían colindante, por la parte del mediodía, un árbol para dar sombra a
personas y caballerías en los momentos de descanso). La calle Lorenzo Pastor ya
está llegando al brazal, quedando la última casa, en la parcela nº 168 de Ginés
Hernández Mora, con la fachada orientada a levante, lo que obligaría a su
cambio hacia la calle, hacia poniente (detalle ampliado, P. Cascales L.)
11-8-1973. Aquí se aprecia mejor la cochera de doña
Paquita, rodeada de limoneros y hoy en el mismo cruce de las calles Sevilla y
Mariano Ballester, mientras que en la citada Calle Sevilla solamente quedan
tres solares (todos ellos eran similares, unos 8 metros de fachada por 25 de
fondo). En La Torrica, el tono de las tejas de las cubiertas delata la
antigüedad de las edificaciones (detalle ampliado, P. Cascales L.)
Febrero de 1978. Casas de Diego Sáez en La Torrica y en
la actualidad (P. Cascales L.)
Marzo de 1978. La Calle Sevilla entonces y ahora. Al
fondo, el caserío de La Torrica con la cochera y la escuela de doña Paquita.
Todo el huerto de limoneros de la derecha del camino ya ha sido talado (P.
Cascales L.)
Marzo de 1978. Fachadas de La Torrica (P. Cascales L.)
Junio de 1979. Ya se está construyendo el edificio de
seis plantas en la esquina de las calles Sevilla y Mariano Ballester. El
antiguo barracón o casa de Menchón ha sido reemplazado por una nueva
edificación. La apertura de la Calle pintor Mariano Ballester ya llega a la
cequeta y a los almacenes de Miguel Cascales. El edificio que hace esquina de
esa nueva calle con la luego denominada Médico Antonio Soler también se
encuentra en construcción. La casa de la parcela de Ginés Hernández Mora ya ha
sido adaptada a la nueva calle Lorenzo Pastor (detalle ampliado, P. Cascales L.)
16-12-1981. La Calle Mariano Ballester sigue avanzando y
para pasar la cequeta hay un pequeño puente, y en los almacenes de Cascales ya
se está construyendo un bloque de viviendas, formando la Calle Médico Antonio
Soler. La cimentación del primer bloque pasada la cequeta está marcada en el
terreno. El huerto de doña Paquita sigue intacto por el momento (detalle
ampliado, P. Cascales L.)
16-12-1981. La Calle Sevilla ya está completamente
ocupada en su acera de poniente. Abajo puede apreciarse como los tapiados de
las ventanas del muro del supuesto hospital de Lázaro de Usodemar se han
desplomado dejando claramente a la vista la serie de huecos para ventanas. En
la época de la construcción de este supuesto hospital se consideraba
fundamental la ventilación de las salas (detalle ampliado, P. Cascales L.)
En la redacción del Plan General Municipal de Ordenación
se considera La Torrica como suelo urbano consolidado y se incluye en la zona
2b (cuatro plantas)
Marzo de 1983 y en la actualidad. Entrada a La Torrica. A
la izquierda la escuela de doña Paquita y a la derecha la casa en los terrenos
de los Martínez Sandoval (P. Cascales L.)
Marzo de 1983. Sobre la silueta de las antiguas casas del
barrio aparece la silueta amenazante de las grúas para la construcción. No
tardarían en llegar (P. Cascales L.)
1986. La Comunidad Autónoma realiza un plano de
Alcantarilla a escala 1/500 (1 cm = 5 m) que nos permite dibujar, a línea de
trazos, la Calle Mariano Ballester y la prolongación de la Calle Sevilla. Puede
verse como la cochera de doña Paquita queda en el centro de la calle y su
antigua escuela sufre un importante retranqueo. La casa de Diego Sáez “El
Moruza” y colindante ya han sido derribadas, apareciendo en el plano como
solares. La antigua imagen del barrio va desapareciendo por completo, quedando
únicamente el antiguo trazado del primitivo camino de acceso a las casas como
vial peatonal
Sobre una fotografía actual se ha dibujado la que era
cochera de doña Paquita y parte de su escuela, con el pequeño tejado que vertía
hacia poniente. Y en lo que eran sus limoneros, un edificio de 4 plantas
alberga en sus bajos el Bar La Ganga (P. Cascales L.)
Diciembre del 2001 y actual. La Calle Mariano Ballester
antes y después de su definitiva apertura. En la foto antigua, en la parte derecha,
la puerta de la escuela (P. Cascales L.)
Marzo del 2002 y actual. Junto a la casa de doña Paquita
discurría un brazal que bajaba de la cequeta y un paso de regantes de 5 palmos
(P. Cascales L.)
10-11-2002. La parcela de limoneros, ya abandonada,
resiste al avance de edificaciones. Entre ellos aparece la cochera y ya el paso
de la Calle Mariano Ballester llega hasta él. En La Torrica se ha construido un
edificio junto al solar de Diego Sáez. El edificio de la escuela todavía sigue
intacto mientras que la acera de levante de la Calle Sevilla sigue de solar,
con la sola existencia del edificio realizado anteriormente a esquina de la
Calle Mariano Ballester (P. Cascales L.)
8-11-2004 y actual. Ya ha desaparecido el huerto y se ha
derribado el edificio de la escuela, pero sigue resistiendo la pequeña cochera.
La Calle Mariano Ballester está a punto de abrirse al tráfico así como proceder
a la prolongación de la Calle Sevilla (P. Cascales L.)
Y llegados a la actualidad. Todo ha cambiado mucho en
pocos años. La zona está totalmente urbanizada y solamente quedan algunos
solares como consecuencia de la crisis de la construcción, porque la zona es de
las mejores de Alcantarilla, cercana a la Calle Mayor, Iglesia, Ayuntamiento,
Correos, transportes, comercios, bares… y ahora posiblemente con una Comisaría
de la Policía Nacional, algo que todavía no está hecho gracias a la clase de
casta política que el pueblo soberano elige, tal para cual (Foto Google Maps)
Esta pequeña historia acaba por
ahora, y casi seguro que no veremos su final, pero si se edifica en los solares
que todavía existen, por la propia seguridad de la construcción, sería
interesante el que se hiciera alguna cata para evitar cualquier cedimiento de
la estructura. Es lo más sensato y barato, especialmente si se realizan
aparcamientos subterráneos, algo que no se ha hecho hasta ahora en las
edificaciones ejecutadas bajo las cuales se supone que discurre el túnel, por
lo que el peligro ha sido menor, aunque como ya hemos visto, el suelo ya ha
cedido en un punto y a nivel de la calle.