miércoles, 5 de febrero de 2020

ANTIGUOS OFICIOS EN ALCANTARILLA - II-A

José Riquelme Marín
Juan Cánovas Orcajada




Nuevamente volvemos a presentarles una muestra de los Antiguos Oficios que se desarrollaron en un tiempo pretérito en nuestra ciudad.  Como testigos privilegiados que han observado desde niños la transformación de nuestro pueblo, y de los oficios y gentes que lo conforman, hemos creído que nuestro pasado, tan reciente pero desconocido por las nuevas generaciones, debía ser mostrado con las mismas finalidades que nos impulsaron hace tres años en la primera exposición: generar inquietudes en nuestros nietos y recuerdo nostálgico en los abuelos.

Esta vez, nuestra mirada se ha posado mayoritariamente en aquellos oficios que tenían aprendices en sus talleres o en sus cuadrillas, y que al pasar el tiempo llegaban a ser oficiales, que llegado el día suplían a sus maestros en la jubilación. Algunos de ellos son el albañil, el mancebo de boticario, el calderero, el escribiente, el fundidor, el mecánico y otros.

Daba la impresión de que el tiempo transcurría más lentamente que en la actualidad, y los padres se preocupaban de que sus hijos recibieran una sólida formación en aquellos oficios que siempre tendrían continuidad y futuro.

Y los zagales, al salir de la escuela, entrábamos en el viejo matadero de la avenida Calvo Sotelo (hoy calle Mayor) para ver, sin ningún escrúpulo, como echaban sobre la mesa al cerdo entre varios hombres para el sacrificio. Y lo contamos ahora, al recordar el oficio de matachín, sin traumas, porque aquello formaba parte de nuestra vida diaria, con la misma naturalidad con que jugábamos a las canicas, o tomábamos la leche en polvo que nos daban en la escuela gracias al plan Marshall americano.

Se nos han quedado otros oficios en el tintero (ahora es más propio decir en el ordenador), ya que los que aquí les mostramos han sido realizados sin miedo a extendernos en explicaciones, lo que ha supuesto que alguno de los oficios lleve un despliegue de hasta cuatro carteles (ocho páginas).

Y ahora, les invitamos a conocer esta segunda parte de Antiguos Oficios en Alcantarilla.

                                               Juan Cánovas Orcajada
                                               José Riquelme Marín
                                               Enero 2020






ÍNDICE

           TOMO II-A
ALFARERÍA
AMA DE CRÍA
ASENTADORES DE LONJA
BOTICARIOS Y MANCEBOS
CALDEREROS
CAPADOR
CARTEROS
CINEMATÓGRAFO
CLAVADORES DE PÚAS
CONFITEROS
DESTILADORES
ESCRIBIENTE
ESQUILADORES

TOMO II-B
FUNDICIÓN DE HIERRO
GASEOSERO
HERRADOR
JABONEROS
MAESTRO DE OBRAS
MARCHANTES Y TRATANTES
MATACHINES Y CARNICEROS
MECÁNICO INDUSTRIAL
MERCADO DE GANADOS
MOSAISTA
PANADEROS
PERROGORDO
TALLER DE ALFARERÍA
TEJEROS
TRASHUMANCIA



 
PRÓLOGO

En el Catastro de la Ensenada de 1756, que se conserva en el Archivo Municipal, tenemos la oportunidad de conocer los oficios a los que se dedicaban nuestros antepasados en la Alcantarilla del siglo XVIII. Algunos como boticarios y mancebos, confiteros, panaderos, taberneros o herradores, han perdurado hasta la primera mitad del siglo pasado, e incluso han llegado hasta la actualidad.

El Centro Cultural Infanta Elena, en el año 2017, albergó una magnífica muestra de los “Oficios Antiguos”, compuesta de fotografías en paneles explicativos sobre cuarenta profesiones ya desaparecidas, de las muchas que se ejercían en Alcantarilla y en otras localidades murcianas. Este año, en el Circulo Industrial, veintiocho nuevos oficios muestran una continuidad con aquella exposición que tanto éxito tuvo entre los visitantes.

Los autores, José Riquelme y Juan Cánovas, nos presentan, a través de trescientas veinte y cinco fotografías de particulares de Alcantarilla, esta nueva serie de oficios antiguos que se relacionan en el índice. Quiero destacar el carácter didáctico y el dominio profesional de la fotografía que convergen en estos dos infatigables investigadores, quienes están realizando una labor encomiable con los alumnos de los Centros Educativos de Alcantarilla. Además de la recuperación y difusión de los testimonios orales de aquellos que ejercieron los oficios,  y de los documentos gráficos de tan importante valor patrimonial para el estudio de la historia local y regional.

Una muestra de trabajos tradicionales actualmente desaparecidos, como caldereros, capadores, amas de cría, destileros, gaseoseros y clavador de púas. Aquellos que fueron desarrollados con medios tan precarios por los que nos precedieron, esas personas que vivían y transitaban por nuestras calles en la primera mitad del siglo XX. Las instantáneas inéditas corresponden a oficios del pasado que fueron parte importante de nuestra sociedad,  y que los avances técnicos han convertido paulatinamente en innecesarios, quedando como huellas de otros tiempos. Otras profesiones se han transformado con la incorporación de maquinaria más sofisticada y la irrupción de nuevas  tecnologías, con lo que, prácticamente, lo que permanece es el nombre y la función, pero la praxis diaria resulta irreconocible.

Nuestro agradecimiento a Juan Cánovas y José Riquelme por la donación al Archivo Municipal de Alcantarilla del material gráfico, en soporte papel y digital, de ese laborioso trabajo de digitalización y recopilación de las fotografías, y también de la información aportada por los particulares que han colaborado con sus fotografías familiares, que constatan su autenticidad e identificación de los elementos que aparecen en ellos y, cómo no, que enriquecen el Álbum Familiar del Archivo en la misma temática. Gracias a su aportación cada día se incrementan los fondos fotográficos existentes sobre Alcantarilla, que son ejemplo de una vida y de un pasado.
                                                                                 
                                                                                              María Rosa Gil Almela
                                                                                  Archivera Municipal de Alcantarilla








Antiguos oficios en Alcantarilla II

Los oficios que el visitante puede contemplar en esta segunda colección tienen en su mayoría un carácter que los distingue de la primera. Aquí encontramos oficios que se desarrollaban colectivamente, en talleres, fábricas. Oficinas y obras.

Es cierto que se siguen construyendo edificios, pero han desaparecido de nuestro entorno las cerámicas y su manera artesanal de fabricar ladrillos, así como las cuadrillas de albañiles con el pañuelo a la cabeza, subidos en un andamio de tableros.

En esos edificios se seguirán colocando azulejos en el cuarto de baño, y losas para el suelo, pero ya no se fabricarán tan penosamente como lo hacían los empleados de esas fábricas de las que hablamos.

Mostramos y hablamos también de aquellos grandes talleres mecánicos, y de fundición de metales, que acogían en su interior a una legión de oficiales, que construían máquinas para aquellas industrias conserveras y madereras ya desaparecidas, y que tenían a su lado a los jóvenes aprendices, que años más tarde serían los impulsores de la industria que puso a nuestra ciudad a la altura de las mejores.

Hemos recordado a aquellos escribientes, que hasta la aparición de la ofimática fueron imprescindibles y en gran cantidad, en todos los puestos de control numérico y ortográfico, cuando los apuntes pasaban del lápiz al plumín con tinta y tintero. Este oficio es uno de los que sí han desaparecido por conversión.

Encontrarán también el viejo oficio de capador de animales de corral, y el de matachín, y recordamos aquellos carteros que nos llevaban en su bicicleta las tarjetas postales de felicitación, y aquellos boticarios que tenían que preparar las fórmulas magistrales de las medicinas.

Quizá a los más jóvenes les pille por sorpresa encontrar unos paneles, explicando que tuvimos hasta tres cines de invierno funcionando al mismo tiempo, y en verano tres terrazas igualmente.

Les invitamos a descubrir el resto de oficios que hemos preparado con toda la ilusión, para que perdure en nuestra memoria colectiva.             
           
          Los autores                        





Alfarería y Cerámica

            Alfarería, de alfaharería, es el arte de elaborar objetos de barro o arcilla y toda clase de enseres y artilugios domésticos a lo largo de la historia. La industria alfarera, además de la vajilla y la cacharrería, abarca la azulejería sencilla, la tejería, la ladrillería y la fabricación de baldosas sin esmaltar. Alfarería es sinónimo de cerámica. La alfarería se relaciona con los espacios de fabricación y venta, y la cerámica con el conjunto de objetos y sus vertientes científicas asociadas a la arqueología.

Cerámica de la Península Ibérica.

            El entorno natural y climático propio del lugar. El factor geológico como base de la materia prima era necesario para obtener el material primario, la arcilla, y también era necesaria la existencia de árboles para conseguir la leña que se usaba en la posterior cocción en hornos.

            La dinámica cultural. Una concentración de poder impulsa la necesidad de elaborar objetos suntuarios para palacios y cultos religiosos, así como vajillas, utensilios para guardar alimentos y bebidas.

Vaso campaniforme

            El aumento de la demografía y sus necesidades. Cuando se produce un incremento demográfico las necesidades funcionales aumentan, es necesario que los productos se transporten y almacenen.

            Hacia el año 2000 a. C. se desarrolla la cultura almeriense, que dio origen a la cultura del vaso campaniforme. Hacia el 1700 a. C., apareció la cultura de El Argar, al sur de la Península Ibérica, donde se han encontrado sepulturas realizadas en tinajas ubicadas en el propio subsuelo de las viviendas, con gran cantidad de objetos, entre ellos, piezas de cerámica. Las tinajas tienen dimensiones de un metro de altura por 70-80 cm. De diámetro, y las mayores fueron encontradas en la región de Murcia.

            Entre el 1300 y el 750 a. C. se produce la llamada cultura de los campos de urnas.

Cerámica Ibérica decorada

            A comienzos de la Edad del Hierro, a la cerámica se añaden pinturas policromas, barnices y se utilizan hornos de doble cámara.

Cerámica griega.

            Los griegos establecieron su comercio en la población ibérica entre el 600-550 a. C., cobre todo con vajillas seriadas… Esta vasija, junto con las cráteras, son las piezas más reproducidas por los alfareros ibéricos junto con pequeños cántaros.

Oinochoe griego de Alcantarilla

Cerámica Ibérica.

            Los griegos denominaron Iberia las costas occidentales del Mediterráneo y, por tanto, los iberos eran sus habitantes. La arqueología agrupa la producción de cerámica en cinco áreas: Murcia, Valencia, Aragón, Cataluña, y una gran parte de Andalucía y de Castilla – La Mancha.

Hispania romana.

            Cuando Hispania cae bajo la potestad de Roma, el oficio de alfarero experimenta un gran desarrollo. Llegan a la península grandes cantidades de cerámica, y operarios que traen e implantan su técnica y su saber. A partir del siglo I a. C. se introduce en todo el territorio las primeras vajillas finas y los vasos de colores vivos, piezas que son copiadas en todos los talleres artesanos. Destacan las obras de barniz negro y barniz rojo, con paredes finas y la cubierta vidriada, y los tipos más abundantes son las ánforas, lucernas y vajillas. La vajilla de terrasigillata es la preferida, y se solía realizar con una decoración en relieve, con galba de color rojo.

Cerámica romana

Cerámica visigótica.

            La producción, decadente, de baja calidad y siguiendo modelos derivados de la cerámica romana, tenía fines domésticos y, en menor medida, funerarios. En conjunto puede describirse como alfarería tosca y mal cocida. Las piezas conservadas presentan tonos cremosos, rojizos o gris manchado de negro, con apenas decoración.

Jarro, cerámica visigótica.

Cerámica árabe.

            Cerámica andalusí (o cerámica hispano musulmana) es la producción alfarera fabricada en al-Ándalus (Península Ibérica) entre los siglos VIII y XV. Se caracterizó por las formas elegantes de las vasijas, el vidriado, la azulejería y el uso de los esmaltes. Innovó en la cerámica europea con técnicas como los reflejos metálicos y la cuerda seca.

Plato de cerámica árabe vidriada

            Existen también juguetes, con diferente grado de antigüedad: siurells, pitos, flautas, zambombas y figuras de belén, además de miniaturas de casi toda la vajilla.

Pito pajarito







NODRIZAS EN ALCANTARILLA


            La imposibilidad física de criar al recién nacido, impulsó a muchas madres de antaño a buscar a quien sus pechos sacase adelante la progenie. Surge entonces, por necesidad, la figura de la nodriza. En una época posterior a nuestra guerra civil, las condiciones de vida, la insalubridad, las malas condiciones alimentarias, y la nula posibilidad de obtener una leche idónea para los lactantes, hizo que lo mejor de nuestra gente aflorara. Tradicionalmente, la figura del ama de cría estaba relacionada con la nobleza y el afán de mantener la figura de muchas madres.

Foto de autor desconocido

            Sin embargo, en la mayoría de los casos a los que hacemos referencia en este pueblo, no era así. Aquí no fue una profesión ser ama de cría, aquí fue un ejercicio de solidaridad hacia el lactante, cuya madre no podía satisfacer sus necesidades alimenticias. El recurso a un ama de crianza podía estar motivado por razones físicas, como en el caso de producción insuficiente de leche, o en partos múltiples en los que una sola persona no puede satisfacer los requisitos de lactancia.

            La tarea no estaba restringida a los profesionales, sino que era parte del cuidado de los infantes compartido entre todas las madres del grupo o vecindario.

            El desarrollo de fórmulas más completas para la leche en polvo, adaptada en muchos casos al sistema digestivo del niño, ha llevado a la paulatina extinción de la institución del ama de crianza en los países desarrollados.

Tenemos  conocimiento de varios casos en nuestro pueblo, habrá muchos más que nuestra ignorancia nos impide reflejar. Rogamos nos perdonen los que fueron beneficiados y no reflejamos aquí, por estas estupendas y desinteresadas mujeres, que se merecen este pequeño homenaje y mucho más.

Doña María Marín Martínez, madre de uno de los coautores de este trabajo, dio de mamar a Josefa Menárguez, “Pepita de la tienda”, recientemente fallecida. Querida hermana de leche y gran amiga.

María Marín Martínez
(Foto cedida por la familia)

Doña Luisa Herrero dio de mamar a la hermana de Felipe Andreo Vázquez (Veterinario de este pueblo), Loli Andreo.

Doña Eulalia Salinas Guillamón, Madre de Francisco Carrillo Salinas, dio de mamar a Lola hija de Juan Roque, luego madre de Juan Roque López Hellín y Jesús. La amamantó junto a su hija Catalina Carrillo Salinas, nacida en 1936. Su sobrina Angelina Salinas, hija de su hermano Juan, ante la falta de leche hubo de mamar de una cabra. Muerto su hijo Juan a los 19 meses de nacer, Catalina dio de mamar a su sobrina.

Eulalia Salinas Guillamón
(Foto cedida por la familia)

Doña Carmen Hernández López por los años de 1938-39 vivía en Cartagena y estaba embarazada de su hijo. Un intenso bombardeo de los Nacionales le causó un gran susto y se le adelantó el parto cuarenta días. El hijo murió a los cuarenta días de nacer y se trasladaron a Alcantarilla. Enterado de la muerte de su hijo, el médico D. Ignacio López Lacal, casado con doña Dolores Vivo, con vivienda en el alto de “Pacúm”, le pidió amamantara a su hija María Clofé porque su nodriza se había marchado. Lo hizo, y la niña empezó a mejorar y le tomó gran cariño. Luego, Don Ignacio y doña Dolores apadrinaron a Paquita, hija de Carmen y al resto de sus hermanos, que se referían a doña Dolores con gran cariño como su madrina, conservando siempre una gran amistad.

Doña Ana Oliver Martínez, la madre de Andrés “el Duro”, compañero nuestro de bachillerato, amamantó a José Ángel Velázquez Cascales, hijo de Isabel Cascales y Matías Velázquez, hermano de Leonor. José Ángel, buen amigo y compañero ha fallecido recientemente en Francia.

Miguel Guirao Oliver “el Duro”
(Foto Pepe Riquelme)

Doña Librada Soto Pagan, madre de Juan Silvente Soto (Marido de la Luces). Junto a tres de sus hijos dio de mamar a cinco lactantes. Con su primer hijo José Silvente Soto, amamantó a dos más, entre ellos al hijo de Carmen Legaz. Con su hijo Mateo simultaneó a otro. Con su Hijo Ángel le dio a Joaquín “El Pata” (de la plaza del Convento), y a otro que vivía al lado del Puente de las Pilas. El padre de Joaquín le ponía unos enormes platos de comida cuando iba a amamantarlo.

Librada Soto Pagán
(Foto cedida por la familia)

Doña Rosario Aulló García, madre de Juan “El Regular”, amamantó a Basi Marín Riquelme y a Fina Aulló Pujante, del estanco de la Estación.

Rosario Aulló García
(Foto cedida por la familia)

Doña Dolores Lorca López, madre de José Antonio y Segismundo Tudela Lorca, amamantó a Maruja, hija de Julia “la Cobarra”, y de Don Francisco Hernández Aráez, (alcalde de nuestro pueblo entre abril de 1938 y abril de 1939); y también a la de Dorotea, que arreglaban sillas de anea en la Cuesta del Mareo, junto a su hija Dolores. Esto sucedía en la década de los 30 del pasado siglo.

Don Francisco Hernández Aráez
(Reproducción de la galería de alcaldes del
Ilustrísimo Ayuntamiento, por Juan Cánovas)

Doña Donata Martínez Martínez dio de mamar a Julita, hija también de Paco Hernández Aráez, y Julia “la Cobarra”. Hermana de leche de su hija Lola. Julita llamaba “mamá” a la Donata.

Donata Martínez
(Foto cedida por la familia)

Doña Manuela Manzano Hernández, madre de Pedro Domingo Manzano (Pedro el del Bar Piscis) y hermano de leche de Juan Antonio Pellicer. Su madre los amamantó allá por 1933.

Pedro Domingo Manzano
(Foto Pepe Riquelme)
 
Doña Josefa Menárguez Almagro, “La Casas”, mujer de Pepe Saavedra el maestro de obras, de la calle Rosario, le dio de mamar a Marcos de la Esperanza y a su hija Paquita, en los años 1967-68.

Josefa Menárguez Almagro
(Foto cedida por la familia)

Quien conoce bien la historia de las Amas de cría es el médico, antropólogo y profesor universitario gallego José Ignacio Carro Otero, presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Galicia, recientemente investido académico de honor de la Real Academia de Medicina de Asturias con un discurso que fue todo un do de pecho sobre la lactancia y las glándulas mamarias:
"Muchas veces el tener un pecho grande y, por tanto, algo caído y deformado, al marido le resultaba atractivo. ¿Por qué? Porque sabemos que son necesarios para que los niños sobrevivan. En gran medida es por eso. Igual que son atractivas las caderas: ante una mujer con unas caderas adecuadas el cerebro lee que ahí puede desarrollarse bien un embarazo. Ante unas caderas estrechitas ve que ahí habrá problemas en el parto y la mujer se puede morir. Ése es un mensaje que nuestro cerebro ha venido elaborando inconscientemente desde la época en la que nos convertimos en humanos, hace 4 millones de años. Si usted ve unas glándulas mamarias pequeñitas su cerebro interpreta: eso es un grifo pequeño, poca agua puede dar. Mientras que si ve un pecho ubérrimo, eso delata de que inmediatamente hay posibilidades de una buena lactación y por tanto que el niño tiene posibilidades de sobrevivir. En gran medida, ése es el origen de la fascinación de los hombres por el pecho abundante. La naturaleza lo hace así. Está todo sobre unas bases reales. De ahí que hoy se trate de lucirlo. Ya ve que se rellenan. ¿Por qué si no la gente se somete a una intervención quirúrgica que es complicada, pagando unas altas cantidades y a veces con problemas? La mujer trata siempre de exaltar la silueta: cintura de avispa y pecho rotundo".

Autor desconocido








ASENTADORES DE LONJA

La huerta Alcantarilla siempre ha sido fértil y, en ella, se han cultivado frutales, se han plantado verduras y se han sembrado legumbres, de las que de todas ellas se han obtenido frutas, verduras y legumbres de gran calidad.

Antiguamente la población  no  podía consumir todo lo que su huerta producía, teniendo que derivar su mercancía hacia mercados importantes de la comarca y de Murcia capital. Para la venta de toda la mercancía, surgieron los mediadores o intermediarios, que compraban a los agricultores y vendían a los representantes de los mercados más importantes.

El primer local de la Lonja de frutas y verduras de Alcantarilla estuvo situado en la calle Palmera, en el solar de lo que luego sería la fábrica de conservas de Cascales.

Eran los asentadores Diego Riquelme Rodríguez, “Diego el Sol”, Luis Ortiz Laborda,” Luis El Pelera” y  Pedro Fuentes.

Diego Riquelme Rodriguez, “Diego el Sol”
(Foto cedida por la familia)

El 20 de octubre de 1949, el Ayuntamiento compra a Don José Gambín Talón una tahúlla de tierra de huerta en la carretera de Murcia, frente a la fábrica de Florentino Gómez Tornero, valorada en 40.000 pesetas, con el propósito de construir la Lonja Municipal de frutas y verduras, y sacarla del casco urbano. Se le encarga el proyecto a Don Joaquin Dicenta Vilaplana, que hace un presupuesto de 243.255,75 pesetas.

Puestos 1 y 2: Francisco Riquelme Caballero, “Paco el Sol”, hijo de Diego  y Luis Ortiz Cascales, “Luis el Pelera”, hijo de Luis Ortiz Laborda
   
Puesto 3: José Caparros Cano
   
Puesto 4: Pedro Martinez, “Perico el Pelluzo

Puesto 5: Jesús Teruel, “El Gaspare” 

Foto de autor desconocido

José Caparrós Cano
(Foto cedida por la familia)

1984 – La Lonja (1), y a la izquierda la discoteca Super-Chuyss y la casa-torre
“María Luisa” de la familia Caride. (Foto Pedro L. Cascales López)

Pedro Martínez, “Perico el Pelluzo”
(Foto cedida por la familia)

También Trabajaba en el local, asociado a “Paco el Sol”, Pepe Balsalobre, que se dedicaba a la exportación.

Por la noche vigilaba los locales Ginés Orenes “El Coñi”, guardia del Ayuntamiento, que era también conserje de la Plaza de Abastos de San Pedro. 
Los agricultores  querían vender sus productos lo más caro posible y los representantes, también llamados asentadores, comprar cuanto más barato mejor. Este oficio de intermediarios estaba reservado para los hombres.

Los agricultores no tenían pereza para madrugar y, a primeras horas de la mañana procedían a vender sus productos bien frescos, a los asentadores o representantes de las lonjas más importantes. También surtían a vendedores ambulantes, y venían de otros pueblos de los alrededores y más lejanos, como Barqueros y Fuente Librilla.

En el año 1.980 se inauguró el Mercado de Frutas y Hortalizas de Mercamurcia, trasladándose la actividad de la antigua Lonja a las nuevas instalaciones, que ofrecían a los usuarios un equipamiento adecuado a las necesidades,  así como un entorno cómodo y con amplitud suficiente como para aumentar la concentración de productos y hacer posible un mejor abastecimiento de los clientes.

Francisco Riquelme Caballero, “Paco el Sol”
(Foto cedida por la familia)




 

BOTICARIOS




            El boticario y las boticas de antaño poco tienen que ver con las farmacias actuales. Aunque unas y otras se dedicaban, y se dedican, a la venta de remedios y medicamentos, la distancia entre ambas es notable.



            Los laboratorios farmacéuticos son creaciones recientes, con no más de un siglo de existencia, por lo que el boticario de antes preparaba por sí mismo las llamadas “fórmulas magistrales” que recetaban los médicos del momento.



            Con los ingredientes, todos ellos naturales, de sus preciados tarros, el boticario tenía su propio “laboratorio, dotado con redomas, almirez e infiernillo, que le permitía crear el remedio que necesitaba el enfermo. Esto le daba un prestigio extraordinario a los ojos del resto de los mortales, de manera que el boticario era todo un personaje en la sociedad, con especial preponderancia en las comunidades pequeñas.


            En la botica, y sobre todo en la rebotica, que venía a ser como una especie de trastienda, era frecuente que se reunieran para charlar, tomar algo o ¡conspirar!, el cura, el médico, el maestro y todos aquellos que “pintaban” algo en el pueblo. Se formaban tertulias donde se hablaba de todo lo divino y humano, en una época en la que las relaciones sociales eran importantes, se tenía tiempo para fomentarlas y las noticias, no tan abundantes como ahora, eran objeto de amplios debates.

            Capítulo aparte merecen los tarros de las boticas, que aún hoy se pueden ver en las farmacias, más como reminiscencia del pasado y como decoración que como una utilidad práctica, aunque siguen siendo las señas de identidad de estos establecimientos. Solían ser de cerámica bellamente decorada, con los nombres de lo que contenían en latín, lo que aumentaba el misterio de los ingredientes, situando al boticario a medio camino entre la ciencia y la magia o la alquimia.

            Hoy las producciones farmacéuticas están en manos de multinacionales, que fabrican, al por mayor, cualquier medicamento a escala mundial. El farmacéutico actual, aun siendo depositario de los viejos saberes, tiene pocas oportunidades de practicarlas, pues son limitadísimas las veces que tiene que elaborar alguna fórmula. ¡Ya hay remedios para todo tipo de males, convenientemente empaquetados y etiquetados! Y las antiguas boticas, con sus reboticas, que incluso llegaron a ser cantadas en piezas del “género chico”, han dejado de existir.

En la fotografía de los años 30 del pasado siglo se pueden ver
las escaleras adosadas a la fachada del Casino, para acceder
a la Botica de las Escaleras (Fotografía de autor desconocido)

 Cuadro de Pascual Ayala existente en el Círculo Industrial de Alcantarilla basado en 
una fotografía de Usero




 Apunte gráfico de la farmacia de Las Escaleras
Pedro Cascales, Archivo Municipal



Farmacia de las escaleras



A finales del siglo XIX, procedente de San Javier, abre establecimiento de botica don José María López Calahorra, en calle Mayor, esquina a calle Moreno. Luego se traslada a un bajo propiedad del Circulo Industrial, con el nombre de Farmacia de las Escaleras por los escalones que había que salvar para acceder a ella.



En el pleno de fecha 8 de enero de 1916, el Alcalde informa que “el farmacéutico José María López Calahorra ha fallecido el día 25 de diciembre pasado. Que se haga edicto para la vacante. Que los medicamentos los sirva mientras tanto su hijo, licenciado en Farmacia, Don José María López Leal.”

Aquella vacante la ocupó como titular su hijo don José María López Leal.

A la muerte de Don José María, como ninguno de sus hijos había estudiado Farmacia, la compró don Jesús Riquelme Cascales. La titular de la farmacia, actualmente, es la licenciada doña Ana de Béjar Riquelme.

Fachada de la situación actual de la Farmacia de las Escaleras,
Calle Mayor esquina a la Calle Montoya (Foto Juan Cánovas)

Don José María López Leal (Cuadro que preside la rebotica)
Reproducción realizada por Juan Cánovas

aquellos tarros de cerámica bellamente decorada,
con los nombres en latín…  (Foto Juan Cánovas)

Farmacia Caride
José Antonio Caride de Liñán, nacido en 1927 en Alcantarilla, hijo de don Camilo Caride Lorente  y de doña María Luisa de Liñán Aramburu. Terminado el Bachillerato, se preparó para el ingreso en la Facultad de Ingenieros de Minas (como su padre) por oposición, pero no lo logró. En 1948 hizo el Preparatorio para estudiar Farmacia en la Universidad de Santiago (tenía interés en conocer Galicia,  la tierra de donde provenía su familia). Allí estudió cuatro cursos y luego trasladó la matricula a Granada donde terminó la carrera. En la Universidad Central de Madrid hizo la especialidad de Análisis Clínicos y Óptica. Luego se especializo por segunda vez en Óptica en Cataluña, para poder poner la sección de Óptica fuera de la Farmacia. También hizo la especialidad de Ortopedia, aunque no la llegó a ejercer.

Farmacia Caride en Calle Mayor, esquina Tío Viruta
(Fotografía propiedad de Don José Antonio Caride)

Rafael Moreno de Linart estableció su primera “botica” enfrente del Jardín de la Constitución, en la Calle Mayor. Cuando se casó con Pastora Caride Lorente, su suegro le compró para el local de la botica una casa esquina con la calle Mayor y calle Tío Viruta, dando fachada también a la calle de los Carros. Entonces su tío trasladó la botica a la ubicación que ocupa ahora. Su tío era una persona muy inteligente y de una preparación cultural y científica enorme. Corriendo el rumor de que los farmacéuticos no podrían sacar sangre para los análisis, hizo medicina en Granada.

Don José Antonio Caride y Pedro Saura Sandoval
(Fotografía propiedad de Don José Antonio Caride)

Tenía como empleados a Fernando Corona (que luego fue alcalde del pueblo)  y  a los hermanos Miguel Saura Sandoval y Pedro Saura Sandoval, al que pago los estudios para que se graduase como ATS. Ambos hermanos fueron eficientes y competentes mancebos en la botica. A la muerte de Rafael Moreno de Linart, el padre de José Antonio compró a su hermana Pastora la farmacia para su hijo.

Don José Antonio Caride en la Botica del
Museo de la Huerta (Foto Juan Cánovas)

            Los primeros pasos como farmacéutico fueron de una gran actividad: hacía los análisis que mandaban los  médicos a los pacientes. En aquella época los médicos recetaban casi todo en fórmulas magistrales, lo que llevaba a realizar un gran trabajo en las reboticas. Había un precio baremado para estas fórmulas, común para todas las farmacias. No se ponía el precio en la receta, sino que se ajustaba con un código de letras de esta palabra:
HIPOCRATES
1-2-3-4-5-6-7-8-9-0
Cada letra tenía un valor y así se marcaba el precio de la formula: 13´20 pts.  =  H- P- I- S.
José Antonio vendió su farmacia en 1980, y siguió ejerciendo en la Clínica San José (de la que era socio fundador) como farmacéutico y analista, hasta que se jubiló a los 75 años en 2002.

El 25 de marzo de 2017 se firmó el protocolo de donación al Museo de la Huerta, de su antiguo laboratorio y de toda la documentación atesorada durante sus años de profesión.

Acto de donación, con el Alcalde y la Concejala
de Cultura (Foto Juan Cánovas)

Vista parcial de la Botica del Museo
de la Huerta (Foto Juan Cánovas)
Farmacia Menárguez

Doña Reyes Menárguez Carreño es en la actualidad la farmacéutica que dirige esta institución de nuestra ciudad, una de las decanas. Comenzó su andadura junto a su padre en el año 1996. Ella pertenece a la tercera generación con ese apellido, desde que su abuelo, Don Francisco Menárguez García, después de cursar estudios en Madrid (aprovechó la circunstancia de que allí residían unos familiares), abriera botica a principios del siglo XX en la calle Mayor, esquina a la calle Francisco Pérez Almagro (actualmente Calle Los Garcías).

Antiguos frascos de farmacia
(Foto Juan Cánovas)

Don Francisco Menárguez García
(Foto cedida por la familia)

La segunda generación, Don Francisco Menárguez Arnaldos, hijo del anterior, también estudió en Madrid en 1947, después de recorrer varios centros de enseñanza en diversas provincias. Al terminar la carrera de farmacia, sobre el año 1952/53, se hizo cargo del despacho familiar. Su padre abrió nuevo establecimiento al público en la pedanía de La Raya.






Aspecto actual de la Farmacia en la Calle Mayor,

esquina a la calle Los Garcías (Foto Juan Cánovas)






Uno de los libros de fórmulas magistrales para la
composición de medicamentos. (Foto Juan Cánovas)

Don Francisco Menárguez Arnaldos
(Retrato cedido por la familia)

La tercera generación se adecúa a los tiempos que se mueven en ese último tercio del siglo XX. El abuelo Francisco Menárguez García deja el despacho de La Raya y abre uno nuevo en la calle Mayor de Alcantarilla, pero en la parte arriba del paso a nivel, concretamente junto al jardín de Campoamor. Es el año 1970 y allí estará con él su nieta Micaela Menárguez Carreño, también farmacéutica como su hermana.

Doña Reyes Menárguez Carreño
(Foto Juan Cánovas)




MANCEBO DE BOTICA

            Antiguamente, el pueblo llano decía: “Baldomero se ha muerto de una cosa muy mala”, como sí, por el contrario, se pudiese morir de algo muy bueno. Como dice un viejo farmacéutico de nuestro pueblo, cuenta cómo en sus inicios de boticario tenía que explicar que el “cólico miserere”, que con tanta gente acabó, no era una enfermedad en sí, sino una apendicitis que al no ser tratada quirúrgicamente cursaba en una septicemia mortal.

            Eran tiempos donde el analfabetismo era muy frecuente entre la población que además no disponía, como en la actualidad, de tantos medios de comunicación audiovisuales: radio, televisión, revistas de colorines, internet, etc… Por ello el chaval que entraba de recadero en una farmacia, si era espabilado y con inquietudes, aprendía de su patrón, el boticario, hasta llegar a ser un buen mancebo de farmacia, porque a sus conocimientos empíricos había que añadir, con el paso de los años, el trato personal con los clientes que, en su ignorancia, lo tenían en gran estima sanitaria.

En nuestra ciudad hemos conocido notables mancebos, algunos fallecidos, otros jubilados, alguno que se resiste a la jubilación, y los que quedan en activo y que en definitiva son en los que confiamos nuestros pequeños malestares. No discriminamos al género femenino al realizar esta introducción, pues existieron y existen mujeres que realizan esa función en las farmacias de nuestra villa en perfecta armonía con sus compañeros. Hablemos de estos mancebos:

Diego Sáez Zapata, en el “Paso a Nivel”, entró a prestar sus servicios en la farmacia de Don Juan Antonio Delgado García cuando tenía diez años, en el año 1955. La farmacia era la número 4 de la localidad, y se encontraba entonces en la Avenida Calvo Sotelo (hoy Calle Mayor), frente a la Fábrica de Maderas “Mergal”, y su función era la de chico de los recados. Así se mantuvo hasta que cumplió dieciséis años, en 1961, y le hicieron un contrato de aprendiz de auxiliar. Ese contrato tenía que ser revisado anualmente, con informe favorable del farmacéutico ante el Sindicato. Así hasta tres años, cuando pasó a contrato definitivo de ayudante del auxiliar, que en aquellos años era Francisco Menárguez Vera. Ya se había trasladado la farmacia a su ubicación actual y Diego, además de ayudar al auxiliar a preparar fórmulas magistrales dirigidas por el boticario, ya hacía extracciones de sangre para análisis clínicos y medía la tensión arterial a los clientes que lo solicitaban.

De izquierda a derecha: Francisco Menárguez, señor Ortuño
(de visita), y Diego Sáez Zapata (Foto propiedad de Diego Sáez)

Recuerda Diego que, en aquellos años de su juventud, las guardias por parte de las farmacias se hacían semanales, y los miércoles no se cerraba en todo el día, en atención a los habitantes de las pedanías vecinas que llegaban en carros y tartanas para hacer el mercado y la recoba, y al mismo tiempo hacer todo tipo de compras, entre ellas las medicinas. También que, cuando avisaban a un médico por encargo de un paciente que llegaba a la farmacia, y el médico iba a visitar a dicho enfermo, se quedaban en la farmacia hasta que un familiar del enfermo o el propio médico viniesen a encargar la medicación que había recetado. Aunque fuesen las tres de la mañana.

Pedro Puche Martínez fue tan precoz como Diego Sáez. En 1962, cuando cumplió diez años, dejó la escuela para entrar como aprendiz en la botica “de las escaleras”, del farmacéutico Don José María López Leal. El auxiliar de farmacia de aquellos años era Andrés Pardo Sánchez, que todos conocimos como “Tito”, y que en los años 80, después de estudiar ATS, conseguiría un puesto en la Ciudad Sanitaria Virgen de la Arrixaca.

Su labor en aquellos primeros tiempos, y hasta que cumplió quince años, era la de mantener limpias las estanterías con el plumero. También la de cruzar la calle Mayor hasta el almacén de José Alemán Pérez, para recoger los medicamentos que pedían los clientes y que no tenían en existencia en ese momento en la farmacia. Por la tarde cogía la capaza, y en la bicicleta repartía medicamentos por el pueblo a quien los había pedido. A veces, incluso tenía que desplazarse a Murcia en bicicleta a por algún medicamento a la Hermandad Farmacéutica, lo que para él significaba toda una aventura. De todos estos trabajos de reparto recogía propinas, que puntualmente entregaba a su madre, menos en verano, que la tentación de tener al “gordo” tan cerca con el limón granizado era muy fuerte. A los catorce años le dieron el alta en la Seguridad Social.

De izquierda a derecha: María Pacheco, Mari Párraga
y Pedro Puche Martínez. (Foto Juan Cánovas)

Don José María le tuvo especial cariño. Le enseñó todo lo que del oficio debía saber. Lo llamaba al laboratorio para ayudarle y le explicaba todos los secretos de la composición de jarabes, papeletas, pomadas, supositorios… No existía el Primperán, tan necesario hoy día, y se suplía con un compuesto de citrato sódico, con la dosis apropiada a la edad prescrita por el galeno. Para poder trabajar cómodo, y como Pedro no es de talla muy alta, mandó que le construyeran un taburete especial para que alcanzara a las estanterías a fin de colocar y coger medicinas con facilidad.

A los 25 años, cuando Tito marchó a su nuevo destino, Pedro se hizo cargo del despacho de la farmacia, con dos jóvenes auxiliares femeninas, teniendo que hacer las guardias siempre él en el interior. No le cayó grande, ya que había comenzado a hacerlas cuando cumplió 15 años. Recuerda que en aquellos tiempos se levantaba la persiana al cliente, aunque llamase a las tres de la mañana y entraran varias personas al establecimiento, encontrándose él solo, sin temor a ser sorprendido ni atracado.

Teresa Martínez Samper, (Agosto de 1944), entró en la farmacia de Don Francisco Menárguez  como aprendiza a los 12 años. Poco a poco fue aprendiendo donde estaban las medicinas, y reponía en los estantes con las nuevas. Cuando comprendió para qué servía cada producto, empezó a colaborar con Don Francisco en la elaboración de las fórmulas magistrales. Fue dada de alta en la Seguridad Social al cumplir los catorce años, y al mismo tiempo comenzó a percibir retribución por su trabajo. Como los servicios de guardia eran semanales, comía, dormía y se aseaba en la vivienda de la farmacia, en el piso superior; vivía una semana entera allí. Dejó la farmacia cuando contrajo matrimonio en 1967. Más tarde, en 1988 cuando su hija Susana tenía 22 años, volvió con Doña Micaela, y permaneció hasta los 58 años en que dejó definitivamente la profesión por motivos familiares.

Teresa Martínez Samper
(Foto cedida por la titular)

La letra de los médicos era muy difícil de entender al principio, después no fue ningún problema, una vez que se sabía el nombre de los medicamentos. En una ocasión no pudimos saber el nombre de la medicina, ni preguntando en el almacén de José Alemán; le dijimos a la enferma que volviese a la consulta y preguntara al médico. Tampoco él entendía lo que había escrito y le recetó un nuevo medicamento.

Había clientes que te pedían: dame “un tío del bigote”, (Linimento Sloam). Lo pedían así porque había un señor en la etiqueta con un gran bigote…






CALDEREROS

            El descubrimiento del cobre tuvo lugar en el Oriente Próximo unos 5000 años a. C. y fue el primer metal utilizado industrialmente, en especial con fines ornamentales. Este metal se caracteriza por la resistencia a la corrosión y la facilidad con que se trabaja.

            Los caldereros eran los artesanos que trabajaban el cobre batido, laminado o forjado, para hacer con él utensilios de uso doméstico (ollas, calderos, cazos, chocolateras, moldes, cetras, calderas para la matanza, rustideras, etc.). Podían incluir piezas de artesanía como candiles, faroles y braseros. Aunque al principio este trabajo lo hacía también el herrero, con el paso del tiempo se produjo una especialización y los caldereros y hojalateros formaron gremio propio.

            El hojalatero es el artesano que hace utensilios de uso doméstico a partir de láminas de hojalata o chapa galvanizada, moldeando el metal con el martillo. La hojalata está formada por una delgada lámina de acero que se recubre con una capa de estaño por cada una de sus caras para protegerla de la oxidación. Es fácil de conseguir, pues se puede reciclar una y otra vez y, además, es resistente y fácil de trabajar. La utilización de la hojalata data ya del siglo XV y se empleó sobre todo para la fabricación de muchos de los objetos necesarios en la vida cotidiana, como las tinas para lavar la ropa (barreños), los cubos para transportar agua, embudos, platos, faroles, cofres, recipientes de todas las medidas (para contener agua, leche, aceite), cacerolas, candiles, etc.

            Antiguamente, el hojalatero trabajaba a menudo como ambulante, acudiendo a los mercados y ferias de los pueblos, ofreciendo sus servicios por las calles o, incluso, llamando de puerta a puerta por aldeas y ciudades. Para lo que eran más solicitados era para reparar utensilios que se habían estropeado, ya fuera porque se había dañado la capa de protección de los mismos o porque se habían agujereado.

            El oficio de hojalatero exigía mucha destreza por parte del artesano en todas las fases del proceso de fabricación de una pieza (había que trazarla, cortarla, modelarla, unirla, reforzarla, añadirle las asas si las hubiere, soldarla, lavarla). Además, el hojalatero necesitaba tener también ciertos conocimientos de cálculo para poder fabricar con precisión algunos objetos que servían como medidas de capacidad, como las lecheras que se utilizaban para comprar la leche, los medidores de aceite en las tiendas, etc., a los que había que dar exactamente la capacidad exigida.

Caldero de cobre totalmente repicado, con borde y asa,
por Juan Laforga. (Foto A. Castell)

            Los caldereros, como artesanos del cobre como los de la hojalata, no sólo trabajaban por encargo, sino que muchas veces exponían en su taller piezas que habían elaborado por su propia iniciativa y que estaban dispuestas para la venta. Esta posibilidad de poder encontrar allí algunos objetos ya listos para la compra originó que fueran precisamente ellos unos de los primeros artesanos en transformar sus talleres de trabajo en comercios. Estas tiendas en muchos casos se convertirían en ferreterías, donde se podían comprar clavos, cables, alambre y otros utensilios de trabajo, y también ofrecían a la clientela juegos de café, vajillas y otros objetos del hogar necesarios para la vida cotidiana.

Los caldereros de Italia

            Las familias italianas de caldereros que llegan a Murcia en el siglo XIX, son de la región de la Basilicata, en el sur de Italia. Se dedicaron a la fabricación de objetos de cobre, latón y bronce, especialmente para uso doméstico, como calderos, cazos, sartenes, quinqués, candiles, chocolateras, lecheras, braseros… Llegan a través del puerto de Alicante, como una auténtica invasión de expertos en el trabajo del metal.

Caldereros en Alcantarilla

            En 1890, Antonio y Pedro Florenciano Sánchez, procedentes de Javalí Nuevo, se instalan en Alcantarilla, y su hermano Blas Florenciano Sánchez, que estaba en Alhama de Murcia desde 1865, retorna a Alcantarilla, donde se establece en la calle Mayor nº 83, al menos entre los años 1901 al 1920.

            Clemente Bruno Farago también se afincó en Alcantarilla. En 1885 tenía su taller en la calle Comercio. Había nacido en Maratea (Italia) de Genaro y María.

            Ángel Sornichero Lamaeca, nacido también en Maratea, se instaló en la calle Mayor, y posteriormente en la calle Comercio. Contrajo matrimonio con Josefa Conesa, de esta villa, teniendo al menos cinco hijas y un hijo: Catalina, María de los Ángeles, Josefa, María del Rosario, Ángel y Francisca. Esta última (1889-1971) se casó con Juan Pacheco Ruipérez. Destacamos a su hijo Ángel Sornichero Conesa, que casaría con Flora Hernández López, con vivienda en la calle San Francisco. Fruto de ese matrimonio fue Ángel Sornichero Hernández (1913-1974), importante futbolista, extremo izquierda del Real Murcia y del Atlético de Madrid (Atlético Aviación), a finales de los años veinte y años treinta del pasado siglo.

            Le sucedería en ese deporte su hermano Juan (1924), como Sornichero II, y posteriormente veríamos a futbolistas como los hermanos Ángel y Juan Sornichero Castro. Posteriormente, Pepe Sornichero.

            Alcantarilla también fue elegida como lugar de trabajo para los caldereros Juan Margarita, en 1852, y Félix Batalla en 1864.

(Datos recogidos de la Revista Náyades nº 1, año 2019. Ricardo Montes Bernárdez).

Chocolatera y perola propiedad de
Ana María Barceló (Foto Pepe Riquelme)

            El taller de Pedro Sornichero estaba situado en la calle San Antonio, en un bajo donde coexistía con otro taller de fontanería. Fabricaban todo tipo de cacharros en hojalata y zinc, tales como: aceiteras, calderos, botijos de zinc, cántaros para agua y leche, alcuzas, lecheras pequeñas, zarandas, cetras de zinc, calderas, llandas. Para la fábrica de Conservas Cobarro fabricaban gran cantidad de zarandas para el lavado de la fruta.

Allí trabajó como calderero, además de fontanero, Antonio López Mercader, fabricando gran cantidad de estos productos. La empresa terminó con su actividad sobre los años 70 del siglo pasado.

Antonio López Mercader
(Foto Pepe Riquelme)

Soldadores de calderería, propiedad de
Antonio López Mercader (Foto Pepe Riquelme)
 
Antiguo taladro de mano, propiedad de
Antonio López Mercader (Foto Pepe Riquelme)

Detalle de la empuñadura con estuche para brocas, propiedad
de Antonio López Mercader (Foto Pepe Riquelme)

Cafetera propiedad de María Francisca Menárguez
Sandoval (Foto Pepe Riquelme)

Bacías propiedad de Angelita Menárguez Soler
(Foto Pepe Riquelme)

Caldera de cobre para matanza, propiedad de
María Menárguez Rodríguez (Foto Pepe Riquelme)

Caldero de zinc
(Foto de autor desconocido)

Chocolateras propiedad de María Martínez Enrique,
“la Palmeras”. (Foto Pepe Riquelme)

Más cercano en el tiempo, Alfredo Cervera, famoso aviador en tiempos de la II República (cuñado de los Mellado), puso un taller en los años 60 y 70, donde fabricaba piezas artesanas para calderería en hierro y bronce. Posteriormente fabricó piezas para extintores.

Fuente y almirez, propiedad de Ana María
Barceló Izquierdo (Foto Pepe Riquelme)

Frutero, propiedad de María Francisca
Menárguez Sandoval (Foto Pepe Riquelme)

Cacillos y candil propiedad de Angelita
Menárguez Soler (Foto Pepe Riquelme)

Rustidera propiedad de María Menárguez
Rodriguez (Foto Pepe Riquelme)

Jarra propiedad de María Martínez Enrique
“la Palmeras”. (Foto Pepe Riquelme)

Calientacamas propiedad de María Francisca
Menárguez Sandoval (Foto Pepe Riquelme)


 








CAPADOR

            El que extirpa o inutiliza órganos sexuales de animales domésticos con fines de engorde o aumento de potencia de tiro, entre otros. Oficio de suma habilidad manual especial.

            Llegaba y emprendía su singular tarea de convertir el gallo en capón, el toro en buey y los cerdos en individuos estériles; exigencias del engorde. El castrador operaba con manos peritas, manoseando los testículos del toro con ruda energía, para que se atrofiaran; o hundiendo hábilmente la cuchilla en el útero de la marrana dando lugar a que los dedos remataran la tremenda intervención. Procedimientos que necesariamente hoy parecen (siempre lo fueron) bárbaros y crueles, que los pobres animales soportaban a puro dolor; y en ayunas por prescripción del castrador que recomendaba barrido y paja limpia en las cuadras como medida de higiene posoperatoria. Y total, para que el gallo dejara en paz a las gallinas y el cerdo y la marranona dieran más peso cuando les llegaba su inevitable San Martín.

La buena siesta
(Foto de autor desconocido)

Una mirada inquieta ¿qué pasará?
(Foto de autor desconocido)

Técnica de castración del cerdo:

            El mejor momento para la castración del cerdo es entre la primera y quinta semana de vida. Se evitarán inconvenientes posteriores e, incluso, hemorragias que suelen producirse en animales de mayor tiempo de vida.

            La castración física de los lechones, es una de las estrategias de manejo más utilizadas en las explotaciones porcinas. Su aplicación básicamente se debe al objetivo de mejorar el rendimiento a la canal.

            La forma en que debe mantenerse el cerdo para la castración es con las rodillas del ayudante presionando el cuerpo del animal para inmovilizarlo.

Sujección del animal
(Foto de autor desconocido)

Otra manera de sujeción
(Foto de autor desconocido)

A – Lavado de la zona genital con agua jabonosa, secando luego con un paño limpio.
B – Con los dedos de la mano se empujan los testículos hacia delante.
C – Se practica una incisión sobre cada testículo.
D – Se tiran hacia fuera los testículos con la túnica vaginal se le da vueltas suaves hasta que se suelten.
E – Se vierte algún antiséptico sobre la herida dejando luego en libertad al cerdo.

La extirpación
(Foto de autor desconocido)

Suturando
(Foto de autor desconocido)

            Había que tener en cuenta que si la operación no era bien realizada, se podía perder el animal castrado, con el consiguiente quebranto económico que ello suponía a la familia. Eran unos verdaderos especialistas y conocían a la perfección la anatomía de los animales.

Equipo necesario para la castración:
Escalpelo, cuchilla de castración o navaja de afeitar (de preferencia de mango largo y con hojas de fácil sustitución). Hilo para coser la herida, agujas.
Desinfectante, recipiente para este, y algodones, sujetador mecánico para cerdos (optativo).

Instrumental quirúrgico
(Foto de autor desconocido)

Recordamos cuando éramos niños, como si fuera ayer, el ruido y tumultuoso espectáculo de la castración o capado de los lechones destetados que criaban los Sáez Mendoza, José Juan, Antonio, Pedro, en la calle de Los Carros. Venía Ramón, el capador, y se producía una gran algarabía motivada por los gritos de los lechones cuando los sacaban de la cuadra, y más durante “el proceso” que tenía lugar cuando los ponían en la mesa y allí “el cirujano” con gran habilidad, tras una palpada en la zona, cortaba y sacaba los “aparejos”. Unas puntadas, un desinfectante y otro, y otro… Luego venía la fiesta, una gran fritada, donde dábamos cuenta del exquisito manjar…

Eran muy conocidos en el pueblo, como capadores, aunque  eran matarifes también:

Ramón. Eusebio Ramón Gázquez López, familiar lejano de los propietarios de la panadería Gázquez, nació en La Puebla de Don Fadrique (Granada). Llegó a Alcantarilla en el año 1957 y se instalaron en un barracón que alquilaron en la Torrica al Bolero. Su padre había comenzado a trabajar con el “Rojo el Flacho”. En la Puebla era herrero, y en los ratos libres se dedicaba a castrar el ganado. Ramón lo acompañaba y fue aprendiendo el oficio. Enterados de su habilidad como capador y matarife,  Pepe y Joaquín le dieron trabajo allá por el año 60. Realizaba todas las actividades propias de una fábrica de embutidos,  castraba el ganado,  sacrificaba, despedazaba, hacia embutidos, curaba y  secaba los jamones propios y ajenos… Se le declaró una invalidez permanente en el 79 y acabó su actividad laboral. Manuel, su hijo, le acompañaba en la moto en las jornadas de castración de los animales. Estaba muy relacionado con los veterinarios D. Juan Hurtado y D. Felipe Andreu.

Eusebio Ramón Gázquez López “Ramón”
(Foto cedida por la familia)

Pepe “el Rambla”, José Almagro Riquelme, “El Rambla”, aprendió el oficio de su padre Juan Almagro y su tío Ignacio que eran matarifes. Pepe trabajaba fuera de la temporada de matanza en la fábrica de maderas de “Mergal”. Desempeñaba en cualquier época del año la especialidad de capador, siendo muy hábil y teniendo muy pocos fallos, pues utilizaba una técnica muy limpia que evitaba infecciones. Mataba en las casas particulares de la localidad y en los pueblos de alrededor: Sangonera, Barqueros, Javalí Nuevo, etc., y por las casas de la huerta y del campo. También trabajaba para las tiendas del pueblo tales como: La Lázara; Juan Antonio Riquelme (Plaza de Jara Carrillo); Dávila, en Martínez Campos; Julio el Rasquija; Emilio Fernández, “El Manchego.

José Almagro Riquelme “el Rambla”
(Foto cedida por la familia)

Tomás Martínez Riquelme “El Placeta”, vivía en la plaza del Olmo. Era un experto capador, muy solicitado por todos los criadores de la zona de la huerta y del barrio del Ranero).

Tomás Martínez Riquelme “el Placeta”
(Foto cedida por la familia)

La castración para conseguir capones supone una operación quirúrgica en toda regla, ya que tanto hembras como machos de las aves tienen los órganos sexuales dentro del cuerpo. A los machos sólo se les quitan los testículos, simplemente porque los gallos no tienen pene (ni siquiera escondido), como le ocurre al 97 % de las aves. Y ya que los criadores se molestan en operar a sus animales para hacerlos más sabrosos y jugosos, pues tendrán que criarlos como las “delicatesen” que se supone se van a convertir. En principio esto compensaría al animal del mal trago sufrido, aunque no siempre es así, particularmente para las hembras.

Pollos capones
(autor desconocido)


Los capones son gallos venidos a menos,  no tienen cresta y no cacarean. Tradicionalmente a los gallos se les corta la cresta aprovechando la operación y normalmente ya no les crece más.

Autor desconocido

Cochinillos a los que les falta "algo". Para los que hayáis puesto el grito en el cielo y juréis no comer jamás un animal castrado, que sepáis que muy posiblemente tendréis que renunciar a jamones, chorizos, y demás productos del cerdo, ya que es práctica habitual.

¡Dos suculentos capones!











Carteros – Correspondencia epistolar

            No es normal en un aula al uso, como tampoco que sobre las mesas abunden, también, las gafas de lectura. Y es que los alumnos de las clases de este lunes de Carmen no son niños ni adolescentes: la mayoría son ancianos y ancianas, salvo un hombre, y los menos, de entre 30 y 50 años, inmigrantes (un solo varón también). Estudian primer nivel de “Enseñanzas iniciales” en un centro de educación de adultos.

            “¿Qué por qué venimos?”, reflexiona una de las alumnas. “Pues porque cada vez que llega una carta del banco tengo que ir al vecino, y el vecino tiene que enterarse de lo que tengo yo en el banco”, explica. La segunda, Emma, que deja la clase de Carmen por un rato, y mientras allí se oye que el sonido “k” con la “a” se escribe “ca” y con la “e” no se escribe “ce”, ella cuenta que nació en Madrid en el 35, y que en su casa el día que había comida no había zapatos, y al revés. O no había ninguna de las dos cosas, ni tampoco, claro está, medios para estudiar. A los 13 años se puso a trabajar, en telares, fue limpiadora, telefonista… y sólo empezó a leer “ya un poco deprisa” en las clases para adultos, de las que habla con inmenso agradecimiento: “Yo decía: el día que me muera, que me entierren aquí, en el patio”.

            Emma dice que es “muy trabajadora, pero muy poco inteligente”, aunque lo primero es patente y lo segundo no lo parece en absoluto. Sus hijos le tienen prohibido venir a clase, porque se obsesionaba tanto que se levantaba de madrugada a hacer los ejercicios. “Me dicen: “¡Con esa edad ya no lo necesitas!”, pero les tengo engañados. Creen que estoy de paseo, y vengo aquí. Porque sí lo necesito: para entender las cosas, para expresarme, para poder escribir una carta. “El otro día aprendí que “vaya” no se escribe con B no con LL y ya me fui feliz”.

            Estos alumnos, con los que hemos hablado, recuerdan con nostalgia las cartas que llegaban a sus domicilios cuando eran jóvenes, enviadas por su familia que residía en otras provincias, y como, en alguno de los casos, habían de ir a casa de la vecina para que les leyese el contenido de la misma, y para que les hiciese el favor de redactar la respuesta. Cartas que ellos y ellas nunca supieron leer.

            El teléfono fijo, en pueblos como el nuestro, hasta la década de los 70 del pasado siglo no se extendió por los domicilios particulares. Hasta ese momento, nuestros antepasados, e incluso nosotros mismos en nuestra niñez y juventud, nos vimos obligados a comunicarnos de forma epistolar, comprando papel, sobre y estampilla (sello), y teniendo prevenidos tintero y pluma (en los últimos tiempos era ya el bolígrafo), para hacer saber a nuestra familia, novio o novia, amistades, nuestra situación, estado de ánimo por achaques, o alegrías por el viaje que estábamos realizando, enviando a veces tarjetas postales. En las escuelas, los maestros y maestras hacían hincapié sobre la enseñanza de la escritura y la ortografía, imprescindibles en aquellos años para el futuro de los educandos.



Correspondencia familiar escrita
con pluma y tintero

Buzón, mobiliario urbano. En el siglo pasado
iban adornados con la bandera nacional.

            Miles de ellos y ellas complacerían a sus padres periódicamente, y sentándose a la mesa prevenidos con la pluma en la mano, copiarían al dictado las noticias familiares que se querían comunicar, al hermano mayor que estaba en la mili, o a la abuela que vivía en Toledo con nuestra tía Angustias, y a la que acusábamos recibo de su misiva.

            Llegaron a existir distintos tipos de cartas, con sus sobres que las distinguían. Las ordinarias, de papel blanco o crema, rayado o liso, con sobre del mismo color. Las de correo aéreo (Por Avión), que llevaban orlado el sobre con colores alternados azul y rojo con el blanco. Y por último existían las de luto, cuando en la familia había ocurrido un fallecimiento reciente, y se enviaban cartas enmarcadas en negro, con los sobres de la misma manera.


Distintos tipos de sobres y cartas. La superios para
envío aéreo. La inferior mostraba el luto de la familia.

            No podemos olvidar las fiestas del santoral español, por ejemplo, el día de San José, en el que circulaban en nuestro país cientos de miles de tarjetas postales de felicitación a tantos Pepes y Pepas como cabían en la piel de toro. O el día de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, que entonces era también el día de la Madre. Nuevamente llenaban las sacas de nuestros sufridos carteros miles y miles de tarjetas, la mayoría de ellas con la imagen de Murillo estampada en el anverso.


Tarjetas postales

Tarjeta postal de 1948

Nuestra villa, y sus habitantes, ha tenido la suerte de contar con un servicio postal de excelente calidad, debido sobre todo al Administrador que lo dinamizó y puso en valor, y al grupo de profesionales que pasaron por el servicio durante esos años.

Don Manuel Marín Mengual, nacido en Alcantarilla, opositó para el Cuerpo de Oficiales Técnicos de Correos, aprobando a la primera, y siendo destinado a la Administración Central de Burgos. Dos años más tarde, en 1916, es destinado a ocupar la dirección de la oficina de Alcantarilla, donde pasaría el resto de su vida profesional. La administración de Correos y oficina de atención al público, se encontraba situada entonces en la calla San Sebastián, frente a la taberna de Perico el Guindilla.

Hijo de Daniel y Presentación, fue el mayor de siete hermanos. Alternó desde su infancia la asistencia a la escuela pública de Don Amos, con el trabajo de ayudante en la confitería y heladería que sus padres tenían en la calle Ruiz Carrillo. De carácter inquieto, aprende música en la academia y banda del maestro Hita, contagiando a sus cinco hermanos y a su hermana Rosita, que también estudiaron este bello arte con él.

Don Manuel Marín  fue un hombre íntegro, guardando fidelidad a sus principios monárquicos aún en tiempos de dictadura. Ejerció su profesión ejemplarmente, entregado por completo a la misma. Gracias a sus gestiones ante los organismos correspondientes, consiguió un nuevo y moderno edificio para Correos y Telégrafos en la calle Ruiz Carrillo, inaugurado en el año 1958. A estas alturas ya formaba parte del Consejo General de la Caja Postal de Ahorros de España. En la segunda década del siglo XXI, y desterrada la peseta de nuestra memoria, se nos ha olvidado el importante papel que ejerció la Caja Postal de Ahorros para los pequeños ahorradores en todo el territorio nacional, sobre todo en las pequeñas poblaciones donde no existían oficinas de entidades bancarias. Las oficinas de Correos cumplían esa misión con pulcritud. Además se les asignó el privilegio de extender Tarjeta de Identidad Postal durante las décadas de los años treinta a cincuenta del pasado siglo.

Su trayectoria profesional le hizo merecedor de la Medalla de Oro al Mérito Postal, y la Medalla de Oro de la Caja Postal de Ahorros, que le entregó el Alcalde Don Juan Martínez Beltrán. Don Manuel se jubiló en el año 1968, falleciendo dos años más tarde.

El Pleno del Ayuntamiento de la Villa puso su nombre a una calle de la localidad.

Antiguo edificio de Correos en la calle Ruiz Carrillo
(Foto de autor desconocido)

Libreta de la Caja Postal de Ahorros

Tarjeta de Identidad Postal a nombre de Francisco
Castellanos Navarro, extendida por Don Manuel
Marín, valedera desde 14-4-1953 hasta
14-4-1956. (Propiedad del titular)

De izquierda a derecha: Ginés Navarro, Adolfo Navarro Giménez, Antonio
Marín Rosell, Don Manuel Marín Mengual, Antonio Ortiz, José Martínez y
Ginés Nortes. (Fotografía cedida por Francisco Marín Meseguer al Archivo
Municipal de Alcantarilla)

De izquierda a derecha: Ginés Nortes, Don Manuel Marín Mengual, Adolfo
Navarro Giménez, Antonio Ortiz, Antonio Marín Rosell, Ginés Navarro y
José Martínez (Fotografía cedida por Francisco Marín Meseguer al Archivo
Municipal de Alcantarilla)

Organización de la Oficina de Correos:

Existía el cargo de Auxiliar Interventor, segundo en importancia después del Administrador. Estaba desempeñado por Don Antonio Martínez, natural de La Raya, y su misión era la de controlador del servicio y suplir las ausencias del Administrador.

Buzón mural en oficina de Correos
(Foto de autor desconocido)

Como Cartero Mayor recordamos a José Martínez “Ciguata”, que compaginaba su trabajo en Correos con el de acomodador en los cines de la Empresa Iniesta. Su misión era la de admitir toda clase de correspondencia ordinaria, certificados, paquetería, venta de sellos postales y envíos a reembolso.

José Perellón González, Cartero, con la misión de entregar paquetería, correspondencia certificada y reembolsos.

Eduvigis Nadal, Auxiliar, admitía y daba salida a los giros postales y a los reembolsos cobrados.

Francisco Romero Silla era Subalterno. Comenzó a trabajar en la institución en 1947, jubilándose con 39 años de servicio en el año 1986. Tenía otros tres compañeros con la misma cualificación, y entre los cuatro realizaban las siguientes tareas:
Por las mañanas, de 7 a 12 horas, esperaban en la Estación de Ferrocarril la llegada de los trenes Madrid-Cartagena, del catalán Barcelona-Granada, y del ómnibus Valencia-Chinchilla, para recoger y entregar las sacas de la correspondencia. Por la tarde, y desde las 5 hasta las 12 de la noche, esperaban los trenes que hacían el recorrido inverso, y cuando pasaba el último correo Cartagena-Madrid, recogían las sacas y las llevaban a la administración.

Francisco Romero Silla

Sacas de correo para enviar a destino
(Foto de autor desconocido)

Otra misión de los Subalternos era la de viajar uno de ellos, todos los días, desde Alcantarilla hasta Baza y regreso, para ir entregando en todas las estaciones y apeaderos de paso, la saca de Correo correspondiente, y recogiendo la que le entregaban. En el vagón-correo donde viajaban distribuían la correspondencia recibida, bien para su entrega en poblaciones siguientes, o para regresar con la misma a Alcantarilla al atardecer. Con el fin de no tener problemas con las autoridades de la época, el Administrador les extendía un documento, al que llamaban “VAYA”, autorizando al subalterno a realizar el viaje, y ordenando a las autoridades civiles y militares no poner impedimento alguno para transitar libremente, “por convenir así al servicio nacional público”.

Documento “Vaya”, cedido por Sebastián Romero.

En aquellos tiempos existía una estafeta de Correos en la Estación de Ferrocarril, para admisión sólo de correspondencia ordinaria. La estafeta dejó de prestar su servicio a finales de los años 70 del pasado siglo.

Edificio de la Estafeta en la Estación de Ferrocarril de
Alcantarilla, con el buzón para admisión de correo
ordinario. Fotografía realizada por Pedro L. Cascales
López en Septiembre de 1994.

Como cada día, tanto en la oficina como los carteros a domicilio, tenían que pagar los giros postales, los subsidios, reembolsos y clases pasivas (pensiones), a primera hora de la mañana el Administrador extendía un cheque del Banesto (después fue del Banco Exterior), por el importe a abonar estimado. De hacer ese traslado de dinero se encargaba uno de los Subalternos, así como de realizar ingreso al finalizar la jornada.

Sebastián Romero García iba destinado desde Madrid a Cantoria, en la provincia de Almería, para ocupar el puesto de jefe de la oficina de Correos de esa población. Eso sucedía en el año 1968. Pero durante el trayecto, la Auxiliar encargada de la Caja Postal de Ahorros de Alcantarilla, Mari Paz, decidió casarse dejando el puesto libre, ocasión que aprovechó Sebastián para ocupar dicha plaza. La misión de ese puesto era la de estar por las mañanas y por las tardes, igual que hacían los Subalternos y con el mismo horario, pendientes de la llegada de los trenes, pero para la recepción y entrega de los valores y correo oficial.

Sebastián Romero García
(Foto propiedad de Sebastián Romero)

La oficina de Correos de Alcantarilla era Técnica, y se encargaba de la correspondencia de varias localidades y pedanías, a saber: Javalí Nuevo, Javalí Viejo, La Ñora, Puebla de Soto, Sangonera la Seca, Sangonera la Verde, Los Torraos, Las Torres de Cotillas. Para cubrir todos esos lugares existía la figura del cartero rural.

En nuestra población fueron bastante conocidos los carteros urbanos Ginés Navarro Puche, Manuel Turpín, José González Perelló, José Nortes…

Con el cambio de siglo, la Administración de Correos y atención al público se trasladó al Camino de la Piedra, en la Plaza de España, en unas modernas instalaciones que el movimiento de nuestra villa exigía.

Nuevas oficinas en el Camino de la Piedra
(Foto Pedro Vizcaíno)

Don Manuel Marín tuvo dos sobrinos que, andando el tiempo, también formaron parte del Cuerpo de Correos:

Daniel Marín Navarro, alcantarillero, nacido en 1931, fue sobrino de Don Manuel Marín Mengual. Animado por él, se presentó a las oposiciones al cuerpo, aprobándolas en 1951, siendo destinado a Madrid. El sueldo de un funcionario de Correos en aquellos años era de 400 pesetas mensuales. Mientras él iniciaba su aventura en la capital, su padre Prudencio y su hermano José habían adquirido un futbolín a Antonio Sánchez Sicilia para instalarlo en el local que mantenían abierto, el Paracaídas, donde mantenían la concesión del patronato de apuestas mutuas deportivas benéficas (las quinielas). Cuando le escribieron comunicándole que el resultado semanal del futbolín era de 300 pesetas, Daniel no se lo pensó y pidió la excedencia para venir a Alcantarilla y ampliar el negocio. Llegado a Alcantarilla, y por mediación de su tío, consiguió plaza en Murcia capital, donde siguió sirviendo a la institución hasta su jubilación.

Daniel Marín Navarro
(Foto cedida por la familia)

José Marín Navarro, hermano del anterior, nació el año que se iniciaba la contienda civil, en 1936. Comenzó a trabajar desde muy joven con José Alemán Pérez en su empresa de distribución de productos farmacéuticos, pero como el trabajo le ocupaba todo el día y no podía atender a los futbolines, le pidió a su tío un puesto en Correos. Se puso a estudiar y consiguió el ingreso en enero de 1965, siendo destinado a Alhama de Murcia, y posteriormente a Murcia capital, a servicios urgentes, y en ese y otros destinos dentro del Cuerpo siguió prestando servicios hasta su jubilación.

José Marín Navarro
(Foto cedida por la familia)

Aquellos paseos nocturnos hacia la estación en periodo estival, a esperar la llegada del tren procedente de Cartagena y con destino Madrid, para depositar en el buzón de su vagón correo la carta para la familia de Albacete, que le sería entregada a la mañana siguiente. Y si alguna noche había prisa por volver a casa, entonces la carta se introducía en el buzón de la estafeta existente, en un edificio apartado junto a la cantina de la estación, con la seguridad de que el funcionario le mataría el sello y la introduciría en la saca correspondiente a su destino.

Vagón correo con buzón para introducir cartas ordinarias.
(Foto de autor desconocido)

Aquellos paseos a la Estación tenían un encanto añadido para nosotros, los que aún éramos niños, y nos quedábamos embelesados ante los artículos mostrados en el escaparate del quiosco de la Librería de Ferrocarriles.

Detalle de la fotografía realizada por Pedro L. Cascales López en
Septiembre de 1994, donde se aprecia la Librería de Ferrocarriles
en el edificio de la Estación.

Soy lo suficientemente mayor como para haber escrito cartas a mano, y de haber tenido alguna amistad por correspondencia como se decía antes (Dios mío, qué viejo me siento).

Ahora cuando nos llega una carta tenemos la certeza de que será de una comunicación automatizada. Quizás una factura, una carta de publicidad o como mucho un requerimiento judicial. Eso es lo más cerca que estaremos del trato humano.

            En la red esto se ha convertido en una broma pesada, sobre todo en relación no tanto al teléfono como a los correos electrónicos, que pasaron de ser algo anecdótico a finales del siglo pasado a una pesadilla en la actualidad.

            Nuestra sociedad ha cambiado los hábitos de compra, y la adquisición de artículos por internet hace que los carteros de hoy tengan que transportar paquetería en lugar de cartas.

            El WhatsApp ha desplazado el e-mail, y ahora mismo es el medio de contacto utilizado hasta por los escolares. Ha creado su propio lenguaje, desterrando el tradicional castellano, acortándolo en pro de la prisa por comunicar… ¿Han visto que los jóvenes de hoy tienen sus propios códigos para chatear?

Aquí van algunos ejemplos:

TKM: Te quiero mucho.
KDS: Quedamos donde siempre.
NEUM: No estudié una mierda.

            Bien, aquí proponemos que los adultos de más de 50 años de edad tengan sus propios códigos:

EEM: En el médico.
EFA: En el funeral de un amigo.
TSR: Tráeme la silla de ruedas.
CHEB: Chateando en el baño.
NRQS: No recuerdo quien soy.
NSP: No se pudo (Incluye deportes, sexo y otros).
NELG: No encuentro las gafas.
NELL: No encuentro las llaves.
NEN: No encuentro nada.
QTED: ¿Qué te estaba diciendo?

…y los buzones se han convertido en mobiliario urbano,
eso sí, muy decorativo… (Foto de autor desconocido)








EL CINEMATÓGRAFO



La mayoría de los cines han terminado en los dos últimos años de dar el salto a la tecnología digital, y los que no lo han hecho (muchos, especialmente los más pequeños) o han cerrado sus puertas o están a punto de hacerlo. Se trata de un proceso mundial que comenzó aproximadamente en el año 2000 y que en un margen de 15 años se ha consolidado como definitivo. Hay quien dice que la extinción del celuloide le quita personalidad a la imagen proyectada ahora en la pantalla grande. Desde un proyector digital se consigue una visión más clara y realista y un sonido muy mejorado. No obstante, la verdadera causa del cambio ha sido el abaratamiento de los costos.

Proyeccionista revisando fotogramas
(Foto de autor desconocido)

            Una más de las consecuencias de todo este proceso ha sido la desaparición de una figura, quizá no muy popular, pero sí imprescindible desde que surgieron los primeros cines, como la del proyeccionista y operador cinematográfigo.

            El oficio de proyeccionista no era una cosa sencilla; además de conocimientos sobre cine tenían que saber de mecánica y electricidad, las películas de celuloide llegaban en rollos que el proyeccionista debía revisar y ensamblar.

Buster Keaton bastante “liado”
(Foto de autor desconocido)

            La mecánica de los proyectores sufrió muy pocos cambios desde su invención. Los principales fueron la sustitución de los que carbones mediante su incandescencia generaban un arco voltaico, que daba origen al haz de luz que hacía posible la proyección, por lámparas de xenón, y la aparición de los platos que podían acoger hasta 4 kilómetros de película. Previamente a la aparición de los platos normalmente se combinaban dos proyectores y era una labor de filigrana la que hacía el encargado de la cabina para que el espectador no notase el paso de uno a otro.

            El lema de un buen proyeccionista consistía en solucionar de modo rápido y efectivo todos los problemas que pudieran surgir sin afectar al espectador, y normalmente sin tener que llamar a un técnico.

Proyectores en cabina
(Foto de autor desconocido)

Lejos quedan aquellos tiempos en que nuestra villa contaba con tres cines y dos terrazas de verano funcionando al mismo tiempo. Terminado el estío de 1993, cerró definitivamente la Terraza del Cine Casablanca, el último local que se resistía a la desaparición.

Hemos charlado con José Antonio Tudela Lorca en su domicilio. Le cabe el honor de haber sido el último operador en la cabina de la Terraza Casablanca cuando se clausuró. Pero ya llevaba bastantes años en el oficio.


José Antonio, nacido en 1934, comenzó su vida laboral en el esparto de Pujalte, para seguir en la fábrica de losas de Jacinto. Tuvo que dejar este último trabajo por motivos de salud, y lo trocó por el de la madera en la fábrica de palas de Pacheco. Simultaneó éste último oficio con el de acomodador en el Cine Mercantil, pasando posteriormente al Cinema Iniesta, donde el maestro León le enseñó el oficio de operador. A los cuatro meses de trabajar en cabina, Miguel Pagán Ocaña lo fichó para el Cine Casablanca, donde Andrés “el Cuco” era el operador jefe, y le enseñó a trabajar sólo. Paulatinamente, y con el paso de los años, de cuatro personas que formaban la plantilla de proyección únicamente quedó él. El tipo de proyectores utilizados eran “Ossa 6”.

José Antonio Tudela Lorca
(Foto Juan Cánovas)

Las salas de cine decanas de Alcantarilla surgieron a partir de la conversión de los teatros, que en nuestro pueblo fueron bastante numerosos entre finales del siglo diecinueve y principios del veinte, llegando a contar con seis salas.

El Cine Teatro Mercantil, fundado por la familia Caride en la calle Princesa, se comunicaba con el Círculo Agrícola Mercantíl (en la calle Mayor). En 1917, y al menos hasta 1925, seguía ofreciendo obras de teatro. Tuvo severos destrozos durante una proyección en diciembre de 1926. “El Palacio de las Pipas”, como se le llamaba popularmente, fue alquilado por su propietario José Caride a la Empresa Iniesta en 1940, vendiéndoselo posteriormente. Cerró sus puertas definitivamente en 1969.

Entrada al Teatro Mercantil
(Propiedad Juan Cánovas)

Afiche de la película Amaya, proyectada en el
Cine Mercantil. (Propiedad de Juan Cánovas)

El Teatro Cine Lacal, en la calle Mayor, comenzó las proyecciones en el año 1928, después de una dilatada vida teatral. Antes había sido abacería regentada por el propietario de los locales, Pedro Lacal Linares. Cuando en 1935 llegó el cine sonoro pasó a depender de la Empresa Iniesta, denominándose desde aquel momento Cinema Iniesta.

Tienda Pedro Lacal Linares circa 1925
(Foto cedida por la familia)

Entrada al Teatro Lacal
(Propiedad Juan Cánovas)

Fachada del Cinema Iniesta y boda que desfila por la
Calle Mayor, año 1965 (Foto autor desconocido)

Fachada del Cinema Iniesta, año 1970
(Foto de autor desconocido)

Afiche de la película El Clavo, proyectada en el
Cinema Iniesta en 1945 (Propiedad de Juan Cánovas)

Afiche de la película Así son ellas, proyectada en el
Cinema Iniesta. (Propiedad de Juan Cánovas)

León Martínez García, “León”, nació en 1918. Era electricista profesional y como  tal ejercía, haciendo trabajos a particulares, pero trabajó durante toda su vida como encargado de las maquinas de proyección cinematográficas del Cinema  Iniesta, del Cine Mercantil y de la Terraza de Verano en la calle Mayor. Se jubiló a los 65 años. Nos cuenta su hija Rosi que pronunciaba los nombres de los actores americanos tal y como se escribían en las pizarras, y su hija le corregía: “Es Piter, papá”; “Sí, pero aquí pone una “e”. Cuando se cortaba una película, durante la proyección. se formaba un escándalo de miedo en el “gallinero”. León se quejaba de que algunas películas venían en mal estado de conservación.  Avisado de ello, se iba al cine antes de la función y las revisaba y reparaba, si era necesario, para evitar los cortes.

Con él trabajó su cuñado Bernardino Navarro Orcajada (su mujer y la de León eran hermanas), también como jefe de cabina y encargado de las máquinas, aunque dejaría esa labor para trasladarse a Brasil con su mujer y sus cuatro hijos. Traspasó una mercería que tenía junto al cine  de verano. La famosa Mercería Eloisa.

Recordamos a Antonia, la limpiadora, que ayudaba a Juan, el acomodador, a llevar la cantina del patio de butacas. Maritina era la responsable de la taquilla.

La Terraza Cine de Verano “Velasco”, en la avenida Generalísimo (calle Mayor), junto a la parada de la Alsina, abrió sus puertas a mediados de los cuarenta del pasado siglo, a expensas de su propietario, el Sr. Velasco Huertas, que también cedió su explotación a la Empresa Iniesta a finales de los cincuenta. Desapareció a principio de los años 70.

Detalle foto Usero (Archivo Municipal de Alcantarilla)

Foto Usero (Archivo Municipal de Alcantarilla)

Afiche de la película El Pirata, proyectada en la Terraza de
Verano en 1956. (Propiedad de Juan Cánovas)

Afiche de la película Mujercitas, proyectada en la Terraza de
Verano en 1952 (Propiedad de Juan Cánovas)

También fue en esos primeros años de la década de los 40, cuando nuestra villa disfrutó de otra terraza veraniega dedicada al séptimo arte. Muy cercana a la anterior, en el cruce de las calles Tropel y Nona, detrás del bar de San Roque, estuvo instalado el Cinema Alcázar de iniciativa privada y vida efímera. En el solar, aún existente, y en años posteriores, se celebrarían bailes para la juventud.

Edificio donde estaba el Cinema Alcázar en la década
  de los 40 del pasado siglo (Foto Juan Cánovas)


Afiches de las películas Los novios y Schottis, proyectadas en
el Cinema Alcázar el año 1943. (Propiedad de Juan Cánovas)

El Cine de Verano Campoamor lo abrió Agustín Sánchez Manzano en la carretera de Barqueros (hoy Reyes Católicos), en el año 1947. Como José Iniesta Eslava explotaba las otras tres salas que funcionaban en Alcantarilla, le compró al Sr. Sánchez los derechos de proyección en 1949, y cuando terminó la temporada clausuró la terraza, que tuvo una vida efímera.

Afiche de la película La Esclava del Desierto, proyectada en el
Cine de Verano Campoamor en 1948. (Propiedad de Juan Cánovas)

El Cine Casablanca, en la calle Ferrocarril, fue abierto por Miguel Pagán Ocaña a finales de la década de los 50. Simultaneaba las proyecciones con Sala de Fiestas, donde actuaba la legendaria orquesta del mismo nombre.

En los barrancos anexos al cine, donde anteriormente se trabajaba el esparto, se acondicionó un patio para Terraza de Verano y fiestas al aire libre. El cine cerró en los años 70, y la terraza, como ya se dice más arriba, fue clausurada en 1993.

Cine Casablanca. Foto Archivo Municipal de Alcantarilla

Orquesta Casablanca (Foto de autor desconocido)

Entre las calles Matemático Férez y Palmera, y junto a la Plaza de Abastos de San Pedro, había un recinto descubierto propiedad de la familia Cascales, resultado del derribo de de casas con comercios y tabernas. En ese lugar, la empresa José Pérez García solicitó permiso para proyectar películas, dándole el nombre de Terraza Cine de Verano Veracruz. Tuvo una corta trayectoria en los primeros años de la década de los sesenta.

Quedan en nuestro recuerdo aquellos afiches (programas de mano), que se entregaban a la salida de la sesión, invitando al próximo estreno. También aquellas grandes pizarras colocadas en lugares estratégicos de la villa, anunciando las películas del día, y que estaban rotuladas a pie de calle con gran maestría por los pinceles de Juan Peñalver Cifuentes, empleado de la Empresa Iniesta.

En el año 1937 se crea la “Junta Superior de Censura Cinematográfica”, asignándole la función de “revisar o censurar debidamente todas las cintas cinematográficas que tengan entrada o se impresionen en la zona nacional expidiendo un certificado de las que puedan proyectarse”, prohibiéndose en todo o en parte las películas que tuvieran carácter de propaganda social, política o religiosa que fueran contrarias a la moral o a las ideas del Régimen.

            La Iglesia estableció en 1950 una calificación moral, distinta en todos los países en cuanto a su forma, pero idéntica en cuanto a su objetivo, y por la que se establecen matices que diferencian lo que puede o no perjudicar a una persona de determinada edad o formación.

La ejecución se confía a la Junta Nacional de Acción Católica, quien facilita estos servicios por medio de su Secretariado Central de Espectáculos y Asociaciones adheridas a Acción católica, como Filmor, Confederación Católica Nacional de Padres de Familia, SIPE de las Congregaciones Marianas, el periódico Signo, la revista Ecclesia, &c.





Afiche de la película Viridiana, clasificada como
“Gravemente peligrosa” (Propiedad de Juan Cánovas)

Los censores deben atenerse a unas normas, y por tanto no obran según su criterio, aunque éste intervenga, en la parte subjetiva de la película, sino que consultan esas normas y procuran interpretarlas rectamente y aplicarlas sin error. ¡Difícil misión, repleta de peligros! Hay que calificar para un público vastísimo, heterogéneo. Hay que calificar teniendo en cuenta que existen salas céntricas y salas de extrarradio; salas en zonas marítimas y en alta montaña; salas a las que acude público en su mayoría formado y otras que son refugio de gentes sencillas, sin preparación.

Fijaron unas medidas muy estrictas en el apartado erótico, obligando a los dibujantes y técnicos de artes gráficas a retoques, la mayoría de ellos ridículos, sobre los afiches y fotografías originales. Aquí vemos una pequeña muestra:



Afiche de la película La dama de Trinidad, de 1952,
original y censurado.

Pepe Marín nos ha proporcionado este pase de su colección, preciada joya de aquellos tiempos para el feliz poseedor del mismo, cuando el cinematógrafo era nuestro mayor disfrute y entretenimiento.

Pase de favor de la Empresa Iniesta
(Propiedad de Pepe Marín)






CLAVADORES DE PÚAS

Hubo un tiempo en nuestro país, una etapa en su historia que transcurrió entre el comienzo del pasado siglo XX, y que tendría su fin coincidiendo aproximadamente con el fin de la dictadura del General Franco, en que la mano de obra era netamente superior a la mecanización, sobre todo en la industria de la construcción. Nuestro país fue durante toda esa época deficitario en materia prima para la fabricación de papel, y menos aún de cartón, por lo que todos los envases, para todo tipo de productos, eran construidos con madera.

            España ha sido, y sigue siendo, un país eminentemente agricultor. Y nuestra Murcia es la huerta de Europa; frase acuñada allá por los sesenta con gran acierto. Nuestras frutas, de temporada o en conserva, han sido enviadas al resto de provincias de nuestro país, y esportadas a diversos países europeos.

            Ya en otro de los antiguos oficios desarrollábamos los detalles concernientes a las empresas que trabajaban la madera, y a las que elaboraban las conservas.

Ahora tenemos que recordar la figura del clavador de púas, del constructor de cajas de madera para la recogida de la fruta en la huerta, de platos y ceretos para el transporte y venta de la fruta y la conserva, del palet para su embalaje y exportación, y un sinfín de labores destinadas específicamente a cada uno de los productos.

Útiles del clavador: Martillos y peine para extraer las
púas del cajón alineadas (Foto Juan Cánovas)

Con sus herramientas de trabajo (el martillo y el mandíl), estos hombres formaban cuadrillas para cubrir campañas. En primavera se hacían cajas para el albaricoque (popularmente llamado el verdeo). Después se hacían los platos cuadrados para la mandarina, cajas para todo tipo de naranjas, también para limones. Para los ajos se construían cajas redondas. Para el tomate construían ceretos, y acabando la temporada del mismo comenzaba la uva, preparando platos, terminando justo en Navidad. Se simultaneaba durante todo el año con la construcción de cajas más fuertes, capaces de contener los botes de conserva de todo tipo, hasta seis botes de cinco kilos.

Envase procedente de Conservas Cascales. Fotografía
 de Pedro L. Cascales López

Envase para 10 botes de 5 kilos de pulpa de albaricoque Bulida,
Procedente de Conservas Cascales. Fotografía de
Pedro L. Cascales López.

La mayor parte de estos clavadores estaban empleados en la fábrica de Galindo, en Conservas Cobarro, en Hero, y el resto repartidos por la gran cantidad de empresas conserveras del pueblo. Cuando llegaban las campañas de fruta en otras regiones, algunos marchaban hasta Zaragoza, otros a Novelda, o a Monforte del Cid, donde quedaban alojados entre uno y dos meses hasta el término del trabajo.

Caja para uva (Fotografía
de autor desconocido)

Las fábricas de refrescos y cervezas necesitaban muchas cajas para sus botellines de cristal, y la fábrica de Galindo suministraba la madera cortada que, transportada a las embotelladoras, eran montadas allí por los clavadores.

Este oficio desaparecido, y que ahora recordamos para que su memoria perdure, está citado por el escritor José Luis Sampedro en su novela “El río que nos lleva”, del que vamos a citar un corto pasaje:

Al poco rato los labriegos invitados formaban corro atónitos. El Correa cogía un puñado de puntas en la boca, otro en la mano izquierda, un martillo en la derecha e iba clavando a una velocidad vertiginosa. Sujetaba el clavo vertical y le bastaban luego dos certeros golpes: uno, suave, para dejarlo sujeto y retirar los dedos; otro, violento y seguro, para hundirlo hasta la cabeza. Era una exhibición de maestría.
   Cuando acabó el trabajo pendiente, en pocos minutos, levantó la cabeza y desafió:
    ¿Qué? ¿Hay más que hacer?
El dueño de la casa se echó a reír:
    No sabía que los gancheros manejaban clavos.
    Yo soy ganchero porque no encontré otra cosa cuando me cerraron la fábrica de Valencia donde trabajaba. Pero mi oficio es clavar puntas. Y a destajo. He cogido campañas de pasas en Málaga; de orejones y pimientos en Murcia; de frutas en Logroño; de pescado en el Norte; naranjas en Valencia... Conozco todo el género.
    Lo hace usted como las rosas. Yo he trabajado en una fábrica serrando tablilla y he visto clavar, pero pocos como usted.
    Es que hay pocos —dijo ufano Correa—. Ya ve, en cajillas de estas, que llevan cada una treinta y seis puntas, yo clavaba de cuatro a cinco mil puntas al día. De puntas bien metidas; sin salirse fuera ni picar ningún bote por dentro... A ver quién lo mejora.
   Y se miraba las manos satisfecho, entre la apreciación de todos los presentes.

La gran mayoría de aquellos clavadores ya no están con nosotros, y a los que no han desaparecido, la memoria les flaquea al ser octogenarios. Entre unos y otros hemos podido hacer una pequeña relación de aquellos profesionales, aunque de alguno de ellos solamente nos quede el apodo:

Ángel Fernández “el Chinorri”
Jesús Pacheco “el Potaje”
José Férez “el Pestaña”
Antonio Cánovas “el Lángara”
Antonio Cánovas “el Carrión”
Paco “Pachinez”
Juan “Pachinez”
Pablo “el Remolinos”
Fabián “el Bomba”
Los hermanos Paco y Pepe “los Rayeros”
Los hermanos Juan y Mariano López
Paco “el Chano”
Angel “el Bolero”, de maestro en la fábrica de Cobarro.
Pepe “el Pop-pop”
Jesús Valera “el Merallas”, que moriría por la explosión de una caldera en la fábrica de la Esencia, donde estaba clavando cajas.
Vicente “el Hipólito”
José López Martínez “el Cartero”
“el Rasquija”
“el Ché”
“el Jaro”
Fernando “el Chapas”
Paco “el Flacho”, en la fábrica de Galindo.
Rafael “el Flacho”, con su hermano en la misma fábrica.

Ángel Fernández “el Chinorri”
(Foto cedida por la familia)

Antonio Cánovas Hermosilla “Carrión”
(Foto Juan Cánovas)

Antonio Cánovas Férez “Lángara”
(Foto cedida por la familia)

En la bicicleta, Jesús Valera “el Merallas”, y en el cuadro
Antonio Cánovas “Carrión”, en la campaña de la uva en
Novelda del año 1964 (Foto propiedad de Antonio Cánovas)

Pablo “el Remolinos” (Foto propiedad de Antonio
Cánovas “Carrión”)

José Férez “el Pestaña
(Foto cedida por la familia)

Juan “Pachinez”, tocando el saxofón en la Orquesta
Casablanca (Foto de autor desconocido)

Primero fueron los envases de cartón y después los plásticos. Acompañando a esos materiales se unía la tecnología de su construcción, eliminando mano de obra y, sobre todo, enviando al paro o a otras profesiones a aquellos clavadores para los que no quedó una tabla donde dar un martillazo.

Paco “Pachinez”
(Foto propiedad de Antonio Cánovas)

“El Jaro” y “el Carrión” en Novelda en 1964
(Foto propiedad de Antonio Cánovas)

El de la izquierda es Jesús Pacheco “el Potaje”
(Foto propiedad de Juan Cánovas)






CONFITEROS

El confitero es la persona que tiene el oficio de elaborar, manufacturar y posteriormente vender y comerciar, todo tipo de género de dulces y confituras realizados sobre frutas u otro tipo de alimentos, o en fabricar dulces a base de azúcar. El confitero se encarga de ejecutar con azúcar toda clase de productos de variados sabores y tamaños, dándoles forma, horneándolos y decorándolos.

            En Alcantarilla, a lo largo de los tiempos hemos tenido magníficos confiteros, señalamos algunos de ellos a modo de ejemplo:

Confitería Luisico. Estuvo situada en la esquina de Ruiz Carrillo con Calle Mayor, en la misma situación, pero distinto edificio  donde está  la mercería Loto Azul.

Confitería “El Rojo Daniel”. (Daniel Marín Mengual). Estaba situada en la calle Mayor, frente a la Plaza de Abastos. Tenía una entrada por la calle Rosario, enfocada a la calle Moncada. Era un gran salón en planta baja, con dos partes bien diferenciadas: había un mostrador largo, que era la zona de bar, y enfrente se encontraba la zona de confitería. En ésta se elaboraban todas las especialidades de la época. Cuando llegaba el tiempo del estío fabricaban una gran variedad de helados. Las cervezas de entonces se servían en “quintos”. El gran salón de la confitería servía como local para la celebración de bodas y otros acontecimientos, luciendo éstos mucho dada su amplitud y comodidad. Daniel Marín era hermano de Prudencio Marín, panadero y confitero por aquella época, y de don Manuel Marín, administrador de correos.

A la izquierda Daniel Marín tras la barra de su cafetería, junto a
Juan Domingo Tormos, (...) y Pedro Sánchez Menárguez "El Pencho"
(Foto cedida por la familia)

Confitería Avenida, (Fulgencio Monreal García). Oriundo de Molina de Segura,  trabajó en las confiterías de “Luisico” y del “Rojo Daniel”; su mujer María Gomaríz González llevaba la cantina del Cine Mercantil. En el año 1954 se establecieron por su cuenta en la calle Mayor número 35, con el nombre de Confitería Avenida. Tenía una serie de especialidades a cual más exquisita: pasteles de carne, empanadillas, pastel de “cabello”, “felipes”, tortadas murcianas rellenas de cabello, (compraban las calabazas  a  Antonia Menchón “la Galicia”, y fabricaban ellos el cabello de ángel), borrachos…

Fulgencio Monreal y María Gomaríz, en la
Calle Mayor 35 (Foto La Opinión)

Siempre trabajaron con ellos sus sobrinos José y Pedro Palazón Gomaríz, y a la jubilación de Fulgencio en el año 1983, primero Pepe y luego Pedro se hicieron cargo del negocio en una nueva ubicación, en la calle Mayor número 64, frente a la farmacia de las Escaleras, siguiendo con la tradición de elaborar todas las recetas propias, hasta que se jubilaron en 2006.

Anuncio en la Revista de las Fiestas de Mayo 1985

Nueva ubicación en la Calle Mayor 64
(Foto Juan Cánovas)

La segunda generación
(Foto Pepe Riquelme)

Vista general del Interior
(Foto Pepe Riquelme)

Luis Guirao Mengual (1938), empezó a trabajar de crio en la panadería de su abuela, María “la Marcelina”. Luego se estableció por su cuenta, mientras alternaba el trabajo en el horno de su padre. La característica tradicional de sus dulces hacía que fueran muy apreciados por todos sus clientes. Destacaríamos esas riquísimas tartas “murcianas” de bizcocho de tortada bañado, los “felipes”, los palos catalanes con diverso relleno, los pasteles de carne, los riñones, los tornillos (cuernos), los pastelillos de “cabello de ángel”, las tortadas de bizcocho, etc.

Luis Guirao Mengual
(Foto Pepe Riquelme)


Sucesor de Luis Guirao
(Fotos Pepe Riquelme)

Confitería Máguez. (Pedro Gómez Carrillo, 1953). Comenzó a trabajar con su padre, José Gómez, desde niño. A la jubilación de su padre, él continuó con la tradición de confiteros. Ha tenido varios establecimientos en Alcantarilla, el último en la plaza Adolfo Suárez. Su especialidad mágica son los pasteles de carne, deliciosos, y el pastel de cierva, pasando por todas la especialidades que se puedan encontrar en una confitería de primera. Hay una gran calidad en los ingredientes que usa en la elaboración de sus productos.

Pedro Gómez Carrillo “Máguez”
(Foto Pepe Riquelme)




HISTORIA DE LA DESTILACIÓN

            La destilación era una técnica conocida en China alrededor del año 800 a. C. que se usaba para obtener alcoholes procedentes del arroz.

Partes de un alambique
(Fotografía de autor desconocido)

            En el Antiguo Egipto descubrieron también textos que explican la destilación para capturar esencias de plantas y flores.

Alambique
(Fotografía de autor desconocido)

            Se sabe que la destilación era ya conocida en la Antigua Grecia y en la Antigua Roma.

Alquitara
(Fotografía de autor desconocido)

            Su perfeccionamiento se debe en gran parte a los árabes. Ellos fueron los primeros responsables de la destilación del alcohol a comienzos de la Edad Media. El filósofo Avicena, en el siglo X, realizó una descripción detallada de un alambique. Alambique, alquitara, alquimia y alcohol son todas palabras de origen árabe.

Alambiques industriales
(Fotografía de autor desconocido)

            En los comienzos sólo destilaban frutas y flores para tener peerfumes, así como triturados minerales para obtener maquillajes. Unos polvos negros que se vaporizaban y se dejaban solidificar de nuevo eran usados como pintura para los ojos de las mujeres del harén. Se trataba del Kohl, que sigue usándose todavía hoy en día. Cuando el vino empezó a ser destilado, dado el parecido del proceso adoptó el mismo nombre, AlKohl…




DESTILADORES

El arte de destilar

            El arte de destilar realmente lo llevan al máximo exponente los árabes, con la perfección de su instrumento, el alambique, con el que empiezan a realizar esencias y bebidas alcohólicas obtenidas a partir del vino. Pero la prohibición del alcohol en el Corán no los dejó avanzar más en ese campo.

            Este espacio fue ocupado por monjes cristianos, en sus monasterios, donde los valores terapéuticos del alcohol no estaban restringidos.

            Si los árabes enseñaron al mundo a destilar alcohol, los monjes cristianos enseñaron al mundo a beberlo.

Esquema de una destilería casera

            El alambique “POT” es un aparato artesanal y delicado que nos lleva al origen alquimista de este arte mágico.

            Con este aparato se obtienen los mejores licores y aguardientes, pero es un proceso lento y delicado. Este alambique en forma de pera consiste en una caldera de cobre o metal, antiguamente de vidrio, un capitel y un serpentín.

            El líquido a destilar se pone en la caldera, que se pone en el fuego directamente, con el aumento de temperatura los vapores desprendidos del líquido suben hacia el capitel, donde se concentran para irse enfriando y condensando en el serpentín (que es un tubo enrollado en espiral y refrigerado por agua) saliendo así en forma líquida.

            Así se obtiene una primera destilación del alcohol bajo de graduación, muy aromático y con sabor muy fuerte. Haría falta otra destilación siguiendo el mismo proceso para la obtención de un aguardiente de alta graduación y finura.

Instalaciones de Destilerías Párraga
(Foto cedida por los sucesores)

Existen tres fases:

            El vapor obtenido al calentar un mosto fermentado será por lo tanto una mezcla de alcohol y esencias aromáticas, con un poco de vapor de agua. A esta se llama la cabeza, de alta graduación y con alcoholes más volátiles como el metílico, esta primera parte se retirará y se guardará para mezclar con el que salga a la cola y volver a destilar.

            Pero a medida que va avanzando la destilación, la proporción de alcohol irá disminuyendo igualmente que los principios aromáticos, e irá aumentando el vapor de agua.

            Esta es la parte del medio, el corazón, del destilado donde el alcohol, los aromas y el vapor de agua se mezclan en una proporción adecuada.

            Y finalmente la cola con mucho vapor de agua y mucho menos alcohol.

Licores embotellados de Destilerías Párraga
(Foto cedida por los sucesores)

EL PRODUCTO DE LA DESTILACIÓN: AGUARDIENTE

            Bebidas alcohólicas de alta graduación, secas y más o menos aromáticas, en latín aquaardens son los alcoholes obenidos por destilación.

Tipos de aguardientes:
            -Aguardientes hechos de vino, el coñac, el rey del brandy y de los destilados, de origen francés, envejecido en botas de roble.
            -Armagnac, considerada y bendita por muchos gastrónomos como el mejor aguardiente de vino de sabor profundo, un paladar más cálido y un aroma penetrante.
            -Brandy español, brandy jerezano.

Etiqueta y botella de Brandy, elaborado por
Destilerías Párraga (Foto cedida por los sucesores)

            -Aguardientes de residuos de uva, o aguardientes blancos. El orujo es el destilado de las sobras, (pieles y semillas) el antiguo orujo era considerado el licor plebeyo, es un aguardiente áspero, seco y potente. Es similar también en Italia, la grapa.
            -Aguardiente de cereales y patata, el whisky, cereales destilados para la obtención de aguardiente.
            -Vodka, aguardiente a base de trigo, cebada y centeno, el vodka polaco o ruso era una destilación inicial de corteza de abedul y posteriormente de patata y cereales.
            -Ginebra, aguardiente de cereales, perfumada, en este caso es el primer elexir obtenido por destilación de un alcohol previamente macerado con bayas de enebro.
            -Aguardientes de plantas azucaradas, el ron hecho con caña de azúcar.
            -Aguardiente mexicano, el tequila, (mezcal) es el corazón o piña del agave, que desprende un líquido dulce. Es un tipo de cactus.
            -Aguardiente de frutas, hierbas y raíces, aguardiente de sidra, el calvados.
            -Anisados, aguardientes de vino y orujo, endulzados y perfumados con anís. Egipcios, griegos y romanos consideraban el anís como un remedio eficaz contra las afecciones grastrointestinales, y un antídoto infalible contra los males de la vejez, un poderoso somnífero y un laxante activo.


Etiquetas y botellas de otras especialidades de
Destilerías Párraga (Foto cedida por los sucesores)

LICORES

            Los licores son bebidas hidro-alcohólicas aromatizadas obtenidas por maceración, infusión o destilación de diferentes sustancias vegetales naturales, con alcoholes aromatizados o por adición de extractos aromáticos, esencias o aromas o por combinación de ambos, junto con sustancias para darle color. O sea, un licor es una bebida a base de alcohol, agua, saborizantes, aromas y azúcar. Siempre tendrán un contenido alcohólico superior a unos 30 grados.

            -Licores naturales: obtenidos como un aguardiente y endulzados.

            -Licores artificiales: obtenidos de un alcohol ya elaborado en el que se han macerado frutas, plantas, hierbas, flores y especias.

La imaginación en la elaboración de los licores: La naturaleza aporta infinidad de ingredientes, como para crear nuestras propias recetas, a nuestro gusto; el universo del licor es infinito.

            Una muestra de las principales sustancias aromáticas sería la siguiente: Angélica, azafrán, absenta, almendras, aloe, anís verde, angostura, apio, melisa, badiana, cilandro, canela, corteza de naranjas, cerezas, cacao, cardamomo, centaura, comino, dictamen de creta, enebro, eucalipto, genciana, higos, hinojo, jengibre, limón, mejorana, manzana, menzanilla, melisa, menta piperina, nuevos, nuez moscada, orégano, perejil, regaliz, romero, salvia, saúco, tomillo, té, valeriana, vainilla,… raíces, flores y todo tipo de frutas y plantas aromáticas… siempre antes de poner alguna planta, saber de qué planta se trata, mínimamente sus propiedades, a mí siempre me gusta de probarlas para saber el gusto y el olor que tiene.

            Para licores también se puede utilizar esencias, aceites esenciales, principios aromáticos obtenidos por destilación con vapor, maceración, digestión, percolación, infusión y cocción pura y simple.

Calendario de Enrique Alemán del año
1945 (Foto Juan Cánovas)

DESTILERÍA DE ENRIQUE ALEMÁN

En sus inicios, las instalaciones para elaboración y venta se ubicaban en la calle Subida San Francisco, y trabajaban conjuntamente los hermanos Enrique y José Alemán Pérez. Posteriormente, la empresa de licores se trasladó a la calle de la Amargura (Ruiz Carrillo), bajo la gerencia de Enrique, y su hermano José se instaló en la avenida Generalísimo (hoy calle Mayor) dedicado a almacén de medicamentos, bicicletas, accesorios y neumáticos.
Tenían una habitación pequeña donde hacían las mezclas y una gran nave donde estaban los enormes toneles de almacenamiento y local de venta de los productos, que se vendían a granel y envasados.
Fabricaban una gran variedad de especialidades, con marcas propias:  Anís Colosal, Anís Torrevieja, Coñac Colosal, kolas, mistelas, vermouth, etc..
El procedimiento de fabricación era dirigido y coordinado por D. Aurelio Sáez Corbalán, químico de la empresa.  Además de hacer las bebidas,  era el responsable de la contabilidad  de la empresa. Era el probador de las nuevas bebidas que se creaban. Creó una variada serie de perfumes que se vendían al por mayor y al detall, con gran éxito entre el público.
Don Enrique murió en 1972 y se hizo cargo del almacén su sobrino Rafael Caride.  Allí trabajaron “Juan el Manco”, Pedro Domingo Carrillo, Jacinto, Pepe “El Casas”, que repartía los productos con una furgoneta por los bares y comercios, y temporalmente Jesús, hijo de Matías el talabartero.

Don Enrique Alemán Pérez participó en la vida política de nuestra
ciudad, siendo el alcalde más breve de la misma en el período
comprendido entre el 20 de febrero y el 30 de marzo de 1936.
(Foto reproducida de la galería del Ilmo. Ayuntamiento por Juan Cánovas)

Dos de sus productos estrella, el Brandy y la
Kola Colosal (Foto Juan Cánovas)

DESTILERÍAS PÁRRAGA

La empresa fue fundada por José Párraga Cánovas y su primo Antonio Párraga Carrillo en el año 1944. Benito Párraga, hijo de José, comenzó a trabajar en la empresa en 1952 con 13 años. En aquellos tiempos la destilería estaba ubicada en una gran nave de la avenida Calvo Sotelo 65 (hoy nº 263 de la calle Mayor dedicada a la venta de juguetes). Más tarde se incorporó a la industria su hermano José Antonio, pero finalmente fue Benito el que siguió con la empresa familiar hasta  su jubilación a los 65 años. En la actualidad, a la muerte del mismo, la empresa ha abandonado la destilación y es un “Almacén  fiscal de alcoholes y fábrica de desinfectantes”. Su Directora-Gerente es Fuensanta Párraga Carrillo, hija de Benito.

Don José Párraga Cánovas en el año 1960
(Foto cedida por su nieto)

            A lo largo de su historia pusieron en el mercado buena cantidad de productos embotellados de gran calidad y aceptación por el público como:


-      Brandy Jorge X
-      Brandy Maximiliano
-      Anís Noni (dulce y seco)
-      Ginebra Ronnet
-      Ron Ronnet (blanco y negro)
-      Vodka Ronneska)
-      Gran Crema de Ponche
-      Gran Crema de Huevo
-      Gran Crema de Kola
-      Gran Crema de Mandarina
-      Gran Crema de Menta
-      Gran Crema de Coco
-      Gran Crema de Plátano
-      Gran Crema Beso de Novia
-      Gran Crema Agarrap
-      Gran Crema de Café
-      Gran Crema Cualquiercosa
-      Gran Crema Lo que sea
-      Gran Crema Peppermint
 

Etiqueta de Gran Crema Peppermint
(Foto cedida por los sucesores)






ESCRIBIENTE

            A los empleados de oficinas, en el siglo XX, nuestros abuelos y nuestros padres solían denominarlos como “escribiente, ya que aún perduraba en su memoria la figura del amanuense encargado de leer y escribir para otros.

            Se tiene registro histórico de los escribientes desde mediados del siglo XIX y hasta los años 80 del pasado siglo, donde, parece ser, dejaron de existir en las calles. Porque el oficio de escribiente nació en la calle y se formó en la calle, en las plazas, luego en las pequeñas casetas construidas humildemente para desarrollar aquella labor tan importante de hacer comunicarse a las personas a través de una tercera.

Garitas con escribientes al servicio público
(Autor desconocido)

            El escribiente se ponía en los mercados o en las cercanías de las oficinas de Correos. Allí escuchaba atentamente el encargo de una persona. Leían las cartas de los familiares, escribían cartas al dictado, redactaban de forma elegante una respuesta, incluso una carta de amor. Aquel que no tuvo dinero, ni posibilidades de estudiar las cuatro reglas y aprender a leer y escribir, acudía a los escribientes; ahí nacieron las mentiras piadosas, cuando las noticias malas llegaban a los analfabetos. No hay mayor desgracia que la ignorancia y la incultura para los seres humanos.

            Pero el oficinista, contable o administrativo del que hablamos ahora, es del esforzado “plumilla” que llenaba las oficinas de la gran cantidad de industrias que existieron en nuestra villa durante la mayor parte del siglo pasado.

            Lo normal en aquellos tiempos era entrar a trabajar en una oficina de aprendiz, de “chico para todo”, y poco a poco ir ascendiendo de categoría. Al mismo tiempo se acudía a clases particulares de mecanografía y contabilidad.

La oficina de una gran empresa o banco, en la 
primera mitad del pasado siglo (Autor desconocido)



            La historia de la contabilidad y de su técnica está ligada al desarrollo del comercio, la agricultura y la industrialización como actividades económicas. Desde su comienzo, se buscó la manera de conservar el registro de las transacciones y de los resultados obtenidos en la actividad comercial.

            Los arqueólogos han encontrado en las civilizaciones del Imperio Inca, del Antiguo Egipto, y de Roma, variadas manifestaciones de registros contables, que de una manera básica constituyen un registro de las entradas y salidas de sus productos comercializados, así como del dinero. La utilización de la moneda fue importante para el desarrollo de la contabilidad, ya que no cabía una evolución semejante en una economía de trueque.

Tabla de barro de 2040 a.C. Puede ser considerado uno de los
registros contables más antiguos que se conservan, contiene
el balance de una explotación agrícula en Ur, en la antigua Sumeria
con una descripción detallada de las materias primas y días de
trabajo utilizados. Está redactado en escritura cuneiforme.

            Toda empresa debe llevar al día sus libros de contabilidad, en los cuales se debe registrar las operaciones que son ejecutadas en un periodo de tiempo determinado. Algunos de ellos son obligatorios y otros pueden ser utilizados de forma voluntaria. Entre los libros que llevan las empresas se encuentra el Libro Mayor de Contabilidad, donde se recoge la información de diferentes cuentas contables.

            En una tienda al detall, las anotaciones en tiempos pasados eran más simples, tal y como recoge el dietario del año 1907, donde reflejó sus movimientos un establecimiento de tejidos.

Dietario usado para la contabilidad de una tienda de
tejidos al detall en 1907 (Juan Cánovas)

            El libro Mayor de contabilidad es el que recoge todas las operaciones que se han registrado en las distintas cuentas de manera cronológica. Muestra la misma información del libro Diario, aunque de una manera más concreta.

Libro diario de contabilidad escrito a pluma y 
con letra redondilla (Foto Juan Cánovas)

Libro Mayor de contabilidad
(Autor desconocido)

            El libro Mayor no es obligatorio para las empresas, sin embargo, su uso es muy recomendable ya que permite llevar un control exacto del saldo de las cuentas.
Cada cuenta contable tendrá su libro Mayor en el que debe aparecer la siguiente información:
-Fecha de los asientos contables
-Concepto
-Debe de los asientos contables
-Haber de los asientos contables
-Saldo.

 Algunos libros contables (Juan Cánovas)

            Con las nuevas herramientas y software de contabilidad que existen en el mercado, la mayoría de los procesos de contabilidad están automatizados, y los libros de contabilidad se generan directamente. Antes de la existencia de los ordenadores, es decir, de la época de la que hablamos, ya que el ordenador aplicado a la contabilidad se comenzó a utilizar en los años 80 del pasado siglo, todo el proceso contable se registraba en varios libros, haciendo los asientos a pluma y con letra redondilla.

Plumas y tinta utilizadas en contabilidad
(Juan Cánovas)

            Además de mantener la contabilidad y tener al día los libros de cobros y pagos, los oficinistas ocupaban buena parte de su jornada redactando correspondencia o documentos legales, sobre todo antes de que aparecieran los primeros métodos de copiado, ya que ningún papel se escribía una sola vez.

            En algunas empresas, sobre todo en exportaciones, se exigía varias copias de cada documento, una para archivar, otra para el cliente, y el resto para las autoridades de tránsito (aduanas, fletes, etc.). Los bufetes de abogados solían pedir y expedir sus papeles legales por cuadruplicado.

Calculadora manual Hispano Olivetti de los años 50

            A partir de mediados del pasado siglo, los oficinistas contaron con una máquina que les facilitaría muchísimo los cálculos y las infinitas cuentas: la calculadora, mecánica en sus inicios, eléctrica poco después, y electrónica en nuestros días.

            También contaron con el libro de Cuentas Corriente de hojas intercambiables y añadidas, con un sistema mecánico en sus tapas que lo permitía.

Libro de contabilidad de hojas intercambiables.

            Los “escribientes” eran los encargados de extender las facturas a los clientes, basadas en los albaranes de entrega de mercancía que había salido de sus almacenes, y también de gestionar el cobro, bien al contado o extendiendo además la correspondiente letra de cambio, que en su momento se enviaría al Banco para su abono en cuenta, y cargo al cliente en la fecha de vencimiento pactada de antemano.


Factura y Letra de Cambio de los años 40 y 50
(Juan Cánovas)

            Alcantarilla llegó a tener la hegemonía de la región en cuanto al movimiento industrial y comercial. A comienzos de la década de los treinta del siglo XX, se hallaban instaladas en nuestra villa siete grandes fábricas de aserrar madera y construcción de envases para fruta; seis fábricas de conservas vegetales, las más importantes de Levante; fábricas de jabones, de harinas, de cerámica, de envases de hojalata, de ácido cítrico, refinería de aceites, etc.

            Tomamos como modelo de aquellas oficinas, dos grandes empresas instaladas en el corazón de nuestra villa, que con sus actividades daban trabajo a cientos de personas. Una de ellas fue la fábrica de maderas de Ángel Galindo Caballero, que ocupaba una extensión de más de 100.000 metros cuadrados, entre la avenida Martínez Campos, avenida Reyes Católicos, Camino de los Romanos y calle Ángel Galindo.

Interior de la fábrica de Galindo (Foto propiedad de Pilar
Cano Vicente. Archivo Municipal de Alcantarilla).

            Además de trabajar la madera traída de otras provincias, y con ellas construir envases para frutas y conservas, también tenía una sección dedicada a la fabricación de las púas para esos envases, y una tercera dedicada al esparto para fabricar alpargates, capazos, cestos, etc.

Interior de la fábrica de Galindo. Aserradoras
de cinta. Foto Archivo Municipal de Alcantarilla.

            Dado el volumen de mercancía que diariamente recibía y enviaba, existía un ramal de ferrocarril que partía desde la estación hasta la calle Ángel Galindo, donde se introducía en la factoría para realizar labores de carga y descarga de los vagones.

Detalle de la puerta para los vagones del ferrocarril
en la calle Ángel Galindo (Foto Juan Usero).

            En el interior de las instalaciones fabriles trabajaban más de trescientas personas. La mayoría de ellas eran de nuestra villa, pero también las había de localidades vecinas, como el Javalí Nuevo, Sangonera la Seca o la Puebla de Soto. Era un referente para toda la población la sirena que avisaba a la una del mediodía, que se hacía una parada para la comida, y a las dos y media nuevamente para reanudar la tarea. ¡Cómo no acordarse “del pito de Galindo!

            Se trabajaba de lunes a sábado, y el sueldo se cobraba semanalmente. Para llevar la organización de la empresa se precisaban muchos empleados. Sólo tenemos que imaginar la confección de la nómina de trescientos empleados a partir de las anotaciones del “listero”, que cada día anotaba puntualmente la asistencia al trabajo, auxiliado por el portero que registraba las entradas o salidas irregulares.

            El pequeño ejército de escribientes estaba dirigido por Don Ángel Galindo Caballero, que se encargaba de la sección maderera, y sus yernos Alonso Domínguez y Leandro Sánchez en la sección del esparto. Después sería Ángel Galindo Núñez el responsable del esparto.

            Algunos escribientes que podemos recordar fueron los hermanos José y Ángel Sánchez Gómez, José (hijo del primero), Ángel y Pedro Palazón, y Antonio Zapata. También los hermanos Ángel y Jesús Cano Molina, el primero de ellos además era jefe de compras de maderas por el sur de España.

Los hermanos Ángel (de espaldas) y Jesús Cano Molina,
en las oficinas de la fábrica de maderas de Galindo.
(Foto propiedad de Pilar Cano Vicente.
Archivo Municipal de Alcantarilla)

            La otra empresa que nos sirve como modelo de aquel tiempo es la fábrica de conservas B. Antonio Cobarro Tornero. Con una extensión de más de treinta mil metros cuadrados, se encontraba situada entre las dos líneas del ferrocarril que en aquellos tiempos existían. Al igual que Galindo, realizó un concierto con Renfe para disponer de raíles propios, con entrada al interior de la fábrica. Mediante vagones Transfesa llegaron a salir hasta un tren diario durante semanas, tal era el nivel de producción de la factoría.

Fachada de la Fábrica de Conservas Cobarro.
Foto Pedro Carrillo. Serie Oficina Técnica 1984-1985.
Archivo Municipal de Alcantarilla.

            En el interior de la fábrica, en épocas de temporada de fruta, el número de mujeres podía ascender hasta 1500, y el de hombres a 400.

Interior de las instalaciones de Conservas Cobarro en 1970
(Foto de autor desconocido)

            En el exterior, el personal de campo y huerta podía superar posiblemente las 3000 personas. Todo esto sin tener en cuenta que el personal fijo anual era una plantilla de más de 400 empleados para el normal funcionamiento de administración, programación y preparativos de organización de campañas. El personal procedía, además de nuestra villa, de todas las pedanías periféricas. A veces incluso venían con autocares desde lugares más lejanos, y se les alojaba aquí para pasar la temporada de la fruta.

Hoja de bloc para las anotaciones de los jornales
de huerta (Juan Cánovas)

            Su mercado más importante lo tuvieron en el Reino Unido, utilizando en diversas ocasiones las ventajas del transporte aéreo. Grandes aviones Lancaster se encargaban de acarrear desde Los Alcázares hasta Londres la delicada mercancía.

Banderola que cubría las cajas de fruta enviadas
al extranjero (Juan Cánovas)

            Como director de administración, organización y funcionamiento de la empresa, se encontraba uno de los hijos del fundador, Basilio Cobarro Yelo, que comandaba un nutrido grupo de escribientes, con Francisco Tormos como jefe contable. Más tarde, y a la jubilación de éste, Esteban Vicente Hurtado, que había comenzado como listero desde muy joven en la empresa, fue depositario de la confianza del director para la administración y contabilidad de la firma. Con él estuvieron también otros como Pedro Ruiz; Francisco de Lucas, Marcelino, y una portería cubierta siempre por José Pérez Muñoz.

Esteban Vicente Hurtado
(Foto cedida por la familia)

            Al frente de las exportaciones estaba otro hijo, José Cobarro Yelo, que contó con la  colaboración de Luis Bernal como intérprete de inglés, y después de él, con Alfonso Hernández Hernández, intérprete de cuatro idiomas. El responsable del laboratorio químico era Don José María Navarro Hidalgo de Cisneros.

Alfonso Hernández Hernández
(Foto Juan Cánovas)

En el centro del grupo, Don José Cobarro Yelo
mostrando las instalaciones a unos visitantes.
(Fotografía de autor desconocido)

            Como decíamos antes, en la década de los ochenta se incorporó el ordenador a las oficinas, ocasionando una revolución en la profesión. Las anotaciones que hasta ese momento se hacían a mano, sólo quedaron para los albaranes de salida de almacenes. La pluma estilográfica, símbolo del escribiente, quedó relegada en el último cajón del escritorio.

Pluma estilográfica Parker

            Aquellos primeros ordenadores fueron la amenaza en ciernes de los puestos de trabajo de los escribientes. A pesar de que aquellas primeras máquinas tardaban más de dos horas en hacer cincuenta asientos contables, superando con creces a un oficinista curtido, eran totalmente precisas, pues no cometían ningún error al pasar los apuntes a las cuentas del mayor, ni a la hora del realizar el balance, con el consiguiente ahorro de horas que se perdían para buscar los 17 céntimos de descuadre en el mismo cuando se realizaba manualmente.

Ordenador Wang 22-VP con discos flexibles de
5 pulgadas para grabación de dados.
(Foto de autor desconocido)

            Para manejar estas primeras máquinas, los oficinistas elegidos tenían que hacer un curso intensivo de programación en Basic, que era el lenguaje que el ordenador entendía. Después de la introducción de datos y de su computación, los resultados quedaban grabados en unos discos flexibles de cinco pulgadas.

Listado de un pequeño programa escrito en lenguaje Basic.

            Las máquinas de escribir se resistían a desaparecer, incluso ahora que habían aparecido en versión electrónica, con cinta de polietileno y calidad de imprenta. En los primeros años de los ordenadores, incluso fueron necesarias, ya que las impresoras matriciales que acompañaban al nuevo invento aún no daban la calidad precisa para documentos oficiales.

Máquina de escribir electrónica Hispano Olivetti
Modelo Tekne 3 (Foto de autor desconocido)

            Después, los procesadores de texto, las hojas de cálculo, las bases de datos, las impresoras de chorro de tinta… El futuro que nuestros abuelos auguraban ya había llegado.

            Vertiginosamente, con respecto al avance de la tecnología a lo largo de los tiempos antiguos, la ofimática avanzó de forma imparable, inundando todos los estamentos, incluso los hogares de todo el mundo con los ordenadores personales. Llegó el Amstrad PC, sucesor de Xpectrum y del Commodore.

Ordenador Amstrad PC 1512 con disqueteras de 3,5 pulgadas.
(Foto de autor desconocido)

            Y llegó Bill Gates con Microsoft Windows y fue el acabose. Las grandes empresas y sobre todo los bancos, realizaron una reforma en sus oficinas que llevó a pasear por los parques, y a visitar obras en construcción, a cientos de escribientes prejubilados. Era el fin de una época y de un sistema de trabajo que dio de comer a muchísimas familias.


Ordenador personal y Ordenador portátil.

            Lo lamentable es que hayamos podido rescatar esa tabla de barro del año 2040 a.C. de Ur, y sin embargo, del ingente trabajo realizado por esos miles de plumillas, escribientes que se dejaron la vista tras los números trazados en papel, dentro de otros 2040 años nadie podrá encontrar nada. Como tampoco se hallará registro alguno de lo grabado en esos discos magnéticos de los superordenadores que hoy día suplen el trabajo de tantos seres humanos.

            Probablemente sólo se encontrará, entre los restos arqueológicos de nuestra era, lo escrito por nuestros educandos de más corta edad, si fuésemos tan inteligentes como para cambiarles la Tablet de la que ahora presumen, por una pizarra y pizarrín como las que sus abuelos utilizaron para no consumir papel, que era un bien escaso y caro. ¡Pero las ciencias adelantan que es una barbaridad, una brutalidad, una bestialidad! (De La verbena de la Paloma, con libreto de Ricardo de la Vega, y música de Tomás Bretón).




            Pizarra escolar y pizarrines
(Juan Cánovas)








ESQUILADORES

            Un esquilador es una persona que se dedica a cortar la lana o el pelo de los animales, y que habitualmente desempeña su labor en las explotaciones agrícolas. Se trata de un oficio muy antiguo pero que en la actualidad se realiza utilizando herramientas eléctricas que facilitan bastante el trabajo, aunque se requiere mucha experiencia para realizar la esquila correctamente, porque de ello depende la calidad de la lana resultante que después se comercializa.

Esquileo

            El esquilador, este oficio, en su mayor parte solían ser de raza gitana, que se dedicaban a esquilar bestias, trabajo ambulante o a domicilio, si el cliente lo solicitaba. En muchos casos este trabajo se hacía en descampado; éste portaba una bolsa al hombro con sus herramientas, maquinilla corta-pelo, tijeras de varios tamaños. Para el corte de pelo solían hacer algunos adornos, como un pez, un reloj de arena y otros.


Herramientas para el esquileo

            Antes de la entrada del verano, que es cuando hay que realizar la esquila del ganado, era la época con mayor carga de trabajo para estos profesionales.

Esquileo a tijera

            En la provincia de Murcia, territorio de confluencia de varias cañadas reales, que la convertían en zona ideal para el esquileo de cientos de miles de ovejas merinas, que cada año, a mitad de camino en su ruta trashumante hacia los pastos de verano de las sierras del campo de Cartagena, zona de Fuente Álamo y campos aledaños del Mar Menor, se esquilaban en numerosos ranchos de acogida del ganado trashumante.



Esquileo

            Entre otros, cuyos nombres y datos desconocemos, citamos en Alcantarilla a Rafael, que vivía en una casa cerca de la esquina de la calle Estación con calle Mayor, y al gitano Joselito.


Esquileo de bestias


Oveja a medio esquilar. Detalle del grosor de
la lana que se le extrae por este medio.
(Fotografía de autor desconocido)


Oveja recién esquilada y fresquita.
(Fotografía de autor desconocido)
           
 

SIGUE EN "ANTIGUOS OFICIOS EN ALCANTARILLA II-B"

3 comentarios:

  1. Una muy buena investigación. Ha merecido la pena el trabajo que han dedicado. Mi más cordial felicitación a los autores.

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  2. Increible, fascinante,romantico,nostalgico, etc..etc..mil aplausos a sus historiadores de Alcantarilla, un trabajo mas que historico, muy bien iniciado y acabado...dificil de describir esste trabajo noble y duiradero, esquisito sabor de la antigua Alcantarilla, donde mis padres nacieron y yo me crie, nacido en el 1936, que tan gratos recuerdos me tra este sublime trabajo de Dn Jose Riquelme Juan Canovas, desde San Antonio Tejas, EE.UU una felicitacion sin limites, sin fronteras, que mas se puede decir que no se puede expresar. GHracias

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  3. Espectacular trabajo, enhorabuena a los autores, muy emocionante la mención a mi abuela Luisa Herreno y a la Fabrica de Envases Galindo donde trabajo mi padre, Santos Giménez, durante 40 años, un fuerte abrazo para mis paisanos desde Sevilla.

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