Juan Cánovas Orcajada
Nuevamente
volvemos a presentarles una muestra de los Antiguos Oficios que se
desarrollaron en un tiempo pretérito en nuestra ciudad. Como testigos privilegiados que han observado
desde niños la transformación de nuestro pueblo, y de los oficios y gentes que
lo conforman, hemos creído que nuestro pasado, tan reciente pero desconocido
por las nuevas generaciones, debía ser mostrado con las mismas finalidades que
nos impulsaron hace tres años en la primera exposición: generar inquietudes en
nuestros nietos y recuerdo nostálgico en los abuelos.
Esta
vez, nuestra mirada se ha posado mayoritariamente en aquellos oficios que
tenían aprendices en sus talleres o en sus cuadrillas, y que al pasar el tiempo
llegaban a ser oficiales, que llegado el día suplían a sus maestros en la
jubilación. Algunos de ellos son el albañil, el mancebo de boticario, el
calderero, el escribiente, el fundidor, el mecánico y otros.
Daba
la impresión de que el tiempo transcurría más lentamente que en la actualidad,
y los padres se preocupaban de que sus hijos recibieran una sólida formación en
aquellos oficios que siempre tendrían continuidad y futuro.
Y
los zagales, al salir de la escuela, entrábamos en el viejo matadero de la
avenida Calvo Sotelo (hoy calle Mayor) para ver, sin ningún escrúpulo, como
echaban sobre la mesa al cerdo entre varios hombres para el sacrificio. Y lo
contamos ahora, al recordar el oficio de matachín, sin traumas, porque aquello
formaba parte de nuestra vida diaria, con la misma naturalidad con que jugábamos
a las canicas, o tomábamos la leche en polvo que nos daban en la escuela
gracias al plan Marshall americano.
Se
nos han quedado otros oficios en el tintero (ahora es más propio decir en el
ordenador), ya que los que aquí les mostramos han sido realizados sin miedo a
extendernos en explicaciones, lo que ha supuesto que alguno de los oficios
lleve un despliegue de hasta cuatro carteles (ocho páginas).
Y
ahora, les invitamos a conocer esta segunda parte de Antiguos Oficios en
Alcantarilla.
Juan
Cánovas Orcajada
José
Riquelme Marín
Enero
2020
ÍNDICE
TOMO II-A
ALFARERÍA
AMA
DE CRÍA
ASENTADORES
DE LONJA
BOTICARIOS
Y MANCEBOS
CALDEREROS
CAPADOR
CARTEROS
CINEMATÓGRAFO
CLAVADORES
DE PÚAS
CONFITEROS
DESTILADORES
ESCRIBIENTE
ESQUILADORES
TOMO
II-B
FUNDICIÓN
DE HIERRO
GASEOSERO
HERRADOR
JABONEROS
MAESTRO
DE OBRAS
MARCHANTES
Y TRATANTES
MATACHINES
Y CARNICEROS
MECÁNICO
INDUSTRIAL
MERCADO
DE GANADOS
MOSAISTA
PANADEROS
PERROGORDO
TALLER
DE ALFARERÍA
TEJEROS
TRASHUMANCIA
PRÓLOGO
En el Catastro de la Ensenada de 1756,
que se conserva en el Archivo Municipal, tenemos la oportunidad de conocer los
oficios a los que se dedicaban nuestros antepasados en la Alcantarilla del
siglo XVIII. Algunos como boticarios y mancebos, confiteros, panaderos,
taberneros o herradores, han perdurado hasta la primera mitad del siglo pasado,
e incluso han llegado hasta la actualidad.
El Centro Cultural Infanta Elena, en el
año 2017, albergó una magnífica muestra de los “Oficios Antiguos”, compuesta de
fotografías en paneles explicativos sobre cuarenta profesiones ya desaparecidas,
de las muchas que se ejercían en Alcantarilla y en otras localidades murcianas.
Este año, en el Circulo Industrial, veintiocho nuevos oficios muestran una
continuidad con aquella exposición que tanto éxito tuvo entre los visitantes.
Los autores, José Riquelme y Juan
Cánovas, nos presentan, a través de trescientas veinte y cinco fotografías de
particulares de Alcantarilla, esta nueva serie de oficios antiguos que se
relacionan en el índice. Quiero destacar el carácter didáctico y el dominio
profesional de la fotografía que convergen en estos dos infatigables
investigadores, quienes están realizando una labor encomiable con los alumnos
de los Centros Educativos de Alcantarilla. Además de la recuperación y difusión
de los testimonios orales de aquellos que ejercieron los oficios, y de los documentos gráficos de tan importante
valor patrimonial para el estudio de la historia local y regional.
Una muestra de trabajos tradicionales actualmente
desaparecidos, como caldereros, capadores, amas de cría, destileros, gaseoseros
y clavador de púas. Aquellos que fueron desarrollados con medios tan precarios por
los que nos precedieron, esas personas que
vivían y transitaban por nuestras calles en la primera mitad del siglo XX. Las
instantáneas inéditas corresponden a oficios del pasado que fueron parte
importante de nuestra sociedad, y que
los avances técnicos han convertido paulatinamente en innecesarios, quedando como
huellas de otros tiempos. Otras profesiones se han transformado con la incorporación
de maquinaria más sofisticada y la irrupción de nuevas tecnologías, con lo que, prácticamente,
lo que permanece es el nombre y la función,
pero la praxis diaria resulta irreconocible.
Nuestro
agradecimiento a Juan Cánovas y José Riquelme por la donación al Archivo
Municipal de Alcantarilla del material gráfico, en soporte papel y digital, de
ese laborioso trabajo de digitalización y recopilación de las fotografías, y
también de la información aportada por los particulares que han colaborado con
sus fotografías familiares, que constatan su autenticidad e identificación de
los elementos que aparecen en ellos y, cómo no, que enriquecen el Álbum
Familiar del Archivo en la misma temática. Gracias a su aportación cada día se
incrementan los fondos fotográficos existentes sobre Alcantarilla, que son
ejemplo de una vida y de un pasado.
María
Rosa Gil Almela
Archivera
Municipal de Alcantarilla
Antiguos oficios en Alcantarilla II
Los oficios que el visitante puede contemplar
en esta segunda colección tienen en su mayoría un carácter que los distingue de
la primera. Aquí encontramos oficios que se desarrollaban colectivamente, en
talleres, fábricas. Oficinas y obras.
Es cierto que se siguen construyendo
edificios, pero han desaparecido de nuestro entorno las cerámicas y su manera
artesanal de fabricar ladrillos, así como las cuadrillas de albañiles con el
pañuelo a la cabeza, subidos en un andamio de tableros.
En esos edificios se seguirán colocando
azulejos en el cuarto de baño, y losas para el suelo, pero ya no se fabricarán
tan penosamente como lo hacían los empleados de esas fábricas de las que
hablamos.
Mostramos y hablamos también de aquellos
grandes talleres mecánicos, y de fundición de metales, que acogían en su
interior a una legión de oficiales, que construían máquinas para aquellas
industrias conserveras y madereras ya desaparecidas, y que tenían a su lado a
los jóvenes aprendices, que años más tarde serían los impulsores de la
industria que puso a nuestra ciudad a la altura de las mejores.
Hemos recordado a aquellos escribientes, que
hasta la aparición de la ofimática fueron imprescindibles y en gran cantidad,
en todos los puestos de control numérico y ortográfico, cuando los apuntes
pasaban del lápiz al plumín con tinta y tintero. Este oficio es uno de los que
sí han desaparecido por conversión.
Encontrarán también el viejo oficio de
capador de animales de corral, y el de matachín, y recordamos aquellos carteros
que nos llevaban en su bicicleta las tarjetas postales de felicitación, y
aquellos boticarios que tenían que preparar las fórmulas magistrales de las
medicinas.
Quizá a los más jóvenes les pille por
sorpresa encontrar unos paneles, explicando que tuvimos hasta tres cines de
invierno funcionando al mismo tiempo, y en verano tres terrazas igualmente.
Les invitamos a descubrir el resto de oficios
que hemos preparado con toda la ilusión, para que perdure en nuestra memoria
colectiva.
Alfarería, de alfaharería, es el
arte de elaborar objetos de barro o arcilla y toda clase de enseres y
artilugios domésticos a lo largo de la historia. La industria alfarera, además
de la vajilla y la cacharrería, abarca la azulejería sencilla, la tejería, la
ladrillería y la fabricación de baldosas sin esmaltar. Alfarería es sinónimo de
cerámica. La alfarería se relaciona con los espacios de fabricación y venta, y
la cerámica con el conjunto de objetos y sus vertientes científicas asociadas a
la arqueología.
Cerámica de la Península Ibérica.
El
entorno natural y climático propio del lugar. El factor geológico como base de la materia prima era
necesario para obtener el material primario, la arcilla, y también era
necesaria la existencia de árboles para conseguir la leña que se usaba en la
posterior cocción en hornos.
La
dinámica cultural. Una concentración de poder impulsa la necesidad de
elaborar objetos suntuarios para palacios y cultos religiosos, así como
vajillas, utensilios para guardar alimentos y bebidas.
Vaso campaniforme
El
aumento de la demografía y sus necesidades. Cuando se produce un incremento
demográfico las necesidades funcionales aumentan, es necesario que los
productos se transporten y almacenen.
Hacia el año 2000 a. C. se
desarrolla la cultura almeriense, que dio origen a la cultura del vaso campaniforme. Hacia el 1700 a. C., apareció la
cultura de El Argar, al sur de la Península Ibérica, donde se han encontrado
sepulturas realizadas en tinajas ubicadas en el propio subsuelo de las
viviendas, con gran cantidad de objetos, entre ellos, piezas de cerámica. Las
tinajas tienen dimensiones de un metro de altura por 70-80 cm. De diámetro, y
las mayores fueron encontradas en la región de Murcia.
Entre el 1300 y el 750 a. C. se
produce la llamada cultura de los campos
de urnas.
Cerámica Ibérica decorada
A comienzos de la Edad del Hierro, a la cerámica se
añaden pinturas policromas, barnices y se utilizan hornos de doble cámara.
Cerámica griega.
Los griegos establecieron su comercio en la población
ibérica entre el 600-550 a. C., cobre todo con vajillas seriadas… Esta vasija,
junto con las cráteras, son las piezas más reproducidas por los alfareros
ibéricos junto con pequeños cántaros.
Oinochoe griego de Alcantarilla
Cerámica Ibérica.
Los griegos denominaron Iberia las
costas occidentales del Mediterráneo y, por tanto, los iberos eran sus
habitantes. La arqueología agrupa la producción de cerámica en cinco áreas:
Murcia, Valencia, Aragón, Cataluña, y una gran parte de Andalucía y de Castilla
– La Mancha.
Hispania romana.
Cuando Hispania cae bajo la potestad
de Roma, el oficio de alfarero experimenta un gran desarrollo. Llegan a la
península grandes cantidades de cerámica, y operarios que traen e implantan su
técnica y su saber. A partir del siglo I a. C. se introduce en todo el
territorio las primeras vajillas finas y los vasos de colores vivos, piezas que
son copiadas en todos los talleres artesanos. Destacan las obras de barniz
negro y barniz rojo, con paredes finas y la cubierta vidriada, y los tipos más
abundantes son las ánforas, lucernas y vajillas. La vajilla de terrasigillata
es la preferida, y se solía realizar con una decoración en relieve, con galba
de color rojo.
Cerámica romana
Cerámica visigótica.
La producción, decadente, de baja
calidad y siguiendo modelos derivados de la cerámica romana, tenía fines
domésticos y, en menor medida, funerarios. En conjunto puede describirse como
alfarería tosca y mal cocida. Las piezas conservadas presentan tonos cremosos,
rojizos o gris manchado de negro, con apenas decoración.
Jarro, cerámica visigótica.
Cerámica árabe.
Cerámica andalusí (o cerámica
hispano musulmana) es la producción alfarera fabricada en al-Ándalus (Península
Ibérica) entre los siglos VIII y XV. Se caracterizó por las formas elegantes de
las vasijas, el vidriado, la azulejería y el uso de los esmaltes. Innovó en la
cerámica europea con técnicas como los reflejos metálicos y la cuerda seca.
Plato de cerámica árabe vidriada
Existen
también juguetes, con diferente grado de antigüedad: siurells, pitos,
flautas, zambombas y figuras de belén, además de miniaturas de casi toda la
vajilla.
Pito pajarito
NODRIZAS
EN ALCANTARILLA
La
imposibilidad física de criar al recién nacido, impulsó a muchas madres de
antaño a buscar a quien sus pechos sacase adelante la progenie. Surge entonces,
por necesidad, la figura de la nodriza. En una época posterior a nuestra guerra
civil, las condiciones de vida, la insalubridad, las malas condiciones
alimentarias, y la nula posibilidad de obtener una leche idónea para los
lactantes, hizo que lo mejor de nuestra gente aflorara. Tradicionalmente, la
figura del ama de cría estaba relacionada con la nobleza y el afán de mantener
la figura de muchas madres.
Foto de autor
desconocido
Sin
embargo, en la mayoría de los casos a los que hacemos referencia en este
pueblo, no era así. Aquí no fue una profesión ser ama de cría, aquí fue un
ejercicio de solidaridad hacia el lactante, cuya madre no podía satisfacer sus
necesidades alimenticias. El recurso a un ama de crianza podía estar motivado
por razones físicas, como en el caso de producción insuficiente de leche, o en
partos múltiples en los que una sola persona no puede satisfacer los requisitos
de lactancia.
La
tarea no estaba restringida a los profesionales, sino que era parte del cuidado
de los infantes compartido entre todas las madres del grupo o vecindario.
El
desarrollo de fórmulas más completas para la leche en polvo, adaptada en muchos
casos al sistema digestivo del niño, ha llevado a la paulatina extinción de la
institución del ama de crianza en los países desarrollados.
Tenemos conocimiento de varios casos en nuestro
pueblo, habrá muchos más que nuestra ignorancia nos impide reflejar. Rogamos
nos perdonen los que fueron beneficiados y no reflejamos aquí, por estas
estupendas y desinteresadas mujeres, que se merecen este pequeño homenaje y
mucho más.
Doña María Marín
Martínez, madre de uno de los coautores de este trabajo, dio
de mamar a Josefa Menárguez, “Pepita de la tienda”, recientemente fallecida.
Querida hermana de leche y gran amiga.
María Marín Martínez
(Foto cedida por la
familia)
Doña Luisa
Herrero dio de mamar a la hermana de Felipe Andreo Vázquez
(Veterinario de este pueblo), Loli Andreo.
Doña Eulalia
Salinas Guillamón, Madre de Francisco Carrillo Salinas, dio de mamar a
Lola hija de Juan Roque, luego madre de Juan Roque López Hellín y Jesús. La
amamantó junto a su hija Catalina Carrillo Salinas, nacida en 1936. Su sobrina
Angelina Salinas, hija de su hermano Juan, ante la falta de leche hubo de mamar
de una cabra. Muerto su hijo Juan a los 19 meses de nacer, Catalina dio de
mamar a su sobrina.
Eulalia Salinas
Guillamón
(Foto cedida por la
familia)
Doña Carmen
Hernández López por los años de 1938-39 vivía en Cartagena y estaba
embarazada de su hijo. Un intenso bombardeo de los Nacionales le causó un gran
susto y se le adelantó el parto cuarenta días. El hijo murió a los cuarenta
días de nacer y se trasladaron a Alcantarilla. Enterado de la muerte de su
hijo, el médico D. Ignacio López Lacal, casado con doña Dolores Vivo, con
vivienda en el alto de “Pacúm”, le pidió amamantara a su hija María Clofé
porque su nodriza se había marchado. Lo hizo, y la niña empezó a mejorar y le
tomó gran cariño. Luego, Don Ignacio y doña Dolores apadrinaron a Paquita, hija
de Carmen y al resto de sus hermanos, que se referían a doña Dolores con gran
cariño como su madrina, conservando siempre una gran amistad.
Doña Ana Oliver
Martínez, la madre de Andrés “el Duro”, compañero nuestro de
bachillerato, amamantó a José Ángel Velázquez Cascales, hijo de Isabel Cascales
y Matías Velázquez, hermano de Leonor. José Ángel, buen amigo y compañero ha
fallecido recientemente en Francia.
Miguel Guirao Oliver
“el Duro”
(Foto Pepe Riquelme)
Doña Librada
Soto Pagan, madre de Juan Silvente Soto (Marido de la Luces).
Junto a tres de sus hijos dio de mamar a cinco lactantes. Con su primer hijo
José Silvente Soto, amamantó a dos más, entre ellos al hijo de Carmen Legaz.
Con su hijo Mateo simultaneó a otro. Con su Hijo Ángel le dio a Joaquín “El
Pata” (de la plaza del Convento), y a otro que vivía al lado del Puente de las
Pilas. El padre de Joaquín le ponía unos enormes platos de comida cuando iba a
amamantarlo.
Librada Soto Pagán
(Foto cedida por la
familia)
Doña Rosario
Aulló García, madre de Juan “El Regular”, amamantó a Basi Marín
Riquelme y a Fina Aulló Pujante, del estanco de la Estación.
Rosario Aulló García
(Foto cedida por la
familia)
Doña Dolores
Lorca López, madre de José Antonio y Segismundo Tudela Lorca,
amamantó a Maruja, hija de Julia “la Cobarra”, y de Don Francisco Hernández
Aráez, (alcalde de nuestro pueblo entre abril de 1938 y abril de 1939); y
también a la de Dorotea, que arreglaban sillas de anea en la Cuesta del Mareo,
junto a su hija Dolores. Esto sucedía en la década de los 30 del pasado siglo.
Don Francisco
Hernández Aráez
(Reproducción de la
galería de alcaldes del
Ilustrísimo
Ayuntamiento, por Juan Cánovas)
Doña Donata
Martínez Martínez dio de mamar a Julita, hija también de Paco Hernández
Aráez, y Julia “la Cobarra”. Hermana de leche de su hija Lola. Julita llamaba
“mamá” a la Donata.
Donata Martínez
(Foto cedida por la
familia)
Doña Manuela
Manzano Hernández, madre de Pedro Domingo Manzano (Pedro el del Bar
Piscis) y hermano de leche de Juan Antonio Pellicer. Su madre los amamantó allá
por 1933.
Pedro Domingo Manzano
(Foto Pepe Riquelme)
Doña Josefa
Menárguez Almagro, “La Casas”, mujer de Pepe Saavedra el maestro de
obras, de la calle Rosario, le dio de mamar a Marcos de la Esperanza y a su
hija Paquita, en los años 1967-68.
Josefa Menárguez
Almagro
(Foto cedida por la
familia)
Quien conoce bien la
historia de las Amas de cría es el médico, antropólogo y profesor universitario
gallego José Ignacio Carro Otero, presidente de la Real Academia de Medicina y
Cirugía de Galicia, recientemente investido académico de honor de la Real
Academia de Medicina de Asturias con un discurso que fue todo un do de pecho
sobre la lactancia y las glándulas mamarias:
"Muchas veces el
tener un pecho grande y, por tanto, algo caído y deformado, al marido le
resultaba atractivo. ¿Por qué? Porque sabemos que son necesarios para que los
niños sobrevivan. En gran medida es por eso. Igual que son atractivas las
caderas: ante una mujer con unas caderas adecuadas el cerebro lee que ahí puede
desarrollarse bien un embarazo. Ante unas caderas estrechitas ve que ahí habrá
problemas en el parto y la mujer se puede morir. Ése es un mensaje que nuestro
cerebro ha venido elaborando inconscientemente desde la época en la que nos
convertimos en humanos, hace 4 millones de años. Si usted ve unas glándulas
mamarias pequeñitas su cerebro interpreta: eso es un grifo pequeño, poca agua
puede dar. Mientras que si ve un pecho ubérrimo, eso delata de que
inmediatamente hay posibilidades de una buena lactación y por tanto que el niño
tiene posibilidades de sobrevivir. En gran medida, ése es el origen de la
fascinación de los hombres por el pecho abundante. La naturaleza lo hace así.
Está todo sobre unas bases reales. De ahí que hoy se trate de lucirlo. Ya ve
que se rellenan. ¿Por qué si no la gente se somete a una intervención
quirúrgica que es complicada, pagando unas altas cantidades y a veces con
problemas? La mujer trata siempre de exaltar la silueta: cintura de avispa y
pecho rotundo".
Autor desconocido
ASENTADORES
DE LONJA
La
huerta Alcantarilla siempre
ha
sido fértil y, en ella, se han cultivado frutales, se han plantado verduras y
se han sembrado legumbres, de las que de todas ellas se han obtenido frutas,
verduras y legumbres de gran calidad.
Antiguamente
la población no podía consumir todo lo que su huerta
producía, teniendo que derivar su mercancía hacia mercados importantes de la
comarca y de Murcia capital. Para la venta de toda la mercancía, surgieron los
mediadores o intermediarios, que compraban a los agricultores y vendían a los
representantes de los mercados más importantes.
El
primer local de la Lonja de frutas y verduras de Alcantarilla estuvo situado en
la calle Palmera, en el solar de lo que luego sería la fábrica de conservas de
Cascales.
Eran
los asentadores Diego Riquelme Rodríguez, “Diego el Sol”, Luis Ortiz Laborda,”
Luis El Pelera” y Pedro Fuentes.
Diego Riquelme Rodriguez, “Diego el Sol”
(Foto cedida por la familia)
El
20 de octubre de 1949, el Ayuntamiento compra a Don José Gambín Talón una
tahúlla de tierra de huerta en la carretera de Murcia, frente a la fábrica de
Florentino Gómez Tornero, valorada en 40.000 pesetas, con el propósito de
construir la Lonja Municipal de frutas y verduras, y sacarla del casco urbano.
Se le encarga el proyecto a Don Joaquin Dicenta Vilaplana, que hace un
presupuesto de 243.255,75 pesetas.
Puestos 1 y 2: Francisco
Riquelme Caballero, “Paco el Sol”, hijo de Diego y Luis Ortiz Cascales, “Luis el Pelera”, hijo
de Luis Ortiz Laborda
Puesto 3: José Caparros Cano
Puesto 4: Pedro Martinez, “Perico
el Pelluzo
Puesto 5: Jesús Teruel, “El
Gaspare”
Foto
de autor desconocido
José
Caparrós Cano
(Foto
cedida por la familia)
1984
– La Lonja (1), y a la izquierda la discoteca Super-Chuyss y la casa-torre
“María
Luisa” de la familia Caride. (Foto Pedro L. Cascales López)
Pedro
Martínez, “Perico el Pelluzo”
(Foto
cedida por la familia)
También
Trabajaba en el local, asociado a “Paco el Sol”, Pepe Balsalobre, que se
dedicaba a la exportación.
Por la noche vigilaba los locales Ginés
Orenes “El Coñi”, guardia del Ayuntamiento, que era también conserje de la
Plaza de Abastos de San Pedro.
Los
agricultores querían vender sus
productos lo más caro posible y los representantes, también llamados asentadores,
comprar cuanto más barato mejor. Este oficio de intermediarios estaba reservado
para los hombres.
Los
agricultores no tenían pereza para madrugar y, a primeras horas de la mañana procedían
a vender sus productos bien frescos, a los asentadores o representantes de las
lonjas más importantes. También surtían a vendedores ambulantes, y venían de
otros pueblos de los alrededores y más lejanos, como Barqueros y Fuente
Librilla.
En
el año 1.980 se inauguró el Mercado de Frutas y Hortalizas de Mercamurcia,
trasladándose la actividad de la antigua Lonja a las nuevas instalaciones, que
ofrecían a los usuarios un equipamiento adecuado a las necesidades, así como un entorno cómodo y con amplitud
suficiente como para aumentar la concentración de productos y hacer posible un
mejor abastecimiento de los clientes.
Francisco Riquelme Caballero, “Paco el
Sol”
(Foto cedida por la familia)
BOTICARIOS
El boticario y las boticas de antaño
poco tienen que ver con las farmacias actuales. Aunque unas y otras se
dedicaban, y se dedican, a la venta de remedios y medicamentos, la distancia
entre ambas es notable.
Los laboratorios farmacéuticos son
creaciones recientes, con no más de un siglo de existencia, por lo que el
boticario de antes preparaba por sí mismo las llamadas “fórmulas magistrales”
que recetaban los médicos del momento.
Con los ingredientes, todos ellos
naturales, de sus preciados tarros, el boticario tenía su propio “laboratorio,
dotado con redomas, almirez e infiernillo, que le permitía crear el remedio que
necesitaba el enfermo. Esto le daba un prestigio extraordinario a los ojos del
resto de los mortales, de manera que el boticario era todo un personaje en la
sociedad, con especial preponderancia en las comunidades pequeñas.
En la botica, y sobre todo en la
rebotica, que venía a ser como una especie de trastienda, era frecuente que se
reunieran para charlar, tomar algo o ¡conspirar!, el cura, el médico, el
maestro y todos aquellos que “pintaban” algo en el pueblo. Se formaban
tertulias donde se hablaba de todo lo divino y humano, en una época en la que
las relaciones sociales eran importantes, se tenía tiempo para fomentarlas y
las noticias, no tan abundantes como ahora, eran objeto de amplios debates.
Capítulo aparte merecen los tarros
de las boticas, que aún hoy se pueden ver en las farmacias, más como
reminiscencia del pasado y como decoración que como una utilidad práctica,
aunque siguen siendo las señas de identidad de estos establecimientos. Solían
ser de cerámica bellamente decorada, con los nombres de lo que contenían en
latín, lo que aumentaba el misterio de los ingredientes, situando al boticario
a medio camino entre la ciencia y la magia o la alquimia.
Hoy las producciones farmacéuticas
están en manos de multinacionales, que fabrican, al por mayor, cualquier
medicamento a escala mundial. El farmacéutico actual, aun siendo depositario de
los viejos saberes, tiene pocas oportunidades de practicarlas, pues son
limitadísimas las veces que tiene que elaborar alguna fórmula. ¡Ya hay remedios
para todo tipo de males, convenientemente empaquetados y etiquetados! Y las
antiguas boticas, con sus reboticas, que incluso llegaron a ser cantadas en
piezas del “género chico”, han dejado de existir.
En
la fotografía de los años 30 del pasado siglo se pueden ver
las
escaleras adosadas a la fachada del Casino, para acceder
a la
Botica de las Escaleras (Fotografía de autor desconocido)
Cuadro de Pascual Ayala existente en el Círculo Industrial de Alcantarilla basado en
una fotografía de Usero
Apunte gráfico de la farmacia de Las Escaleras
Pedro Cascales, Archivo Municipal
Farmacia
de las escaleras
A finales del siglo XIX, procedente de San Javier, abre
establecimiento de botica don José María López Calahorra, en calle Mayor,
esquina a calle Moreno. Luego se traslada a un bajo propiedad del Circulo
Industrial, con el nombre de Farmacia de las Escaleras por los escalones que
había que salvar para acceder a ella.
En el pleno de fecha 8 de enero de 1916, el Alcalde
informa que “el farmacéutico José María
López Calahorra ha fallecido el día 25 de diciembre pasado. Que se haga edicto
para la vacante. Que los medicamentos los sirva mientras tanto su hijo,
licenciado en Farmacia, Don José María López Leal.”
Aquella vacante la ocupó como titular su hijo don José
María López Leal.
A la muerte de Don José María, como ninguno de sus hijos
había estudiado Farmacia, la compró don Jesús Riquelme Cascales. La titular de
la farmacia, actualmente, es la licenciada doña Ana de Béjar Riquelme.
Fachada
de la situación actual de la Farmacia de las Escaleras,
Calle
Mayor esquina a la Calle Montoya (Foto Juan Cánovas)
Don
José María López Leal (Cuadro que preside la rebotica)
Reproducción
realizada por Juan Cánovas
…aquellos tarros de cerámica bellamente
decorada,
con los nombres en latín… (Foto Juan Cánovas)
Farmacia Caride
José Antonio Caride de Liñán, nacido en
1927 en Alcantarilla, hijo de don Camilo Caride Lorente y de doña María Luisa de Liñán Aramburu.
Terminado el Bachillerato, se preparó para el ingreso en la Facultad de Ingenieros
de Minas (como su padre) por oposición, pero no lo logró. En 1948 hizo el
Preparatorio para estudiar Farmacia en la Universidad de Santiago (tenía
interés en conocer Galicia, la tierra de
donde provenía su familia). Allí estudió cuatro cursos y luego trasladó la
matricula a Granada donde terminó la carrera. En la Universidad Central de
Madrid hizo la especialidad de Análisis Clínicos y Óptica. Luego se especializo
por segunda vez en Óptica en Cataluña, para poder poner la sección de Óptica
fuera de la Farmacia. También hizo la especialidad de Ortopedia, aunque no la
llegó a ejercer.
Farmacia Caride en Calle Mayor, esquina Tío Viruta
(Fotografía propiedad de Don José Antonio Caride)
Rafael
Moreno de Linart estableció su primera “botica” enfrente del Jardín de la
Constitución, en la Calle Mayor. Cuando se casó con Pastora Caride Lorente, su
suegro le compró para el local de la botica una casa esquina con la calle Mayor
y calle Tío Viruta, dando fachada también a la calle de los Carros. Entonces su
tío trasladó la botica a la ubicación que ocupa ahora. Su tío era una persona
muy inteligente y de una preparación cultural y científica enorme. Corriendo el
rumor de que los farmacéuticos no podrían sacar sangre para los análisis, hizo
medicina en Granada.
Don José Antonio Caride y Pedro Saura Sandoval
(Fotografía propiedad de Don José Antonio Caride)
Tenía como
empleados a Fernando Corona (que luego fue alcalde del pueblo) y a
los hermanos Miguel Saura Sandoval y Pedro Saura Sandoval, al que pago los
estudios para que se graduase como ATS. Ambos hermanos fueron eficientes y
competentes mancebos en la botica. A la muerte de Rafael Moreno de Linart, el
padre de José Antonio compró a su hermana Pastora la farmacia para su hijo.
Don José Antonio Caride en la Botica del
Museo de la Huerta (Foto Juan Cánovas)
Los
primeros pasos como farmacéutico fueron de una gran actividad: hacía los
análisis que mandaban los médicos a los
pacientes. En aquella época los médicos recetaban casi todo en fórmulas
magistrales, lo que llevaba a realizar un gran trabajo en las reboticas. Había
un precio baremado para estas fórmulas, común para todas las farmacias. No se
ponía el precio en la receta, sino que se ajustaba con un código de letras de
esta palabra:
HIPOCRATES
1-2-3-4-5-6-7-8-9-0
Cada letra
tenía un valor y así se marcaba el precio de la formula: 13´20 pts. = H-
P- I- S.
José
Antonio vendió su farmacia en 1980, y siguió ejerciendo en la Clínica San José
(de la que era socio fundador) como farmacéutico y analista, hasta que se
jubiló a los 75 años en 2002.
El 25 de
marzo de 2017 se firmó el protocolo de donación al Museo de la Huerta, de su
antiguo laboratorio y de toda la documentación atesorada durante sus años de profesión.
Acto de donación, con el Alcalde y la Concejala
de Cultura (Foto Juan Cánovas)
Vista parcial de la Botica del Museo
de la Huerta (Foto Juan Cánovas)
Farmacia Menárguez
Doña Reyes Menárguez Carreño es en la
actualidad la farmacéutica que dirige esta institución de nuestra ciudad, una
de las decanas. Comenzó su andadura junto a su padre en el año 1996. Ella
pertenece a la tercera generación con ese apellido, desde que su abuelo, Don
Francisco Menárguez García, después de cursar estudios en Madrid (aprovechó la
circunstancia de que allí residían unos familiares), abriera botica a
principios del siglo XX en la calle Mayor, esquina a la calle Francisco Pérez
Almagro (actualmente Calle Los Garcías).
Antiguos frascos de farmacia
(Foto Juan Cánovas)
Don Francisco Menárguez García
(Foto cedida por la familia)
La segunda
generación, Don Francisco Menárguez Arnaldos, hijo del anterior, también
estudió en Madrid en 1947, después de recorrer varios centros de enseñanza en
diversas provincias. Al terminar la carrera de farmacia, sobre el año 1952/53,
se hizo cargo del despacho familiar. Su padre abrió nuevo establecimiento al
público en la pedanía de La Raya.
Aspecto actual de la Farmacia en la Calle Mayor,
esquina a la calle Los Garcías (Foto Juan Cánovas)
Uno de los libros de fórmulas magistrales para la
composición de medicamentos. (Foto Juan Cánovas)
Don Francisco Menárguez Arnaldos
(Retrato cedido por la familia)
La tercera
generación se adecúa a los tiempos que se mueven en ese último tercio del siglo
XX. El abuelo Francisco Menárguez García deja el despacho de La Raya y abre uno
nuevo en la calle Mayor de Alcantarilla, pero en la parte arriba del paso a
nivel, concretamente junto al jardín de Campoamor. Es el año 1970 y allí estará
con él su nieta Micaela Menárguez Carreño, también farmacéutica como su
hermana.
Doña Reyes Menárguez Carreño
(Foto Juan Cánovas)
MANCEBO
DE BOTICA
Antiguamente, el pueblo llano decía:
“Baldomero se ha muerto de una cosa muy mala”, como sí, por el contrario, se
pudiese morir de algo muy bueno. Como dice un viejo farmacéutico de nuestro
pueblo, cuenta cómo en sus inicios de boticario tenía que explicar que el
“cólico miserere”, que con tanta gente acabó, no era una enfermedad en sí, sino
una apendicitis que al no ser tratada quirúrgicamente cursaba en una septicemia
mortal.
Eran tiempos donde el analfabetismo
era muy frecuente entre la población que además no disponía, como en la
actualidad, de tantos medios de comunicación audiovisuales: radio, televisión,
revistas de colorines, internet, etc… Por ello el chaval que entraba de
recadero en una farmacia, si era espabilado y con inquietudes, aprendía de su
patrón, el boticario, hasta llegar a ser un buen mancebo de farmacia, porque a
sus conocimientos empíricos había que añadir, con el paso de los años, el trato
personal con los clientes que, en su ignorancia, lo tenían en gran estima
sanitaria.
En nuestra ciudad hemos conocido notables mancebos,
algunos fallecidos, otros jubilados, alguno que se resiste a la jubilación, y
los que quedan en activo y que en definitiva son en los que confiamos nuestros
pequeños malestares. No discriminamos al género femenino al realizar esta
introducción, pues existieron y existen mujeres que realizan esa función en las
farmacias de nuestra villa en perfecta armonía con sus compañeros. Hablemos de
estos mancebos:
Diego Sáez
Zapata, en el “Paso a Nivel”, entró a
prestar sus servicios en la farmacia de Don Juan Antonio Delgado García cuando
tenía diez años, en el año 1955. La farmacia era la número 4 de la localidad, y
se encontraba entonces en la Avenida Calvo Sotelo (hoy Calle Mayor), frente a la
Fábrica de Maderas “Mergal”, y su función era la de chico de los recados. Así
se mantuvo hasta que cumplió dieciséis años, en 1961, y le hicieron un contrato
de aprendiz de auxiliar. Ese contrato tenía que ser revisado anualmente, con
informe favorable del farmacéutico ante el Sindicato. Así hasta tres años,
cuando pasó a contrato definitivo de ayudante del auxiliar, que en aquellos
años era Francisco Menárguez Vera. Ya se había trasladado la farmacia a su
ubicación actual y Diego, además de ayudar al auxiliar a preparar fórmulas
magistrales dirigidas por el boticario, ya hacía extracciones de sangre para
análisis clínicos y medía la tensión arterial a los clientes que lo
solicitaban.
De izquierda a derecha: Francisco Menárguez, señor
Ortuño
(de visita), y Diego Sáez Zapata (Foto propiedad de
Diego Sáez)
Recuerda Diego que, en aquellos años de su juventud,
las guardias por parte de las farmacias se hacían semanales, y los miércoles no
se cerraba en todo el día, en atención a los habitantes de las pedanías vecinas
que llegaban en carros y tartanas para hacer el mercado y la recoba, y al mismo
tiempo hacer todo tipo de compras, entre ellas las medicinas. También que,
cuando avisaban a un médico por encargo de un paciente que llegaba a la
farmacia, y el médico iba a visitar a dicho enfermo, se quedaban en la farmacia
hasta que un familiar del enfermo o el propio médico viniesen a encargar la
medicación que había recetado. Aunque fuesen las tres de la mañana.
Pedro Puche
Martínez fue tan precoz como Diego Sáez.
En 1962, cuando cumplió diez años, dejó la escuela para entrar como aprendiz en
la botica “de las escaleras”, del farmacéutico Don José María López Leal. El
auxiliar de farmacia de aquellos años era Andrés Pardo Sánchez, que todos
conocimos como “Tito”, y que en los años 80, después de estudiar ATS,
conseguiría un puesto en la Ciudad Sanitaria Virgen de la Arrixaca.
Su labor en aquellos primeros tiempos, y hasta que
cumplió quince años, era la de mantener limpias las estanterías con el plumero.
También la de cruzar la calle Mayor hasta el almacén de José Alemán Pérez, para
recoger los medicamentos que pedían los clientes y que no tenían en existencia
en ese momento en la farmacia. Por la tarde cogía la capaza, y en la bicicleta
repartía medicamentos por el pueblo a quien los había pedido. A veces, incluso
tenía que desplazarse a Murcia en bicicleta a por algún medicamento a la
Hermandad Farmacéutica, lo que para él significaba toda una aventura. De todos
estos trabajos de reparto recogía propinas, que puntualmente entregaba a su
madre, menos en verano, que la tentación de tener al “gordo” tan cerca con el
limón granizado era muy fuerte. A los catorce años le dieron el alta en la
Seguridad Social.
De izquierda a derecha: María Pacheco, Mari Párraga
y Pedro Puche Martínez. (Foto Juan Cánovas)
Don José María le tuvo especial cariño. Le enseñó todo
lo que del oficio debía saber. Lo llamaba al laboratorio para ayudarle y le
explicaba todos los secretos de la composición de jarabes, papeletas, pomadas,
supositorios… No existía el Primperán, tan necesario hoy día, y se suplía con
un compuesto de citrato sódico, con la dosis apropiada a la edad prescrita por
el galeno. Para poder trabajar cómodo, y como Pedro no es de talla muy alta,
mandó que le construyeran un taburete especial para que alcanzara a las
estanterías a fin de colocar y coger medicinas con facilidad.
A los 25 años, cuando Tito marchó a su nuevo destino,
Pedro se hizo cargo del despacho de la farmacia, con dos jóvenes auxiliares
femeninas, teniendo que hacer las guardias siempre él en el interior. No le
cayó grande, ya que había comenzado a hacerlas cuando cumplió 15 años. Recuerda
que en aquellos tiempos se levantaba la persiana al cliente, aunque llamase a
las tres de la mañana y entraran varias personas al establecimiento, encontrándose
él solo, sin temor a ser sorprendido ni atracado.
Teresa Martínez Samper,
(Agosto de 1944), entró en la farmacia de Don Francisco Menárguez como aprendiza a los 12 años. Poco a poco fue
aprendiendo donde estaban las medicinas, y reponía en los estantes con las
nuevas. Cuando comprendió para qué servía cada producto, empezó a colaborar con
Don Francisco en la elaboración de las fórmulas magistrales. Fue dada de alta
en la Seguridad Social al cumplir los catorce años, y al mismo tiempo comenzó a
percibir retribución por su trabajo. Como los servicios de guardia eran
semanales, comía, dormía y se aseaba en la vivienda de la farmacia, en el piso
superior; vivía una semana entera allí. Dejó la farmacia cuando contrajo
matrimonio en 1967. Más tarde, en 1988 cuando su hija Susana tenía 22 años,
volvió con Doña Micaela, y permaneció hasta los 58 años en que dejó
definitivamente la profesión por motivos familiares.
Teresa
Martínez Samper
(Foto
cedida por la titular)
La
letra de los médicos era muy difícil de entender al principio, después no fue
ningún problema, una vez que se sabía el nombre de los medicamentos. En una
ocasión no pudimos saber el nombre de la medicina, ni preguntando en el almacén
de José Alemán; le dijimos a la enferma que volviese a la consulta y preguntara
al médico. Tampoco él entendía lo que había escrito y le recetó un nuevo
medicamento.
Había
clientes que te pedían: dame “un tío del bigote”, (Linimento Sloam). Lo pedían
así porque había un señor en la etiqueta con un gran bigote…
CALDEREROS
El descubrimiento del cobre tuvo
lugar en el Oriente Próximo unos 5000 años a. C. y fue el primer metal
utilizado industrialmente, en especial con fines ornamentales. Este metal se
caracteriza por la resistencia a la corrosión y la facilidad con que se
trabaja.
Los caldereros eran los artesanos
que trabajaban el cobre batido, laminado o forjado, para hacer con él
utensilios de uso doméstico (ollas, calderos, cazos, chocolateras, moldes,
cetras, calderas para la matanza, rustideras, etc.). Podían incluir piezas de
artesanía como candiles, faroles y braseros. Aunque al principio este trabajo
lo hacía también el herrero, con el paso del tiempo se produjo una
especialización y los caldereros y hojalateros formaron gremio propio.
El hojalatero es el artesano que
hace utensilios de uso doméstico a partir de láminas de hojalata o chapa
galvanizada, moldeando el metal con el martillo. La hojalata está formada por
una delgada lámina de acero que se recubre con una capa de estaño por cada una
de sus caras para protegerla de la oxidación. Es fácil de conseguir, pues se
puede reciclar una y otra vez y, además, es resistente y fácil de trabajar. La
utilización de la hojalata data ya del siglo XV y se empleó sobre todo para la
fabricación de muchos de los objetos necesarios en la vida cotidiana, como las
tinas para lavar la ropa (barreños), los cubos para transportar agua, embudos,
platos, faroles, cofres, recipientes de todas las medidas (para contener agua,
leche, aceite), cacerolas, candiles, etc.
Antiguamente, el hojalatero
trabajaba a menudo como ambulante, acudiendo a los mercados y ferias de los
pueblos, ofreciendo sus servicios por las calles o, incluso, llamando de puerta
a puerta por aldeas y ciudades. Para lo que eran más solicitados era para reparar
utensilios que se habían estropeado, ya fuera porque se había dañado la capa de
protección de los mismos o porque se habían agujereado.
El oficio de hojalatero exigía mucha
destreza por parte del artesano en todas las fases del proceso de fabricación
de una pieza (había que trazarla, cortarla, modelarla, unirla, reforzarla,
añadirle las asas si las hubiere, soldarla, lavarla). Además, el hojalatero
necesitaba tener también ciertos conocimientos de cálculo para poder fabricar
con precisión algunos objetos que servían como medidas de capacidad, como las
lecheras que se utilizaban para comprar la leche, los medidores de aceite en
las tiendas, etc., a los que había que dar exactamente la capacidad exigida.
Caldero
de cobre totalmente repicado, con borde y asa,
por
Juan Laforga. (Foto A. Castell)
Los caldereros, como artesanos del
cobre como los de la hojalata, no sólo trabajaban por encargo, sino que muchas
veces exponían en su taller piezas que habían elaborado por su propia
iniciativa y que estaban dispuestas para la venta. Esta posibilidad de poder
encontrar allí algunos objetos ya listos para la compra originó que fueran
precisamente ellos unos de los primeros artesanos en transformar sus talleres
de trabajo en comercios. Estas tiendas en muchos casos se convertirían en
ferreterías, donde se podían comprar clavos, cables, alambre y otros utensilios
de trabajo, y también ofrecían a la clientela juegos de café, vajillas y otros
objetos del hogar necesarios para la vida cotidiana.
Los caldereros de Italia
Las
familias italianas de caldereros que llegan a Murcia en el siglo XIX, son de la
región de la Basilicata, en el sur de Italia. Se dedicaron a la fabricación de
objetos de cobre, latón y bronce, especialmente para uso doméstico, como
calderos, cazos, sartenes, quinqués, candiles, chocolateras, lecheras,
braseros… Llegan a través del puerto de Alicante, como una auténtica invasión
de expertos en el trabajo del metal.
Caldereros en
Alcantarilla
En
1890, Antonio y Pedro Florenciano
Sánchez, procedentes de Javalí Nuevo, se instalan en Alcantarilla, y su
hermano Blas Florenciano Sánchez,
que estaba en Alhama de Murcia desde 1865, retorna a Alcantarilla, donde se
establece en la calle Mayor nº 83, al menos entre los años 1901 al 1920.
Clemente Bruno Farago también se afincó
en Alcantarilla. En 1885 tenía su taller en la calle Comercio. Había nacido en
Maratea (Italia) de Genaro y María.
Ángel Sornichero Lamaeca, nacido
también en Maratea, se instaló en la calle Mayor, y posteriormente en la calle
Comercio. Contrajo matrimonio con Josefa Conesa, de esta villa, teniendo al
menos cinco hijas y un hijo: Catalina, María de los Ángeles, Josefa, María del
Rosario, Ángel y Francisca. Esta última (1889-1971) se casó con Juan Pacheco
Ruipérez. Destacamos a su hijo Ángel Sornichero Conesa, que casaría con Flora
Hernández López, con vivienda en la calle San Francisco. Fruto de ese
matrimonio fue Ángel Sornichero Hernández (1913-1974), importante futbolista,
extremo izquierda del Real Murcia y del Atlético de Madrid (Atlético Aviación),
a finales de los años veinte y años treinta del pasado siglo.
Le
sucedería en ese deporte su hermano Juan (1924), como Sornichero II, y
posteriormente veríamos a futbolistas como los hermanos Ángel y Juan Sornichero
Castro. Posteriormente, Pepe Sornichero.
Alcantarilla
también fue elegida como lugar de trabajo para los caldereros Juan Margarita, en 1852, y Félix Batalla en 1864.
(Datos recogidos de la Revista Náyades
nº 1, año 2019. Ricardo Montes Bernárdez).
Chocolatera
y perola propiedad de
Ana
María Barceló (Foto Pepe Riquelme)
El taller de Pedro Sornichero estaba situado en la calle San Antonio, en un bajo
donde coexistía con otro taller de fontanería. Fabricaban todo tipo de
cacharros en hojalata y zinc, tales como: aceiteras, calderos, botijos de zinc,
cántaros para agua y leche, alcuzas, lecheras pequeñas, zarandas, cetras de
zinc, calderas, llandas. Para la fábrica de Conservas Cobarro fabricaban gran
cantidad de zarandas para el lavado de la fruta.
Allí trabajó como calderero, además de
fontanero, Antonio López Mercader, fabricando gran cantidad de estos productos.
La empresa terminó con su actividad sobre los años 70 del siglo pasado.
Antonio López
Mercader
(Foto Pepe
Riquelme)
Soldadores de
calderería, propiedad de
Antonio López
Mercader (Foto Pepe Riquelme)
Antiguo taladro de
mano, propiedad de
Antonio López
Mercader (Foto Pepe Riquelme)
Detalle de la
empuñadura con estuche para brocas, propiedad
de Antonio López
Mercader (Foto Pepe Riquelme)
Cafetera propiedad
de María Francisca Menárguez
Sandoval (Foto Pepe
Riquelme)
Bacías propiedad de
Angelita Menárguez Soler
(Foto Pepe
Riquelme)
María Menárguez
Rodríguez (Foto Pepe Riquelme)
Caldero de zinc
(Foto de autor
desconocido)
Chocolateras
propiedad de María Martínez Enrique,
“la Palmeras”.
(Foto Pepe Riquelme)
Más cercano en el tiempo, Alfredo Cervera, famoso aviador en
tiempos de la II República (cuñado de los Mellado), puso un taller en los años
60 y 70, donde fabricaba piezas artesanas para calderería en hierro y bronce.
Posteriormente fabricó piezas para extintores.
Fuente y almirez,
propiedad de Ana María
Barceló Izquierdo
(Foto Pepe Riquelme)
Frutero, propiedad
de María Francisca
Menárguez Sandoval
(Foto Pepe Riquelme)
Cacillos y candil
propiedad de Angelita
Menárguez Soler
(Foto Pepe Riquelme)
Rustidera propiedad
de María Menárguez
Rodriguez (Foto
Pepe Riquelme)
Jarra propiedad de
María Martínez Enrique
“la Palmeras”.
(Foto Pepe Riquelme)
Calientacamas
propiedad de María Francisca
Menárguez Sandoval
(Foto Pepe Riquelme)
CAPADOR
El que extirpa o inutiliza órganos
sexuales de animales domésticos con fines de engorde o aumento de potencia de
tiro, entre otros. Oficio de suma habilidad manual especial.
Llegaba y emprendía su singular
tarea de convertir el gallo en capón, el toro en buey y los cerdos en
individuos estériles; exigencias del engorde. El castrador operaba con manos
peritas, manoseando los testículos del toro con ruda energía, para que se atrofiaran;
o hundiendo hábilmente la cuchilla en el útero de la marrana dando lugar a que
los dedos remataran la tremenda intervención. Procedimientos que necesariamente
hoy parecen (siempre lo fueron) bárbaros y crueles, que los pobres animales
soportaban a puro dolor; y en ayunas por prescripción del castrador que
recomendaba barrido y paja limpia en las cuadras como medida de higiene
posoperatoria. Y total, para que el gallo dejara en paz a las gallinas y el
cerdo y la marranona dieran más peso cuando les llegaba su inevitable San
Martín.
La buena siesta
(Foto de autor desconocido)
Una mirada inquieta ¿qué pasará?
(Foto de autor desconocido)
Técnica
de castración del cerdo:
El mejor momento para la castración
del cerdo es entre la primera y quinta semana de vida. Se evitarán
inconvenientes posteriores e, incluso, hemorragias que suelen producirse en
animales de mayor tiempo de vida.
La castración física de los
lechones, es una de las estrategias de manejo más utilizadas en las
explotaciones porcinas. Su aplicación básicamente se debe al objetivo de
mejorar el rendimiento a la canal.
La forma en que debe mantenerse el
cerdo para la castración es con las rodillas del ayudante presionando el cuerpo
del animal para inmovilizarlo.
Sujección del animal
(Foto de autor desconocido)
Otra manera de sujeción
(Foto de autor desconocido)
A –
Lavado de la zona genital con agua jabonosa, secando luego con un paño limpio.
B –
Con los dedos de la mano se empujan los testículos hacia delante.
C –
Se practica una incisión sobre cada testículo.
D –
Se tiran hacia fuera los testículos con la túnica vaginal se le da vueltas
suaves hasta que se suelten.
E –
Se vierte algún antiséptico sobre la herida dejando luego en libertad al cerdo.
La extirpación
(Foto de autor desconocido)
Suturando
(Foto de autor desconocido)
Había que tener en cuenta que si la
operación no era bien realizada, se podía perder el animal castrado, con el
consiguiente quebranto económico que ello suponía a la familia. Eran unos
verdaderos especialistas y conocían a la perfección la anatomía de los
animales.
Equipo
necesario para la castración:
Escalpelo,
cuchilla de castración o navaja de afeitar (de preferencia de mango largo y con
hojas de fácil sustitución). Hilo para coser la herida, agujas.
Desinfectante,
recipiente para este, y algodones, sujetador mecánico para cerdos (optativo).
Instrumental quirúrgico
(Foto de autor desconocido)
Recordamos
cuando éramos niños, como si fuera ayer, el ruido y tumultuoso espectáculo de
la castración o capado de los lechones destetados que criaban los Sáez Mendoza,
José Juan, Antonio, Pedro, en la calle de Los Carros. Venía Ramón, el capador,
y se producía una gran algarabía motivada por los gritos de los lechones cuando
los sacaban de la cuadra, y más durante “el proceso” que tenía lugar cuando los
ponían en la mesa y allí “el cirujano” con gran habilidad, tras una palpada en
la zona, cortaba y sacaba los “aparejos”. Unas puntadas, un desinfectante y
otro, y otro… Luego venía la fiesta, una gran fritada, donde dábamos cuenta del
exquisito manjar…
Eran muy
conocidos en el pueblo, como capadores, aunque
eran matarifes también:
Ramón. Eusebio Ramón Gázquez López, familiar lejano de los propietarios de la
panadería Gázquez, nació en La Puebla de Don Fadrique (Granada). Llegó a
Alcantarilla en el año 1957 y se instalaron en un barracón que alquilaron en la
Torrica al Bolero. Su padre había comenzado a trabajar con el “Rojo el Flacho”.
En la Puebla era herrero, y en los ratos libres se dedicaba a castrar el
ganado. Ramón lo acompañaba y fue aprendiendo el oficio. Enterados de su
habilidad como capador y matarife, Pepe
y Joaquín le dieron trabajo allá por el año 60. Realizaba todas las actividades
propias de una fábrica de embutidos,
castraba el ganado, sacrificaba,
despedazaba, hacia embutidos, curaba y
secaba los jamones propios y ajenos… Se le declaró una invalidez permanente en el 79 y
acabó su actividad laboral. Manuel, su hijo, le acompañaba en la moto en las
jornadas de castración de los animales. Estaba muy relacionado con los
veterinarios D. Juan Hurtado y D. Felipe Andreu.
Eusebio Ramón Gázquez López “Ramón”
(Foto cedida por la familia)
Pepe “el Rambla”, José Almagro Riquelme, “El Rambla”, aprendió el
oficio de su padre Juan Almagro y su tío Ignacio que eran matarifes. Pepe
trabajaba fuera de la temporada de matanza en la fábrica de maderas de
“Mergal”. Desempeñaba en cualquier época del año la especialidad de capador,
siendo muy hábil y teniendo muy pocos fallos, pues utilizaba una técnica muy
limpia que evitaba infecciones. Mataba en las casas particulares de la
localidad y en los pueblos de alrededor: Sangonera, Barqueros, Javalí Nuevo,
etc., y por las casas de la huerta y del campo. También trabajaba para las
tiendas del pueblo tales como: La Lázara; Juan Antonio Riquelme (Plaza de Jara
Carrillo); Dávila, en Martínez Campos; Julio el Rasquija; Emilio Fernández, “El
Manchego.
José Almagro Riquelme “el Rambla”
(Foto cedida por la familia)
Tomás Martínez Riquelme “El Placeta”, vivía en la
plaza del Olmo. Era un experto capador, muy solicitado por todos los criadores
de la zona de la huerta y del barrio del Ranero).
Tomás Martínez Riquelme “el Placeta”
(Foto cedida por la familia)
La castración para conseguir capones supone una
operación quirúrgica en toda regla, ya que tanto hembras como machos de las
aves tienen los órganos sexuales dentro del cuerpo. A los machos sólo se les
quitan los testículos, simplemente porque los gallos no tienen pene (ni
siquiera escondido), como le ocurre al 97 % de las aves. Y ya que los criadores
se molestan en operar a sus animales para hacerlos más sabrosos y jugosos, pues
tendrán que criarlos como las “delicatesen” que se supone se van a convertir.
En principio esto compensaría al animal del mal trago sufrido, aunque no
siempre es así, particularmente para las hembras.
Pollos capones
(autor desconocido)
Los capones son gallos venidos a menos, no
tienen cresta y no cacarean. Tradicionalmente a los gallos se les corta la
cresta aprovechando la operación y normalmente ya no les crece más.
Autor
desconocido
Cochinillos a los que les falta "algo". Para
los que hayáis puesto el grito en el cielo y juréis no comer jamás un animal
castrado, que sepáis que muy posiblemente tendréis que renunciar a jamones,
chorizos, y demás productos del cerdo, ya que es práctica habitual.
¡Dos
suculentos capones!
Carteros – Correspondencia
epistolar
No es normal en un aula al uso, como tampoco que sobre
las mesas abunden, también, las gafas de lectura. Y es que los alumnos de las
clases de este lunes de Carmen no son niños ni adolescentes: la mayoría son ancianos
y ancianas, salvo un hombre, y los menos, de entre 30 y 50 años, inmigrantes
(un solo varón también). Estudian primer nivel de “Enseñanzas iniciales” en un
centro de educación de adultos.
“¿Qué por qué venimos?”, reflexiona una de las alumnas. “Pues
porque cada vez que llega una carta del banco tengo que ir al vecino, y el
vecino tiene que enterarse de lo que tengo yo en el banco”, explica. La
segunda, Emma, que deja la clase de Carmen por un rato, y mientras allí se oye
que el sonido “k” con la “a” se escribe “ca” y con la “e” no se escribe “ce”,
ella cuenta que nació en Madrid en el 35, y que en su casa el día que había comida no había zapatos, y al revés. O no
había ninguna de las dos cosas, ni tampoco, claro está, medios para estudiar. A
los 13 años se puso a trabajar, en telares, fue limpiadora, telefonista… y sólo
empezó a leer “ya un poco deprisa” en las clases para adultos, de las que habla
con inmenso agradecimiento: “Yo decía: el día que me muera, que me entierren
aquí, en el patio”.
Emma dice que es “muy trabajadora, pero muy poco
inteligente”, aunque lo primero es patente y lo segundo no lo parece en
absoluto. Sus hijos le tienen prohibido venir a clase, porque se obsesionaba
tanto que se levantaba de madrugada a hacer los ejercicios. “Me dicen: “¡Con esa edad ya no lo
necesitas!”, pero les tengo engañados. Creen que estoy de paseo, y vengo aquí. Porque
sí lo necesito: para entender las cosas, para expresarme, para poder escribir
una carta. “El otro día aprendí que “vaya” no se escribe con B no con LL y ya
me fui feliz”.
Estos alumnos, con los que hemos hablado, recuerdan con
nostalgia las cartas que llegaban a sus domicilios cuando eran jóvenes,
enviadas por su familia que residía en otras provincias, y como, en alguno de
los casos, habían de ir a casa de la vecina para que les leyese el contenido de
la misma, y para que les hiciese el favor de redactar la respuesta. Cartas que
ellos y ellas nunca supieron leer.
El teléfono fijo, en pueblos como el nuestro, hasta la
década de los 70 del pasado siglo no se extendió por los domicilios
particulares. Hasta ese momento, nuestros antepasados, e incluso nosotros
mismos en nuestra niñez y juventud, nos vimos obligados a comunicarnos de forma
epistolar, comprando papel, sobre y estampilla (sello), y teniendo prevenidos
tintero y pluma (en los últimos tiempos era ya el bolígrafo), para hacer saber
a nuestra familia, novio o novia, amistades, nuestra situación, estado de ánimo
por achaques, o alegrías por el viaje que estábamos realizando, enviando a
veces tarjetas postales. En las escuelas, los maestros y maestras hacían
hincapié sobre la enseñanza de la escritura y la ortografía, imprescindibles en
aquellos años para el futuro de los educandos.
Correspondencia
familiar escrita
con
pluma y tintero
Buzón,
mobiliario urbano. En el siglo pasado
iban
adornados con la bandera nacional.
Miles de ellos y ellas complacerían a sus padres
periódicamente, y sentándose a la mesa prevenidos con la pluma en la mano,
copiarían al dictado las noticias familiares que se querían comunicar, al
hermano mayor que estaba en la mili, o a la abuela que vivía en Toledo con
nuestra tía Angustias, y a la que acusábamos recibo de su misiva.
Llegaron a existir distintos tipos de cartas, con sus
sobres que las distinguían. Las ordinarias, de papel blanco o crema, rayado o
liso, con sobre del mismo color. Las de correo aéreo (Por Avión), que llevaban
orlado el sobre con colores alternados azul y rojo con el blanco. Y por último
existían las de luto, cuando en la familia había ocurrido un fallecimiento
reciente, y se enviaban cartas enmarcadas en negro, con los sobres de la misma
manera.
Distintos
tipos de sobres y cartas. La superios para
envío
aéreo. La inferior mostraba el luto de la familia.
No podemos olvidar las fiestas del santoral español, por
ejemplo, el día de San José, en el que circulaban en nuestro país cientos de
miles de tarjetas postales de felicitación a tantos Pepes y Pepas como cabían
en la piel de toro. O el día de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre,
que entonces era también el día de la Madre. Nuevamente llenaban las sacas de
nuestros sufridos carteros miles y miles de tarjetas, la mayoría de ellas con
la imagen de Murillo estampada en el anverso.
Tarjetas
postales
Tarjeta
postal de 1948
Nuestra
villa, y sus habitantes, ha tenido la suerte de contar con un servicio postal
de excelente calidad, debido sobre todo al Administrador que lo dinamizó y puso
en valor, y al grupo de profesionales que pasaron por el servicio durante esos
años.
Don
Manuel Marín Mengual, nacido en Alcantarilla, opositó para el
Cuerpo de Oficiales Técnicos de Correos, aprobando a la primera, y siendo
destinado a la Administración Central de Burgos. Dos años más tarde, en 1916,
es destinado a ocupar la dirección de la oficina de Alcantarilla, donde pasaría
el resto de su vida profesional. La administración de Correos y oficina de
atención al público, se encontraba situada entonces en la calla San Sebastián,
frente a la taberna de Perico el Guindilla.
Hijo
de Daniel y Presentación, fue el mayor de siete hermanos. Alternó desde su
infancia la asistencia a la escuela pública de Don Amos, con el trabajo de
ayudante en la confitería y heladería que sus padres tenían en la calle Ruiz
Carrillo. De carácter inquieto, aprende música en la academia y banda del
maestro Hita, contagiando a sus cinco hermanos y a su hermana Rosita, que
también estudiaron este bello arte con él.
Don
Manuel Marín fue un hombre íntegro,
guardando fidelidad a sus principios monárquicos aún en tiempos de dictadura.
Ejerció su profesión ejemplarmente, entregado por completo a la misma. Gracias
a sus gestiones ante los organismos correspondientes, consiguió un nuevo y
moderno edificio para Correos y Telégrafos en la calle Ruiz Carrillo,
inaugurado en el año 1958. A estas alturas ya formaba parte del Consejo General
de la Caja Postal de Ahorros de España. En la segunda década del siglo XXI, y
desterrada la peseta de nuestra memoria, se nos ha olvidado el importante papel
que ejerció la Caja Postal de Ahorros para los pequeños ahorradores en todo el
territorio nacional, sobre todo en las pequeñas poblaciones donde no existían
oficinas de entidades bancarias. Las oficinas de Correos cumplían esa misión
con pulcritud. Además se les asignó el privilegio de extender Tarjeta de
Identidad Postal durante las décadas de los años treinta a cincuenta del pasado
siglo.
Su
trayectoria profesional le hizo merecedor de la Medalla de Oro al Mérito
Postal, y la Medalla de Oro de la Caja Postal de Ahorros, que le entregó el
Alcalde Don Juan Martínez Beltrán. Don Manuel se jubiló en el año 1968,
falleciendo dos años más tarde.
El
Pleno del Ayuntamiento de la Villa puso su nombre a una calle de la localidad.
Antiguo
edificio de Correos en la calle Ruiz Carrillo
(Foto
de autor desconocido)
Libreta
de la Caja Postal de Ahorros
Tarjeta
de Identidad Postal a nombre de Francisco
Castellanos
Navarro, extendida por Don Manuel
Marín,
valedera desde 14-4-1953 hasta
14-4-1956.
(Propiedad del titular)
De
izquierda a derecha: Ginés Navarro, Adolfo Navarro Giménez, Antonio
Marín
Rosell, Don Manuel Marín Mengual, Antonio Ortiz, José Martínez y
Ginés
Nortes. (Fotografía cedida por Francisco Marín Meseguer al Archivo
Municipal
de Alcantarilla)
De
izquierda a derecha: Ginés Nortes, Don Manuel Marín Mengual, Adolfo
Navarro
Giménez, Antonio Ortiz, Antonio Marín Rosell, Ginés Navarro y
José
Martínez (Fotografía cedida por Francisco Marín Meseguer al Archivo
Municipal
de Alcantarilla)
Organización de la Oficina de Correos:
Existía
el cargo de Auxiliar Interventor, segundo en importancia después del
Administrador. Estaba desempeñado por Don
Antonio Martínez, natural de La Raya, y su misión era la de controlador del
servicio y suplir las ausencias del Administrador.
Buzón
mural en oficina de Correos
(Foto
de autor desconocido)
Como
Cartero Mayor recordamos a José Martínez
“Ciguata”, que compaginaba su trabajo en Correos con el de acomodador en
los cines de la Empresa Iniesta. Su misión era la de admitir toda clase de
correspondencia ordinaria, certificados, paquetería, venta de sellos postales y
envíos a reembolso.
José
Perellón González, Cartero, con la misión de entregar
paquetería, correspondencia certificada y reembolsos.
Eduvigis
Nadal, Auxiliar, admitía y daba salida a los giros postales y
a los reembolsos cobrados.
Francisco
Romero Silla era Subalterno. Comenzó a trabajar en la
institución en 1947, jubilándose con 39 años de servicio en el año 1986. Tenía
otros tres compañeros con la misma cualificación, y entre los cuatro realizaban
las siguientes tareas:
Por
las mañanas, de 7 a 12 horas, esperaban en la Estación de Ferrocarril la
llegada de los trenes Madrid-Cartagena, del catalán Barcelona-Granada, y del
ómnibus Valencia-Chinchilla, para recoger y entregar las sacas de la
correspondencia. Por la tarde, y desde las 5 hasta las 12 de la noche,
esperaban los trenes que hacían el recorrido inverso, y cuando pasaba el último
correo Cartagena-Madrid, recogían las sacas y las llevaban a la administración.
Francisco
Romero Silla
Sacas
de correo para enviar a destino
(Foto
de autor desconocido)
Otra
misión de los Subalternos era la de viajar uno de ellos, todos los días, desde
Alcantarilla hasta Baza y regreso, para ir entregando en todas las estaciones y
apeaderos de paso, la saca de Correo correspondiente, y recogiendo la que le
entregaban. En el vagón-correo donde viajaban distribuían la correspondencia
recibida, bien para su entrega en poblaciones siguientes, o para regresar con
la misma a Alcantarilla al atardecer. Con el fin de no tener problemas con las
autoridades de la época, el Administrador les extendía un documento, al que
llamaban “VAYA”, autorizando al subalterno a realizar el viaje, y ordenando a
las autoridades civiles y militares no poner impedimento alguno para transitar
libremente, “por convenir así al servicio
nacional público”.
Documento
“Vaya”, cedido por Sebastián Romero.
En
aquellos tiempos existía una estafeta de Correos en la Estación de Ferrocarril,
para admisión sólo de correspondencia ordinaria. La estafeta dejó de prestar su
servicio a finales de los años 70 del pasado siglo.
Edificio
de la Estafeta en la Estación de Ferrocarril de
Alcantarilla,
con el buzón para admisión de correo
ordinario.
Fotografía realizada por Pedro L. Cascales
López
en Septiembre de 1994.
Como
cada día, tanto en la oficina como los carteros a domicilio, tenían que pagar
los giros postales, los subsidios, reembolsos y clases pasivas (pensiones), a
primera hora de la mañana el Administrador extendía un cheque del Banesto
(después fue del Banco Exterior), por el importe a abonar estimado. De hacer
ese traslado de dinero se encargaba uno de los Subalternos, así como de
realizar ingreso al finalizar la jornada.
Sebastián
Romero García iba destinado desde Madrid a Cantoria, en la
provincia de Almería, para ocupar el puesto de jefe de la oficina de Correos de
esa población. Eso sucedía en el año 1968. Pero durante el trayecto, la
Auxiliar encargada de la Caja Postal de Ahorros de Alcantarilla, Mari Paz,
decidió casarse dejando el puesto libre, ocasión que aprovechó Sebastián para
ocupar dicha plaza. La misión de ese puesto era la de estar por las mañanas y
por las tardes, igual que hacían los Subalternos y con el mismo horario,
pendientes de la llegada de los trenes, pero para la recepción y entrega de los
valores y correo oficial.
Sebastián
Romero García
(Foto
propiedad de Sebastián Romero)
La
oficina de Correos de Alcantarilla era Técnica, y se encargaba de la
correspondencia de varias localidades y pedanías, a saber: Javalí Nuevo, Javalí
Viejo, La Ñora, Puebla de Soto, Sangonera la Seca, Sangonera la Verde, Los
Torraos, Las Torres de Cotillas. Para cubrir todos esos lugares existía la
figura del cartero rural.
En
nuestra población fueron bastante conocidos los carteros urbanos Ginés Navarro Puche, Manuel Turpín, José
González Perelló, José Nortes…
Con
el cambio de siglo, la Administración de Correos y atención al público se
trasladó al Camino de la Piedra, en la Plaza de España, en unas modernas
instalaciones que el movimiento de nuestra villa exigía.
Nuevas
oficinas en el Camino de la Piedra
(Foto
Pedro Vizcaíno)
Don
Manuel Marín tuvo dos sobrinos que, andando el tiempo, también formaron parte
del Cuerpo de Correos:
Daniel
Marín Navarro, alcantarillero, nacido en 1931, fue sobrino
de Don Manuel Marín Mengual. Animado por él, se presentó a las oposiciones al
cuerpo, aprobándolas en 1951, siendo destinado a Madrid. El sueldo de un
funcionario de Correos en aquellos años era de 400 pesetas mensuales. Mientras
él iniciaba su aventura en la capital, su padre Prudencio y su hermano José
habían adquirido un futbolín a Antonio Sánchez Sicilia para instalarlo en el
local que mantenían abierto, el Paracaídas, donde mantenían la concesión del
patronato de apuestas mutuas deportivas benéficas (las quinielas). Cuando le
escribieron comunicándole que el resultado semanal del futbolín era de 300
pesetas, Daniel no se lo pensó y pidió la excedencia para venir a Alcantarilla
y ampliar el negocio. Llegado a Alcantarilla, y por mediación de su tío,
consiguió plaza en Murcia capital, donde siguió sirviendo a la institución
hasta su jubilación.
Daniel
Marín Navarro
(Foto
cedida por la familia)
José
Marín Navarro, hermano del anterior, nació el año que se
iniciaba la contienda civil, en 1936. Comenzó a trabajar desde muy joven con
José Alemán Pérez en su empresa de distribución de productos farmacéuticos,
pero como el trabajo le ocupaba todo el día y no podía atender a los
futbolines, le pidió a su tío un puesto en Correos. Se puso a estudiar y
consiguió el ingreso en enero de 1965, siendo destinado a Alhama de Murcia, y
posteriormente a Murcia capital, a servicios urgentes, y en ese y otros
destinos dentro del Cuerpo siguió prestando servicios hasta su jubilación.
José
Marín Navarro
(Foto
cedida por la familia)
Aquellos
paseos nocturnos hacia la estación en periodo estival, a esperar la llegada del
tren procedente de Cartagena y con destino Madrid, para depositar en el buzón
de su vagón correo la carta para la familia de Albacete, que le sería entregada
a la mañana siguiente. Y si alguna noche había prisa por volver a casa,
entonces la carta se introducía en el buzón de la estafeta existente, en un
edificio apartado junto a la cantina de la estación, con la seguridad de que el
funcionario le mataría el sello y la introduciría en la saca correspondiente a
su destino.
Vagón
correo con buzón para introducir cartas ordinarias.
(Foto
de autor desconocido)
Aquellos
paseos a la Estación tenían un encanto añadido para nosotros, los que aún
éramos niños, y nos quedábamos embelesados ante los artículos mostrados en el
escaparate del quiosco de la Librería de Ferrocarriles.
Detalle
de la fotografía realizada por Pedro L. Cascales López en
Septiembre
de 1994, donde se aprecia la Librería de Ferrocarriles
en
el edificio de la Estación.
Soy
lo suficientemente mayor como para haber escrito cartas a mano, y de haber
tenido alguna amistad por correspondencia como se decía antes (Dios mío, qué
viejo me siento).
Ahora
cuando nos llega una carta tenemos la certeza de que será de una comunicación
automatizada. Quizás una factura, una carta de publicidad o como mucho un
requerimiento judicial. Eso es lo más cerca que estaremos del trato humano.
En la red esto se ha convertido en una broma pesada,
sobre todo en relación no tanto al teléfono como a los correos electrónicos,
que pasaron de ser algo anecdótico a finales del siglo pasado a una pesadilla
en la actualidad.
Nuestra sociedad ha cambiado los hábitos de compra, y la
adquisición de artículos por internet hace que los carteros de hoy tengan que
transportar paquetería en lugar de cartas.
El WhatsApp ha desplazado el e-mail, y ahora mismo es el
medio de contacto utilizado hasta por los escolares. Ha creado su propio
lenguaje, desterrando el tradicional castellano, acortándolo en pro de la prisa
por comunicar… ¿Han visto que los jóvenes de hoy tienen sus propios códigos
para chatear?
Aquí van algunos ejemplos:
TKM: Te quiero mucho.
KDS: Quedamos donde siempre.
NEUM: No estudié una mierda.
Bien, aquí proponemos que los adultos de más de 50 años
de edad tengan sus propios códigos:
EEM: En el médico.
EFA: En el funeral de un
amigo.
TSR: Tráeme la silla de
ruedas.
CHEB: Chateando en el baño.
NRQS: No recuerdo quien soy.
NSP: No se pudo (Incluye
deportes, sexo y otros).
NELG: No encuentro las
gafas.
NELL: No encuentro las
llaves.
NEN: No encuentro nada.
QTED: ¿Qué te estaba
diciendo?
…y
los buzones se han convertido en mobiliario urbano,
La mayoría de
los cines han terminado en los dos últimos años de dar el salto a la tecnología
digital, y los que no lo han hecho (muchos, especialmente los más pequeños) o
han cerrado sus puertas o están a punto de hacerlo. Se trata de un proceso
mundial que comenzó aproximadamente en el año 2000 y que en un margen de 15
años se ha consolidado como definitivo. Hay quien dice que la extinción del
celuloide le quita personalidad a la imagen proyectada ahora en la pantalla
grande. Desde un proyector digital se consigue una visión más clara y realista
y un sonido muy mejorado. No obstante, la verdadera causa del cambio ha sido el
abaratamiento de los costos.
Proyeccionista revisando fotogramas
(Foto de autor desconocido)
Una más de las consecuencias de todo
este proceso ha sido la desaparición de una figura, quizá no muy popular, pero
sí imprescindible desde que surgieron los primeros cines, como la del
proyeccionista y operador cinematográfigo.
El oficio de proyeccionista no era
una cosa sencilla; además de conocimientos sobre cine tenían que saber de
mecánica y electricidad, las películas de celuloide llegaban en rollos que el
proyeccionista debía revisar y ensamblar.
Buster Keaton bastante “liado”
(Foto de autor desconocido)
La
mecánica de los proyectores sufrió muy pocos cambios desde su invención. Los
principales fueron la sustitución de los que carbones mediante su
incandescencia generaban un arco voltaico, que daba origen al haz de luz que
hacía posible la proyección, por lámparas de xenón, y la aparición de los
platos que podían acoger hasta 4 kilómetros de película. Previamente a la
aparición de los platos normalmente se combinaban dos proyectores y era una
labor de filigrana la que hacía el encargado de la cabina para que el
espectador no notase el paso de uno a otro.
El
lema de un buen proyeccionista consistía en solucionar de modo rápido y
efectivo todos los problemas que pudieran surgir sin afectar al espectador, y
normalmente sin tener que llamar a un técnico.
Proyectores en cabina
(Foto de autor desconocido)
Lejos quedan
aquellos tiempos en que nuestra villa contaba con tres cines y dos terrazas de
verano funcionando al mismo tiempo. Terminado el estío de 1993, cerró
definitivamente la Terraza del Cine Casablanca, el último local que se resistía
a la desaparición.
Hemos charlado
con José Antonio Tudela Lorca en su domicilio. Le cabe el honor de haber sido
el último operador en la cabina de la Terraza Casablanca cuando se clausuró.
Pero ya llevaba bastantes años en el oficio.
José Antonio,
nacido en 1934, comenzó su vida laboral en el esparto de Pujalte, para seguir
en la fábrica de losas de Jacinto. Tuvo que dejar este último trabajo por
motivos de salud, y lo trocó por el de la madera en la fábrica de palas de
Pacheco. Simultaneó éste último oficio con el de acomodador en el Cine
Mercantil, pasando posteriormente al Cinema Iniesta, donde el maestro León le
enseñó el oficio de operador. A los cuatro meses de trabajar en cabina, Miguel
Pagán Ocaña lo fichó para el Cine Casablanca, donde Andrés “el Cuco” era el
operador jefe, y le enseñó a trabajar sólo. Paulatinamente, y con el paso de
los años, de cuatro personas que formaban la plantilla de proyección únicamente
quedó él. El tipo de proyectores utilizados eran “Ossa 6”.
José Antonio Tudela Lorca
(Foto Juan Cánovas)
Las salas de
cine decanas de Alcantarilla surgieron a partir de la conversión de los
teatros, que en nuestro pueblo fueron bastante numerosos entre finales del
siglo diecinueve y principios del veinte, llegando a contar con seis salas.
El Cine Teatro
Mercantil, fundado por la familia Caride en la calle Princesa, se comunicaba
con el Círculo Agrícola Mercantíl (en la calle Mayor). En 1917, y al menos
hasta 1925, seguía ofreciendo obras de teatro. Tuvo severos destrozos durante
una proyección en diciembre de 1926. “El Palacio de las Pipas”, como se le
llamaba popularmente, fue alquilado por su propietario José Caride a la Empresa
Iniesta en 1940, vendiéndoselo posteriormente. Cerró sus puertas definitivamente
en 1969.
Entrada al Teatro Mercantil
(Propiedad Juan Cánovas)
Afiche de la película Amaya, proyectada
en el
Cine Mercantil. (Propiedad de Juan
Cánovas)
El Teatro Cine
Lacal, en la calle Mayor, comenzó las proyecciones en el año 1928, después de
una dilatada vida teatral. Antes había sido abacería regentada por el
propietario de los locales, Pedro Lacal Linares. Cuando en 1935 llegó el cine
sonoro pasó a depender de la Empresa Iniesta, denominándose desde aquel momento
Cinema Iniesta.
Tienda Pedro Lacal Linares circa 1925
(Foto cedida por la familia)
Entrada al Teatro Lacal
(Propiedad Juan Cánovas)
Fachada del Cinema Iniesta y boda que
desfila por la
Calle Mayor, año 1965 (Foto autor
desconocido)
Fachada del Cinema Iniesta, año 1970
(Foto de autor desconocido)
Afiche de la película El Clavo,
proyectada en el
Cinema Iniesta en 1945 (Propiedad de
Juan Cánovas)
Afiche de la película Así son ellas,
proyectada en el
Cinema Iniesta. (Propiedad de Juan
Cánovas)
León Martínez García, “León”, nació en 1918.
Era electricista profesional y como tal
ejercía, haciendo trabajos a particulares, pero trabajó durante toda su vida
como encargado de las maquinas de proyección cinematográficas del Cinema Iniesta, del Cine Mercantil y de la Terraza
de Verano en la calle Mayor. Se jubiló a los 65 años. Nos cuenta su hija Rosi
que pronunciaba los nombres de los actores americanos tal y como se escribían
en las pizarras, y su hija le corregía: “Es Piter, papá”; “Sí, pero aquí
pone una “e”. Cuando se cortaba una película, durante la proyección. se
formaba un escándalo de miedo en el “gallinero”. León se quejaba de que algunas
películas venían en mal estado de conservación.
Avisado de ello, se iba al cine antes de la función y las revisaba y
reparaba, si era necesario, para evitar los cortes.
Con él trabajó su cuñado Bernardino Navarro
Orcajada (su mujer y la de León eran hermanas), también como jefe de cabina y
encargado de las máquinas, aunque dejaría esa labor para trasladarse a Brasil
con su mujer y sus cuatro hijos. Traspasó una mercería que tenía junto al
cine de verano. La famosa Mercería
Eloisa.
Recordamos a Antonia, la limpiadora, que
ayudaba a Juan, el acomodador, a llevar la cantina del patio de butacas.
Maritina era la responsable de la taquilla.
La Terraza
Cine de Verano “Velasco”, en la avenida Generalísimo (calle Mayor), junto a la
parada de la Alsina, abrió sus puertas a mediados de los cuarenta del pasado
siglo, a expensas de su propietario, el Sr. Velasco Huertas, que también cedió
su explotación a la Empresa Iniesta a finales de los cincuenta. Desapareció a
principio de los años 70.
Detalle foto Usero (Archivo Municipal de
Alcantarilla)
Foto Usero (Archivo Municipal de
Alcantarilla)
Afiche de la película El Pirata,
proyectada en la Terraza de
Verano en 1956. (Propiedad de Juan
Cánovas)
Afiche de la película Mujercitas,
proyectada en la Terraza de
Verano en 1952 (Propiedad de Juan
Cánovas)
También fue en
esos primeros años de la década de los 40, cuando nuestra villa disfrutó de
otra terraza veraniega dedicada al séptimo arte. Muy cercana a la anterior, en
el cruce de las calles Tropel y Nona, detrás del bar de San Roque, estuvo
instalado el Cinema Alcázar de iniciativa privada y vida efímera. En el solar,
aún existente, y en años posteriores, se celebrarían bailes para la juventud.
Edificio donde estaba el Cinema Alcázar
en la década
de los 40 del pasado siglo (Foto Juan Cánovas)
Afiches de las películas Los novios y
Schottis, proyectadas en
el Cinema Alcázar el año 1943.
(Propiedad de Juan Cánovas)
El Cine de
Verano Campoamor lo abrió Agustín Sánchez Manzano en la carretera de Barqueros
(hoy Reyes Católicos), en el año 1947. Como José Iniesta Eslava explotaba las
otras tres salas que funcionaban en Alcantarilla, le compró al Sr. Sánchez los
derechos de proyección en 1949, y cuando terminó la temporada clausuró la
terraza, que tuvo una vida efímera.
Afiche de la película La Esclava del
Desierto, proyectada en el
Cine de Verano Campoamor en 1948.
(Propiedad de Juan Cánovas)
El Cine
Casablanca, en la calle Ferrocarril, fue abierto por Miguel Pagán Ocaña a
finales de la década de los 50. Simultaneaba las proyecciones con Sala de
Fiestas, donde actuaba la legendaria orquesta del mismo nombre.
En los
barrancos anexos al cine, donde anteriormente se trabajaba el esparto, se
acondicionó un patio para Terraza de Verano y fiestas al aire libre. El cine
cerró en los años 70, y la terraza, como ya se dice más arriba, fue clausurada
en 1993.
Cine Casablanca. Foto Archivo Municipal
de Alcantarilla
Orquesta Casablanca (Foto de autor
desconocido)
Entre las
calles Matemático Férez y Palmera, y junto a la Plaza de Abastos de San Pedro,
había un recinto descubierto propiedad de la familia Cascales, resultado del
derribo de de casas con comercios y tabernas. En ese lugar, la empresa José Pérez García
solicitó permiso para proyectar películas, dándole el nombre de Terraza Cine de
Verano Veracruz. Tuvo una corta trayectoria en los primeros años de la década
de los sesenta.
Quedan en
nuestro recuerdo aquellos afiches (programas de mano), que se entregaban a la
salida de la sesión, invitando al próximo estreno. También aquellas grandes
pizarras colocadas en lugares estratégicos de la villa, anunciando las
películas del día, y que estaban rotuladas a pie de calle con gran maestría por
los pinceles de Juan Peñalver Cifuentes, empleado de la Empresa Iniesta.
En el año
1937 se crea la “Junta Superior de Censura Cinematográfica”, asignándole la
función de “revisar o censurar debidamente todas las cintas
cinematográficas que tengan entrada o se impresionen en la zona nacional
expidiendo un certificado de las que puedan proyectarse”, prohibiéndose
en todo o en parte las películas que tuvieran carácter de propaganda social,
política o religiosa que fueran contrarias a la moral o a las ideas del
Régimen.
La
Iglesia estableció en 1950 una calificación moral, distinta en todos los países
en cuanto a su forma, pero idéntica en cuanto a su objetivo, y por la que se
establecen matices que diferencian lo que puede o no perjudicar a una persona
de determinada edad o formación.
La ejecución
se confía a la Junta Nacional de Acción Católica, quien facilita estos
servicios por medio de su Secretariado Central de Espectáculos
y Asociaciones adheridas a Acción católica, como Filmor, Confederación
Católica Nacional de Padres de Familia, SIPE de las Congregaciones Marianas, el
periódico Signo, la revista Ecclesia, &c.
Afiche de la película Viridiana, clasificada como
“Gravemente peligrosa” (Propiedad de Juan Cánovas)
Los censores
deben atenerse a unas normas, y por tanto no obran según su criterio, aunque
éste intervenga, en la parte subjetiva de la película, sino que consultan esas
normas y procuran interpretarlas rectamente y aplicarlas sin error. ¡Difícil
misión, repleta de peligros! Hay que calificar para un público vastísimo,
heterogéneo. Hay que calificar teniendo en cuenta que existen salas céntricas y
salas de extrarradio; salas en zonas marítimas y en alta montaña; salas
a las que acude público en su mayoría formado y otras que son refugio de
gentes sencillas, sin preparación.
Fijaron unas
medidas muy estrictas en el apartado erótico, obligando a los dibujantes y
técnicos de artes gráficas a retoques, la mayoría de ellos ridículos, sobre los
afiches y fotografías originales. Aquí vemos una pequeña muestra:
Afiche de la película La dama de Trinidad, de 1952,
original y censurado.
Pepe Marín
nos ha proporcionado este pase de su colección, preciada joya de aquellos
tiempos para el feliz poseedor del mismo, cuando el cinematógrafo era nuestro
mayor disfrute y entretenimiento.
Pase de favor de la Empresa Iniesta
(Propiedad de Pepe Marín)
Hubo
un tiempo en nuestro país, una etapa en su historia que transcurrió entre el
comienzo del pasado siglo XX, y que tendría su fin coincidiendo aproximadamente
con el fin de la dictadura del General Franco, en que la mano de obra era
netamente superior a la mecanización, sobre todo en la industria de la
construcción. Nuestro país fue durante toda esa época deficitario en materia
prima para la fabricación de papel, y menos aún de cartón, por lo que todos los
envases, para todo tipo de productos, eran construidos con madera.
España ha sido, y sigue siendo, un
país eminentemente agricultor. Y nuestra Murcia es la huerta de Europa; frase
acuñada allá por los sesenta con gran acierto. Nuestras frutas, de temporada o
en conserva, han sido enviadas al resto de provincias de nuestro país, y
esportadas a diversos países europeos.
Ya en otro de los antiguos oficios
desarrollábamos los detalles concernientes a las empresas que trabajaban la
madera, y a las que elaboraban las conservas.
Ahora
tenemos que recordar la figura del clavador de púas, del constructor de cajas
de madera para la recogida de la fruta en la huerta, de platos y ceretos para
el transporte y venta de la fruta y la conserva, del palet para su embalaje y
exportación, y un sinfín de labores destinadas específicamente a cada uno de
los productos.
Útiles
del clavador: Martillos y peine para extraer las
púas
del cajón alineadas (Foto Juan Cánovas)
Con
sus herramientas de trabajo (el martillo y el mandíl), estos hombres formaban
cuadrillas para cubrir campañas. En primavera se hacían cajas para el
albaricoque (popularmente llamado el verdeo). Después se hacían los platos
cuadrados para la mandarina, cajas para todo tipo de naranjas, también para
limones. Para los ajos se construían cajas redondas. Para el tomate construían
ceretos, y acabando la temporada del mismo comenzaba la uva, preparando platos,
terminando justo en Navidad. Se simultaneaba durante todo el año con la
construcción de cajas más fuertes, capaces de contener los botes de conserva de
todo tipo, hasta seis botes de cinco kilos.
Envase
procedente de Conservas Cascales. Fotografía
de Pedro L. Cascales López
Envase
para 10 botes de 5 kilos de pulpa de albaricoque Bulida,
Procedente
de Conservas Cascales. Fotografía de
Pedro
L. Cascales López.
La
mayor parte de estos clavadores estaban empleados en la fábrica de Galindo, en
Conservas Cobarro, en Hero, y el resto repartidos por la gran cantidad de
empresas conserveras del pueblo. Cuando llegaban las campañas de fruta en otras
regiones, algunos marchaban hasta Zaragoza, otros a Novelda, o a Monforte del
Cid, donde quedaban alojados entre uno y dos meses hasta el término del
trabajo.
Caja
para uva (Fotografía
de
autor desconocido)
Las
fábricas de refrescos y cervezas necesitaban muchas cajas para sus botellines
de cristal, y la fábrica de Galindo suministraba la madera cortada que,
transportada a las embotelladoras, eran montadas allí por los clavadores.
Este
oficio desaparecido, y que ahora recordamos para que su memoria perdure, está
citado por el escritor José Luis Sampedro en su novela “El río que nos lleva”,
del que vamos a citar un corto pasaje:
Al poco rato los labriegos invitados
formaban corro atónitos. El Correa cogía un puñado de puntas en la boca, otro
en la mano izquierda, un martillo en la derecha e iba clavando a una velocidad
vertiginosa. Sujetaba el clavo vertical y le bastaban luego dos certeros
golpes: uno, suave, para dejarlo sujeto y retirar los dedos; otro, violento y
seguro, para hundirlo hasta la cabeza. Era una exhibición de maestría.
Cuando acabó el trabajo pendiente, en pocos
minutos, levantó la cabeza y desafió:
—
¿Qué?
¿Hay más que hacer?
El
dueño de la casa se echó a reír:
—
No
sabía que los gancheros manejaban clavos.
—
Yo
soy ganchero porque no encontré otra cosa cuando me cerraron la fábrica de
Valencia donde trabajaba. Pero mi oficio es clavar puntas. Y a destajo. He
cogido campañas de pasas en Málaga; de orejones y pimientos en Murcia; de
frutas en Logroño; de pescado en el Norte; naranjas en Valencia... Conozco todo
el género.
—
Lo
hace usted como las rosas. Yo he trabajado en una fábrica serrando tablilla y
he visto clavar, pero pocos como usted.
—
Es
que hay pocos —dijo ufano Correa—. Ya ve, en cajillas de estas, que llevan cada
una treinta y seis puntas, yo clavaba de cuatro a cinco mil puntas al día. De
puntas bien metidas; sin salirse fuera ni picar ningún bote por dentro... A ver
quién lo mejora.
Y se miraba las manos satisfecho, entre la
apreciación de todos los presentes.
La
gran mayoría de aquellos clavadores ya no están con nosotros, y a los que no
han desaparecido, la memoria les flaquea al ser octogenarios. Entre unos y
otros hemos podido hacer una pequeña relación de aquellos profesionales, aunque
de alguno de ellos solamente nos quede el apodo:
Ángel Fernández “el
Chinorri”
Jesús Pacheco “el Potaje”
José Férez “el Pestaña”
Antonio Cánovas “el Lángara”
Antonio Cánovas “el Carrión”
Paco “Pachinez”
Juan “Pachinez”
Pablo “el Remolinos”
Fabián “el Bomba”
Los hermanos Paco y Pepe
“los Rayeros”
Los hermanos Juan y Mariano
López
Paco “el Chano”
Angel “el Bolero”, de
maestro en la fábrica de Cobarro.
Pepe “el Pop-pop”
Jesús Valera “el Merallas”,
que moriría por la explosión de una caldera en la fábrica de la Esencia, donde
estaba clavando cajas.
Vicente “el Hipólito”
José López Martínez “el
Cartero”
“el Rasquija”
“el Ché”
“el Jaro”
Fernando “el Chapas”
Paco “el Flacho”, en la
fábrica de Galindo.
Rafael “el Flacho”, con su
hermano en la misma fábrica.
Ángel
Fernández “el Chinorri”
(Foto
cedida por la familia)
Antonio
Cánovas Hermosilla “Carrión”
(Foto
Juan Cánovas)
Antonio
Cánovas Férez “Lángara”
(Foto
cedida por la familia)
En
la bicicleta, Jesús Valera “el Merallas”, y en el cuadro
Antonio
Cánovas “Carrión”, en la campaña de la uva en
Novelda
del año 1964 (Foto propiedad de Antonio Cánovas)
Pablo
“el Remolinos” (Foto propiedad de Antonio
Cánovas
“Carrión”)
José
Férez “el Pestaña
(Foto
cedida por la familia)
Juan
“Pachinez”, tocando el saxofón en la Orquesta
Casablanca
(Foto de autor desconocido)
Primero
fueron los envases de cartón y después los plásticos. Acompañando a esos
materiales se unía la tecnología de su construcción, eliminando mano de obra y,
sobre todo, enviando al paro o a otras profesiones a aquellos clavadores para
los que no quedó una tabla donde dar un martillazo.
Paco
“Pachinez”
(Foto
propiedad de Antonio Cánovas)
“El
Jaro” y “el Carrión” en Novelda en 1964
(Foto
propiedad de Antonio Cánovas)
El
de la izquierda es Jesús Pacheco “el Potaje”
(Foto
propiedad de Juan Cánovas)
El
confitero es la persona que tiene el oficio de elaborar, manufacturar y
posteriormente vender y comerciar, todo tipo de género de dulces y confituras
realizados sobre frutas u otro tipo de alimentos, o en fabricar dulces a base
de azúcar. El confitero se encarga de ejecutar con azúcar toda clase de
productos de variados sabores y tamaños, dándoles forma, horneándolos y
decorándolos.
En Alcantarilla, a lo largo de los tiempos hemos tenido
magníficos confiteros, señalamos algunos de ellos a modo de ejemplo:
Confitería Luisico.
Estuvo situada en la esquina de Ruiz Carrillo con Calle Mayor, en la misma
situación, pero distinto edificio donde
está la mercería Loto Azul.
Confitería “El Rojo Daniel”.
(Daniel Marín Mengual). Estaba situada en la calle Mayor, frente a la Plaza de
Abastos. Tenía una entrada por la calle Rosario, enfocada a la calle Moncada.
Era un gran salón en planta baja, con dos partes bien diferenciadas: había un
mostrador largo, que era la zona de bar, y enfrente se encontraba la zona de
confitería. En ésta se elaboraban todas las especialidades de la época. Cuando
llegaba el tiempo del estío fabricaban una gran variedad de helados. Las
cervezas de entonces se servían en “quintos”. El gran salón de la confitería
servía como local para la celebración de bodas y otros acontecimientos,
luciendo éstos mucho dada su amplitud y comodidad. Daniel Marín era hermano de
Prudencio Marín, panadero y confitero por aquella época, y de don Manuel Marín,
administrador de correos.
A la
izquierda Daniel Marín tras la barra de su cafetería, junto a
Juan Domingo Tormos, (...) y Pedro Sánchez Menárguez "El Pencho"
(Foto
cedida por la familia)
Confitería Avenida,
(Fulgencio Monreal García). Oriundo de Molina de Segura, trabajó en las confiterías de “Luisico” y del
“Rojo Daniel”; su mujer María Gomaríz González llevaba la cantina del Cine
Mercantil. En el año 1954 se establecieron por su cuenta en la calle Mayor
número 35, con el nombre de Confitería Avenida. Tenía una serie de
especialidades a cual más exquisita: pasteles de carne, empanadillas, pastel de
“cabello”, “felipes”, tortadas murcianas rellenas de cabello, (compraban las
calabazas a Antonia Menchón “la Galicia”, y fabricaban
ellos el cabello de ángel), borrachos…
Fulgencio
Monreal y María Gomaríz, en la
Calle
Mayor 35 (Foto La Opinión)
Siempre
trabajaron con ellos sus sobrinos José y
Pedro Palazón Gomaríz, y a la jubilación de Fulgencio en el año 1983,
primero Pepe y luego Pedro se hicieron cargo del negocio en una nueva
ubicación, en la calle Mayor número 64, frente a la farmacia de las Escaleras,
siguiendo con la tradición de elaborar todas las recetas propias, hasta que se
jubilaron en 2006.
Anuncio
en la Revista de las Fiestas de Mayo 1985
Nueva
ubicación en la Calle Mayor 64
(Foto
Juan Cánovas)
La
segunda generación
(Foto
Pepe Riquelme)
Vista
general del Interior
(Foto
Pepe Riquelme)
Luis Guirao Mengual
(1938), empezó a trabajar de crio en la panadería de su abuela, María “la
Marcelina”. Luego se estableció por su cuenta, mientras alternaba el trabajo en
el horno de su padre. La característica tradicional de sus dulces hacía que
fueran muy apreciados por todos sus clientes. Destacaríamos esas riquísimas
tartas “murcianas” de bizcocho de tortada bañado, los “felipes”, los palos
catalanes con diverso relleno, los pasteles de carne, los riñones, los
tornillos (cuernos), los pastelillos de “cabello de ángel”, las tortadas de
bizcocho, etc.
Luis
Guirao Mengual
(Foto
Pepe Riquelme)
Sucesor
de Luis Guirao
(Fotos
Pepe Riquelme)
Confitería Máguez.
(Pedro Gómez Carrillo, 1953). Comenzó a trabajar con su padre, José Gómez,
desde niño. A la jubilación de su padre, él continuó con la tradición de
confiteros. Ha tenido varios establecimientos en Alcantarilla, el último en la
plaza Adolfo Suárez. Su especialidad mágica son los pasteles de carne, deliciosos,
y el pastel de cierva, pasando por todas la especialidades que se puedan
encontrar en una confitería de primera. Hay una gran calidad en los
ingredientes que usa en la elaboración de sus productos.
Pedro
Gómez Carrillo “Máguez”
(Foto
Pepe Riquelme)
HISTORIA
DE LA DESTILACIÓN
La destilación era una técnica
conocida en China alrededor del año 800 a. C. que se usaba para obtener
alcoholes procedentes del arroz.
Partes
de un alambique
(Fotografía
de autor desconocido)
En el Antiguo Egipto descubrieron
también textos que explican la destilación para capturar esencias de plantas y
flores.
Alambique
(Fotografía
de autor desconocido)
Se sabe que la destilación era ya
conocida en la Antigua Grecia y en la Antigua Roma.
Alquitara
(Fotografía
de autor desconocido)
Su perfeccionamiento se debe en gran
parte a los árabes. Ellos fueron los primeros responsables de la destilación
del alcohol a comienzos de la Edad Media. El filósofo Avicena, en el siglo X,
realizó una descripción detallada de un alambique. Alambique, alquitara,
alquimia y alcohol son todas palabras de origen árabe.
Alambiques
industriales
(Fotografía
de autor desconocido)
En los comienzos sólo destilaban
frutas y flores para tener peerfumes, así como triturados minerales para
obtener maquillajes. Unos polvos negros que se vaporizaban y se dejaban
solidificar de nuevo eran usados como pintura para los ojos de las mujeres del
harén. Se trataba del Kohl, que sigue
usándose todavía hoy en día. Cuando el vino empezó a ser destilado, dado el
parecido del proceso adoptó el mismo nombre, AlKohl…
DESTILADORES
El arte de destilar
El arte de destilar realmente lo
llevan al máximo exponente los árabes, con la perfección de su instrumento, el
alambique, con el que empiezan a realizar esencias y bebidas alcohólicas
obtenidas a partir del vino. Pero la prohibición del alcohol en el Corán no los
dejó avanzar más en ese campo.
Este espacio fue ocupado por monjes
cristianos, en sus monasterios, donde los valores terapéuticos del alcohol no
estaban restringidos.
Si los árabes enseñaron al mundo a
destilar alcohol, los monjes cristianos enseñaron al mundo a beberlo.
Esquema
de una destilería casera
El alambique “POT” es un aparato
artesanal y delicado que nos lleva al origen alquimista de este arte mágico.
Con este aparato se obtienen los
mejores licores y aguardientes, pero es un proceso lento y delicado. Este
alambique en forma de pera consiste en una caldera de cobre o metal,
antiguamente de vidrio, un capitel y un serpentín.
El líquido a destilar se pone en la
caldera, que se pone en el fuego directamente, con el aumento de temperatura
los vapores desprendidos del líquido suben hacia el capitel, donde se
concentran para irse enfriando y condensando en el serpentín (que es un tubo
enrollado en espiral y refrigerado por agua) saliendo así en forma líquida.
Así se obtiene una primera
destilación del alcohol bajo de graduación, muy aromático y con sabor muy
fuerte. Haría falta otra destilación siguiendo el mismo proceso para la
obtención de un aguardiente de alta graduación y finura.
Instalaciones
de Destilerías Párraga
(Foto
cedida por los sucesores)
Existen tres
fases:
El vapor obtenido al calentar un
mosto fermentado será por lo tanto una mezcla de alcohol y esencias aromáticas,
con un poco de vapor de agua. A esta se llama la cabeza, de alta graduación y
con alcoholes más volátiles como el metílico, esta primera parte se retirará y
se guardará para mezclar con el que salga a la cola y volver a destilar.
Pero a medida que va avanzando la
destilación, la proporción de alcohol irá disminuyendo igualmente que los
principios aromáticos, e irá aumentando el vapor de agua.
Esta es la parte del medio, el
corazón, del destilado donde el alcohol, los aromas y el vapor de agua se
mezclan en una proporción adecuada.
Y finalmente la cola con mucho vapor
de agua y mucho menos alcohol.
Licores
embotellados de Destilerías Párraga
(Foto
cedida por los sucesores)
EL PRODUCTO DE LA DESTILACIÓN:
AGUARDIENTE
Bebidas alcohólicas de alta
graduación, secas y más o menos aromáticas, en latín aquaardens son los
alcoholes obenidos por destilación.
Tipos de
aguardientes:
-Aguardientes hechos de vino, el
coñac, el rey del brandy y de los destilados, de origen francés, envejecido en
botas de roble.
-Armagnac, considerada y bendita por
muchos gastrónomos como el mejor aguardiente de vino de sabor profundo, un
paladar más cálido y un aroma penetrante.
-Brandy español, brandy jerezano.
Etiqueta
y botella de Brandy, elaborado por
Destilerías
Párraga (Foto cedida por los sucesores)
-Aguardientes de residuos de uva, o
aguardientes blancos. El orujo es el destilado de las sobras, (pieles y
semillas) el antiguo orujo era considerado el licor plebeyo, es un aguardiente
áspero, seco y potente. Es similar también en Italia, la grapa.
-Aguardiente de cereales y patata,
el whisky, cereales destilados para la obtención de aguardiente.
-Vodka, aguardiente a base de trigo,
cebada y centeno, el vodka polaco o ruso era una destilación inicial de corteza
de abedul y posteriormente de patata y cereales.
-Ginebra, aguardiente de cereales,
perfumada, en este caso es el primer elexir obtenido por destilación de un
alcohol previamente macerado con bayas de enebro.
-Aguardientes de plantas azucaradas,
el ron hecho con caña de azúcar.
-Aguardiente mexicano, el tequila,
(mezcal) es el corazón o piña del agave, que desprende un líquido dulce. Es un
tipo de cactus.
-Aguardiente de frutas, hierbas y
raíces, aguardiente de sidra, el calvados.
-Anisados, aguardientes de vino y
orujo, endulzados y perfumados con anís. Egipcios, griegos y romanos
consideraban el anís como un remedio eficaz contra las afecciones
grastrointestinales, y un antídoto infalible contra los males de la vejez, un
poderoso somnífero y un laxante activo.
Etiquetas
y botellas de otras especialidades de
Destilerías
Párraga (Foto cedida por los sucesores)
LICORES
Los licores son bebidas
hidro-alcohólicas aromatizadas obtenidas por maceración, infusión o destilación
de diferentes sustancias vegetales naturales, con alcoholes aromatizados o por
adición de extractos aromáticos, esencias o aromas o por combinación de ambos,
junto con sustancias para darle color. O sea, un licor es una bebida a base de
alcohol, agua, saborizantes, aromas y azúcar. Siempre tendrán un contenido
alcohólico superior a unos 30 grados.
-Licores naturales: obtenidos como
un aguardiente y endulzados.
-Licores artificiales: obtenidos de
un alcohol ya elaborado en el que se han macerado frutas, plantas, hierbas,
flores y especias.
La imaginación en la elaboración de los
licores: La
naturaleza aporta infinidad de ingredientes, como para crear nuestras propias
recetas, a nuestro gusto; el universo del licor es infinito.
Una muestra de las principales
sustancias aromáticas sería la siguiente: Angélica, azafrán, absenta,
almendras, aloe, anís verde, angostura, apio, melisa, badiana, cilandro,
canela, corteza de naranjas, cerezas, cacao, cardamomo, centaura, comino,
dictamen de creta, enebro, eucalipto, genciana, higos, hinojo, jengibre, limón,
mejorana, manzana, menzanilla, melisa, menta piperina, nuevos, nuez moscada,
orégano, perejil, regaliz, romero, salvia, saúco, tomillo, té, valeriana,
vainilla,… raíces, flores y todo tipo de frutas y plantas aromáticas… siempre
antes de poner alguna planta, saber de qué planta se trata, mínimamente sus
propiedades, a mí siempre me gusta de probarlas para saber el gusto y el olor
que tiene.
Para licores también se puede
utilizar esencias, aceites esenciales, principios aromáticos obtenidos por
destilación con vapor, maceración, digestión, percolación, infusión y cocción
pura y simple.
Calendario
de Enrique Alemán del año
1945
(Foto Juan Cánovas)
DESTILERÍA DE ENRIQUE ALEMÁN
En sus inicios, las instalaciones para
elaboración y venta se ubicaban en la calle Subida San Francisco, y trabajaban
conjuntamente los hermanos Enrique y José Alemán Pérez. Posteriormente, la
empresa de licores se trasladó a la calle de la Amargura (Ruiz Carrillo), bajo
la gerencia de Enrique, y su hermano José se instaló en la avenida Generalísimo
(hoy calle Mayor) dedicado a almacén de medicamentos, bicicletas, accesorios y
neumáticos.
Tenían una habitación pequeña donde hacían las
mezclas y una gran nave donde estaban los enormes toneles de almacenamiento y
local de venta de los productos, que se vendían a granel y envasados.
Fabricaban una gran variedad de
especialidades, con marcas propias: Anís
Colosal, Anís Torrevieja, Coñac Colosal, kolas, mistelas, vermouth, etc..
El procedimiento de fabricación era dirigido y
coordinado por D. Aurelio Sáez Corbalán, químico de la empresa. Además de hacer las bebidas, era el responsable de la contabilidad de la empresa. Era el probador de las nuevas
bebidas que se creaban. Creó una variada serie de perfumes que se vendían al
por mayor y al detall, con gran éxito entre el público.
Don Enrique murió en 1972 y se hizo cargo del
almacén su sobrino Rafael Caride. Allí
trabajaron “Juan el Manco”, Pedro Domingo Carrillo, Jacinto, Pepe “El Casas”,
que repartía los productos con una furgoneta por los bares y comercios, y
temporalmente Jesús, hijo de Matías el talabartero.
Don Enrique Alemán Pérez participó en la vida
política de nuestra
ciudad, siendo el alcalde más breve de la
misma en el período
comprendido entre el 20 de febrero y el 30 de
marzo de 1936.
(Foto reproducida de la galería del Ilmo.
Ayuntamiento por Juan Cánovas)
Dos de sus productos estrella, el Brandy y la
Kola Colosal (Foto Juan Cánovas)
DESTILERÍAS PÁRRAGA
La
empresa fue fundada por José Párraga Cánovas y su primo Antonio Párraga
Carrillo en el año 1944. Benito Párraga, hijo de José, comenzó a trabajar en la
empresa en 1952 con 13 años. En aquellos tiempos la destilería estaba ubicada
en una gran nave de la avenida Calvo Sotelo 65 (hoy nº 263 de la calle Mayor
dedicada a la venta de juguetes). Más tarde se incorporó a la industria su
hermano José Antonio, pero finalmente fue Benito el que siguió con la empresa
familiar hasta su jubilación a los 65
años. En la actualidad, a la muerte del mismo, la empresa ha abandonado la
destilación y es un “Almacén fiscal de
alcoholes y fábrica de desinfectantes”. Su Directora-Gerente es Fuensanta
Párraga Carrillo, hija de Benito.
Don
José Párraga Cánovas en el año 1960
(Foto
cedida por su nieto)
A
lo largo de su historia pusieron en el mercado buena cantidad de productos
embotellados de gran calidad y aceptación por el público como:
-
Brandy Jorge X
-
Brandy Maximiliano
-
Anís Noni (dulce y seco)
-
Ginebra Ronnet
-
Ron Ronnet (blanco y negro)
-
Vodka Ronneska)
-
Gran Crema de Ponche
-
Gran Crema de Huevo
-
Gran Crema de Kola
-
Gran Crema de Mandarina
-
Gran Crema de Menta
-
Gran Crema de Coco
-
Gran Crema de Plátano
-
Gran Crema Beso de Novia
-
Gran Crema Agarrap
-
Gran Crema de Café
-
Gran Crema Cualquiercosa
-
Gran Crema Lo que sea
-
Gran Crema Peppermint
Etiqueta
de Gran Crema Peppermint
(Foto
cedida por los sucesores)
ESCRIBIENTE
A los empleados de oficinas, en el
siglo XX, nuestros abuelos y nuestros padres solían denominarlos como
“escribiente, ya que aún perduraba en su memoria la figura del amanuense
encargado de leer y escribir para otros.
Se tiene registro histórico de los
escribientes desde mediados del siglo XIX y hasta los años 80 del pasado siglo,
donde, parece ser, dejaron de existir en las calles. Porque el oficio de
escribiente nació en la calle y se formó en la calle, en las plazas, luego en
las pequeñas casetas construidas humildemente para desarrollar aquella labor
tan importante de hacer comunicarse a las personas a través de una tercera.
Garitas con escribientes al servicio público
(Autor desconocido)
El escribiente se ponía en los
mercados o en las cercanías de las oficinas de Correos. Allí escuchaba atentamente
el encargo de una persona. Leían las cartas de los familiares, escribían cartas
al dictado, redactaban de forma elegante una respuesta, incluso una carta de
amor. Aquel que no tuvo dinero, ni posibilidades de estudiar las cuatro reglas
y aprender a leer y escribir, acudía a los escribientes; ahí nacieron las
mentiras piadosas, cuando las noticias malas llegaban a los analfabetos. No hay
mayor desgracia que la ignorancia y la incultura para los seres humanos.
Pero el oficinista, contable o
administrativo del que hablamos ahora, es del esforzado “plumilla” que llenaba
las oficinas de la gran cantidad de industrias que existieron en nuestra villa
durante la mayor parte del siglo pasado.
Lo normal en aquellos tiempos era
entrar a trabajar en una oficina de aprendiz, de “chico para todo”, y poco a
poco ir ascendiendo de categoría. Al mismo tiempo se acudía a clases
particulares de mecanografía y contabilidad.
La oficina de una gran empresa o banco, en la
primera mitad del pasado siglo (Autor desconocido)
La historia de la contabilidad y de
su técnica está ligada al desarrollo del comercio, la agricultura y la
industrialización como actividades económicas. Desde su comienzo, se buscó la
manera de conservar el registro de las transacciones y de los resultados
obtenidos en la actividad comercial.
Los arqueólogos han encontrado en
las civilizaciones del Imperio Inca, del Antiguo Egipto, y de Roma, variadas
manifestaciones de registros contables, que de una manera básica constituyen un
registro de las entradas y salidas de sus productos comercializados, así como
del dinero. La utilización de la moneda fue importante para el desarrollo de la
contabilidad, ya que no cabía una evolución semejante en una economía de
trueque.
Tabla
de barro de 2040 a.C. Puede ser considerado uno de los
registros
contables más antiguos que se conservan, contiene
el balance
de una explotación agrícula en Ur, en la antigua Sumeria
con
una descripción detallada de las materias primas y días de
trabajo
utilizados. Está redactado en escritura cuneiforme.
Toda empresa debe llevar al día sus
libros de contabilidad, en los cuales se debe registrar las operaciones que son
ejecutadas en un periodo de tiempo determinado. Algunos de ellos son
obligatorios y otros pueden ser utilizados de forma voluntaria. Entre los
libros que llevan las empresas se encuentra el Libro Mayor de Contabilidad,
donde se recoge la información de diferentes cuentas contables.
En una tienda al detall, las
anotaciones en tiempos pasados eran más simples, tal y como recoge el dietario
del año 1907, donde reflejó sus movimientos un establecimiento de tejidos.
Dietario usado para la contabilidad de una tienda de
tejidos al detall en 1907 (Juan Cánovas)
El libro Mayor de contabilidad es el
que recoge todas las operaciones que se han registrado en las distintas cuentas
de manera cronológica. Muestra la misma información del libro Diario, aunque de
una manera más concreta.
Libro diario de contabilidad escrito a pluma y
con letra redondilla (Foto Juan Cánovas)
Libro Mayor de contabilidad
(Autor desconocido)
El libro Mayor no es obligatorio
para las empresas, sin embargo, su uso es muy recomendable ya que permite
llevar un control exacto del saldo de las cuentas.
Cada cuenta
contable tendrá su libro Mayor en el que debe aparecer la siguiente
información:
-Fecha de los
asientos contables
-Concepto
-Debe de los
asientos contables
-Haber de los
asientos contables
-Saldo.
Algunos libros contables (Juan Cánovas)
Con las nuevas herramientas y
software de contabilidad que existen en el mercado, la mayoría de los procesos
de contabilidad están automatizados, y los libros de contabilidad se generan
directamente. Antes de la existencia de los ordenadores, es decir, de la época
de la que hablamos, ya que el ordenador aplicado a la contabilidad se comenzó a
utilizar en los años 80 del pasado siglo, todo el proceso contable se
registraba en varios libros, haciendo los asientos a pluma y con letra
redondilla.
Plumas y tinta utilizadas en contabilidad
(Juan Cánovas)
Además de mantener la contabilidad y
tener al día los libros de cobros y pagos, los oficinistas ocupaban buena parte
de su jornada redactando correspondencia o documentos legales, sobre todo antes
de que aparecieran los primeros métodos de copiado, ya que ningún papel se
escribía una sola vez.
En algunas empresas, sobre todo en
exportaciones, se exigía varias copias de cada documento, una para archivar,
otra para el cliente, y el resto para las autoridades de tránsito (aduanas,
fletes, etc.). Los bufetes de abogados solían pedir y expedir sus papeles
legales por cuadruplicado.
Calculadora
manual Hispano Olivetti de los años 50
A partir de mediados del pasado siglo,
los oficinistas contaron con una máquina que les facilitaría muchísimo los
cálculos y las infinitas cuentas: la calculadora, mecánica en sus inicios,
eléctrica poco después, y electrónica en nuestros días.
También contaron con el libro de
Cuentas Corriente de hojas intercambiables y añadidas, con un sistema mecánico
en sus tapas que lo permitía.
Libro
de contabilidad de hojas intercambiables.
Los “escribientes” eran los
encargados de extender las facturas a los clientes, basadas en los albaranes de
entrega de mercancía que había salido de sus almacenes, y también de gestionar
el cobro, bien al contado o extendiendo además la correspondiente letra de
cambio, que en su momento se enviaría al Banco para su abono en cuenta, y cargo
al cliente en la fecha de vencimiento pactada de antemano.
Factura y Letra de Cambio de los años 40 y 50
(Juan Cánovas)
Alcantarilla llegó a tener la
hegemonía de la región en cuanto al movimiento industrial y comercial. A
comienzos de la década de los treinta del siglo XX, se hallaban instaladas en
nuestra villa siete grandes fábricas de aserrar madera y construcción de
envases para fruta; seis fábricas de conservas vegetales, las más importantes
de Levante; fábricas de jabones, de harinas, de cerámica, de envases de
hojalata, de ácido cítrico, refinería de aceites, etc.
Tomamos como modelo de aquellas
oficinas, dos grandes empresas instaladas en el corazón de nuestra villa, que
con sus actividades daban trabajo a cientos de personas. Una de ellas fue la
fábrica de maderas de Ángel Galindo Caballero, que ocupaba una extensión de más
de 100.000 metros cuadrados, entre la avenida Martínez Campos, avenida Reyes
Católicos, Camino de los Romanos y calle Ángel Galindo.
Interior
de la fábrica de Galindo (Foto propiedad de Pilar
Cano
Vicente. Archivo Municipal de Alcantarilla).
Además de trabajar la madera traída
de otras provincias, y con ellas construir envases para frutas y conservas,
también tenía una sección dedicada a la fabricación de las púas para esos
envases, y una tercera dedicada al esparto para fabricar alpargates, capazos,
cestos, etc.
de
cinta. Foto Archivo Municipal de Alcantarilla.
Dado el volumen de mercancía que
diariamente recibía y enviaba, existía un ramal de ferrocarril que partía desde
la estación hasta la calle Ángel Galindo, donde se introducía en la factoría
para realizar labores de carga y descarga de los vagones.
Detalle
de la puerta para los vagones del ferrocarril
en
la calle Ángel Galindo (Foto Juan Usero).
En el interior de las instalaciones
fabriles trabajaban más de trescientas personas. La mayoría de ellas eran de
nuestra villa, pero también las había de localidades vecinas, como el Javalí
Nuevo, Sangonera la Seca o la Puebla de Soto. Era un referente para toda la
población la sirena que avisaba a la una del mediodía, que se hacía una parada
para la comida, y a las dos y media nuevamente para reanudar la tarea. ¡Cómo no
acordarse “del pito de Galindo!
Se trabajaba de lunes a sábado, y el
sueldo se cobraba semanalmente. Para llevar la organización de la empresa se
precisaban muchos empleados. Sólo tenemos que imaginar la confección de la
nómina de trescientos empleados a partir de las anotaciones del “listero”, que
cada día anotaba puntualmente la asistencia al trabajo, auxiliado por el
portero que registraba las entradas o salidas irregulares.
El pequeño ejército de escribientes
estaba dirigido por Don Ángel Galindo Caballero, que se encargaba de la sección
maderera, y sus yernos Alonso Domínguez y Leandro Sánchez en la sección del
esparto. Después sería Ángel Galindo Núñez el responsable del esparto.
Algunos escribientes que podemos
recordar fueron los hermanos José y Ángel Sánchez Gómez, José (hijo del
primero), Ángel y Pedro Palazón, y Antonio Zapata. También los hermanos Ángel y
Jesús Cano Molina, el primero de ellos además era jefe de compras de maderas
por el sur de España.
Los
hermanos Ángel (de espaldas) y Jesús Cano Molina,
en
las oficinas de la fábrica de maderas de Galindo.
(Foto
propiedad de Pilar Cano Vicente.
Archivo
Municipal de Alcantarilla)
La otra empresa que nos sirve como
modelo de aquel tiempo es la fábrica de conservas B. Antonio Cobarro Tornero.
Con una extensión de más de treinta mil metros cuadrados, se encontraba situada
entre las dos líneas del ferrocarril que en aquellos tiempos existían. Al igual
que Galindo, realizó un concierto con Renfe para disponer de raíles propios,
con entrada al interior de la fábrica. Mediante vagones Transfesa llegaron a
salir hasta un tren diario durante semanas, tal era el nivel de producción de
la factoría.
Fachada
de la Fábrica de Conservas Cobarro.
Foto
Pedro Carrillo. Serie Oficina Técnica 1984-1985.
Archivo
Municipal de Alcantarilla.
En el interior de la fábrica, en
épocas de temporada de fruta, el número de mujeres podía ascender hasta 1500, y
el de hombres a 400.
Interior
de las instalaciones de Conservas Cobarro en 1970
(Foto
de autor desconocido)
En el exterior, el personal de campo
y huerta podía superar posiblemente las 3000 personas. Todo esto sin tener en
cuenta que el personal fijo anual era una plantilla de más de 400 empleados
para el normal funcionamiento de administración, programación y preparativos de
organización de campañas. El personal procedía, además de nuestra villa, de todas
las pedanías periféricas. A veces incluso venían con autocares desde lugares
más lejanos, y se les alojaba aquí para pasar la temporada de la fruta.
Hoja de bloc para las anotaciones de los jornales
de huerta (Juan Cánovas)
Su mercado más importante lo
tuvieron en el Reino Unido, utilizando en diversas ocasiones las ventajas del
transporte aéreo. Grandes aviones Lancaster se encargaban de acarrear desde Los
Alcázares hasta Londres la delicada mercancía.
Banderola que cubría las cajas de fruta enviadas
al extranjero (Juan Cánovas)
Como director de administración,
organización y funcionamiento de la empresa, se encontraba uno de los hijos del
fundador, Basilio Cobarro Yelo, que comandaba un nutrido grupo de escribientes,
con Francisco Tormos como jefe contable. Más tarde, y a la jubilación de éste,
Esteban Vicente Hurtado, que había comenzado como listero desde muy joven en la
empresa, fue depositario de la confianza del director para la administración y
contabilidad de la firma. Con él estuvieron también otros como Pedro Ruiz;
Francisco de Lucas, Marcelino, y una portería cubierta siempre por José Pérez
Muñoz.
Esteban
Vicente Hurtado
(Foto
cedida por la familia)
Al frente de las exportaciones
estaba otro hijo, José Cobarro Yelo, que contó con la colaboración de Luis Bernal como intérprete
de inglés, y después de él, con Alfonso Hernández Hernández, intérprete de
cuatro idiomas. El responsable del laboratorio químico era Don José María
Navarro Hidalgo de Cisneros.
Alfonso
Hernández Hernández
(Foto
Juan Cánovas)
En
el centro del grupo, Don José Cobarro Yelo
mostrando
las instalaciones a unos visitantes.
(Fotografía
de autor desconocido)
Como decíamos antes, en la década de
los ochenta se incorporó el ordenador a las oficinas, ocasionando una
revolución en la profesión. Las anotaciones que hasta ese momento se hacían a
mano, sólo quedaron para los albaranes de salida de almacenes. La pluma
estilográfica, símbolo del escribiente, quedó relegada en el último cajón del
escritorio.
Pluma estilográfica Parker
Aquellos primeros ordenadores fueron
la amenaza en ciernes de los puestos de trabajo de los escribientes. A pesar de
que aquellas primeras máquinas tardaban más de dos horas en hacer cincuenta
asientos contables, superando con creces a un oficinista curtido, eran
totalmente precisas, pues no cometían ningún error al pasar los apuntes a las
cuentas del mayor, ni a la hora del realizar el balance, con el consiguiente
ahorro de horas que se perdían para buscar los 17 céntimos de descuadre en el
mismo cuando se realizaba manualmente.
Ordenador
Wang 22-VP con discos flexibles de
5
pulgadas para grabación de dados.
(Foto
de autor desconocido)
Para manejar estas primeras
máquinas, los oficinistas elegidos tenían que hacer un curso intensivo de
programación en Basic, que era el lenguaje que el ordenador entendía. Después
de la introducción de datos y de su computación, los resultados quedaban
grabados en unos discos flexibles de cinco pulgadas.
Listado
de un pequeño programa escrito en lenguaje Basic.
Las máquinas de escribir se
resistían a desaparecer, incluso ahora que habían aparecido en versión
electrónica, con cinta de polietileno y calidad de imprenta. En los primeros
años de los ordenadores, incluso fueron necesarias, ya que las impresoras
matriciales que acompañaban al nuevo invento aún no daban la calidad precisa
para documentos oficiales.
Máquina
de escribir electrónica Hispano Olivetti
Modelo
Tekne 3 (Foto de autor desconocido)
Después, los procesadores de texto,
las hojas de cálculo, las bases de datos, las impresoras de chorro de tinta… El
futuro que nuestros abuelos auguraban ya había llegado.
Vertiginosamente, con respecto al
avance de la tecnología a lo largo de los tiempos antiguos, la ofimática avanzó
de forma imparable, inundando todos los estamentos, incluso los hogares de todo
el mundo con los ordenadores personales. Llegó el Amstrad PC, sucesor de
Xpectrum y del Commodore.
Ordenador
Amstrad PC 1512 con disqueteras de 3,5 pulgadas.
(Foto
de autor desconocido)
Y llegó Bill Gates con Microsoft
Windows y fue el acabose. Las grandes empresas y sobre todo los bancos,
realizaron una reforma en sus oficinas que llevó a pasear por los parques, y a
visitar obras en construcción, a cientos de escribientes prejubilados. Era el
fin de una época y de un sistema de trabajo que dio de comer a muchísimas
familias.
Ordenador
personal y Ordenador portátil.
Lo lamentable es que hayamos podido
rescatar esa tabla de barro del año 2040 a.C. de Ur, y sin embargo, del ingente
trabajo realizado por esos miles de plumillas, escribientes que se dejaron la vista
tras los números trazados en papel, dentro de otros 2040 años nadie podrá
encontrar nada. Como tampoco se hallará registro alguno de lo grabado en esos
discos magnéticos de los superordenadores que hoy día suplen el trabajo de
tantos seres humanos.
Probablemente sólo se encontrará,
entre los restos arqueológicos de nuestra era, lo escrito por nuestros
educandos de más corta edad, si fuésemos tan inteligentes como para cambiarles
la Tablet de la que ahora presumen, por una pizarra y pizarrín como las que sus
abuelos utilizaron para no consumir papel, que era un bien escaso y caro. ¡Pero
las ciencias adelantan que es una barbaridad, una brutalidad, una bestialidad!
(De La verbena de la Paloma, con libreto de Ricardo de la Vega, y música de
Tomás Bretón).
Pizarra escolar y pizarrines
(Juan Cánovas)
ESQUILADORES
Un esquilador es una persona que se
dedica a cortar la lana o el pelo de los animales, y que habitualmente
desempeña su labor en las explotaciones agrícolas. Se trata de un oficio muy
antiguo pero que en la actualidad se realiza utilizando herramientas eléctricas
que facilitan bastante el trabajo, aunque se requiere mucha experiencia para
realizar la esquila correctamente, porque de ello depende la calidad de la lana
resultante que después se comercializa.
Esquileo
El esquilador, este oficio, en su
mayor parte solían ser de raza gitana, que se dedicaban a esquilar bestias,
trabajo ambulante o a domicilio, si el cliente lo solicitaba. En muchos casos
este trabajo se hacía en descampado; éste portaba una bolsa al hombro con sus
herramientas, maquinilla corta-pelo, tijeras de varios tamaños. Para el corte
de pelo solían hacer algunos adornos, como un pez, un reloj de arena y otros.
Herramientas
para el esquileo
Antes de la entrada del verano, que
es cuando hay que realizar la esquila del ganado, era la época con mayor carga
de trabajo para estos profesionales.
Esquileo
a tijera
En la provincia de Murcia,
territorio de confluencia de varias cañadas reales, que la convertían en zona
ideal para el esquileo de cientos de miles de ovejas merinas, que cada año, a
mitad de camino en su ruta trashumante hacia los pastos de verano de las
sierras del campo de Cartagena, zona de Fuente Álamo y campos aledaños del Mar
Menor, se esquilaban en numerosos ranchos de acogida del ganado trashumante.
Esquileo
Entre otros, cuyos nombres y datos
desconocemos, citamos en Alcantarilla a Rafael, que vivía en una casa cerca de
la esquina de la calle Estación con calle Mayor, y al gitano Joselito.
Esquileo
de bestias
Oveja
a medio esquilar. Detalle del grosor de
la
lana que se le extrae por este medio.
(Fotografía
de autor desconocido)
Oveja
recién esquilada y fresquita.
Una muy buena investigación. Ha merecido la pena el trabajo que han dedicado. Mi más cordial felicitación a los autores.
ResponderEliminarIncreible, fascinante,romantico,nostalgico, etc..etc..mil aplausos a sus historiadores de Alcantarilla, un trabajo mas que historico, muy bien iniciado y acabado...dificil de describir esste trabajo noble y duiradero, esquisito sabor de la antigua Alcantarilla, donde mis padres nacieron y yo me crie, nacido en el 1936, que tan gratos recuerdos me tra este sublime trabajo de Dn Jose Riquelme Juan Canovas, desde San Antonio Tejas, EE.UU una felicitacion sin limites, sin fronteras, que mas se puede decir que no se puede expresar. GHracias
ResponderEliminarEspectacular trabajo, enhorabuena a los autores, muy emocionante la mención a mi abuela Luisa Herreno y a la Fabrica de Envases Galindo donde trabajo mi padre, Santos Giménez, durante 40 años, un fuerte abrazo para mis paisanos desde Sevilla.
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