José
Antonio Caride de Liñán
La
transmisión oral, es, ha sido, y posiblemente
será,
la primera y más universal forma que ha tenido
el
género humano, a lo largo de la historia, de transmitir
una
cultura, unas creencias, o unos hechos históricos.
Rafael Cantero Muñoz
Es
tendencia muy extendida entre los historiadores que se proclaman progresistas
el encasillar como guerras civiles todas aquellas que puedan suponer un
afianzamiento de la identidad nacional. Tal presentan la Reconquista (una lucha
entre españoles cristianos y españoles mahometanos) o la guerra de la
Independencia como la de los españoles afrancesados, cultos y progresistas (y
por supuesto republicanos) contra los españoles analfabetos, retrógrados y
violentos, partidarios del Rey Felón. La historia que sigue, obtenida en gran
parte por transmisión oral, no corrobora esa teoría.
Situación
de España, Murcia y su entorno al inicio del siglo XIX
La
situación económica, social y política de España no podía ser más caótica.
Desde
que se firmara el tratado de Fontaineblau entre Napoleón y España, representada por Godoy, los ejércitos franceses iban aumentando su presencia en
nuestra patria con la excusa de preparar desde ella la conquista de Portugal.
Pero lo cierto es que pasaban los años y un cada vez más importante número de
fuerzas de la “Grande Armèe” seguía ocupando puestos clave y doblaba ya en
número (y no digamos en pertrechos y armamento) al ejército español, no cesando
la entrada de nuevas unidades. Nuestra tropa se encontraba repartida; y aun
cuando algunos historiadores la suponen compuesta de 100.000 hombres, parte
estaba en América intentando reprimir los intentos secesionistas1 mientras un gran
contingente, probablemente el mejor preparado y armado, al mando del cual
estaba el Marqués de La Romana,
andaba sin rumbo ni misión concreta deambulando desde Italia hasta Dinamarca a
la espera de que se les encomendara alguna de esas misiones2.
La
inmensa mayoría de las ciudades españolas se encontraban indefensas con una
escasísima guarnición mal armada y poco entrenada. Así estaba Murcia en
aquellos días: medio arrasada parte de la provincia por la rotura del pantano
de Puentes3 y diezmada
por las más crueles epidemias4.
Alcantarilla, también inerme, rondaba los 4.000 habitantes que estaban
preocupados por las noticias que venían desde Madrid.
La
enemistad manifiesta entre Carlos IV
y su hijo Fernando que reinaría como
VII había dividido a sus partidarios
en dos bloques irreconciliables. Los partidarios del rey Carlos, capitaneados por el Príncipe
de la Paz, se oponían tajantemente a su dimisión y paso de la corona a su
hijo y sucesor, mientras que los partidarios de éste, convencidos de que “El
Deseado” sería un gran rey, terminaron por promover el motín de Aranjuez tras
el que se produjo, entre asaltos, incendios y algarada, la dimisión regia y el
fin del gobierno de Godoy y su
apresamiento.
Entre
tanto alboroto e incertidumbre, Napoleón
reclamó la presencia de padre e hijo. En realidad, cuando los hizo llamar
estaba hecho un mar de dudas sobre el camino a seguir. Por un lado sabía que Carlos estaba dispuesto a traicionarle
y por otro lado Fernando no escondía
su odio a los franceses. Cuando se encontró ante la familia real española, que
estuvo a punto de llegar a las manos en su presencia, decidió (como todos los
dictadores) resolver los problemas que no le incumbían, dándonos un buen rey,
que además le fuera fiel. Estaba convencido que los españoles debían estar tan
hartos de su familia real que verían con muy buenos ojos un rey con el respaldo
del hombre fuerte de Europa. ¡No conocía a los españoles!
Para
Bayona había salido la comitiva real con sus últimos miembros, con gran pesar
del pueblo de Madrid que gritaba: ¡Que se los llevan! ¡Que se los llevan!,
aunque no pudieron impedir el viaje. De todos es sabido el resultado: padre e
hijo abdicaron de sus derechos a favor de José
Bonaparte, hermano del Gran Corso.
Adelantándose
a las decisiones de Napoleón, Murat5 ocupó Madrid y los
madrileños lo consideraron un insulto6.
En la mayoría de las ciudades el pueblo se alzó siguiendo el ejemplo de la
capital del reino; y en Murcia encabezaron el levantamiento los alumnos del ilustre
Colegio de San Fulgencio, que puestos a las órdenes del coronel D. Pedro González de Llamas, no
tardaron en abandonar la ciudad marchando a La Mancha y Valencia con ansias de
encontrarse con los gabachos7.
La ciudad y su entorno volvieron a quedarse abandonados a su suerte. En la
provincia, sólo Cartagena contaba con posible defensa, además de disponer de la
flota allí amarrada y a la que se trasladaron pólvora, ganados y hombres.
Como
en todas las capitales, en Murcia se creó una Junta Suprema, una de cuyas
primeras decisiones fue nombrar Capitana General a Nuestra Señora de la Fuensanta, patrona de la ciudad, imponiéndole
el fajín y otorgándole el bastón de mando que aún hoy exhibe en determinadas y
especiales ocasiones.
Rápidamente
se entendió que las Juntas Supremas Provinciales precisaban de una Central,
siendo Murcia la primera en proponerlo mediante una carta circular enviada a
todas ellas. La intención era que coordinara al conjunto, estableciendo un
reglamento que definiera las atribuciones que debían tener: observación y
defensa; recaudación de contribuciones y donativos; alistamiento de tropas;
dotación de vestuario, armamento, caballos y avituallamiento; avivar el
espíritu patrio y mantener el orden público. Como se ve, el ejercicio propio de
un gobierno que había quedado huérfano en ausencia del Soberano y con rechazo
hacia el rey francés.
Para
el puesto de Presidente de esa Junta Central Suprema se propuso a D. José Moñino, Conde de Floridablanca, que lo era a la sazón de la de Murcia, a
donde vino desde su destierro en Pamplona para dirigir la Junta Provincial
desde el mismo momento de su creación. Aceptado el cargo en la Junta Central,
el anciano político marchó a Madrid primero y posteriormente a Sevilla para
ejercer este último servicio a la patria, teniendo como secretario de la Junta
a D. Martín de Garay. En la ciudad
de La Giralda encontró la muerte el ilustre murciano pocas semanas después.
Las
tropas napoleónicas en Los Raigueros por primera vez
La
Guerra de la Independencia no fue una guerra tal y como ahora la entendemos con
zonas ocupadas y frentes más o menos permanentes hasta que avances o retrocesos
los hacen modificar. En realidad, los regimientos franceses, permanentemente
hostigados por los guerrilleros, se movían de un lugar a otro movidos por su
deseo de encontrar a tropas enemigas, para aprovisionarse o simplemente para
dar rienda suelta a la soldadesca (con la colaboración de la oficialidad) en la
rapiña y abusos a la población civil.
Aprovechando
que la zona de Murcia estaba totalmente desprotegida, los franceses decidieron
desplazarse a ella para aprovisionarse.
El
23 de abril de 1809, cuando la guerra llevaba un año de lucha, el general Sebastiani8, procedente de
Baza y Lorca, decide llegar a Murcia para conseguir avituallamiento y fondos
que le permitieran continuar la campaña.
El
grueso de la tropa no entró en la capital sino que acampó en la zona que
llamaban “Los Raigueros” en Alcantarilla. Ocupaba esta zona un amplio espacio
que podría limitarse por el sur con el camino de Mula, en parte hoy calle Ramón
y Cajal9, antes Mula; por
el oeste con el citado camino de Mula y las estribaciones del hoy llamado
Cabezo Verde; por el este el Río Segura; y por el norte casi hasta la población
de Javalí Nuevo. Hay que tener en cuenta que allí no se asentó un regimiento,
sino “un gran regimiento” según testimonio de D. Juan Álvarez10 que en gran parte estoy
transcribiendo.
Un
regimiento tiene más de 1.000 hombres11,
que a 15 o 20 hombres necesitan entre 50 y 60 tiendas de campaña, que más
servicios y logística, artillería, caballería e ingenieros, ocupan algo más de
10 hectáreas, por lo que en este caso la ocupación podía estar cerca de las 15
o 20 hectáreas; una superficie incluso mayor que la ocupada por la población.
Evidentemente,
la oficialidad se instalaría en las mejores casas de Alcantarilla e incluso en
el ayuntamiento y Casa de la Inquisición. El lugar elegido reunía al fin todas
las condiciones para ser un buen sitio para vivaquear: era un lugar bastante
llano, aledaño a la huerta y con abundante agua proveniente del cercano Río
Segura y de las acequias. Además, muy bien comunicado12. Por esa razón fue elegido dos veces por los
franceses e incluso una por el general Freire
como asiento para las tropas cuando estuvo en Murcia en el año 1811.
De
ese campamento salió un destacamento para la capital a exigir pertrechos y
suministros. Salieron a recibirles, con la mayor cortesía, algunos
representantes del municipio, los que no la habían abandonado y que por
supuesto debían de ser los más proclives a entenderse con ellos por simple
afinidad política, recibiendo de los franceses la promesa de respetar vidas y
haciendas, así como mantener el culto y proteger todos sus objetos, siempre
que, evidentemente, se accediera a todas sus pretensiones.
La
promesa se respetó durante unos minutos porque inmediatamente comenzaron los
desmanes. Por poner sólo un ejemplo, cinco oficiales entraron en la Casa de
Misericordia, exigiendo la entrega de 100 onzas de oro. Después de largo
regateo se conformaron con 10 onzas y 20 arrobas de plata. Como propina
cogieron a la más bonita de las jóvenes asiladas y se la llevaron a Sebastiani para su “desfogue” de
aquella noche. Eso sí, a la mañana siguiente fue devuelta a su casa de acogida.
En
esta ocasión los franceses sólo permanecieron en Murcia tres días, pues el día
26 volvieron a Granada. Los saqueos, las violaciones, los expolios, los
incendios…, ocuparon la mayor parte del tiempo de aquellos energúmenos. Con
todo lo robado cubrieron las primitivas exigencias, porque además, los
almacenes, pósitos y hasta los pequeños comercios fueron vaciados de sus
mercancías. Los animales de corral y los ganados fueron objeto de una “especial
atención”.
En
agosto, después de deshacer algunas partidas de guerrilleros en Andalucía, Sebastiani subió a Toledo participando
en la batalla de Almonacid en la que obtuvo un resonado triunfo sobre las
tropas españolas. Como militar era brillante, pero implacable con el enemigo.
Con
toda seguridad, también Alcantarilla sufriría la furia de los franceses además
de sacar rédito de su estancia, ya que
estaba considerada como villa rica. Es muy probable que fuese en esta “visita”
cuando destruyeron todos los archivos de la Inquisición cuyo aniquilamiento era
objetivo prioritario del gobierno de José
I13.
Segunda
estancia de los franceses en nuestra villa
La
segunda llegada de las tropas francesas fue el 25 de enero de 1812. En esos
días, el general Suchet hace
capitular a Blake conquistando Valencia,
y llegan hasta Murcia tropas francesas, mandadas por el general Jean de Dieu Soult (nombrado Comandante
en jefe el 17 de enero de 1808), procedentes de Andalucía y hostigadas por
fuerzas inglesas mandadas por Arthur Wellesley,
futuro Duque de Wellington.
Era
el general Soult un buen estratega,
pero tal intrigante que hasta a José I14
le creó problemas desde su cargo de jefe supremo de las fuerzas francesas en
España. Hasta tal punto que Napoleón
llegó a separarlo del puesto enviándolo a luchar a la zona del Rhin. De todas
formas, del fracaso de las fuerzas francesas en España, su falta de efectividad
y sus innumerables bajas, no se podía responsabilizar a Soult, así que el Emperador le restituyó de nuevo a su puesto, en
el que siguió hasta el fracaso final de la empresa.
Ante
la presencia inmediata de las tropas francesas los miembros de la Junta Suprema
Provincial salieron precavidamente para Alicante donde se asentaron de una
manera provisional. De nuevo la ciudad estaba indefensa. En mayo de 1808 habían
pedido un préstamo para rearmarse sin ser atendidos por la Junta Suprema
Nacional. Su “espantada” fue aprovechada por el francés que, en su proclama,
invitó a los murcianos a unirse a su causa, en la que se verían protegidos
siempre como amigos, en contraposición con la cobarde actitud de las
autoridades españolas. Eso sí, siempre que contribuyeran a la causa con una
fuerte suma y abundante suministro. Un impuesto que podríamos llamar, en
términos actuales, “revolucionario”, y para cuyo pago se daba un plazo máximo
de 24 horas.
La
tropa, como venía siendo costumbre, había acampado en Alcantarilla, hasta donde
las exigencias que se habían tenido en Murcia se extendieron igualmente:
alimentos para sí y el ganado sin olvidar una cantidad en metálico acorde con
la riqueza de la villa15.
Como
Alcantarilla era un pequeño pueblo al que tenían perfectamente dominado, pues
lo habían registrado casa por casa, suponían que se plegarían con facilidad a
sus exigencias. Lo que pasó fue que los alcantarilleros, escarmentados de la
anterior estancia de las tropas napoleónicas habían tomado sus precauciones en
cuanto se supo que los franceses se acercaban desde Andalucía.
Todo
cuanto de valor consideraron en peligro fue llevado a la zona del Acueducto de
los Arcos del Reguerón, que estaba detrás del actual polígono industrial y que
era una zona cenagosa que para ser atravesada precisaba de conocer los únicos
caminos accesibles. Allí llevaron grano, ganado, animales de corral y cuanto
consideraron un riesgo, posiblemente incluso alguna imagen, ornamentos de
iglesia y piezas sagradas.
No
se conformaron los invasores y recurrieron a los frailes Mínimos que tenían un
hermoso convento con iglesia y una gran extensión regada que ha sido llamada
hasta hace poco como “Huerto de los Frailes”16. Con toda seguridad les robarían cuanto pudieran y
además los tomaron como intermediarios, quizá como rehenes, para conseguir
cuanto querían de la población. Llamaron los frailes a los hacendados y
personas relevantes para exponerles la situación. Sin embargo, tenían noticias
de que las fuerzas anglo-españolas, con las que tenían contacto, venían desde
Andalucía, así que confiaron en dar largas a su exigencia a la espera de
acontecimientos favorables.
Los
franceses respondieron imponiendo la Ley Marcial y el Toque de Queda,
manteniendo el pueblo fuertemente vigilado para descubrir donde pudiera haber
alimentos escondidos y vigilar los movimientos sospechosos. Miembros del
ejército, en parejas, patrullaban permanentemente las calles del pueblo, que
entonces no eran muchas, con orden expresa de irrumpir en las casas sospechosas
de tener alimentos, animales o cualquier cosa que pudiera serles de interés17.
Como
no podía ser menos, en estos asaltos a las viviendas de Alcantarilla, si había
alguna chiquilla (o, porqué no, señora) de buen ver, era sacada como rehén y
puede suponerse lo que hacían con ellas.
Enfrente
de la Posada del Sol, que nosotros conocimos como Posada del Tío Viruta, había
un caserón que hacía esquina y era aledaño de la Posada del Águila. En ese
caserón hubo una botica a finales del siglo XIX. A finales de los años sesenta
se instaló allí el Banco Exterior de España. Pues bien, en ese caserón se
reunían los más significativos miembros de la sociedad local a estudiar la
situación y decidir las medidas a tomar.
Por
su parte los franceses no estaban inactivos y decidieron, como una medida que
moviera al pueblo a ceder a sus demandas, el quemar los archivos municipales,
los libros capitulares y todos los documentos, en el caso de que no recibieran
lo exigido.
El
ayuntamiento había sido ocupado como Cuartel General de las fuerzas francesas,
por lo que la Corporación con su alcalde a la cabeza, se trasladó a un edificio
de la Calle Mayor situado junto a la actual farmacia de Menárguez, en el que permaneció el ayuntamiento largo tiempo a
causa de los destrozos que los franceses llevaron a cabo en el edificio
municipal. Este edificio acabó posteriormente siendo propiedad de José Garrido (al que conocíamos como Pepe el Sastre) y en sus bajos estuvo
la Caja de Ahorros Provincial, luego Cajamurcia, ya con una nueva construcción.
Los
franceses vieron que en el edificio que ocupaban existía una ingente cantidad
de documentos que, lógicamente, no había podido ser trasladada al otro edificio
por los alcantarilleros dado su volumen y su precipitada salida. Pronto
comprendieron los franceses que ahí estaba toda la historia del pueblo y que
eso era algo que debía de ser muy estimado por sus habitantes. Resulta evidente
que cuando decidieron emplear el archivo municipal como pieza de extorsión era
porque éste contenía gran cantidad de documentos y que estos eran de indudable
interés. Entendieron que la sola amenaza de la destrucción de ese archivo
sumiría en tal dolor a la localidad que –así lo creyeron–, para evitar su
destrucción accederían a todo lo que se les había exigido.
Necesitaban
escenificar la amenaza, y así procedieron a amontonar toda la documentación. En
30 carretones18 son
llevados y apilados los legajos y demás documentos desde el ayuntamiento hasta
la puerta de la Iglesia de San Pedro. Mientras tanto, los Jueces Protectores
con súplicas y promesas hacen ímprobos esfuerzos para salvar lo que puede
llamarse el alma del pueblo. Pedir ayuda a Murcia era una pérdida de tiempo ya
que estaba sumida en parecidos problemas.
Una
vez amontonados los documentos, se colocó a su lado una lámpara como testimonio
de voluntad y se pasó calle por calle un pregón que fue leído a caballo y en el
que se avisaba de la inminente quema, en el caso de que no entregaran los
víveres exigidos.
Los
alcantarilleros, en un esfuerzo supremo, trajeron algunos alimentos de los
alrededores, pero a los “gabachos” no debió de parecer suficiente, de modo que
prendieron fuego a la pira19.
Al
volcar la lámpara, las llamas se extendieron con celeridad haciendo pasto
inmediato del papel y el cuero. Un olor acre y amargo como la angustia de los
alcantarilleros se extendió por todo el pueblo y mientras, un negro humo subió
hasta los cielos en aquel frío día de enero de 1812.
A
muchas leguas a la redonda se contemplaba con estupor y espanto.
Ese
día se perdió la memoria de Alcantarilla, mientras, sus habitantes lloraban con
lágrimas muy amargas. Pero las pavesas impregnadas de historia, de penas, de
alegrías, de decisiones acertadas y erróneas, de la memoria de tantos y tantos
hechos, al caer sobre las casas, los huertos y las propias cabezas de los
alcantarilleros removieron sus entrañas llenándoles de odio y sed de venganza.
Simultáneamente
con estos acontecimientos, en Murcia las cosas no se resolvían al gusto de los
franceses. El general de La Carrera
entra en la ciudad inesperadamente procedente de Elche. Las tropas francesas
que había en la capital no eran muchas (el grueso estaba acampado en
Alcantarilla) pero sí muy preparadas y recibieron a las tropas españolas
cargando sobre ellas. No conocían éstas las calles de Murcia, de modo que en la
intrincada zona del centro20
no les fue difícil a los franceses dividirlos hasta dejar solo al general que,
rodeado de enemigos, resistió matando hasta ser alcanzado de un disparo. Murió
heroicamente en la Calle de San Nicolás, donde una placa rememora el hecho.
Cuando sus oficiales le advertían del gran riesgo de la maniobra que pretendía
les gritó: “si la acción es temeraria moriremos temerariamente”. Así sucedió, y
tras matar con su espada a varios franceses, se negó a rendirse, muriendo al
grito de ¡Viva Fernando VII!
De
todas formas el signo de la guerra estaba en 1812 cambiando y llegan noticias
de que tropas anglo-españolas se aproximaban. Es por ello que se da la orden de
levantar el campamento y volver hacia Andalucía. Después de todo, las
principales plazas de la provincia habían sido salvaje y fructíferamente
saqueadas: Águilas, Lorca, Caravaca, Cehegín, Jumilla, Yecla, Mula, Alhama, el
Valle de Ricote y por supuesto Alcantarilla. Los franceses se retiran con un
buen botín… pero no todo fueron éxitos. Las bajas no fueron pocas y además
fueron muchos los desaparecidos.
La
venganza alcantarillera
Cuando
en tiempos de Isabel II se construye
la gran red de los ferrocarriles en España, al hacer la línea Madrid-Cartagena,
para atender al personal que tendía el tramo próximo a Alcantarilla, se
adquirió el compromiso de proveer a los cerca de 2.000 obreros que ahí
trabajaban, entre otras cosa, de agua. En nuestro pueblo rara era la casa que
no tenía pozo o aljibe, pero era tanta la cantidad de agua que se precisaba
que, a pesar de su abundancia, algunos de estos quedaron secos.
Entre
los varios que quedaron exhaustos encontramos el de la fábrica de aceite que
fue del padre de D. José Jara García21.
Al acabarse el agua, en el fondo, empezaron a aparecer botones, correajes,
hebillas y jirones de uniforme que pronto se identificaron como franceses.
Aunque en el año 1823 estuvieron en España los ejércitos del Conde de Angulema (los llamados cien
mil hijos de San Luis), pronto se aclaró el enigma del verdadero origen de lo
que aparecía. Al fin, alguno de los más ancianos, supervivientes de los que
vivieron en su juventud la invasión francesa, se decidieron a contar lo
sucedido. Después de todo había pasado demasiado tiempo para poder exigir
responsabilidades.
La
reunión de la noche en la que se tomaron las terribles decisiones no sería
olvidada fácilmente por sus protagonistas. Teniendo en cuenta la oscuridad de
la noche de enero, la segura falta de iluminación y el conocimiento del
terreno, no debió ser difícil deslizarse por las calles y llegar al caserón de
la Calle Mayor. La reunión nocturna de las fuerzas vivas llegadas con sigilo en
la oscuridad de la noche no debió ser muy pacífica. Las voces de los que de
siempre proponían una actuación prudente para no exacerbar los ánimos de los
ocupantes, si las hubieron, no debieron
ser oídas con demasiado entusiasmo22.
Había que decidir una actuación contundente… ¡y así se hizo! Debían tomar la
justicia por sus manos vengando todos los desmanes que las tropas de ocupación
estaban perpetrando. No era sólo la destrucción del archivo, era una respuesta
al saqueo, a los atropellos y a los salvajes y repugnantes actos de violencia
entre los que sobresalían las violaciones de las jóvenes, doncellas y casadas23.
Había
que eliminar a cuantos franceses se pudiera, juramentándose en que se actuaría
de una manera individual, manteniendo en riguroso secreto quién y cómo actuaba.
Así se cumplió al pie de la letra, pues hubieron de pasar más de diez lustros
para que se reconstruyeran los hechos. Cuando la mayoría de los protagonistas
habían desaparecido.
Las
noticias que se conocían por los arrieros y quizá por palomas mensajeras (en
Alcantarilla desde antiguo hubo gran afición a la colombicultura) eran
esperanzadoras: La Grande Armèe, que con 200.000 hombres había venido al mando
del mismísimo Napoleón a reforzar las tropas que ya había en España, ya no
contaban las batallas por victorias. Las tropas anglolusoespañolas conseguían desalojar a las francesas de
puestos clave y les producían cuantiosas pérdidas.
El
acuerdo de aquella noche de finales de enero de 1812 fue contundente: había que
deshacerse de cuantos más franceses mejor. No era sólo venganza. Alcantarilla
quería contribuir a la derrota del francés.
Teniendo
en cuenta el poco tiempo que permanecieron en Alcantarilla es imposible que
pudieran eliminar a demasiados, pues sólo dispusieron de dos o tres días… quizá
uno desde que se tomó la determinación. De todas formas lo que es seguro es que
alguno fue alcanzado por la ira de los habitantes del pueblo que actuaron con
suma crueldad.
Aquella
misma noche, sin una preparación especial, provistos de algún arma, de valor y
decisión, varios alcantarilleros salieron de sus casas sin comentar nada con sus
familiares.
Conocedores
de los vericuetos y aprovechando la oscuridad, consiguieron alcanzar a alguna
de las parejas de franceses que patrullaban. Con rapidez y contundencia les
atacaron con armas blancas (seguramente facas) para no alarmar con ruidos delatores.
Tendrían que actuar de una manera muy certera. Siguiendo lo decidido, una vez
muertos, se les decapitaba para evitar su identificación. Es de suponer que
taparían los charcos de sangre con tierra (las calles no estaban empedradas) y
así hacer creer que la desaparición era debida a la deserción24.
La
Iglesia de San Pedro25
tenía un cementerio anejo como todas las parroquias26. Este cementerio llamado el Rosario por entonces, se
usaba para dar sepultura a los pobres de solemnidad. Había losas que pesaban de
25 a 30 kilos. La iglesia tenía unos corredores subterráneos llenos de
vericuetos en los que se almacenaron algunas de esas losas provenientes de los
enterramientos que por falta de espacio se exhumaban para dar sepultura a los
últimos fallecidos.
Estas
losas, o fracciones de ellas, se aprovecharon para atarlas a los franceses
sacrificados antes de arrojarlos a algunos pozos.
Los
cadáveres decapitados y atados a las pesadas losas cayeron golpeando las
paredes del pozo elegido, arrojándose a continuación cal viva. La razón era
doble, por un lado para ayudar a la rápida descomposición de los cuerpos, pero
también, para inutilizarlos para su uso como agua potable. Uno de esos pozos
fue el de la fábrica de jabones antes citada en la calle de La Cuesta que se
surtía de agua de la cequeta.
Fue
tal el sigilo con el que se hicieron las muertes que ni los familiares de los
intervinientes llegaron a conocer detalles aunque pudieran sospechar algo.
Pasado el tiempo, es posible que los pozos o aljibes volvieran a usarse o quizá
sólo cuando la demanda fue extrema (como el caso de los obreros de la
construcción del ferrocarril). El caso es que ese fue el motivo de descubrir
este hecho histórico.
De
esta cruel forma, los alcantarilleros eliminaron a algunos pocos franceses
colaborando de una manera anónima en la guerra y vengando los desmanes de los
que habían sido objeto.
Estos
desconocidos se sumaron, sin que conozcamos sus nombres, al general González Llamas, al alcantarillero José Jara García, al médico general Palarea, a los 6.554 voluntarios
murcianos que defendieron Zaragoza, a los miembros de la Cruzada Murciana de
sacerdotes, a los componentes del Regimiento de Voluntarios Honrados y tantos
murcianos que inscribieron con sus hechos gloriosos páginas imborrables de la
historia de nuestra patria durante la Guerra de la Independencia.
Post scriptum
Este
trabajo es sólo una trascripción. A cuatro personas se debe realmente: a Fulgencio Saura Mira y Salvador Frutos Hidalgo que tanto saben
de Alcantarilla; a Juan Álvarez que
guardaba en su corazón y transmitía cuanto conocía de nuestra historia; y a Ángel Luis Riquelme Manzanera que me ha
aportado su amplio e intenso banco de datos personal y la versión de lo que a
él le contó Juanito el Barbero. A
ellos todos los méritos. A mí los de amanuense.
Este
es un artículo aumentado del que en su día fue publicado en la revista
“Cangilón”.
1
En
los primeros treinta años del siglo XIX las antiguas colonias ya no se
conformaban con ser consideradas provincias de ultramar sino que aspiraban a la
independencia total que fueron consiguiendo ininterrumpidamente. Desde 1811 a
1830 fueron independizándose la mayoría de los territorios: Panamá, Argentina,
Chile, Colombia, Ecuador, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Méjico,
Nicaragua, Perú, Bolivia, República Dominicana, Uruguay y Venezuela; haciéndose
independientes con más o menos dificultad, a veces tras sangrientas batallas.
2 El
importante cuerpo de ejército puesto bajo las órdenes del Marqués de la Romana fue, tras engaño y presión, obligado a jurar
obediencia a José I, lo que hicieron
bajo la condición de que en España se hubiese aceptado su reinado. Después de
la encerrona que les tendió el rey de Dinamarca, fueron obligados a luchar con
las fuerzas napoleónicas en la campaña de Rusia. Tras la batalla de Borodino,
con victoria francesa, el grupo de ejército español se pasó con armas y bagaje
a los rusos con los que lucharon valientemente hasta su disolución y vuelta a
España de los supervivientes.
3
Después
de acaloradas controversias en relación de la idoneidad del lugar escogido para
construir el pantano, quedó al fin terminada la obra, pero los peores augurios
se cumplieron al reventar la presa llevándose por delante más de 40.000 árboles
arrancados de cuajo, anegar 900 fanegas de tierra, destruir 1.800 casas, y lo
que es peor, segar 608 vidas, si no fueron algunas más como se sospechó. Entre
los numerosos muertos estaba el mismísimo constructor del pantano que acudió en
su coche de caballos a inspeccionar la catástrofe y aterrado y desesperado se
lanzó con él a las embravecidas aguas.
4
Al
endémico tifus, al paludismo y demás enfermedades corrientes por entonces en
Murcia hubo de añadírsele, en pocos años, dos graves epidemias de fiebre
amarilla, enfermedad vírica que producía graves hemorragias y no pocas veces la
muerte; una epidemia de peste; y el terrible fantasma del hambre.
5
El
hijo del posadero, cuñado de Napoleón,
triunfador en Egipto y Gran Mariscal de Francia, esperaba ser nombrado rey de
España y quería hacer méritos.
6 El
asesinato de algunos franceses fue respondido de una manera implacable, cruel e
indiscriminada por Murat, lo que
enfureció a Napoleón, pero se
aprovechó, culpando a la familia real de los desmanes, lo que ellos mismos admitían,
responsabilizando a la parte contraria (padre a hijo, hijo a padre).
7
González Llamas
entró victorioso en Madrid el 5 de septiembre.
8
El
antiguo seminarista había tenido un gran protagonismo en la batalla de Marengo
aunque al final de sus días coqueteó con Napoleón
y los borbones.
9
La
calle llamada de Mula era en realidad el camino que llevaba a ese pueblo cuando
no existía la estación del ferrocarril que ahora la tapona. Con el camino de
Granada se bifurcaba en lo que se llamó el Fielato por haberse ubicado allí una
de esas oficinas impositivas de tránsito (la oficina central estaba en un
estanco sito en la Calle Mayor). A la entrada del pueblo había un ensanche con
un pozo público cuya agua se utilizaba beber y abrevar caballerías. El pozo ha
quedado incluido dentro de los límites de Industrias Hero.
10
Era
Juanito el Barbero una persona de
gran sensibilidad como la mayoría de los aficionados a la música. Empezó
tocando la trompeta, pero pasando por diversos instrumentos de viento terminó
con instrumentos de teclado llegando a un alto grado de perfección. Gran amante
de Alcantarilla, a pesar de no haber nacido en ella, tenía una insaciable
curiosidad por su historia. Parece que cuando terminaba su jornada en la
barbería (tenía una en su propia casa de la Calle del Val) cuidaba a una
señora, la viuda de D. Santos, que
llegó a una longeva edad y en cuya casa conoció los detalles que narro y que
esa señora había conocido de su abuelo y éste del suyo como historias
trasmitidas de protagonistas de los hechos. Mi conocimiento no es directo sino
a través de mi amigo Ángel Riquelme
al que Juan visitaba con frecuencia
y contaba con detalle la gran aventura de los franceses en Alcantarilla.
11
Cuando
un par de años después se reorganizó el ejército español, se crearon cuatro
Cuerpos de Ejército que fueron el de Cataluña, con el General Copos y 16.000 hombres; el de Murcia, con el General Elío y 20.000 hombres; el de
Andalucía, mandado por el Duque de Parma
y el de reserva de Cádiz, bajo el mando del General O´Donell. Con gran disgusto del generalato se nombró Jefe
Supremo a Arthur Wellesley que
discutía con Castaños la más
conveniente composición de los regimientos: 8 compañías de 150 hombres o 12 de
100. De cualquier forma, 1.200 hombres.
12
De
Alcantarilla salían diversos caminos. El que a través de Lorca y Baza llegaba
hasta Granada, llamado Camino Real de Andalucía. El Camino de Cartagena
arrancaba de la que llamamos calle de ese nombre. El que a través de Mula
llegaba a Caravaca y Moratalla originó la actual Calle de Ramón y Cajal. El que
llegaba a La Mancha pasando por Alguazas, Molina y Cieza. Los que llegaban a
Murcia a través de la huerta (por La Ñora o por Ninduermas) y por ella a
Alicante y levante. Otro camino comunicaba con Andalucía alta (Puebla de Don
Fadrique) además de otros de menor recorrido: Camino de las Gamuzas, Camino de
La Voz Negra, Camino de La Barca, Cuesta del Río, Camino de Los Puentes, Camino
del Malecón y por supuesto el viejo Camino de Los Romanos. Era pues
Alcantarilla un importante nudo de comunicaciones imprescindible para poder
tomar una rápida determinación estratégica.
13
Algunas
de las medidas políticas y administrativas que tomaron los franceses, como
podría ser la misma eliminación de la Inquisición, merecieron la aprobación de
una importante parte de la población, no sólo de los llamados “afrancesados”.
Pero cuando Wellington desembarcó en
La Coruña en julio de 1808 dijo que “no existía en el país un partido francés
ni hombre que se atreviera a mostrarse como amigo de los franceses”. El propio José I se quejaba a su hermano: “Nadie
me quiere, por mucho que lo intente; nadie reconoce mi esfuerzo ni lo mucho que
hacemos por ellos”. Y la verdad es que en comparación con Fernando VII hay que reconocer que era una verdadera maravilla…
aunque francés. Pero los abusos, los crímenes y los robos, los desprestigiaban
ante el pueblo, partidario o no de su política y filosofía.
14 Cuando
Napoleón abandonó España por la
declaración de guerra de Austria dejó de nuevo al mando de la Grande Armèe
(200.000 hombres) a Soult.
15 En
el año 1848, más de treinta y cinco años después, según la Inspección y la
Junta Pericial, la riqueza de Alcantarilla se estimaba en 295.000 reales de
vellón. Cantidad bastante considerable para la época y la zona.
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El
Huerto ocupaba una gran extensión, desde lo que ahora es el Desvío hasta la
estación del ferrocarril, quedando dentro de sus límites el lugar de
enterramiento de los alcantarilleros a partir de 1812, ya que el que había
adjunto a la iglesia de la Parroquia de San Pedro había que desenterrar para
hacer hueco.
17
Soult era
especialista en apropiarse de obras de arte y de una manera especial, pintura.
Si en Alcantarilla hubiese existido alguna habría estado en evidente peligro.
Es sabido que cuando se retiró a Francia se llevó consigo pinturas de Velázquez, Zurbarán y otros importantes artistas. Algunos de esos cuadros
volverían a España por gestión de Francisco
Franco ante su amigo el General
Petain, a la sazón Presidente de la República Francesa no ocupada (¿?) con
capital en Vichí.
18 Es
imposible calcular el número de documentos. Según la tradición, se trataba de
carretones grandes y por lo tanto puede estimarse en un total de entre 7 y 8
metros cúbicos. Miles, muchas decenas de miles de documentos fueron destruidos.
19 Los
franceses parecen ser proclives a estos desmanes. A mediados del siglo XX,
puede decirse que ayer, la empresa Peñarroya, dueña de las minas de El
Centenillo en Jaén, cerró la empresa, y antes de irse amontonaron en la plaza
toda la documentación (que arrancaba de mediados del siglo XVII), planos, actas
de inspecciones y consejos de administración, fotografías, planes de laboreo… y
lo quemaron todo no antes de volar las bocas de los pozos y galerías, algunas
de las cuales se empezaron a construir en la época romana.
20 La
zona de la Platería y Plaza de San Nicolás y San Bartolomé fueron testigos de
la gesta del heroico militar.
21 La
apasionante historia de este ilustre alcantarillero (antepasado de Jara Carrillo) ha sido estudiada con
intensidad por mi amigo D. Ángel
Riquelme. Vendió Jara, que tenía
a la sazón 30 años, cuanto poseía para financiar un grupo guerrillero que se
puso a disposición de Fernando VII
cuando este se reintegró al trono. Tuvo una vida llena de vicisitudes a los que
le llevó su rectitud de carácter y que merece capítulo aparte. Invito a leer el
trabajo de nuestro amigo. Y en lo que respecta al solar de la fábrica, pasó con
el tiempo a fábrica de jabones de Pagán, después refinería de aceite de Juan
Antonio López Martínez y al final fábrica de conservas de Miguel Cascales.
22 En
la primera fase de la ocupación francesa, y aún antes, algunos españoles, y
desde luego también murcianos, en sus reuniones y tertulias comentaban con
admiración los logros que gracias a la Revolución Francesa llegaban a algunas
naciones. Las logias masónicas encabezaban estos movimientos. Para llegar al
logro de esas cotas de libertad y cultura todos los medios parecían lícitos;
incluso la ocupación por el ejército francés.
23 Nueve
meses después algunas mujeres de Alcantarilla parieron hijos de franceses como
demostración de la afrenta sufrida por el pueblo.
24 A
partir de la mitad de la guerra no eran infrecuentes las deserciones. De una
manera especial de los españoles que luchaban en el ejército francés, enrolados
a la fuerza para evitar ser pasados por las armas después de haber caído
prisioneros; se les daba a elegir, o la muerte o luchar con los enemigos.
Estaban deseando desertar aunque siempre fueron tratados como traidores:
“josefinos”.
25 La
iglesia tenía poco más de cien años de antigüedad en esos momentos y ya se le
habían presentado problemas de estructura en las bóvedas. Los enterramientos
ocupaban tanto las criptas como el suelo colindante por la parte sur.
26 Precisamente
una de las correctas disposiciones que José I dictó fue, por higiene, la de
sacar los cementerios de las iglesias y llevarlos a las afueras de los pueblos.
Yo como tantos fui amigo y compañero,el la Banda de la Diputación.Juanito el barbero como era conocido en Alcantarilla era una gran persona y un amante de la cultura y de la historia.En paz descanse
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