miércoles, 25 de septiembre de 2019

LA ACEÑA DEL MUSEO DE LA HUERTA



Pedro L. Cascales López

“Era la última superviviente de una especie y ha sido asesinada por una banda de delincuentes sin escrúpulos” (publicado por los medios informativos ante la extinción de una especie protegida)


En memoria y reconocimiento de todos los que lucharon y trabajaron, dedicando desinteresadamente mucho de su tiempo y su dinero, para que el Museo de la Huerta tuviese una aceña; y un recuerdo especial para el maestro aceñero Cayetano González Vicente y su familia.

1 - Acuarela del pintor Andrés Navarro basada en una fotografía correspondiente
a la aceña que existía junto al Puente de Don Pedro, en el cruce de la carretera de
Puebla de Soto con la de La Ñora, y cuyos restos se adjuntan fotográficamente más adelante.
Pertenece a la colección de 46 cuadros encargados por Pedro L. Cascales López
a Andrés Navarro y actualmente depositados en el Archivo Histórico Municipal. Año 1983.
Fotografía original de Fotocolor no localizable en la actualidad


Índice
1. Apunte breve sobre la historia de la aceña
2. Funcionamiento de una aceña
3. Aceñas de alcantarilla
4. El fin de las aceñas
5. Solicitud para hacer una aceña
6. La construcción
7. La Inauguración
8. El estado actual
9. ¿Cómo ha sido posible?
10. Anexo 1. Arte o aceña metálica
11. Anexo 2. Aceñas del campo con arcaduces



1.    APUNTE BREVE SOBRE LA HISTORIA DE LA ACEÑA

No es objeto de estas escasas líneas profundizar sobre el origen de las aceñas; ya lo han hecho y publicado a lo largo del tiempo quienes podían y estaban preparados para hacerlo; pero sí hay que incidir que a nivel de Murcia existe un trabajo monográfico realizado en el año 1981 por María Elena Montaner Salas titulado “Norias, aceñas, artes y ceñiles en las vegas murcianas del Segura y Campo de Cartagena” que resulta muy ilustrativo, completo, y con una abundante bibliografía, no solamente sobre las aceñas, sino también, como su título indica, sobre otras artes de riego.

Parece oportuno apuntar que ha sido habitual en Murcia el hacer protagonistas a los árabes de cualquier cosa cuyo origen se desconocía, desde un pedazo de tiesto hasta cualquier resto de obra; y esto mismo parece que ocurre con la aceña, cuyo origen árabe siempre ha estado en boca de todos, cuando esto es algo que no está de ninguna manera probado, más bien lo contrario; todos los datos existentes aportan que la aceña es de origen mesopotámico, muy anterior al nacimiento del Islam, y fuera de las zonas de influencia árabes, y su gran difusión por la huerta de Murcia fue más bien en época cristiana tardía que en el período musulmán, aunque muy posiblemente, sí que pudiera haber ocurrido, que la primera aceña de las instaladas en la huerta lo fuese a causa de la llegada de los árabes, y sería de arcaduces de barro o de cuero, no de cangilones de madera.
Quién pueda aclarar la duda que lo haga, pero por lo pronto esto no nos afecta para tratar sobre nuestro tema particular, que es la aceña de la Huerta de Murcia –y en concreto la que se construyó para el Museo de la Huerta–, aunque sí hay que hacer una salvedad: el modelo de aceña usado en esta huerta, a base de cajones de madera, sí es característico de Murcia, ya que el fundamento original de la aceña, como se ha dicho, era a base de recipientes o cangilones de barro o pellejos de cuero llamados arcaduces.
También hay que tener en cuenta que dentro de España el concepto de aceña tiene diferentes acepciones, considerándose en algunos lugares como cualquier obra o contención de cauce ligado a una noria. En Murcia es aceña aquella maquina hidráulica de sangre o de tiro; “ceña”, en el lenguaje popular.

De todos los autores murcianos que han tratado el tema de las aceñas, quizás sea Pedro Díaz Cassou, por su estrecha vinculación a la huerta de Murcia, el que mejor conocía los detalles singulares de estas máquinas hidráulicas de la huerta, y así, en su publicación “Ordenanzas y costumbres de la Huerta de Murcia” de 1889, en el Capítulo Décimoquinto, “De las ceñas”, describe perfectamente lo que significa la aceña para la huerta y para el huertano. Dice así:

“La misma clase de máquina que en tiempo de Herodoto, elevaba el agua del Eufrates á los maravillosos jardines babilónicos, es la que, después de 2.500 años, usan algunos huertanos de Murcia para regar sus hortalizas. Todos conocen 'el arte', la ceña ó noria que llevaron los árabes á donde quiera se establecieron, y que con leves modificaciones sigue siendo la misma en Oriente que en el M. de Francia y en España. Sencilla, como es en agricultura todo lo verdaderamente útil, fácil de componer sobre el terreno por el agricultor mismo ó por modestos artífices rurales, y sobre todo barata, en balde será que el mecánico denuncie la pérdida de fuerza que resulta de que eleve el agua á mayor altura que la de la superficie regable, lo tosco de los engranajes que aumenta los rozamientos, el gran número de aquellos, y su fácil desgaste; en vano será también que la ciencia demuestre la pérdida de dos terceras partes del esfuerzo que se emplea en tan primitivo aparato, la 'noria árabe' será como el 'arado de Noé', una de las máquinas agrícolas que más duren todavía, como es hoy de las que más han durado. Ceña, 'çeniya' entre los árabes es rueda hidráulica, cualquiera que sea su objeto; entre los berberiscos, la significación se concreta á rueda para regar juntamente con el pozo á que se aplica; y dentro de esta acepción limitada, todavía se comprende la de 'ceña' propiamente dicha, ó sea rueda que lleva los arcaduces en sí misma, consistentes en cajones de madera que forman su circunferencia, y la de 'noria' en la que los arcaduces de cuero, barro ó hierro son sostenidos y elevados por una cuerda sin fin, que mueve la rueda del agua. Las ceñas ordinarias de la huerta de Murcia son las de 14 palmos, y cuestan unas 300 pesetas; las norias de 30 palmos, que son las ordinarias, valen unas 1.000: me refiero á los artes de madera fabricados en el país mismo, y no comprendo el gasto de perforación del pozo, ni la obra consiguiente”.      

Las Ordenanzas de la Huerta del año 1849 fueron las primeras que trataron de poner orden en el funcionamiento e instalación de aceñas. Transcribimos a continuación el contenido de los artículos 155 al 159 del Capítulo 15 “De las ceñas”.

“Art. 155. En los cauces de aguas vivas, interin no se realice nuevo reparto y distribucion de las aguas, continuarán las ceñas que tengan la autorizacion competente de este Ayuntamiento, y las demas que aun cuando no aparezca su concesion se hallen establecidas sin interrupcion por mas de veinte años, y no hayan sido contrariadas formalmente por los heredamientos respectivos.
Art. 156. En el término de dos meses despues de la publicacion de estas Ordenanzas se presentarán al Ayuntamiento los titulos o justificaciones de que habla el artículo anterior para su toma de razon.
Art. 157. Las ceñas que no lleven mas de veinte años en la forma referida, y las que no se hubieren presentado en el término de dos meses para su toma de razon, serán destruidas desde luego por sus dueños, ó de oficio en su caso á costa de los mismos y con la multa de quinientos rs.
Art. 158. Las ceñas que hayan de subsistir y continuar por la toma de razon, han de cumplir sin escusa, ni tergiversacion ninguna las reglas siguientes: 1.ª El portillo del cauce por donde toman el agua se ha de construir de piedra o ladrillo y solera de piedra. 2.ª En cada uno de estos portillos se ha de colocar bien ajustado un tablacho con candado. 3.ª Solamente podrán utilizarse del artefacto en las horas de riego que correspondan al dueño de la ceña por el número de tahullas que tuviere con riego de aquel cauce.
Art. 159. Cualquiera que dejare de observar alguna de las reglas anteriormente señaladas pagará la multa de cinco á quince duros por la primera y segunda vez, y si reincidiese la tercera, será denunciada la ceña como dañosa y perjudicial para el heredamiento en que está situada, quedando suspendido su uso desde aquel acto”.

Las aceñas de la huerta de Murcia estaban repartidas espacialmente en su mayor número en las acequias del Turbedal y la Daba hasta El Palmar (casi la mitad de la totalidad de las existentes), Era Alta, Los Garres, Beniaján, Santomera, Llano de Brujas, Monteagudo, Los Dolores y La Arboleja. Es decir, casi todas ubicadas en los primitivos límites de la huerta, en donde no existía el riego a portillo debido a las diferencias de nivel del terreno, y que por lo tanto era necesaria la elevación de las aguas. Y por ello, tanto Alcantarilla como las pedanías colindantes de Nonduermas y Era Alta en su parte de poniente, acapararon el mayor número de aceñas.             



2.    FUNCIONAMIENTO DE UNA ACEÑA

            La aceña es una máquina hidráulica con un sencillo y a la vez delicado funcionamiento; y el que se produjese una rotura o un funcionamiento defectuoso en ella era mucho más fácil que lo contrario, pudiendo significar graves problemas si se  perdía la tanda de riego, de ahí la importancia de la existencia de maestros ceñeros que siempre estaban disponibles para acudir a solucionar problemas, porque la tanda de riego era sagrada, y sujeta, muchas veces, a duros enfrentamientos personales.

            Básicamente, la aceña consta de dos partes principales: la “contrarrueda” y la “rueda del agua”, también llamada noria, aunque menos utilizado este nombre en la huerta de Murcia.
            Estas dos ruedas se encuentran colocadas, una en sentido horizontal: la “contrarrueda”; y otra en sentido vertical: la “rueda del agua”. Y ambas están ligadas por un engranaje de pequeños maderos llamados “puntos”. Al conjunto de todos ellos se le llama “puntería”.
            El movimiento horizontal de la “contrarrueda”, accionado por una caballería, imprime a su vez un movimiento rotatorio vertical a la “rueda del agua” que, compuesta de “cangilones” o “cajones”, eleva el agua. La altura de elevación depende del diámetro de la “rueda del agua”, lo normal está sobre el metro cincuenta o los dos metros. El giro de la aceña puede ser en un sentido o en otro, depende de cómo vayan colocadas las “boquillas”. La aceña del Museo giraba en el sentido de las agujas del reloj, es decir, visto desde arriba, hacia la derecha.

2 - Esquema básico del funcionamiento de una aceña


3 - Dibujo de alzado de una aceña con una rueda de agua de 12
cajones y 6 cruces según investigaciones propias y datos suministrados
por Antonio Martínez Carrillo “El Pelera” en el año 1977


4 - Sección de la aceña y de la rueda del agua

5 - Planta de la aceña

6 - Detalle de los cajones y del anclaje de las cruces al mástil


            En lugares con mayores pendientes, como ocurre en Alcantarilla, en el límite con Javalí Nuevo, era normal el instalar aceña y contraceña, es decir, una primera aceña elevaba el agua y la enviaba a otra aceña situada más arriba; y en algunos casos, como aquí, llegaba a existir un tercera aceña que elevaba el agua de las dos anteriores, por lo que en total, se podía llegar a elevar el agua unos seis metros.
            Otra zona de Alcantarilla que era regada gracias a las contraceñas era el entorno hacia poniente del Camino de la Voz Negra, tomando el agua de la cequeta.
            Así, toda la huerta situada entre los límites de Javalí Nuevo, acequia de Barreras, ferrocarril y Rambla de las Zorreras, pasó a ser de secano a regadío gracias a las contraceñas. Hoy las tierras están abandonadas.

7 - Sistema de elevación de agua combinado entre la aceña y la contraceña

8 - Plano catastral del año 1923 con la ubicación del ejemplo más característico
del riego con contraceña: las aceñas del Cura, junto a Javalí Nuevo


9 - Aceña del Cura, junto al límite municipal con Javalí Nuevo, y su sistema de
primera contraceña o la de “enmedio”, y su segunda contraceña o tercera aceña.
Al final, la combinación de las tres aceñas elevaba el agua unos seis metros,
y podía regarse, gracias a ello, una gran extensión de tierras. Foto aérea de Julio
Ruiz de Alda en el año 1929


10 - Área regable, desde Javalí Nuevo hasta el Convento, y desde el ferrocarril
hasta el Camino Viejo del Javalí o de Los Arcos, gracias a las aceñas y
contraceñas. Foto aérea del día 1-8-1946 realizada por el Ejército Norteamericano



3.    ACEÑAS DE ALCANTARILLA

            Proporcionalmente, en Alcantarilla existieron más aceñas que en el resto de la huerta como consecuencia de que aquí, como cabecera de esa huerta, existían unos desniveles de terreno mayores que en el resto de la vega. Cuando en el año 1451 el Cabildo pide instalar una noria porque el riego se hace trabajosamente con “algaydonales”, no nombra las aceñas, ya que en realidad perseguía lo que ha sido habitual desde que Alfonso X repartiera la huerta: extender más y más los regadíos, incluso invadiendo los sotos o lechos del río y trayendo con ello las devastadoras inundaciones, tanto las producidas por el Segura como las del Guadalentín; pero anteriormente las aceñas ya existían, y hay suficientes pruebas documentales de ello.

            Además, en Alcantarilla, ocurría algo singular que tuvo una incidencia directa en que a lo largo de los siglos XVI al XVIII se incrementara el número de aceñas: El Río Guadalentín desembocaba en el Segura junto a la primitiva población de Alcantarilla, pero desde una fecha incierta, casi con toda seguridad, tras la reconquista cristiana, se comenzaron a hacer diferentes obras de trenques y malecones para desviar el curso de ese río hacia levante, ocupando las tierras de su antiguo cauce para darles un uso agrícola (Puede verse http://www.plcascales.com/topografia-y-evolucion-urbana-de-alcantarilla/, páginas 32 a 37 y plano de la página 70). La inmediata consecuencia de ello fue que el Guadalentín, ante el hecho de encontrarse con su cauce obstruido, inundaba las tierras de regadío situadas entre las acequias del Turbedal y la Daba, haciendo subir el nivel del suelo lentamente por el arrastre de sedimentos. Así, tierras que desde un principio se habían estado regando por rafa o portillo, llegó un momento en que ese tipo de riego ya no era posible, por lo que la solicitud para la construcción de aceñas en esa zona se incrementó notablemente.

11 - Plano convencional en el que se señalan los sucesivos desvíos de que fue objeto el cauce
del Río Guadalentín, desde su primitiva afluencia junto a la aldea de Alcantarilla hasta el
siglo XVIII en que se construyó el canal del Reguerón
                                                                                  

            Al final, en los inicios del siglo XX existían en Alcantarilla unas 43 aceñas, distribuidas por acequias de la siguiente manera: acequia de Barreras, 12; acequia del Turbedal, 10; acequia de la Daba, 10 y cequeta de la noria o acequia de Alcantarilla, 11. De estas 43 aceñas, 9 eran contraceñas, es decir, aceñas que recibían el agua elevada desde otra aceña, para a su vez enviarla a otra o bien, utilizarla ya directamente para el riego.
            Todas tenían sus nombres: Cura, Ladrillar, Frailes, Romero, Rincón, Noros, Aullones, Placeta, Pacunes, Félix el Gorrillo, Maximiano Soto, Fábrica, Florentino, Llorens, Martín, Huerto, Pelliceres, Perico del Cabezo, Jardín, Maquinista, Romano, Pujantes, Abaranero, Cascales, Malecón, Vázquez, Nanos, Herrero, Riquelme, Román, Pata, etc.
            A todo esto tenemos que añadir, ya bien entrado el siglo, la aparición de “el arte” o pequeñas aceñas metálicas, que estaban ubicadas en el Cabezo del Agua Salada, junto al Molino de La Providencia, y junto al Camino de la Voz Negra, sin que pueda darse con exactitud su número y situación –debieron de ser como máximo cuatro–, con la excepción del arte instalado en el citado Cabezo del Agua Salada que sí se conoce su emplazamiento exacto y además existe documentación gráfica de ello.

            Del catastro de rústica del año 1923, en unos momentos de máxima expansión del riego con aceñas, podemos obtener los siguientes datos (en hectáreas-áreas-centiáreas):

Hortalizas con riego a portillo                               11-65-01
Hortalizas y moreral con riego a portillo               05-40-59
Naranjos con riego a portillo                                03-89-32
Higueras con riego a portillo                                03-55-18
Frutales con riego a portillo                                  04-71-11
   29-21-21

Hortalizas con riego de 1ª aceña                         58-92-96
Hortalizas y moreral con riego de 1ª aceña        16-31-64
Naranjos con riego de 1ª aceña                          10-39-32
Higueras con riego de 1ª aceña                          11-21-36
Frutales con riego de 1ª aceña                            15-27-66
                      112-12-94

Hortalizas con riego de 2ª aceña                        01-40-79
Naranjos con riego de  2ª aceña                         03-77-01
Higueras con riego de 2ª aceña                          02-28-45
Frutales con riego de 2ª aceña                            04-57-87
   12-04-12

Hortalizas con riego de 3ª aceña                         00-83-86
Naranjos con riego de 3ª aceña                          00-43-98
Higueras con riego de 3ª aceña                          00-25-44
Frutales con riego de 3ª aceña                            00-67-45
   02-20-73

Hortalizas con riego de rueda                              17-77-88
Hortalizas y moreral con riego de rueda              08-40-48
Naranjos con riego de rueda                                01-54-20
Higueras con riego de rueda                               05-87-70
Frutales con riego de rueda                                 09-25-39
  42-85-65

Hortalizas con riego de agua comprada            04-56-44
Hortalizas y moreral riego agua comprada        00-08-40
Naranjos con riego de agua comprada              00-74-23
Higueras con riego de agua comprada              00-40-75
Frutales con riego de agua comprada                08-07-74
Olivos con riego de agua comprada                   00-26-50
 14-14-06

Es decir, que mientras el riego a portillo, con agua procedente de brazales o acequias, incluyendo la noria, por el sistema tradicional de riego a portillo era de 862.092 m2, el riego con aceñas era de 1.263.779 m2. Los números son suficientemente elocuentes para probar la importancia que este sencillo y modesto artilugio tuvo para la economía y la vida de los habitantes de Alcantarilla.


12 – Distribución de aceñas dentro del término municipal de Alcantarilla



4.    EL FIN DE LAS ACEÑAS

            La llegada de los motores de gasoil supuso a mediados de los años 50 una paulatina desaparición de las aceñas. Y para hacernos una somera idea de lo que las aceñas significaban, basta con saber que la inmensa mayoría de los habitantes de Alcantarilla a finales del siglo XIX vivían de los productos de la huerta; y el surgimiento de las industrias de la madera y posteriormente las de la conserva, no significó el que las tierras se abandonasen. El que siempre había sido huertano, él y sus hijos, compaginaron el trabajo en las nuevas industrias con el mantenimiento de sus parcelas de huerta, tanto para vender sus productos, como para el abastecimiento de toda la familia.


13 – Fotograma de la película “Jardines de Murcia” de 1935. Puede
apreciarse la “tosquedad” y la tantas veces reparada aceña.
Filmoteca Regional



14 – Juan Cánovas Orcajada “posa” junto a lo que ya en esos momentos,
19-2-1967, comenzaba a considerarse como algo muy próximo a desaparecer.
Aceña de la Daba, frente al Museo de la Huerta. Parece la misma aceña
de la imagen anterior

14a - Realizada la publicación, María Ballesta, hija de Francisco Ballesta
"El Veneno", hace llegar esta fotografía de su padre y buen amigo del
que esto suscribe, al Archivo Histórico Municipal de Alcantarilla - 7-10-2019

La huerta ha desaparecido ahora, de cuarenta años para acá, y ello se ha debido a diversos factores de tipo social, económico y de modos de vida, que se han presentado imparables y sin retorno. Han sido estas nuevas generaciones las que, arrastradas y obligadas por esos nuevos factores, han tenido que renunciar al cultivo de sus fraccionadas parcelas de huerta tal y como venían haciendo sus antepasados desde centenares de años atrás. Es la marcha de la vida y contra eso no se puede hacer nada. Estamos ante un cambio de los tiempos y de las formas de vida.
 
15 – Pedro de Sampedro, “Perico el del Cabezo”, posa en un montaje fotográfico
para una tarjeta postal ante una aceña que ya hacía años que había dejado de
funcionar. Era la situada frente al Museo de la Huerta. Sin embargo, el autor de la
fotografía dice que la aceña estaba “en el Museo de la Huerta”, lo que prueba, una vez más,
la importancia de la aceña para el Museo. Parece la misma aceña de las imágenes anteriores


16 – Últimos restos de una de las últimas aceñas. Contrarrueda. A la derecha,
la carretera de “la pólvora”. Enero 1974. Cascales López. Esta aceña es
la representada en la figura nº 1 según fotografía no localizable y que también
apareció en el diario Línea. Ver figuras nº 25 y 26


17 – Las cruces y el árbol


18 – El árbol con la escopladura para el tiro


19 – Base del árbol con el borrón


20 – Punto de la contrarrueda sujeto con el tarugo


21 – Esta misma aceña fue objeto de un dibujo de Manuel Muñoz Barberán. A la
Izquierda se aprecia el edificio todavía existente. Reproducido por J. J. Franco
Manzano en su libro “Memoria histórica de Puebla de Soto”


               
5.    SOLICITUD PARA HACER UNA ACEÑA

Era intención de Diego Riquelme, de Mariano Ballester, de Saura Mira, y de muchas de las personas que tanto contribuyeron desinteresadamente a la construcción del Museo, el que en este existiese una aceña, porque no puede concebirse la huerta de Murcia sin la decisiva aportación de las aceñas, y no puede concebirse un Museo de la Huerta sin una aceña.
Con la aceña era posible elevar el nivel de las aguas de las acequias para poder regar tierras que de otra manera habrían quedado sin agua. Aproximadamente la cuarta parte de la huerta nunca habría existido de no haberse utilizado las aceñas para el regadío.
Se hicieron diversas gestiones, se pensó en restaurar la aceña que estaba frente al Museo, desvío por medio. No era factible, sobre todo por su ubicación. Se pensó entonces encargar una nueva para integrarla dentro del recinto del Museo. Pero los siempre presentes problemas económicos, aunque más que eso, el latiguillo de dejarlo todo para mañana, dio lugar a que este proyecto, que tenía que haberse llevado a cabo a principios de la década de los años setenta, nunca se llevase a efecto, porque España se adentró en unos años de incertidumbre política que no dejaba espacio para que un ayuntamiento se pusiese a pensar en las aceñas.
En la población de Alcantarilla, en donde todavía residían centenares de personas que habían trabajado en la huerta y que habían podido regar gracias a las aceñas –así como todos sus ascendientes– existía un palpable cariño y añoranza de esas 'bastas' pero eficientes máquinas hidráulicas, y eran muchos los que se preguntaban el porqué en el Museo no existía una. No se entendía.
Recuerdo las conversaciones con muchos de ellos que contaban mil anécdotas de su vida en la huerta y su relación con la aceña.
Antonio Martínez Carrillo “El Pelera” llegó a describirme perfectamente las características de la máquina, lo que junto a la toma de datos en los escasos restos todavía existentes, permitió hacer unos planos de cómo era y cómo estaba formada una aceña; en este caso, una aceña de 12 cajones y 18 palmos que elevaba el agua unos 2,60 metros. Una aceña de tamaño más grande de lo habitual.


22 – Plano de la planta de una aceña hecho por el perito agrícola
Juan López García sobre papel vegetal en los años veinte


23 – Plano de una aceña realizado en el año 1978


Hasta Juan Martínez Serre “el Rada o el Cohete”, cuando trasladó su exitoso bar de “Los Cohetes Blancos” desde las calles Moreno y Moncada a la calle Mayor esquina a la calle Palmera, aceptó sin dudar el ponerle a su nuevo bar el nombre de “La Ceña”, encargándole al pintor Ángel Martínez un gran cuadro de casi tres metros de longitud para colocarlo en el bar, y decorando toda la vajilla del establecimiento con un pequeño dibujo que le realicé de una ceña.

24 – Cuadro realizado por el pintor alcantarillero Ángel Martínez para el Bar “La Ceña”
por encargo de su propietario Juan Martínez Serre “El Rada” en el año 1978.
Fotografía cedida por el actual propietario del cuadro


25-26 – Vajilla para el bar “La Ceña” encargada por Juan Martínez Serre “El Rada”


27 – Juan Martínez Serre “El Rada”, o “El Cohete”, o el de “Los Cohetes Blancos”
(por el Real Madrid), que puso el nombre de “La Ceña” a su
nuevo bar en la Calle Mayor esquina a la Calle de La Palmera


Por fin los tiempos políticos se serenaron y parecía que había llegado el momento de retomar el ya viejo asunto de construir una aceña en el Museo de la Huerta, por lo que el día 15-10-1979 (seis meses justos después de entrar una nueva Corporación) el que esto suscribe presentó una solicitud al ayuntamiento pidiendo que se buscase a un maestro ceñero y que se construyese una, aunque antes ya había convencido al entonces alcalde Francisco Zapata Conesa de que era necesario hacerla. No me costó mucho, la verdad. Ya llevaba bastante tiempo con el tema e incluso se había localizado en Javalí Nuevo al único maestro ceñero que podía y estaba dispuesto a hacerla. Que no fue fácil.
La Comisión Municipal Permanente lo aprobó en sesión del día 18-10-1979 y se me notificó dicho acuerdo con fecha 29-10-1979.

28 – Solicitud para la construcción de una aceña realizada por
Pedro L. Cascales López el día 15-10-1979


29 – Certificado del acuerdo municipal para construir una aceña de
fecha 18-10-1979


30 – Notificación del acuerdo adoptado. 29-10-1979

           
Vídeo nº 1. Por aquellos días se hizo un vídeo (de muy mala calidad comparado con lo que hay ahora; nadie sabía entonces lo que era un vídeo; y éste, entre grabadora y cámara podía llegar a pesar unos 5 o 6 kilos) en el que se recorrieron algunos de aquellos lugares en los que habían existido aceñas y ya solamente teníamos casetas con motores. Aparecen las acequias con su plenitud de caudales, flanqueadas por una vegetación que recuerda selvas tropicales; grandes olmos y enormes higueras, rumores de aguas, espesos cañaverales, y una huerta que ya empezaba a desaparecer. Dura 20m 30s (vídeos Cascales López).

31 – Vídeo nº 1 – 20m 30s



6.    LA CONSTRUCCIÓN

Aunque el fundamento mecánico de la aceña es el mismo en todos los lugares del mundo en los que este artefacto ha sido usado, su construcción presenta variaciones tanto en cuanto a los criterios con los que se afrontan los problemas técnicos como en cuanto a la calidad y perfección con la que se desarrolla el trabajo. También dentro de la Península Ibérica existen variaciones entre modelos de aceñas, siendo la diferencia más apreciable la existente entre la aceña de cangilones y la aceña de arcaduces, que veremos más adelante.
Nosotros nos vamos a ceñir a la aceña de la huerta de Murcia, sin duda la más trabajada, robusta y estética de todas. Y mientras que las demás suelen presentar acentuadas similitudes entre ellas, la aceña de la huerta de Murcia difiere de todas ellas, se trata de un diseño sobre el cual puede decirse que es absolutamente exclusivo de esta zona.
Y esta es la aceña que el maestro Cayetano hizo para el Museo de la Huerta, realizada en un tamaño que podemos considerar como habitual, ya que el diámetro de la contrarrueda es de 10 palmos, que son equivalentes a 2,08976 metros (medidos a centros de la puntería), siendo este diámetro de la contrarrueda siempre constante en todas las aceñas. La realizada por Cayetano tiene un diámetro medio de 2,04 metros de contrarrueda. Sin embargo, el diámetro de la rueda del agua varía en cada aceña según profundidad, en este caso del Museo, la rueda tiene un diámetro de 12 palmos (2,50 metros).

El día 19-10-1979, hace 40 años, en compañía del corresponsal del diario “Línea”, el recordado amigo Fernando Navarro, se le hizo al maestro Cayetano una entrevista que salió publicada el siguiente día 27 del mismo mes. Este es un extracto de aquella conversación:
“Yo nací y siempre he vivido en el Javalí Nuevo. Mi padre era maestro ceñero, lo mismo que mi abuelo, mi bisabuelo y mi tatarabuelo, hasta donde yo sé. Comencé a trabajar sobre los 8 años ayudándole a mi padre en las ceñas. El trabajo era abundante, no faltaba; recuerdo, nada más acabar la guerra, que cobrábamos 6.000 pesetas por una rueda del agua, que era la parte de la ceña que más se estropeaba, ya que ceñas enteras prácticamente no se hacían, lo que hacíamos mayormente era reparar las que estaban funcionando. Sí le hicimos a los 'Pata' una entera y recuerdo que le cobramos 20.000 pesetas, y esta fue la última que hicimos, era una que estaba frente al Museo de la Huerta y con ella regaba Perico 'el del Cabezo'.
Mi padre y mi abuelo hicieron muchas ceñas, y no solamente aquí en la huerta, sino también en Molina, la Ribera y Las Torres, en donde había muchas. De hecho, estando mi padre haciendo una ceña en Las Torres fue cuando conoció a mi madre y se casaron.
Yo he trabajado con mi padre; a mi abuelo lo he conocido pero no he trabajado con él, aunque lo he visto trabajar. Mi abuelo dicen que era de una cabeza 'feliz', se bebía dos vasiquios de vino, y como no comía, se chispaba enseguida; y cuanto más chispao estaba, mejor le salían las ceñas. Eso lo cuentan; que yo no lo he visto.
Y mi padre en ceñero era lo mejor que había. Pero ellos sólo hacían ceñas, en cambio yo hago de todo: riego la huerta, hago cocinas, hago puertas y hago ventanas. Yo me dedicaría sólo a hacer ceñas si pudiera ser, es un trabajo más duro pero más 'basto', cunde más.
En ceñas mi abuelo era mejor que mi padre, y mi padre mejor que yo, era un maestro; y yo, aunque esté feo que lo diga, me gusta trabajar, no puedo estar quieto.
En el Javalí, como ceñeros estábamos Hilario Torres, que ahora trabaja de cartero, y nosotros.  
Recuerdo también que en tiempos nos dijeron desde el Museo que había que hacer una aceña, pero de aquello no se volvió a hablar más.
Cuando se acababa un trabajo, estaba el 'encargado' que era el que le cobraba a todos los regantes su parte correspondiente, 'el reparto', y él nos pagaba a nosotros. Solamente una vez hubo uno que nos pagó de su bolsillo una aceña entera, fue Jesús 'el Picazo', y luego él fue cobrando a los regantes. Esta era una ceña que estaba en la Daba. El 'encargado' que cobraba a los regantes no pagaba su parte ya que se le compensaba por las molestias.
Las aceñas se siguieron utilizando muchos años después de que hubieran motores, porque los regantes de abajo se oponían a la instalación de estos porque sacaban mucha más agua que una ceña, había poco control, y sobre todo, que lo que hacían era crear 'tierras nuevas' de regadío en perjuicio de las que ya existían, dejando la acequia en seco. Tampoco se dejaban instalar ceñas nuevas. Solamente se podían reparar las antiguas. El tío José Herrero tenía un agujero pequeño desde la acequia para regar un bancal de perejil o no sé qué, y tenía allí instalado un arte, pero ese agujero se fue haciendo cada vez más grande con el paso del agua y llegó un momento que quiso quitar el arte y poner una ceña, pero no lo dejaron; entonces, por 'buenas componendas' y 'dando los pasos' que hubo que dar, lo autorizaron y nosotros le hicimos la aceña.
Ahora los motores quitan más agua al Turbial que la aceña, lo que pasa es que el Turbial, no sé por qué, lleva más agua ahora que antes. Los hacendados se movieron mucho para conseguir poner motores, porque las ceñas eran un problema porque necesitabas tener bestias preparadas cada vez que te tocaba el turno de sacar agua. Cada regante tenía que tener bestias o entenderse entre ellos.
Los motores sacan aproximadamente 'una ceña de agua' porque eso viene impuesto, pero es difícil de controlar. Sin embargo la ceña no falla, incluso saca menos, porque la bestia puede pararse, estar cansada, ir despacio…, y sin embargo el motor no para. Hoy en día, en donde había una ceña ahora hay un motor.
Estaba la aceña del Cura, de Román, la de Enmedio o 2ª, la 3ª, la de los Llanos… muchas. Estaba la aceña y luego la contraceña, una o dos, y así se subía el agua por tres veces en altura.
En fin, las piezas de la aceña se hacían en el taller: las albitanas, las boquillas, el mástil, la maestra, que se llamaba así porque amaestraba las cruces, las cruces… muchas.
Escoplear a mano es lo que más cuesta, tanto el mástil, como el árbol, así como la contrarrueda y la rueda del agua
Para que engrane perfectamente una rueda con la otra hay que calentarse un poco la cabeza a la hora de repartir la puntería.
A las tres menos dos me venía el 'Mangancha', ese de Alcantarilla, y me decía:
—Maestro que se ha ido un punto de la ceña, y ahí nos íbamos en la siesta del día a poner el punto a la ceña.
La contrarrueda engrana con la rueda del agua, y todo esto lo que tiene de basto lo tiene de difícil. Si por un pelo hacemos el engrane espeso, el engrane no entra, entra a 'repretón'; y si por un pelo lo hacemos más claro, la rueda golpea, va golpeando; tiene que estar justo. Además, si entra a 'repretón' despide a la rueda del agua, le empuja hacia afuera y hasta la puede mover.
Una vez hicimos una aceña que iba 'repretada'; y fuimos mi padre y yo, y estaban allí los huertanos viendo la aceña funcionar y decían:
—Maestro, parece que le cuesta trabajo tomar el engrane bien. Y mi padre se estaba riendo, y dice:
—No asustarse. Y me dice a mí, que era el mayor de los tres hermanos:
—Nene coge la azuela y ve quitándole a la salida del punto poco a poco; enseguida la ceña iba más suave, y al poco funcionaba bien. El problema de las ceñas son los puntos de la rueda del agua.
Otro día me dicen que la ceña de movía de un lado para otro, y digo:
—El borrón de la derecha está roto; y llegamos y eso era, el borrón estaba roto, estaba movido. Desde lejos lo había oído.
Para hacer un ceña puede costar un mes de trabajo sin parar. Unas 200 horas trabajando una persona sola.
La madera del álamo es mejor que esté seca y las tabicas también, que son lo que queda por encima y por debajo del cangilón. La puntería cuanto más seca mejor, al igual que las tabicas. Estas piezas son las que más secas tienen que estar: puntería y tabicas.
Aceñas hay de todos los tamaños, la más grande que hemos hecho nosotros  ha sido de 30 palmos (6,26 metros) la rueda del agua.
Siempre se ha dicho que una ceña de agua son 25 litros por segundo, que viene a ser lo que saca un motor. Ahora bien, según la velocidad que lleven las bestias se saca más o menos agua. Siempre hay tres cajones sacando agua a la canal: el que empieza, el que está en todo su golpe tirando agua y el que está terminando. Cuanto más pequeña sea la ceña admiten más cabida de agua los cangilones, porque pesan menos, cuesta menos trabajo el moverla; y cuanto más honda esté el agua, menos cabida tienen que tener los cajones porque existe más peso. Tanto a la golilla como a los borrones se les debe echar un poco de sebo.
Los puntos los sacamos con el compás cuando ya está el anillo hecho, se hace una raya y tiene que coincidir con la última medida. La ceña lleva un número de puntos arreglado a lo grande que es, cuanto más grande, más puntos lleva. Todo esto para la rueda del agua, porque la contrarrueda es siempre igual: 20 puntos.
Si el clareo de la contrarrueda tiene por ejemplo 30 cm, a la rueda del agua hay que darle otros 30 cm de clareo. Recuerdo que me decía mi padre que las ceñas de 12 palmos para abajo puede ir la puntería igual, pero de aquí para arriba, ya hay que darle medio centímetro más de clareo a la rueda que a la contrarrueda”.

32 – Hoja del periódico “Línea” del día 27 de octubre de 1979 con la entrevista al
maestro ceñero Cayetano González Vicente realizada por el corresponsal de
ese periódico en Alcantarilla Fernando Navarro


33 – Titular del periódico

            Por diversas circunstancias burocráticas, sobre cómo encasillar el gasto dentro de los presupuestos (a lo que se sumaron ciertos momentos políticos delicados), el inicio de los trabajos se retrasó algún tiempo, por lo que a Cayetano se le pidieron dos presupuestos para la construcción de la aceña; al final, la cifra total supuso unos 1.500 € de hoy, y como el trabajo era de unas 200 horas, puede calcularse que la hora de trabajo costaba unos 7,5 €, o sea, unas 1.250 pesetas de entonces. Pero hay que tener en cuenta algo muy importante: el material y la serrería fue por cuenta de Cayetano. Ese fue el coste de la aceña y estos los presupuestos que entregó el maestro Cayetano González Vicente.

34-35 – Presupuestos que entregó el maestro Cayetano al ayuntamiento


            Se inició la construcción de la aceña en el pequeño taller de Cayetano, en la Calle del Puente nº 55 de Javalí Nuevo. En este taller no existía ningún tipo de maquinaria para el trabajo de la madera; y todo, con la sola excepción del serrado de tablones, que se llevó a cabo en una serrería, lo hizo Cayetano trabajosamente a mano en su pequeño taller sin ninguna ayuda de maquinaria eléctrica.
            Antes de iniciar los trabajos Cayetano me entregó una pequeña hoja en la que había dibujado y rotulado la mayoría de las piezas que componían la aceña. Tienen el tremendo valor de tratarse, casi con toda seguridad, de los últimos dibujos realizados por un maestro ceñero en la huerta de Murcia de cara a la construcción de una aceña.


36-37 – Dibujos de las partes de una aceña realizados por Cayetano González
antes de iniciarse su construcción

            En las siguientes hojas se expone como era la construcción de una aceña según la llevó a cabo Cayetano González




38-57 – Desarrollo de la construcción de una aceña tal
y como la hizo el maestro Cayetano

            Durante la construcción de la aceña en su taller, una sobrina de Cayetano, Loli Díaz González, le realizó 14 fotografías que se tomaron con vídeo pero de las que no se sacaron copias en aquel momento. Ahora, gracias a la hermana de Cayetano, Dolores, y a su marido José, ha sido posible recuperar 8 de aquellas fotografías que reproducimos a color, mientras que las del vídeo, con una lógica peor calidad, se reproducen en blanco y negro.


58 – La contrarrueda ya está montada y Cayetano repasa los puntos


59 – Haciendo la escopladura del árbol con el escoplo


60 – Profundizando la escopladura del árbol para el tiro con la barrena.
A la derecha se aprecia la golilla


61 – Repasando los tercios de la rueda del agua en el banco


62 – Presentando la contrarrueda sobre el anillo de la rueda
del agua

63 – Una vez unidos los tercios de la rueda del agua, Cayetano
comienza a marcar los puntos de la noria


64 – Con la barrena y el escoplo haciendo los agujeros para los
puntos de la rueda del agua


65 – La misma labor anterior. En la foto Ana María, mujer de Cayetano


66 – Presentando los puntos de la rueda del agua cada uno en su lugar


67 – Colocando los puntos de la rueda


68 – Mismo anterior


69 – Presentando la rueda del agua con las cruces, puntos, atajos
y cocotes ya colocados


70 – Ajustando las piezas de las boquillas


71 – Mismo anterior y calculando las piezas de las albitanas


72 – Croquis de fecha 19-7-1982 para buscar el sitio en el que ubicar
la aceña dentro del Museo de la Huerta

Fotos realizadas en septiembre-octubre de 1982 sobre la construcción de la
aceña. Se indican en ellas las diferentes piezas que componen la máquina
hidráulica. Fotos: Cascales López

73-78 – Construcción y colocación de la aceña


            Vídeo nº 2. Cayetano cuenta como el día 27-9-1982 trajeron todas las piezas de la aceña desde su casa y comenzaron los trabajos para montarla. Dura 1m 28s.

89 – Vídeo nº 2 – 1m 28s

            Vídeo nº 3. Ana María, mujer de Cayetano, cuenta como le ayuda a su marido en el montaje de la aceña, en concreto, con las boquillas. Dura 4m 0s.

90 – Vídeo nº 3 – 4m 0s


            Vídeo nº 4. Está poniendo tabicas y en un día ha terminado unos siete cajones. Dura 1m 20s.

91 – Vídeo nº 4 – 1m 20s


            Vídeo nº 5. La rueda del agua está casi terminada. Cayetano sigue colocando tabicas y haciendo alguna boquilla. Dura 5m 53s.


92 – Vídeo nº 5 – 5m 53s


            Vídeo nº 6. 1-10-1982. Fulgencio Saura Mira, a la sazón Director del Museo, mantiene (muy en su estilo) una conversación con Cayetano y con su mujer Ana María. Dura 10m 42s.

93 – Vídeo nº 6 – 10m 42s


            Vídeo nº 7. 5-10-1982. Cayetano explica cómo ha traído el tronco de álamo para el tiro ayudado por Ignacio. La rueda del agua ya está terminada, se coloca la vigueta, el banco, las cruces y la contrarrueda. Se dispone a centrar las ruedas con  las cuñas y se acaban los postes una vez que se ha puesto la vigueta. Dura 3m 38s.


94 – Vídeo nº 7 – 3m 38s


95 - La aceña terminada. Marzo 1983. Cascales López


96 - Junto a la aceña el pintor Andrés Navarro, Ignacio, conserje, guarda y
alma del Museo, y Pedro Cascales López 




                                                     7.    LA INAUGURACIÓN

El día 11-10-1983 se señaló para la inauguración de la aceña, y desde primeras horas de la tarde se encontraron en el Museo Felipe Sáez Zapata, ordenanza municipal e hijo del maestro de obras Diego Sáez “el Moruza”, que trajo consigo al “Sordo el Gato” y su burra, y a Paco “el Pirila” y su mula, que eran las caballerías que se iban a enganchar a la aceña para ponerla en funcionamiento.

Vídeo nº 8. Felipe “el Moruza”, con los citados el “Sordo el Gato”, Paco “el Pirila” e Ignacio (encargado, cuidador y alma del museo) hacen las pruebas con las caballerías y hablan “para la cámara”. Llega Fulgencio Saura Mira y Salvador Aroca. Llega también José Lechugo con su hijo y hacen fotografías. Todavía no está llegando la gente. Dura 10m 58s.

97 – Vídeo nº 8 – 10m58s


Aquel día de celebración, en el que tantas personas acudieron a ver funcionar una aceña, también vino, como ya se ha dicho, el amigo José Lechugo acompañado de su hijo Pedro, yerno y nieto respectivamente del recordado “Abellán el fotógrafo”, para hacer unas fotografías del acontecimiento tal y como se ha visto en el vídeo anterior.
Hoy, tantos años después, y teniendo en cuenta que nada se volvió a saber de aquellas fotografías, se ha intentado sacar unas copias digitalizadas de las mismas para poder aportarlas a este trabajo.
Empresa inútil, la nieta de Abellán, doña Juana Lechugo Abellán, tras localizar los negativos, sobre los que previamente se le había aportado el día en que se hicieron dichas fotografías, y sin ni siquiera llegar a hablar de coste, ásperamente ha declinado el hacer el “enorme” trabajo que significaba escanear unas 20 fotografías porque le suponía mucha “molestia” y porque quería saber además “para qué eran esas fotografías”. Por lo visto esta señora ignora, entre otras muchas cosas, visto lo visto, que nadie le preguntó a su padre y a su hermano en aquel día de la inauguración de la aceña “para qué y para quién estaban haciendo fotografías”. Que se podía haber hecho.
Resulta por lo tanto desconcertante y dudosamente profesional la decisión de esta señora, una señora tan ligada al sector público y al que tanto debe y sigue debiendo en todos los aspectos como mujer de un exalcalde y ahora alto cargo de no sé qué, llamado Lázaro Mellado; y debería pensar que en aquel día del año 1983, el ayuntamiento, con dinero público, había hecho un algo; bastantes personas trabajaron en ese algo, algunas sin cobrar absolutamente nada; su padre y su hermano acudieron a ese algo cuando ya estaba todo terminado; acudieron solamente a hacer fotos, unas fotos en un recinto municipal y sobre algo en lo que ellos no habían trabajado. Nadie les prohibió la entrada ni hacer las fotografías. Para nadie fue una “molestia”, ni mucho menos, que el amigo José Lechugo y su hijo estuvieran allí, y desde luego nadie les preguntó que “para qué querían las fotos”. Sin embargo, ella, que todo se lo ha encontrado hecho, sí que lo hace ahora. Y con mucha 'autoridad'. Vivir para ver.        
Por esa razón no es posible aportarlas aquí. No pasa nada, está el vídeo de aquel acontecimiento, pero necesariamente hay que hacer constar la causa de no poderse aportar esas fotografías. Se ha hecho todo lo posible.
Y desde luego decir que si por don José Lechugo hubiese sido, esas fotos sí se habrían publicado.
             

98 – José Lechugo, yerno de Abellán, acompañado de su hijo
Pedro haciendo unas fotografías de la aceña sacando agua
(del vídeo anterior)


            Vídeo nº 9. Llega Antonio “el Manco” exordenanza municipal, siempre muy ligado al museo y a su fundador Diego Riquelme y habla con Fulgencio Saura Mira, y como siempre, cada uno de una cosa. El “Matemático” Férez también acude y se sienta en un banco a consultar sus números. Dura 5m 10s
. 

99 – Vídeo nº 9 – 5m10s


            Vídeo nº 10. Habla Cayetano y su mujer Ana María y dan unas vueltas a la aceña. Dura 1m 5s.
100 – Vídeo nº 10 – 1m5s


            Vídeo nº 11. Ya se va llenando de gente el recinto. Están Juan López, Santos Herrero, Salvador Aroca, Felipe “el Moruza” que tira un cohete, habla Dolores, la hermana de Cayetano, llega Pepe Guillamón, Antonio Herrero, Fulgencio Sánchez Riquelme, Paco “Eleuterio”, Antonio Guillamón, Zamora, y muchos más. Dura 3m 11s. 
   

101 – Vídeo nº 11 – 3m11s


            Vídeo nº 12. El Grupo de Coros y Danzas hace una actuación. Ya es casi de noche. Dura 1m 15s.

102 – Vídeo nº 12 – 1m15s


            Vídeo nº 13. En la casa de Cayetano, cuando todo ha terminado, nos acompaña Salvador Aroca. Dura 4m 14s.


103 – Vídeo nº 13 – 4m14s



8.    EL ESTADO ACTUAL

            Bastaba con haber dado un sencillo y barato protector a la madera. Bastaba con una o dos veces por semana darle media vuelta a la aceña para que la rueda del agua estuviese mojada. Bastaba con que el pozo tuviese siempre más o menos un metro de agua. ¡Arduo y complejo cometido!
            Y ya pidiendo mucho –aunque no hay que olvidar que para eso se hizo–, que dos o tres veces al año, o en cualquier celebración, se pusiese en funcionamiento la aceña con una caballería. Las imágenes de la aceña sacando agua, por ser cosas ya desconocidas e ignoradas, aunque sí muy nombradas y recordadas por algunos, habrían sido motivo de curiosidad y atracción para muchos visitantes. Hubiese sido algo muy especial. Posiblemente de lo mejor del Museo.
            Pero no. ¿A la aceña? ¡Que le vayan dando! ¡Le ponemos unas piedras de “adorno” y ya está!, es de suponer que dijeron los responsables de este desastre que ahora está a la vista de todos. Y así, en lugar de ver el espectáculo único de una aceña sacando agua, nos encontramos con el vergonzoso espectáculo de un amasijo de restos de maderas teóricamente solo aptas para el basurero o el fuego, aunque desde luego parece que es intención racional y fundada de la actual dirección del Museo el desmontar los pocos restos existentes y mantenerlos debidamente para poder conservarlos como muestra, aunque sólo pueda ser parcialmente, de cómo es en detalle la construcción de una aceña, porque no hay que olvidar que este artefacto fue realizado por un maestro aceñero, y fue la última que se construyó en Murcia. Y ya no existe ningún profesional que pueda volver a repetir este hecho. Hace ya tiempo que todos fallecieron.  
            Las siguientes imágenes se tomaron el pasado día 25 de julio de 2019. Sobra cualquier comentario. ¿Qué se puede decir?

104-116 – Fotografías actuales de la situación de la aceña.
25-7-2019. Cascales López



9.    ¿CÓMO HA SIDO POSIBLE?

Este hecho ante el que nos encontramos sobre la destrucción de la aceña es de una gravedad incontestable y que no admite la más mínima justificación ni excusa. La aceña no ha muerto, se la ha dejado morir a conciencia de lo que se estaba haciendo.
Resulta que tenemos un museo dedicado a “la Huerta de Murcia”, y en esa huerta de Murcia, uno de sus elementos más interesantes y característicos, si no el que más, y factor clave en la propia creación de esa huerta, fue la aceña.
Y resulta que esas máquinas hidráulicas ya habían desaparecido por completo en la década de los años setenta al ser sustituidas por motores. De los centenares de aceñas que había en la huerta no quedaba ni una, y solamente podían encontrarse en los alrededores de sus antiguas ubicaciones algunos restos de maderas carcomidas.
¿Y quién decía algo? ¿A quién le preocupaba el tema? 
¿A quién le iba a preocupar? Lo importante era –y es– salir en el Bando de la Huerta desfilando, haciendo eso que tanto gusta: desfilar, pavonearse, sea por el motivo que sea y utilizando el nombre de lo que sea; en este caso el de la “huerta”, mientras que esa huerta agonizaba ¿Cuántos de esos que desfilaban por la tarde habían destruido parte de la huerta por la mañana?

Pero en Alcantarilla, desde el año 1968, existía un Museo de la Huerta, no hay que olvidarlo, conseguido gracias al empeño de una persona excepcional: Diego Riquelme Rodríguez. Y se supone que un museo es el lugar indicado para salvaguardar todo aquello que tiene indudable interés, en este caso etnológico; o bien conservar una muestra de algo que está en riesgo de desaparecer para siempre. Esto es algo tan evidente que hasta esos que desfilan pueden llegar a entenderlo.

Pues bien, basándose en ese simple principio, en el año 1979, como ya se ha dicho, el entonces alcalde Francisco Zapata Conesa, a instancias de Pedro L. Cascales López, da la orden de que se buscase a un maestro aceñero y que se construyese una aceña para instalarla en el Museo de la Huerta. Así de simple. Así actuaba entonces un alcalde al que nunca le faltaba el sentido común y el buen hacer por su pueblo (después de él vinieron los que vinieron). Las aceñas habían desaparecido y se consideró que había que hacer lo necesario para que no se perdieran; que al menos existiese una, y su emplazamiento ideal no podía ser otro que un museo dedicado a la huerta, y ese es el que había en Alcantarilla; y además, esta aceña sería realizada por un profesional con todo rigor y podría ser utilizada de forma periódica ofreciendo unas imágenes que ya no era posible ver en toda la huerta de Murcia.

Hasta aquí todo parece más que razonable; y ya hemos visto anteriormente como se llevó a cabo su construcción y su inauguración. Poco más hay que decir.
¿Entonces, qué ha pasado para que la aceña se encuentre en estos momentos totalmente destruida?
¿Por qué la aceña no ha tenido el más mínimo mantenimiento?
¿Por qué se ha gastado mucho dinero en el Museo y ni siquiera unas migajas han llegado para mantener la aceña?
¿Por qué no se ha colocado una pequeña placa con el nombre del maestro aceñero Cayetano González Vicente y la fecha de la construcción de la aceña?
¿Quién ha sido la 'lumbrera' que ha colocado a los postes de la aceña unos revestimientos de lajas de piedra totalmente impropios y tan absolutamente alejados del rigor histórico, que además darían lugar a que el tiro topara con el poste en caso de funcionamiento?
¿Pero de quién ha sido la idea de colocar un macetero junto a uno de los postes? ¿Ha sido idea del mismo que ha colocado las piedras? ¿Pero esto es un museo o es el chalé hortera de un nuevo rico?
¿Qué tienen que decir a eso los sucesivos responsables municipales, artífices de profundos pozos sin fondo de dinero público gastado en nombre de la chistosa y vacía “cultura progre” en todos estos últimos años?
¿Dónde estaban esos “mandamases” del Museo, aparte de pavonearse por Murcia, entre el cachondeo general, y publicar generalmente banalidades, chorradas y disparates?
¿Dónde estaban los líderes de esa pomposa “Asociación de 'amigos' del Museo de la Huerta”, que visto lo visto da hasta risa oír ese nombre?

Muy sencillo. Todo es sencillísimo. La aceña no había sido idea ni había sido promovida por ese alcalde llamado Pedro Manuel Toledo Valero, ni por Diego Luis Pacetti López (siento muchísimo que no pueda ya leer esto) ni por Ángel Luis Riquelme Manzanera. Personajes todos ellos doctos e ínclitos donde los haya. ¡Qué duda cabe! Pero bastante tenían con estar inmersos en cuitas muchísimo más importantes y sabrosas. ¿Qué se pudre la aceña? Pues vale. ¿Qué más da? ¿Para qué querían ellos la aceña?

¿Evidencias? Muchas, pero simplemente, como ejemplo documentado, es el libro editado en el año 2018 con motivo de los 50 años de la fundación del Museo por esa tan nombrada, famosa y apreciada, “Asociación de amigos”, prologado por Saura Mira, –¡ay Fulgencio!–, y escrito por Riquelme Manzanera, compuesto de 80 páginas, que a unos 47 renglones por página, nos hacen unos 3.700 renglones, que podemos dejarlos en 3.000 si más o menos descontamos ilustraciones; es decir, unas 40.000 palabras, en las que tienen justa y sabia cabida: Schiller, Kant, Dilthey, Lévy-Strauss, Tylor, Frazer, Malinowski, Georg Cantor, Bertrand Rusell, Ernts Zermelo, Adolf Fraenkel, Gottbol Frege, Tolomeo, Sóter, Arquímedes, Hiparco, Publio Elio Adriano, Friedrich Immanuel Niethammer, Christian Von Ehrenfels, Diódoro de Siculo, Estrabón, Plinio el Viejo, Heródoto, Adam Dimnet Dam, Carlos Dimnet Gonzálvez, Jacobo Hinsberger, Robert Aitken, Charles Auguste Racinet, Michael Doezis, Policleto, Fidias, Fox, Mallet y Thalen, Dobereiner, Bischof, Clarke y Niggli, Friedrich Mohs, Herón de Alejandría, Isaac Newton, Leonardo Da Vinci, Aimé Argand, Bertrand G. Cárcel, Van Helmont, John Clayton, Jean Pierre Mincklers, Wilian Murdok, Duque de Windsor, Otto Von Guerike, Francis Hawsbee, Wilian Robert Grove, Frederick de Moleyns, Thomas Edison, Irving Langmuir, Jean Picard, Johann Bernoulli, Heonrich Geissler, John T. Way, McFarlan Moore, Georges Claude, Orfeo, Apolo, Dionisos, Terpsícore, Erato, Euterpe, Pitágoras, Aristóteles, Plauto, Terencio, Séneca el Viejo, William G. Thoms, Robert Redfield, Hipócratres, Paracelso, Homero, Teofrasto, Dioscórides, Galeno, Maimónides, Vitrubio, Julio César, … y otros muchos, vamos, la Wikipedia en pleno, todos ellos, unos y otros, indudables padres de la huerta de Murcia y desde luego del Museo de la Huerta, ¡qué duda cabe!, por lo que merecen un gran homenaje por parte de los que saben de esto, es decir, los que lo han escrito.

Y ante todo esto, el que suscribe, que apenas sabe trazar una O con un canuto, con un complejo de inferioridad de narices ante tanta sapiencia que nunca podía imaginar que pudiese existir, solo pensaba entender algo en cristiano; y habida cuenta de encontrarnos ante un Museo de la Huerta, y ser la aceña algo tan importantísimo en el nacimiento de esa huerta, tuvo que ponerse humildemente a buscar y buscar hoja a hoja, tragando buenamente tanta y tanta cultura y sabiduría, para mí inteligible, intentando encontrar el lugar en que se hablaba de la aceña y de un cristiano que sí que hizo algo de verdad para el Museo: un honrado hombre llamado Cayetano González Vicente. Porque si se hablaba con tanta profusión de todo eso que se hablaba, y que los ceporros apenas entendíamos, era lógico esperar que de la aceña se hablara la “reostia”. Pero ni “pa dios”; nada, que no lo encontraba, y como ya el dolor de la sesera aumentaba por momentos, un alma caritativa me dijo que de la aceña sí que se hablaba, que mirara en la página 71 entre las líneas ocho y nueve. ¡Que si es que acaso yo estaba ciego!
¡Y por fin, ahí estaba la aceña! Ahí el señor Riquelme Manzanera había escrito: “Donde se ha incorporado la 'Aceña' o noria de sangre, introducida en España a partir del siglo VIII por los sirios que se asentaron en esta huerta”.
27 palabras. No está mal para empezar, al menos más vale algo que nada, más valen 27 palabras de 40.000, que 0 palabras de 40.000. Viniendo de quien viene es toda una deferencia y un honor, y así hay que considerarlo.
Busqué entonces al menos alguna foto, ya que había 24 ilustraciones, pero no, no había ninguna. Fotos de caras sí que había, eso sí; y al final me apareció un anuncio de ElPozo, y otro anuncio con el nombre de una señora que mortifica mi escasa sapiencia hasta el día de hoy porque su significado ignoro y lo que me han contado sencillamente me parece de un cachondeo irreproducible.
—Por algo sería todo esto (lo de ElPozo), “que pareces tonto”, me dijo un malicioso al que yo ni siquiera presté oídos a las cosas que me dijo, las cuales olvido porque su contenido me hicieron alucinar.
Yo, sencillamente, que nunca he participado ni participaré en todo eso de los escenarios, de la “afoto”, de la “mealla” y el “deploma”, cosas que me la traen al pairo, no sé de qué va la cosa y por lo tanto no entendía, ni entiendo nada de nada, ni tengo el más mínimo interés en entender. Ya hay quienes “entienden”.
      
Pero todo esto sí nos indica que una cosa es evidente y segura: si la aceña la hubiesen promovido “ellos”, la aceña sería en estos momentos un icono de la huerta en todo el “mundo mundial”; y en el YouTube ese, o en otras cosas parecidas, habría cientos, que digo, miles y miles de vídeos de la aceña sacando agua mientras que junto a ella posarían selectos y espléndidos personajes.
Y además, cada vez que colocaran ese escenario, ese estrado, en donde tantos diplomas y medallas se dan unos a otros entre interminables aplausos de la masa útil, manejable y dotada de una increíble ingenuidad, el fondo de todo ese escenario sería la aceña sacando agua; y la vista de esa bucólica imagen todavía empujaría más a los “personajes” homenajeados a ser espléndidos a la hora de cerrar unos sustanciosos contratos, otorgar favores, y a la vez dar unas pobres donaciones. Se podría hablar de muchas cosas, y muy sustanciosas, pero ahora estamos con el asunto de la aceña.

Y resulta que, no sé en dónde lo he oído decir, que para 'reparar' la aceña, quieren ponerse a vender ¡botijos!; eso, más folklore, más salir en la tele; hace poco unos botijos y ahora otros. Nos ha llegado la “plaga del botijo”. ¿Y dicen reparar? ¿Pero reparar qué? ¿Es que queda algo?
Pero vamos a ver, señores “botijeros”, ¿quién sabe ahora construir una aceña?, ¿quién es capaz de hacer todo ese trabajo a mano y que funcione?, ¿quién sabe pa qué lao va, y pande tié, que tirar la “burra”?, ¿y arrearla qué?, ¿y las piezas?, ¿quién sabe construir y montar una aceña para que al cuarto de vuelta no se deshaga como un castillo de cartas?, ¿quién sabe calcularla y engranarla?, ¿quién sabe cómo hay que mantenerla?; y sobre todo, lo más importante: ¿quién sabe cuántos botijos hay que vender?; por lo tanto, ¿por qué no vender tinajas, que puede ser más productivo y fáciles de contar? No hay duda, estamos arrastrados e inmersos dentro de esta España del chiste y la incompetencia, manejados por esa bandada de indoctos que únicamente aspiran a “ser alguien” cueste lo que cueste. A conseguir la “meallica” que diría aquél. A “figurar”. A salir en la “afoto” y en esa cosa llamada “redes sociales”. ¡Qué nivel!

¡Y me decía aquella ingenua gente de izquierdas allá por los 70 que lo que faltaba en España era cultura; y que cuando hubiese cultura todo cambiaría! (por cierto, que eso ya lo decía Ramón y Cajal mucho antes, no sé si le copiaron, imagino que sí, es lo lógico, seguro).
Pues vale, ya dicen que hay cultura, aunque debe estar muy, pero que muy escondida. No se ve por ningún sitio. Basta ver lo que está pasando en España desde hace ya demasiados años. A todos los niveles reina la más vergonzante ignorancia. A lo máximo que llegan algunos cursis de acémila, que se las dan de no sé qué, es a plagiar, a 'pastichear' o a escribir chorradas en el “fabeboc” “ese”, o en el “tuiter” también “ese”. Dios los cría.

Y siguiendo esa línea, si un llamado “Museo de la Huerta” llega a ser capaz de despreciar, dejar perder, y arruinar una aceña, hecha exprofeso por un maestro aceñero, como elemento único e irrepetible, resulta ineludible el que se sepa el porqué la aceña no importaba mientras que se repartían cargos, prebendas, diplomas y medallas, “elogiando”, hipócritamente, a la huerta y sus costumbres. Es una cuestión de justicia. En este Museo han ocurrido muchas cosas que no tenían que haber ocurrido. Todo se sabe y se silencia. Y sobre esa llamada “Asociación de amigos” cabe preguntarse: ¿Amigos? ¿De qué? ¿De quién? De la aceña no, desde luego.

Afortunadamente, parece que este ciclo de manifiesta incompetencia, desde que murió el inolvidable Mariano Ballester, está cambiando de signo; y con la actual dirección del Museo de la Huerta parece –digo parece– que puede albergarse una cierta esperanza de que las cosas pueden cambiar y que esa negra etapa, poco a poco, vaya pasando al olvido. Veremos. Por lo pronto se está haciendo un inventario de las cosas que hay en el Museo. Pero… ¿dónde está el inventario que ya se hizo en su momento? Dicen que no está. ¿Y cómo eso es posible? ¿Por qué? ¿Quién lo tiene? ¿Quién lo ha hecho desaparecer? ¿Quién podía tener interés en que ese inventario desapareciese? ¿Cómo es posible que el documento más importante de un Museo desaparezca?

Con la aceña no se sabe lo qué ocurrirá, hay motivos más que sobrados para no tener esperanza alguna de que el Museo de la Huerta vuelva a contar en sus instalaciones con una aceña funcionando. Conseguir ver otra vez como los cangilones vierten el agua mientras que la caballería da vueltas. Quedan los vídeos al menos.

Decía el maestro Cayetano, tataranieto, bisnieto, nieto e hijo, de maestros aceñeros que “la aceña del Museo era para él como un hijo”. Era la última que se hacía en la huerta después de haber estado haciéndose durante más de mil años; y él era el último que sabía hacerlas. Mejor que no haya llegado a ver lo que ha ocurrido.   



10.  ANEXO 1. EL ARTE O ACEÑA METÁLICA

La abundancia de aceñas de madera de uno o de otro tipo era muy extensa en toda España, por lo que dos o tres empresas en Madrid, Zaragoza y Barcelona decidieron a principios del siglo XX presentar en el mercado un tipo de aceña compacta, de fundición, a base de unos simples engranajes que movían una pequeña noria de cangilones metálicos que era conocida como “el arte”.
Pero este tipo de aceña, a pesar de su pequeño tamaño, su facilidad de instalación, y de su precio, no podía competir con las aceñas de madera. No estaba pensada para eso, ya que tenía en su contra un importante factor: el caudal que sacaba era muy inferior al de la aceña, y necesitaba, al igual que ella, el acople de una caballería. Y esa caballería necesitaba el mismo tiempo en dar una vuelta. No obstante su uso estuvo muy extendido en amplias zonas de la península que contaban con pozos de poca profundidad, niveles freáticos muy superficiales o captaciones de muy poco caudal.
En Alcantarilla se instalaron, como ya se ha dicho anteriormente, un máximo de tres o cuatro de estos artes; uno en el Cabezo del Agua Salada, otro cerca de Puebla de Soto, y según parece, un par de ellos cercanos a la Voz Negra, que captaban sus escasos caudales de la cequeta de la noria.

117 – Fotograma de la película “Jardines de Murcia” (1935). Arte situado
en el Cabezo del Agua Salada. Filmoteca Regional

118 – Juan Cánovas Orcajada de nuevo “posa” en el arte
del Cabezo del Agua Salada. 21-4-1968

119 – José Morenilla “el Artesano” junto al arte de Los Felices.
Javalí Viejo. Marzo 1979. Fotos: Cascales López


120-123 – Detalles del arte de Los Felices

124 – Junto a la noria de Los Felices, María Elena Montaner toma
notas para su libro. Junto a ella José Morenilla



11.  ANEXO 2. ACEÑAS DEL CAMPO CON ARCADUCES

Se cita aquí este modelo, a pesar de no haber existido en Alcantarilla, tanto por su interés como aceña, como por su cercanía a Alcantarilla, ya que eran empleadas ampliamente en todo el Valle del Guadalentín.
Para más información sobre este tipo de aceña de arcaduces cito el trabajo “Alhama de Murcia. Topografía, evolución urbana y construcciones populares”, pág. 222 a 231, en http://www.plcascales.com/alhama-de-murcia-topografia-evolucion-urbana-y-construcciones-populares/ así como el referido trabajo de María Elena Montaner, limitándonos aquí a presentar gráficamente ese tipo de aceña, así como las diferencias existentes con las aceñas de la Huerta de Murcia. Se acompañan fotografías de ese tipo de aceñas, que no se encontraban ya en el término de Alhama ni Librilla en esas fechas (año 2000), pero que sí se podían encontrar en el año 1979 en el Campo de Cartagena, cuando junto a Mariano Ballester hacíamos recorridos en busca de objetos para el Mueso de la Huerta. De esas fechas y esos recorridos son las fotografías que ahora se aportan.
Este tipo de aceña era necesario cuando el agua no era procedente de acequias a poca profundidad, sino que se encontraba en pozos con una cierta hondura, por lo que no era posible el emplear la llamada “rueda del agua” que se usaba en la huerta. Las diferencias básicas de esta aceña con respecto a la de la huerta son: 1. Postes más altos, 2. Contrarrueda de un solo aro (en Murcia), 3. Mástil a nivel del suelo, 4. “Rueda del agua” o “noria”, sin cajones, sólo con puntería, y más pequeña que la de la huerta, y 5. Cangilones a base de vasijas de barro llamadas arcaduces que, sujetos a maromas, subían el agua gracias a la rotación de esa rueda sobre la que pasaban las maromas.

125 – Dibujo comparativo entre las aceñas de la huerta y las del
Campo. Cascales López

126 – Aceña de arcaduces del Campo de Cartagena y del Valle
del Guadalentín

127-143 – Fotografías de varias aceñas del Campo de Cartagena.
15-9-1979 Cascales López

  



144 – Arcaduces de aceña del Campo de Cartagena. Museo de
La Huerta. 2000 Cascales López




2 comentarios:

  1. Formidable trabajo con un final triste y desesperanzado. Yo estoy en la Junta de los Amigos del Museo, recientemente constituida y puedo asegurar que la ceña del Museo es una de nuestras preocupaciones. Se hará cuanto sea necesario para que vuelva a girar y elevar agua. Contamos con tu ayuda.

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  2. Muy interesante trabajo. Enhorabuena al autor

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